¿CREER?

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

1 agosto 2021

Jn 6, 24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”. Jesús les contestó: “Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios”. Ellos le preguntaron: “¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”. Respondió Jesús: “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha enviado”. Ellos le replicaron: “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”.

¿CREER?

 Tal como suele entenderse en este evangelio, creer no significa tanto adhesión mental cuanto confianza inquebrantable. Y, en este mismo evangelio, se invita a creer en Jesús -más aún, se afirma que en eso se resume la voluntad de Dios-, con la promesa de que la confianza en él saciará toda hambre y toda sed.

 En el texto encontramos dos afirmaciones que, por más que se les haya concedido una validez durante siglos, entran en fuerte disonancia con la consciencia moderna y son superadas en una mirada transpersonal. Las dos afirmaciones a las que me refiero pueden sintetizarse de este modo: la salvación viene de “fuera” y se juega decisivamente en la figura de Jesús. Analicemos ambas creencias.

 Las religiones ofrecen una salvación que viene de “fuera”. Es precisamente ese “fuera” el que hoy se cuestiona: fuera, ¿de qué?; fuera, ¿dónde?; ¿acaso puede haber algo “fuera” de lo real? A medida que nos hacemos más conscientes de la capacidad proyectiva de la mente, nos resulta más fácil entender su tendencia a colocar “fuera” -o viniendo de fuera- aquello que más anhelamos. Desde la percepción de su propia necesidad e inseguridad, el ser humano dirigió su mirada hacia “algo” más grande que él que nombramos como “trascendencia”.

 Sin embargo, como los místicos han sabido ver, la trascendencia no se halla fuera, ni siquiera lejos, sino en nuestra más íntima profundidad. Hasta el punto de poder afirmar que constituye aquello que realmente somos. Con lo que venimos a descubrir que aquello que nuestra mente había proyectado en el exterior no es sino nuestra identidad habitualmente ignorada.

 Por su parte, la religión cristiana -a partir de Pablo de Tarso- otorgó a Jesús el rango de “salvador”, haciendo de él un ser radicalmente diferente de todos los demás. En consonancia con el momento histórico en que aparece, convierte a Jesús en un Dios “separado”, con cualidades y poderes únicos.

 Sin embargo, bien pudiera ser que se tratara solo de una lectura realizada desde la fe -de un “mapa creyente”-, que se desvela con nitidez al hacernos conscientes que aquello que se afirma de Jesús vale en realidad para todos nosotros.

 ¿Qué significa, por tanto, creer en Jesús y ver saciado nuestro anhelo? Por decirlo brevemente: comprender lo que realmente somos. Como el Jesús del cuarto evangelio, todos nosotros podemos decir: “El Padre y yo somos uno”, “Yo soy la vida” o, sencillamente, “Yo soy”. Y no hablo lógicamente del yo particular o ego, sino de aquella identidad profunda que compartimos con Jesús y todos los seres. Así entiendo por qué en eso se condensa todo: cuando se comprende experiencialmente lo que somos, se ha encontrado el tesoro.

¿Dónde busco la respuesta a mi anhelo más profundo?

 

Semana 25 de julio: MI GUÍA // María Jesús Méndez

Me esperabas en el camino nublado, frío y al alba.
Con tu manto de luz, disipas todas mis lágrimas,
rompiendo las rocas, clavadas en mis entrañas.

Meces a mi niña, con tus manos de malvas,
niña encerrada, que llora y grita
y hasta ensordecer, me llama.

Sal de tu coraza, rompe, chilla,
hasta matar toda tu rabia.
No temas, niña dormida,
que ahora estás en casa.

Plumas que me acarician y van trayendo la calma,
sol blanco, nieve caliente, que me desnuda,
amamantando mi alma.

Navegaré sin barco, contigo y sin rumbo,
como la sal en el agua.
Sin miedo a ahogarme ya,
porque al fin sé…
                           que soy el AGUA.

 María Jesús Méndez Ramírez.

PODER O SERVICIO

Fiesta de Santiago 

25 julio 2021

Mt 20, 20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Pero Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Contestaron: “Lo somos”. Él les dijo: “Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”. Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”.

PODER O SERVICIO

  Parece que la búsqueda de poder, en todos los niveles, es tan antigua como la humanidad. También en el reducido grupo de Jesús, que siempre lo denunció con fuerza, afloró la lucha interna por ese motivo. El evangelista Mateo, tratando de “suavizar” la situación, pone la petición en boca de la madre de los Zebedeos, aunque sabemos por Marcos (10,35) que no fue ella, sino los propios hermanos, quienes reclamaban de Jesús los lugares de privilegio.

