¿DESDE DÓNDE TOMAR LAS DECISIONES?

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

4 septiembre 2022

Lc 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús. Él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que mandan, diciendo: «Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar». ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.

¿DESDE DÓNDE TOMAR LAS DECISIONES?

La invitación evangélica a hacer “cálculos” lúcidos antes de emprender una acción importante -esa es la tarea del discernimiento- me lleva a plantear la cuestión acerca de la toma de decisiones.

En principio, una decisión puede nacer de tres lugares diferentes: de las necesidades, del superyó o de la docilidad a lo que la vida quiere vivir en nosotros.

Las necesidades son una llamada a decidir. Pero, entre ellas, podemos distinguir las “normales” (adecuadas) y las desproporcionadas. Alimentarse, protegerse, cuidar la integridad psíquica, etc., pertenecen a las primeras. Acumular sin medida, buscar el aplauso de los demás o pretender imponerse a ellos son ejemplos de desproporción. Sin duda, la desproporción hará que las decisiones tomadas desde ella sean erradas porque, más allá de la intención con la que se hagan, nacen de una mentira.

Las decisiones pueden nacer también del superyó, es decir, desde una instancia moralista, previamente internalizada, que se expresa en constantes “deberías”. También en este caso nacerán viciadas, ya que conllevan un componente de alienación: la persona, aun sin ser consciente de ello, queda alienada a exigencias externas. Siguiendo imperativos provenientes de algún tipo de autoridad -parental, social, religiosa…-, la persona termina desconectada de sí misma: son otros los que han decidido por ella y en su lugar.

Las decisiones acertadas nacen de la docilidad a la vida. En cierto sentido, puede decirse que “pasan” a través de nosotros, pero tienen su origen “más allá” de nosotros. Dicho con más precisión: no soy yo quien elige; elige la vida. Lo que a mí me toca es decir “sí” y fluir con ella.

A primera vista y a falta de experiencia en ello, alguien podría decir que nos hallaríamos ante otra alienación: al final, no decido yo. Sin embargo, la comprensión nos permite ver que la vida no es “algo” al margen de nosotros, sino que constituye nuestra verdadera identidad. De ahí que ser dóciles a la vida, entregarnos a ella, es identificarnos con lo que realmente somos. No elige el yo que, erróneamente, creemos ser, sino la vida que somos.

Es cierto que también aquí cabe el engaño: alguien puede pensar que es la vida quien decide cuando, en realidad, se trata de una elección egocéntrica. El criterio que puede ayudarnos a superar tal tipo de trampas se llama desapropiación. Advierto que es la vida la que decide porque en la decisión no busco apropiarme de nada, sino que, más bien al contrario, solo pretendo ser dócil.

Cuando se recibe el regalo de la comprensión, se advierte que ya no «se toman» decisiones; no hay nada que decidir: es la vida la que decide. Solo queda decir “sí”. En ese momento, la pregunta que surge no es: “qué quiero vivir” o “qué le pido a la vida”, sino “qué quiere la vida vivir en mí”.

¿Confío en la sabiduría de la vida y me ejercito en vivir diciendo sí?

MEDICINA Y ESPIRITUALIDAD // Inma Nogués

Entrevista de Aldara Martitegui a Inma Nogués, en NIUS, 24 julio 2022:

https://www.niusdiario.es/salud-y-bienestar/coaching/20220723/entrevista-inma-nogues-libro-pasajero-interior-sintesis-medicina-espiritualidad_18_07062207.html

“Recetar un pensamiento le puede cambiar la vida a una persona”.

  • Entrevista a la doctora Inma Nogués, autora del libro ‘El pasajero interior’, en el que hace una síntesis entre medicina y espiritualidad.
  • La autora es médica de familia en un centro de salud de Barcelona donde ejerce la medicina desde una visión holística de la persona.
  • Nogués es presidenta de la asociación Merry Human Life Society que promueve el autoconocimiento, la auto-transformación y la expansión de la consciencia.

