SOMOS TODAS LAS COSAS

Fiesta de «Corpus Christi»

6 junio 2021

Mc 14, 12-16

El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?». Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

SOMOS TODAS LAS COSAS

Toda la tradición cristiana ha considerado la Eucaristía -que, según esa misma tradición, habría sido instituida en la “Última Cena”- como la “presencia real” de Cristo “bajo las especies” de pan y de vino.

Esa lectura o interpretación queda ampliada y enriquecida desde la comprensión no-dual. Desde ella, el acento se coloca en la unidad radical de todo, más allá de las diferencias. Unidad que, según los relatos de los evangelios, vivió Jesús conscientemente y de manera explícita.

De todos ellos, es el evangelio de Juan quien más la subraya, poniendo en boca del Maestro de Nazaret las siguientes expresiones: “El Padre y yo somos uno”, “Quien me ve a mí, ve al Padre”, “Yo soy” (que se repite en siete ocasiones).

Pues bien, el mismo que afirma ser uno con el Padre, es también quien, en los evangelios sinópticos expresa que todo lo que le hacen a alguien, se lo están haciendo a él (Mt 25,40).

Y para expresar que esa unidad no conoce fronteras, se extiende incluso al pan, sobre el que pronuncia las palabras “Esto es mi cuerpo” que originalmente, según reconocen algunos estudiosos del arameo, serían una adaptación al griego de la frase: “Esto soy yo”.

Todo ello casa con una expresión contundente que recoge el evangelio de Tomás, en el logion 77: “Jesús les dijo: «Yo soy todas las cosas»”.

Mientras perdura la identificación con el yo separado -con nuestra personalidad-, es imposible pronunciar esa frase, del mismo modo que resulta imposible entenderla y aceptarla. A quienes se hallan en la lectura tradicional, les resultará incluso blasfema.

Sin embargo, quien ha vivido la experiencia de una comprensión profunda, encuentra que es tal vez el modo menos inadecuado de nombrar lo que se le ha mostrado. Porque quien habla ahí -el sujeto de esa expresión- no es el yo separado, sino la consciencia una que es la misma en todos los seres. Y es esa consciencia la que se reconoce como sujeto -en realidad, el único sujeto-.

El lenguaje utilizado será siempre relativo y es lo que menos importa, ya que no existe lenguaje que pudiera ser adecuado, porque nos estamos refiriendo a lo que es inefable. Por eso, el místico teísta puede nombrarlo como “Dios” o como “Padre”. Sin embargo, más allá del término empleado, se está hablando de la misma realidad.

Aparecemos como una forma -yo o persona- separada, real en su propio nivel de realidad; sin embargo, en rigor, no somos la forma que aparece, sino Eso que es consciente de ella. Y Eso es todas las cosas.

¿Cómo me comprendo?

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO Y DEL ESPACIO

Fiesta de la Trinidad

30 mayo 2021

Mt 28, 16-20

En aquel tiempo, los Once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

MÁS ALLÁ DEL TIEMPO Y DEL ESPACIO

 Todas las formas son espacio-temporales: ocupan un lugar en el espacio y en el tiempo. De hecho, el espacio-tiempo -una dimensión más en el mundo de los objetos- es “creado” por estos en la medida en que se expanden y se mueven. Lo cual significa que nacen simultáneamente.

 Lo realmente real, sin embargo, trasciende el tiempo y el espacio. Por eso, de ello no puede decirse con rigor que “existe”, sino que sencillamente “es”.

 En nuestro nivel “superficial” -del yo o de la persona- existimos como una forma más. En nuestra identidad profunda, somos. Todo lo que existe aparece y desaparece, nace y muere. Lo que es, sin embargo, permanece idéntico a sí mismo de manera estable.

 «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, afirma Jesús, según este relato evangélico. En nuestra identidad profunda, más allá de la “forma” única de cada cual, somos lo mismo que Jesús. Por tanto, aquellas palabras podrían “traducirse” de este modo: lo que somos (“Yo soy”) está siempre con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

 Nuestra tragedia es que tendemos a olvidarlo, viviéndonos desconectados de la verdad de lo que somos, o poniendo nuestra “salvación” fuera de nosotros. La sabiduría, por el contrario, significa vivir anclados en nuestra identidad -atemporal, ilimitada- mientras nos “desplegamos” en esta forma que se mueve en el tiempo y el espacio.