  ¿Qué tiene el poder que lo convierte en objeto prioritario de deseo? Fundamentalmente, promesa de autoafirmación, de bienestar y de seguridad. Veamos cada una de ellas.

  El yo se afirma en la comparación, confrontándose con los otros -si dejara de confrontarse, saldría de la consciencia de separatividad y terminaría diluyéndose- y marcando su (imaginada) superioridad. El poder le promete una posición de superioridad e incluso de dominio, sumamente golosa para él.

  El yo trata de eludir constantemente la frustración. Desde su pretensión de que la realidad responda a sus deseos, cree encontrar en el poder la posición privilegiada para conseguir todo lo que se propone.

  El yo, como vacío que es, hambrea seguridad. Ahí nace su necesidad compulsiva de aferrarse a todo aquello que puede sostenerlo: posesiones, bienes, títulos, imagen, relaciones… Pues bien, el poder promete otorgarle una aureola de fuerza y de superioridad, haciéndole creer que se encuentra a salvo de los miedos.

  Eso es lo que el poder promete. Pero la realidad es bien distinta: lo que realmente produce es división y enfrentamiento. Y es aquí donde se hace patente la sabiduría de Jesús, constatando cómo funciona el ejercicio del poder, previniendo de su trampa (“no será así entre vosotros”) y compartiendo su propio camino de servicio.

 La sabiduría -el acierto en la existencia- no pasa por acumular poder, sino por servir hasta dar la vida. La búsqueda de poder es el programa del ego, que terminará en frustración; el servicio nace de la comprensión de lo que somos.

¿Qué hay en mí de búsqueda de poder, aunque solo sea en mis relaciones más cercanas, y qué hay de servicio?

Semana 18 de julio: A VUELTAS CON LA CONSCIENCIA // José Enrique Campillo

Entrevista de Irene Hernández Velasco a José Enrique Campillo, en El Mundo, 29 mayo 2021.
https://www.elmundo.es/papel/cultura/2021/05/29/60b0f137fc6c8326708b4612.html?fbclid=IwAR1TzrEOEDIaGFy0VtrAK5-

José Enrique Campillo, Cáceres 1948. Médico, catedrático emérito de Fisiología en la Universidad de Extremadura, Premio Nacional de Investigación 1989. En La consciencia humana (Arpa) analiza las bases biológicas, fisiológicas y culturales de ese escurridizo dispositivo.

La revista Science publicó en 2005 un ránking de las 125 preguntas más importantes para la humanidad a las que ciencia aún no ha sabido dar respuesta. La primera era «¿De qué está hecho el universo?», y la segunda «¿Cuál es la base biológica de la consciencia?». Quince años después, ¿sabemos algo nuevo?

No. Los físicos, los médicos y por supuesto los neurólogos siguen sin saber dónde está esa función tan específica que es la consciencia. Conocemos la inteligencia, conocemos cómo opera el cerebro, cómo escribimos, cómo hacemos cálculos, qué centros regulan todo eso… Pero la consciencia, ese sentido íntimo de que existimos, de que tenemos un pasado, un presente y un futuro, de que sabemos que vamos a morir, de que podemos creer en cosas que no existen como espíritus, todo eso tan exclusivamente humano no tenemos ni idea, ni idea, de dónde se produce.

¿No reside la consciencia en el cerebro, el motor del conocimiento?

Hay muchas sospechas, avaladas por investigaciones muy interesantes, que proponen que posiblemente no toda la consciencia se genere en el cerebro.

¿Entonces dónde se generaría?

No lo sabemos. Pero el corazón es por ejemplo un órgano que tiene miles de neuronas y muchas conexiones. Varios artículos, libros e incluso creo que una serie o película de Netflix hablan de que muchos trasplantados del corazón, después del trasplante, empezaron a tener gustos que antes no tenían, a pensar y a sentir cosas que antes no sentían. Cuando un médico cardiólogo se dedicó a investigar este asunto, se dio cuenta de que la mayor parte de los nuevos recuerdos y nuevas sensaciones que tenían los trasplantados del corazón correspondían a sensaciones que habían disfrutado en vida los donantes del corazón. Pero aparte de eso, hay también una posible conexión extracerebral y extracorporal en relación con la consciencia.