La doctora Inma Nogués no es una médica de familia cualquiera. Lamentablemente no es lo más habitual que un médico o médica occidental -sea cual sea su especialidad- tenga esta visión holística y esta comprensión tan profunda del ser humano en sus dimensiones física, mental, emocional y espiritual. “Tenemos tanta ignorancia de lo que realmente somos, tenemos tanta ignorancia de nuestra dimensión más trascendente-espiritual, que pensamos que no tiene nada que aportarnos”, me explica Nogués en una conversación por videoconferencia.

Por suerte, Nogués -que también es la presidenta de la asociación Merry Human Life Society– es de esas doctoras que, cuando el paciente está abierto a escuchar, se ocupa de recordarle que somos mucho más que un cuerpo físico. Note el lector que escribo ‘recordarle’ con toda la intencionalidad del mundo porque esa sabiduría, ese conocimiento sobre quiénes somos realmente, está en todos nosotros aunque muchos lo hayamos olvidado: “Lo que ocurre es que nos hemos polarizado hacia verlo todo desde un punto de vista muy material y nos hemos olvidado de nuestro origen, de nuestra esencia, de lo que realmente somos…pero es que eso está en nuestro ADN y por eso solo tenemos que recordarlo”, puntualiza Nogués.

Definitivamente no es lo más habitual que una médica de familia de un centro de salud cualquiera (¡que podría ser el mío o el de usted!) escriba como lo hace Inma Nogués sobre ciencia, medicina y espiritualidad, y siempre desde un absoluto respeto y gratitud hacia todo lo que la medicina alopática oficial le ha aportado. De hecho, fue la medicina oficial occidental la que le abrió la puerta a la sospecha de que el ser humano es mucho más que una suma de órganos físicos. De hecho, para Nogués, la física cuántica es la rama de la ciencia que puede hacer de puente para que definitivamente podamos comprender -desde un marco científico- esa dimensión espiritual del ser humano. “Ciencia y espiritualidad no son incompatibles, insiste la doctora, sino que se complementan”.

He de reconocer que, tras leer su segundo libro, El pasajero Interior (Diana 2021) pensé que ser médica de familia en un centro de salud era una cosa muy pequeña para una mujer tan grande en sabiduría como Inma Nogués…admito que me dejé llevar por mis prejuicios: “¡Pero qué desperdicio!, esta mujer debería estar dando conferencias en vez de pasando consulta”, pensé.

Ahora sé que subestimé el poder de una consulta de un médico de familia en un centro de salud cualquiera para impactar en la vida de las personas. Eso es lo que Nogués hace (o intenta hacer) cada día desde hace más de 25 años desde su centro de salud de Barcelona… Me comenta Nogués que lo que ella realmente desea es marcharse de este planeta pensando que ha valido la pena y que ha dejado su pequeña semilla.

Pregunta: Por lo que a mí me toca te puedes morir muy tranquila. Debo decir que, en mí, El Pasajero Interior sí ha dejado una semilla. Me parece tan fascinante esa síntesis entre ciencia y espiritualidad que planteas…

Respuesta: Es que estamos todavía inmersos en un paradigma que pertenece al siglo XVII y XVIII y aún no hemos dado el paso. Por eso, todo lo que nos aporta la física cuántica nos permite pasar ese paradigma para entrar -desde el sistema newtoniano cartesiano en el que todo se separaba- a esta dimensión más cuántica en la cual la conciencia participa y hay una unidad en todo, hay una gran conexión entre todo. Ya no solo es el análisis, sino que es la síntesis, la integración. Y esto, yo creo que se ha ido desplegando con los años porque yo creo que es cuestión de evolución. La evolución nos va a ir llevando en esa dirección.

P: ¿Al final será la ciencia, a través de la física cuántica la que va a demostrar que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana?

R: La física cuántica es un puente que nos va a ayudar ahí, sí. Es una herramienta básica para este tránsito que nos va a ayudar como a hacer de puente (…) Ahora vemos que la ciencia del presente explica cosas del pasado que no se entendían y que podían clasificarse como un milagro. La ciencia del futuro nos dará las claves para entender lo que ahora no entendemos, porque la ciencia va siempre evolucionando y por eso esa idea de que lo que yo ahora no comprendo no quiere decir que yo no lo pueda comprender en el futuro. Muchas cosas que antes se consideraban extraordinarias hemos visto que es pura física y pura electricidad, cuestión de campos ordenantes, campos magnéticos, emisiones de energía que están contribuyendo a que, por ejemplo, mi campo energético ordenado, pueda equilibrar a una persona que no lo está. Y esto, en teoría, eran esos milagros que antes se producían, pero que ahora la ciencia te lo permite entender. La ciencia del futuro nos irá explicando más.

P: ¿Estamos ya en ese momento de despertar de la conciencia que nos va a llevar a un cambio de paradigma en el que tendremos más en cuenta nuestra dimensión espiritual?

R: Para mí, estamos saliendo de un paradigma de fisión, de separación, de análisis, para entrar en un momento de unión, de síntesis, de integración. Para mí, esa integración de nuestra dimensión más superior y de nuestra dimensión más física es uno de los propósitos de nuestra existencia.

P: ¿En qué notas que estamos iniciando ese cambio de paradigma?

R: Quizás hemos vivido muy de cara hacia fuera y hacia lo material, hacia el exterior y, lo que necesitamos ahora, es reorientar esto e ir más hacia el interior. ¡Pero es que la vida nos está obligando! Fíjate que la pandemia ya nos obligó a estar dentro, para que nos recogiéramos un poco más y tuviéramos tiempo de reflexión. Para algunas personas la pandemia ha sido muy compleja, pero para otras ha sido una enorme oportunidad. Yo pienso que es un momento en el que la vida ya no da más tregua, o sea nos está diciendo: ¡Despierta, reoriéntate!

P: Como humanidad, en general estamos aún muy dormidos. ¿A qué crees que se debe esto?

R: A que estamos metidos en un engranaje que no nos permite eso de decir: párate, párate y pregúntate hacia dónde vas para entender más la vida. Yo recuerdo que también tenía una visión como muy trascendente de la vida e incluso me decía a mí misma: ¿pero por qué soy tan trascendente?, pero no podía evitarlo. Ahora, me vienen pacientes y me dicen: “Es que esta vida no tiene sentido” y yo les digo: No, la vida que estás viviendo no tiene sentido; realmente, la vida que tú estás viviendo, esa, no lo tiene… ¡Pero es que la vida no es esto!, es mucho más de lo que tú estás viviendo ahora. Estás viviendo un espejismo, algo que tú crees. Por eso, transformar nuestros pensamientos y transformar nuestras emociones y sentimientos es fundamental porque te transforma la vida.

P: Como médico de familia tienes la posibilidad de transformar la vida de muchas personas solo con recordarles que somos mucho más que esta dimensión física y material…

R: Eso es lo que yo intento en la medida en que me lo permite la vida: hacer que las personas vean la vida desde otro lugar, con sumo respeto y entendiendo que cada ser tiene su momento de evolución, que todo está correcto en cierto modo…pero a veces mi papel es simplemente acompañar a otros a expandir la conciencia, a ver las cosas desde otro lugar porque es que a veces recetar un libro o un pensamiento les puede cambiar la vida (…) A mí, lo que me gusta es decir eso de “convertirnos en enzimas”. Porque cuando el terreno está abonado, preparado, vienen pequeñas enzimas y esa pequeña acción de la enzima genera una gran reacción. Entonces, cuando el paciente está preparado puedes ser esa enzima que le ayude a hacer clic y hacer un gran cambio… pero ¡porque era su momento también! Y si no, pues simplemente acompañas: acompañas y respetas el propio proceso evolutivo.

P: ¿Alguna vez algún paciente te ha dicho: doctora no me cuente rollos y deme la receta?