No sé si lo entiendo…

Se habla mucho hoy en día de la consciencia compartida, de la consciencia universal. Hay estudios interesantísimos realizados por la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, en el que se han repartido por el mundo unos 60 sensores capaces de captar actividad cerebral. Por así decirlo, esos sensores son captadores de variaciones de la consciencia cósmica, de la consciencia universal. Hay una página web del laboratorio de la universidad que hace estos estudios donde se señalan acontecimientos mundiales como los atentados contra las Torres Gemelas o la pandemia de coronavirus, y siempre, siempre se han asociado a cambios en la secuencia de unos y ceros que generaban estos artilugios, y que evidentemente se debían a la influencia de modificaciones de la consciencia a nivel global, a nivel universal. Hay muchos estudios que sugieren que la consciencia no es solo cosa del cerebro, sino que posiblemente ni siquiera se circunscriba al ámbito de nuestro cuerpo.

¿Es la consciencia lo que nos hace humanos, lo que más nos distingue del resto de seres vivos?

Sí, por supuesto. Es la característica fundamental, la más importante.

¿Los animales no tienen consciencia?

Hay una polémica bastante grande sobre si algunos animales, por ejemplo los simios, podrían tener consciencia. Pero se ha demostrado que no. Hay un libro muy curioso de un filósofo americano que trata este tema y se pregunta en el título cómo es ser un murciélago, porque lo difícil es saber qué es lo que siente un murciélago o un perro. El ordenador que constituye la cabeza de un perro o de otro animal similar es como si no tuviera el software, por así decirlo, con los sentimientos de la consciencia. Los animales pueden tener actividades mentales, pueden resolver problemas. Cuando yo investigaba tenía unas ratas a las que se les enseñaba a apretar una palanca para comer, y eso lo aprenden. Pero eso no es consciencia.

¿Y qué es la consciencia exactamente?

Hay mucha confusión en general sobre qué es la consciencia. La primera confusión es que mucha gente confunde conciencia con consciencia. Y según la Real Academia de la Lengua son cosas diferentes. Conciencia tiene que ver con la moral, con el pecado, con lo que está bien y lo que está mal, es el examen de conciencia que hacen los católicos antes de confesarse. La consciencia es ese sentimiento de que estamos vivos, de que existimos. Y ese sentimiento no lo compartimos con los animales, porque la mayor parte de los animales no tienen consciencia de futuro ni de pasado, los perros que ahora son grandes no recuerdan por ejemplo lo bien que lo pasaron tal día cuando eran cachorros… Los animales no tienen el software capaz para albergar ese tipo de sentimientos. Por eso no hay que confundir inteligencia, mente, y actividad mental con consciencia. Son cosas diferentes.

En su libro pone un ejemplo muy ilustrativo hablando del ajedrez de lo que es actividad cerebral y lo que es consciencia…

Sí. Jugar al ajedrez una mañana con un amigo es actividad cerebral. Eso lo puede emular un ordenador, incluso con ventaja. Pero si yo juego esa partida a la semana siguiente de morirse mi abuelo, que fue quien me enseñó a jugar al ajedrez y con quien jugaba todos los fines de semana una partida, le voy a añadir a esa partida un sentimiento de pena, de añoranza, de recuerdo. Eso es consciencia.

¿Los ordenadores pueden reproducir la consciencia?

No. El sentimiento del que le hablaba en el ejemplo del ajedrez no lo puede emular, de momento, ningún ordenador. Ni siquiera los ordenadores cuánticos, porque sus algoritmos no son capaces de reproducir una actividad tan íntima y profunda como son los sentimientos, la imaginación. Un profesor americano dice que la consciencia son pensamientos que se mueven en el espacio y en el tiempo. En el libro cuento por ejemplo que una noche estuve viendo hasta tarde en televisión el rover, el vehículo que está en Marte dando paseos. Me acosté emocionado con eso, y cuando estaba en la cama hice un ejercicio mental divertido: me imaginé que de repente salía de mi casa, daba un salto y me plantaba en la superficie de Marte. La consciencia permite que yo, en pijama y metido en la cama, me imagine que doy un salto y llego junto al vehículo rover en plena superficie marciana. Eso son actividades única y exclusivamente de la consciencia, no es la mente, no es la inteligencia, no es la habilidad. Un ordenador puede tocar el violín, pero la emoción que le pone un violinista, y que es consciencia, el ordenador no la tiene. La consciencia es una cosa totalmente desconocida que el día que seamos capaces de dominar nos va a cambiar la vida.

¿La consciencia muere al morir nosotros?