R: Me ha pasado, sí… pero te voy a decir una cosa que te va a sorprender: yo los preparo y les digo que no se trata de que hagas lo que yo te digo, solo te lo sugiero. Primero les cuento siempre el ejemplo de un caso que yo tuve, es como que lo preparo, lo voy argumentando, y luego le digo: si tú lo sientes, hazlo y experimenta, y hazlo cuando lo sientas. Lo voy desplegando para que el otro también entienda por qué se lo estoy diciendo. Pero sí…a mí me han llegado a decir: mire doctora, estoy muy cansado, deme una pastilla y no me quiera cambiar la vida. Y yo, ante eso, siento un respeto total.

P: Aunque imagino que a veces sentirás ganas de sacudir al paciente: ¿pero no te das cuenta de que estás equivocado?

R: Es que nosotros tenemos que informar y no impresionar. Esto lo estoy aprendiendo…a veces, cuando tú crees que tienes tu parte de razón, quieres imponérsela al otro y lo presionas, quieres impresionar y eso genera una presión y eso es como un poco de violencia. Yo creo que lo mejor es informar y que el otro haga su propio camino desde el profundo respeto. Creo que lo más importante es que tú, en el momento que estás con el paciente, sientas lo que la persona necesita y no lo que yo quiero decir. En ese momento no estoy en mí, estoy observando y sintiendo al otro. Ese momento es único y el paciente es único y en ese momento, a lo mejor, de lo que te das cuenta es de que quieres recetarle un libro, o un pensamiento, o un antidepresivo…¡depende! Para mí, todo vale en el sentido de que ayuda a la persona.

P: Como médica, ¿realmente has visto en todos estos años cómo vivir la vida desde esa conexión con nosotros mismos, con nuestra esencia, nos ayuda a vivir una vida más plena?

R: Para mí, el trabajar hacia la armonía, hacia la belleza, hacia el amor, hacia la paz, hacia esa elevación de conciencia y de vibración, me parece importantísimo (…) Es que, como humanidad, estamos llamados a desplegar una luz y es lo que nos han venido a enseñar grandes seres como Buddha y maestros elevadísimos que nos han dicho que nosotros tenemos ese potencial en nuestro interior. También, a medida que avanzamos en conocimiento, en amor y sabiduría, pues cosas que consideramos negativas o quizás oscuras, en el fondo son enormes oportunidades de evolución y de cambio. Hay cosas que ‘son’, como decía Epicteto, pero depende de nosotros el cómo las interpretemos porque siempre hay un bien que prevalece detrás de un aparente mal.

P: Y ver la vida así, como un regalo y una oportunidad para crecer y evolucionar, tiene enormes repercusiones en nuestro bienestar…

R: Es que la vida muchas veces nos ha dado golpes duros que en un momento no entiendes, lo sufres y, al cabo de muchos años, te das cuenta de que aquello que me pasó, que me dolió tanto, ha sido un gran aprendizaje para mí. Yo me quedo ahí: que siempre, pase lo que pase, es para bien. Y entiendo que eso es muy difícil. Cuando estamos viviendo momentos muy duros, pasando enfermedades muy duras, situaciones económicas muy duras, yo entiendo que esto es difícil de integrar y de comprender.

P: Esto que haces es fascinante, pero no es lo normal. En las facultades de medicina no se enseñan estas cosas…

R: ¿Sabes qué pasa? que también eso ha sido producto de mi propia búsqueda porque a mí, esto, en la universidad no me lo enseñaron, no. Yo estaba fascinada y me encantaba todo lo que me enseñaban en la universidad y me parecía extraordinario, pero intuitivamente yo sentía que tenía que haber algo más, aunque no tenía palabras…tampoco era demasiado consciente. Fue precisamente cuando ya terminaba la carrera cuando la vida me lo pone por delante y yo estuve atenta a observar y decir: “Dios mío, pero aquí puede haber algo mucho más grande de lo que yo me imaginaba” Pero, en mí, ya estaba esa semilla de la búsqueda, primero muy inconsciente. Lo que ocurre es que estamos inmersos en una vorágine cotidiana que no nos permite parar ni pensar…

P: Por eso las personas que despiertan, como tú, sienten esa necesidad de compartirlo con el mundo… ¿Por qué crees que ocurre esto?

R: Porque nosotros hemos recibido tanto. O yo, al menos, he recibido tanto, la vida me ha dado tanta oportunidad, que es como que no puedes dejar de querer compartirlo. Es como un impulso interno que no puedes dejar de hacer. Es como cuando tú descubres un tesoro y a las personas que quieres les dices: “Ven, ven, mira, mira que tesoro”. Y, a lo mejor, los demás están en otra película, pero tú les quieres hacer partícipes. Eso ocurre hasta que llega un momento en que dices: “Mejor ser fuente y que el sediento vaya a la fuente, que no ser yo quien vaya a ellos”. Y para mí eso significa hablar de estas cosas solo cuando la gente me lo plantea. Pero, sí, la verdad, es yo sigo teniendo esa ilusión de seguir compartiendo todo esto porque dices: “¡Dios mío, es que la vida es otra cosa, es que la vida es maravillosa!”.

LOS PRIMEROS PUESTOS

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

28 agosto 2022

Lc 14, 1.7-14

Un sábado entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: «Cédele el puesto a este». Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más arriba». Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Y dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a tus vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos”.

LOS PRIMEROS PUESTOS

La búsqueda de los primeros puestos se enraíza en la primera necesidad psicológica: sentirse reconocido. Que lleva asociadas otras como la de «ser visto», “ser único” o “ser especial”. Sabemos que todo niño reclama respuesta a la misma. Y cuando tal respuesta no se da de manera adecuada, se produce una herida de inseguridad afectiva. Por lo que, teniendo en cuenta todo ello, parece obvio que la búsqueda de los “primeros puestos”, de entrada, es síntoma de inseguridad tal vez no reconocida por la propia persona. Y dado que esa inseguridad primera va acompañada de un vacío afectivo -el vacío de aquella presencia segura de la que se careció-, la búsqueda de los “primeros puestos” se convierte fácilmente en una adicción.

La imagen de los “primeros puestos” se convierte, por tanto, en una metáfora de todo aquello que hacemos con el objetivo -manifiesto o, con más frecuencia, disimulado- de destacar, sobresalir, ser vistos, impresionar, sentirnos “especiales”…, en definitiva, ser reconocidos. Por esa razón, detrás de esa búsqueda hay siempre un niño más o menos herido que hambrea reconocimiento.

Tal búsqueda, decía antes, funciona como una droga, con sus promesas, su engaño… y su trampa. Promete liberación de la sensación de vacío y logro de la plenitud añorada, pero lo que produce, en realidad, es alienación y separación. Aliena porque nos hace esclavos del yo (ego) y de sus intereses. Con lo cual perpetúa y ahonda la confusión y el sufrimiento.

La solución, sin embargo, no pasa por “olvidar” aquella necesidad -tarea, por otra parte, imposible- ni mucho menos por reprimirla, en aras incluso de una visión pseudoespiritual que descuidara el trabajo psicológico. La resolución pasa, justamente, por ese trabajo, que incluye autoconocimiento, aceptación de nosotros mismos y de toda nuestra historia, reeducación de la manera de gestionar aquella carencia y, eventualmente, terapia dirigida a curar en lo que sea posible la herida de no-reconocimiento. Solo este trabajo -unido a la comprensión propiamente espiritual- liberará de la compulsión por buscar los “primeros puestos” o por ser “especial”. Liberados de la tiranía de aquella necesidad infantil, habremos comprendido que, en nuestra verdadera identidad, no hay nada que buscar.

¿Cómo se manifiesta en mí la necesidad de ser reconocido o ser “especial”?

LAS RELIGIONES COMO OFERTAS DE SALVACIÓN

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

21 agosto 2022

Lc 13, 22-30

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Jesús le dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: «Señor, ábrenos» y él os replicará: «No sé quiénes sois». Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas». Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados». Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. 

LAS RELIGIONES COMO OFERTAS DE SALVACIÓN

Las religiones han cumplido diferentes funciones psico-sociales. Han aparecido como dadoras de sentido, favorecedoras de cohesión social y prometiendo salvación. Se trata de funciones que responden a necesidades fundamentales del ser humano, en cuanto animal simbólico, gregario y carenciado, respectivamente.