Ya hay físicos cuánticos que hablan de inmortalidad cuántica. Los huesos se pueden pudrir, pero el artilugio que sostiene la parte más íntima de nosotros mismos, eso persiste en algún formato. Los religiosos pueden pensar en el cielo o en el infierno, en que se transmigran en otro ser vivo… Yo lanzo la hipótesis «smartphone» de la consciencia. Lo mejor de nuestro teléfono móvil no está en el aparato, está en una nube, en un lugar misterioso de donde te lo puedes bajar. Si este teléfono que yo ahora tengo entre las manos lo tiro contra el suelo y lo rompo, los vídeos de mis nietas y las fotos están en la nube, las puedo rescatar, aunque mi móvil haya muerto. Esa idea tiene muchos seguidores hoy en día y se llama inmortalidad cuántica. Y todas las cosas que están diciendo los cuánticos respecto a la consciencia lo averiguan con las mismas matemáticas que usan para poner en marcha todos los artilugios que hacen que funcionen los teléfonos móviles.

Pero si la consciencia nos puede sobrevivir. ¿No sería entonces el alma?

El alma es un concepto más amplio. El alma, en el modelo Smartphone, incluiría también la batería, la hora, la linterna que puedo encender si me quedo a oscuras… El alma para los filósofos griegos era lo que nos mueve. Una parte pequeña del alma, fundamental y exclusiva del ser humano, sería la consciencia. Y esa consciencia, con las cualidades tan especiales que tiene, posiblemente perviva en algún tipo de formato.

Decía antes que es posible que haya una conexión extracorporal en relación con la consciencia. ¿Me lo explica?

Nosotros estamos conectados con todo. Los átomos son inmortales, los átomos solo mueren en las explosiones nucleares. Y todos los átomos que nosotros tenemos, que forman nuestro cuerpo, son de segunda mano. Y todos los átomos que tenemos, todos, proceden de alguna estrella que explotó en su día. Por lo tanto, estamos todos conectados a nivel cuántico, por así decirlo. Esa conexión existe. Los propios físicos hablan de campos cuánticos y de que eso existe. Es como si estuviéramos conectados por hilos. Esa atracción que sentimos por alguien, esas conexiones mágicas que establecemos con una persona a la que de repente conocemos, cuando te equivocas al marcar un número de teléfono y te conectas con una persona con la cual se establece una relación que puede cambiarte la vida… Todo ese tipo de cosas nos indicarían cómo la actividad de nuestras consciencias modificaría una especie de espacio o campo que tenemos a nuestro alrededor o incluso a grandes distancias. La gravedad, por ejemplo, sabemos que es una deformación del espacio/tiempo, como demostró Einstein. Sería algo parecido a eso, algo que nos permitiría conectarnos a distancia, sin que nos demos cuenta, y que llamamos casualidades; todo ese tipo de cosas que no nos podemos explicar y que en todas las encrucijadas de la vida han hecho que tomáramos una u otra dirección.

La consciencia sería responsable de algunas de las grandes cosas de los seres humanos: la empatía, el altruismo, el amor, la espiritualidad… Pero también estaría detrás de cosas tan terribles como la crueldad, ¿no?

Los seres humanos son los animales más crueles que existen. Todos los animales matan a sus presas simple y exclusivamente por necesidad, y además con el mínimo sufrimiento. Un león se abate sobre una cebra, le pega una dentellada en el cuerpo y la mata instantáneamente. Pero nosotros no, nosotros los seres humanos somos capaces de crueldades espantosas: de crucificar, de empalar, de quemar, de torturar, de arrasar poblaciones enteras… Eso es única y exclusivamente producto de nuestra consciencia, porque es una actividad que se mueve en el espacio y en el tiempo, que es lo que caracteriza a nuestra consciencia. Así que desgraciadamente, la crueldad es típicamente humana y es un producto de nuestra consciencia. Como también lo es el altruismo, el que un chico que va en monopatín se enfrente a unos terroristas al ver que están apuñalando a una chica y muera en el intento.

¿La consciencia también cree en cosas que no existen?

Sí, en cosas que no existen o que no somos capaces de ver. Si yo voy, por ejemplo, por el campo y veo que me sobrevuela un avión a gran altura, mi consciencia me permite imaginarme que dentro de ese avión va un montón de gente, disfrutando algunos del viaje, otros comiendo, otros viendo una película, algunos esperanzados por ver a su familia… Todo eso lo puedo imaginar e incluso verlo con mi consciencia. Pero ¿qué percepción tiene de ese avión y de la vida que hay en su interior la hormiga que acabo de evitar pisar, y que es tan real como el propio avión? Una de las cosas que hace la consciencia, y que la mayoría de la gente desconoce, es que se inventa el mundo en el que vivimos. Porque en el mundo en el que estamos ahora mismo viviendo no tiene nada que ver la realidad con lo que nosotros vemos.

No entiendo…

Ya lo dijo el obispo Berkeley en el 1710, en esa frase que ahora está tan de moda: «Si un árbol cae en un bosque y nadie está allí para oírlo, ¿hace algún ruido?». No, no hace ruido, porque el sonido es una vibración que nuestros sentidos captan a través del oído, y si al caer el árbol no hay alguien cerca de él no hay ruido. Del mismo modo, todo lo que usted está viendo ahora mismo a su alrededor es falso. No existe en absoluto en la forma en la que usted lo está viendo. La consciencia inventa un mundo cuántico de átomos, de partículas, de fotones y de energía para nuestro uso particular.

Pero, volviendo su ejemplo anterior, cuando pasa un avión por el cielo todos vemos un avión…

¿Y usted cómo sabe que estamos viendo todos lo mismo? El propio Einstein decía: «Cuando no miro la Luna, la Luna no está allí». A su ordenador, a través del wifi o de la fibra óptica, solo entran unos y ceros, nada más, millones de unos y ceros. Pero el ordenador tiene un software que transforma ese galimatías de unos y ceros en imágenes, en texto, en figuras… Exactamente lo mismo hace la consciencia. A nosotros, lo que nos llega son prácticamente señales informáticas en código binario, unos y ceros. Nuestros órganos de los sentidos actúan como tarjetas gráficas, como el software del ordenador, y cogen todo ese barullo de unos y ceros en forma de vibraciones del aire y lo transforman en sonido, en luz si son en forma de fotones… Los órganos de los sentidos transforman esos unos y ceros en algo que nos permita vivir. Una de las funciones de la consciencia es precisamente inventarse el mundo para nosotros. Ya lo dijo Berkeley y lo han dicho muchos filósofos. Y el científico estadounidense Robert Lanza, en su libro «Biocentrismo», llega a decir que ni siquiera existe el tiempo y el espacio.

¿Entonces cada uno podríamos ver un mundo diferente?

Sí. Yo puedo decirle que el cielo que veo ahora mismo es azul, pero ¿qué es azul? Yo llamo azul a unos fotones con una determinada longitud de onda que mis células de la retina procesan y hacen que la corteza occipital de mi cerebro lo vea de color azul. Pero el color azul que yo veo seguramente no sea el mismo que ve usted. Un niño nace y no ve, un niño tiene que aprender a ver. Es mentira eso que cuentan las típicas películas de la chica de familia humilde, ciega de nacimiento, de la que se enamora un chico rico que le consigue un médico oftalmólogo buenísimo, que cobra un pastón, y que la opera; y que cuando a la chica le quitan los apósitos ésta ve. No, esa chica no ve nada, tiene que aprender a ver, tiene que aprender a interpretar los fotones que le llegan a la retina para componer imágenes. Y aún hay otra cosa…

¿Qué?

Los átomos están vacíos en un 99%, así que las cosas que tocamos y percibimos como duras no lo son. Usted está ahora mismo sentada. Sin embargo, hay un espacio de unos angstroms entre su posadera y el asiento, porque los electrones de los átomos se repelen entre sí. Y lo mismo ocurre cuando se toca a alguien: los electrones de los átomos se repelen, y esa repulsión hace que se deforme la piel, y al deformarse la piel pone en marcha unos receptores que transforman esa sensación de repulsión electromagnética en sensación táctil. De eso no hay ninguna duda. Si ahora mismo se estropeara mi sistema y yo viera la gente como realmente es, como una fuente de fotones y de partículas, como un batiburrillo de átomos moviéndose, saldría corriendo, sería terrorífico.

¿Se llegará alguna vez a entender la consciencia, dónde está, cómo funciona?

Se están haciendo esfuerzos. Todo el funcionamiento del sistema nervioso se resolvió con la electricidad y con la física. Pero la consciencia no se explica con eso. Los físicos cuánticos están realizando unos trabajos impresionantes. Sin embargo, mientras que yo puedo coger la pata de una rana, conectarle un cable a un nervio de la pata de la rana, ver si la pata se contrae y luego estudiar eso y traspasarlo a los seres humanos, con la consciencia no se puede hacer, porque no existe en los animales. Entre que no hay mucho interés médico y lo dificilísimo que es estudiar la consciencia, no hay muchos avances. Pero se están haciendo esfuerzos. Solo la física cuántica va a resolver el problema.