El yo busca desesperadamente, por todos los medios, de manera más o menos ansiosa o incluso compulsiva, alcanzar un “paraíso”, donde calmar su carencia y experimentar la plenitud. A eso las religiones lo han llamado “salvación”.

Tal idea de la salvación, nacida en una cosmovisión mítica, presuponía la existencia de un dios salvador que, desde fuera, liberaba a los humanos de su “destierro”, devolviéndolos al “paraíso perdido” o al “cielo” imaginado siempre de manera antropomórfica.

Además de requerir la existencia de un dios salvador, la salvación así entendida partía de una visión del ser humano identificado con su “personalidad”, es decir, con el yo.

Por tanto, todo cambia de manera radical al comprender que no somos el yo con el que nuestra mente nos había identificado. Somos consciencia (vida) experimentándose en esta forma particular que llamamos yo. No necesitamos, por tanto, ser salvados -nuestra identidad es plenitud-, sino liberarnos de la ignorancia que nos reducía a lo que no somos. Dicho brevemente: no se trata de salvar al yo, sino de liberarnos de (la identificación con) él.

Los creyentes de cualquier religión argüirán que tal planteamiento peca de autosuficiencia y orgullo. Más en concreto, desde el ámbito cristiano, tal actitud es etiquetada como “pelagianismo”, en alusión a aquelle “herejía” antigua -que remite el monje Pelagio, en los siglos IV-V de nuestra era-, según la cual, el ser humano era capaz de salvarse por sus propias fuerzas.

Sin embargo, no se trata de autosuficiencia, orgullo ni neopelagianismo, porque no se afirma que el yo logre la salvación. Imaginar que el yo pudiera salvarse a sí mismo equivaldría a creer que, como en el fantasioso relato del barón de Munchausen, alguien puede salir de un pozo tirando de sus propios cabellos.

No. Se trata de comprensión: nuestra identidad no es el yo carenciado -el cual es, como cualquier puede experimentar, solo un objeto que puede ser observado-, sino justamente Eso que lo observa, es decir, Eso que es consciente del yo y de todo el mundo de las formas. Pues bien, Eso que es consciente es ya plenitud, no necesita ser salvado. Lo que somos está ya salvado; solo necesitamos caer en la cuenta, comprenderlo y vivir en conexión consciente con lo que somos.

¿Qué me viene a la mente cuando escucho la palabra “salvación”?

QUÉ SOY YO // Esther Fernández Lorente

                                                               

                                               

 

                                              Qué soy yo
                                               sin las respuestas de libro,
sin teorías que apagan mi voz,
en esa verdad donde nunca alcanzo
a pronunciar ya las viejas palabras.

                                               Qué soy yo
                                               si no soy la piel gastada
que roza el sol reverenciando arrugas,
si no soy mi sonrisa ni mis manos
ni la mirada que ve con torpeza.
Si no soy el éxito cuando me aplauden
ni el fracaso si no escuchan mi voz.

                                              Qué soy yo
                                              si no soy mis emociones
cuando me siento, a veces, tan ajena
o tan intima y dueña de esta casa,
si no soy mi tristeza ni los miedos
tatuados en las líneas de mi mapa,
si no soy esa calma, ese anhelo
de tocar el embrujo de la vida.

                                                Qué soy yo
                                                si no soy esas ideas
que embriagan y conducen torpemente,
si no soy lo que pienso, lo que digo,
esa imagen tan grabada en mis creencias
ni la voz que me habla sin descanso.

                                                 Qué soy yo
                                                 si puedo notar mi cuerpo,
y veo cada idea, cada paso,
si me doy cuenta de que estoy sintiendo,
si contemplo mis manos sosteniendo
esta única pregunta de la vida.

Qué soy yo
más allá de todo eso.
Qué soy yo.
Más allá y en todo eso,
solo,
soy.

Esther Fernández Lorente.