DESCANSO

Domingo XVI del Tiempo Ordinario

18 julio 2021

Mc 6, 30-34

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús. Y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y sintió compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

DESCANSO

  Hay diferentes formas de cansancio: el que es resultado de un trabajo físico o mental, el provocado por situaciones de sobreexigencia o estrés, el que es consecuencia de un malestar psíquico debido a alguna tensión o fractura interna que requiere un gasto considerable de energía, el derivado de la cavilación o rumiación mental…

  Todos los tipos de cansancio psíquico o mental demandan cuidado y reclaman tomar medidas adecuadas, sobre todo, para ir quitando las causas que se hallan en su origen.

  El descanso requiere armonizarse y retirarse. La armonía consigo mismo es unificación y paz interior, sin las que es imposible descansar. Retirarse significa, sobre todo, y sin negar la importancia de alejarse por un tiempo del lugar y de las actividades habituales, tomar distancia de la mente pensante y de sus cavilaciones.

  En ese sentido, retiro es sinónimo de silencio de la mente y del ego. Y gracias a ese silencio, no solo nos sentimos más descansados -porque cesa la resistencia y nos alineamos con lo que es-, sino que accedemos a nuestra dimensión profunda (espiritual), donde experimentamos que, aun en medio de todo lo que nos sucede, somos Descanso. Y aquí es necesario escribirlo con mayúscula. Porque comprendemos -y podemos experimentar- que el descanso del que hablamos no es solo “algo” a cuidar y disfrutar, sino otro nombre de nuestra verdadera identidad.

  Con ello -no podía ser de otro modo-, se nos hace presente nuestra paradoja: somos Descanso estable y somos, también, seres limitados y frágiles, que se cansan con facilidad. La sabiduría (o espiritualidad) consiste en articular adecuadamente este doble nivel, y ello requiere, desde mi perspectiva, ejercitarse en la práctica meditativa, como herramienta en la que nos disponemos a experimentar el silencio y el Descanso que somos.

   Este descanso no solo repara, sino que nos sitúa en el buen lugar, desde el que podremos dejar que la vida fluya en todas las direcciones.

¿Cómo vivo y qué es el descanso para mí?

Semana 11 de julio: PASIVA REFLEJA // Esther Fernández Lorente

〈Introducción:
Este poema de Esther expresa con «agudeza» lo que ocurre cuando se empieza a hacer la luz en nosotros. Es así, y lo expresa (se expresa en ella) con acierto. No en vano, los místicos siempre empezaban a usar esta «pasiva refleja» -ni impersonal, ni posesiva; ¿transpersonal?- en cuanto se les regalaba ver algo….

Hay un “se” que está creciendo en mí.

Se oyen palabras desconocidas,
se comprenden significados nuevos,
se deja caer el miedo y se hace la confianza,
se ve luz en los cuartos cerrados,
se ve más luz en los cuartos abiertos.
Se percibe la calma, a veces, en la tormenta.
Se toca la calma, se mueve en lo profundo,
sí, cada vez más y más y más en el centro.
Se pintan los huecos de colores distintos,
se valora cada color, con su propio matiz,
se acepta el ocre, también el gris y el negro…

Parece algo impersonal, es así, y no consigo
poner nombre al sujeto de tanta vida,
encontrar la palabra precisa para
atraparlo y exponerlo en la pared de “lo mío”.
Siempre es más, siempre es distinto y el mismo,
todo y uno, está más allá
y plenamente aquí, fuera y dentro.

Mi yo se apropia del “se” y lo siente reflexivo,
es él el que se busca, se encuentra,
se trabaja, se enciende y se apaga,
se mira y se remira constante en el espejo.
¡Pobre imagen largamente sostenida
que no alcanza a comprender la simplicidad
de soltar las riendas y vivir el juego!

Pero es pasiva la voz que conjuga mi existencia.
Ese “se” va extendiendo su espacio sin que pueda,
ni siquiera, con los “mis” estorbar el hecho:
canal de la bondad,
canal de la verdad,
canal de la belleza,
soy encontrada, rendida, bendecida, transitada,
llevada y recibida por las manos del Amor.
Es pasiva refleja la voz que escucho.
Se despliega, en ese “se”, el Silencio.

Esther Fernández Lorente.