 Para el cuarto evangelio, Jesús es el “Yo soy” -“el Padre y yo somos uno”-, viviéndose en la “forma” del carpintero de Nazaret y luego maestro itinerante. Del mismo modo, todos y todas somos el mismo “Yo soy”, viviéndose en cada una de nuestras personas.

¿Me reduzco al espacio-tiempo o me reconozco en la consciencia que lo trasciende?

Semana 23 de mayo: ACEPTACIÓN // Esther Fernández Lorente

Cuando la aceptación quiso instalarse en mi casa,
me asusté de su apariencia pasiva.

Comencé a recordar los días especiales,
las noches intensas de imposible bebido a grandes sorbos
y me atreví a llamarla: “ladrona de Vida”,
“ladrona de deseos”.

Me he resistido a sus suaves toques,
a sus roces intensos,
pronunciando ese nombre que soy
más allá de mi exuberante apariencia,
también en ella.

Me he resistido con sentimientos de frustración
por lo que ya no es,
por lo que no importa si será,
por ese tono ronco y dulce con el que me habla.

Oía: soltar, soltar el pasado,
soltar, soltar, soltar el futuro.
Y quedaba ese «sin nada» que me dejaba a oscuras,
en silencio y paralizada.

¡Qué engaño! No sé soltar y,
sin embargo, Ella ha ido acompañando
el eco ansioso: “no sé soltar”,
con su honda presencia,
para ir vaciando mis manos,
mi mente, mi corazón
de vanos caminos a ninguna parte o,
mejor dicho, a la cima de mi soledad.

Y no se ha quejado del paso lento,
de las ataduras, temblorosamente sostenidas,
aferrándome a nombres, cosas, personas y lugares
como a centros de sentido y adicción.

Bajo su sombra amiga,
sobre su cimiento callado,
va surgiendo un nuevo nombre sin nombre
que habita las simas y los cielos
preñándolo todo de absoluta belleza:
lo que Es va acunando mis sueños
y desplegando la calma
a La Luz clara y serena del Amor,
su otro nombre, su mismo rostro,
la melodía de la Vida escuchada.

Esther Fernández Lorente.

PAZ

Fiesta de Pentecostés

23 mayo 2021

Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

 PAZ

 La paz, en todos los niveles -consigo mismo, con los otros, con la naturaleza, entre los pueblos…-, constituye uno de los anhelos más profundos del ser humano. Y apreciamos su importancia, como suele ocurrirnos con cualquier otro bien, cuando lo perdemos. Aunque, en realidad, no podemos perder la paz, porque es lo que somos.

 En nuestra identidad profunda, somos paz. Lo que sucede es que, en ocasiones, nuestra mente pensante nos ciega y la ignorancia nos impide verla; o bien nos situamos en un “lugar” desde donde es imposible vivirla. Porque vivir en paz no depende de nuestra voluntad, sino del “lugar” donde nos situamos

 El ego, producto de la mente pensante, no puede experimentar la paz porque es impermanente y la impermanencia implica alteración. La paz no se encuentra en la mente pensante que, desde la estrechez de su mirada, se convierte en una fábrica de preocupaciones constantes.

 La mente y el ego únicamente pueden aspirar a lo que el evangelio de Juan llamaba la “paz del mundo”, aquella que depende de que todo “nos vaya bien”, y que se esfuma por completo cuando aparece la frustración. Pero hablamos aquí de “la paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27), aquella que está a salvo de las circunstancias que ocurren, la paz que no puede desaparecer porque es lo que somos.

 Encontrarla, saborearla y vivirnos desde ella requiere, por tanto, situarnos en el “lugar” de nuestra verdadera identidad, que no es el ego ni la mente. Lo cual implica situarnos “un paso detrás” de la mente, en el Testigo, y experimentar lo que ahí ocurre.

  Mientras estamos en la mente pensante creemos ser el yo separado, confundiendo nuestra personalidad con nuestra identidad. Al observar la mente, salimos de aquella identificación y accedemos al “lugar” donde realmente nos encontramos con nuestra verdad.

 Si la mente pensante es un lugar de alteración y preocupaciones, el Testigo es el lugar de la ecuanimidad…, de la paz estable. Lo cual no significa que todo nos vaya a “ir bien”, ni que no haya dolor. Eso continuará, pero lo viviremos desde ese otro lugar, donde todo lo que aparece es reconocido como un “objeto” y tratado como tal. En la comprensión de que no somos ningún objeto -la paz tampoco lo es-, sino la espaciosidad consciente y serena en la que todos los objetos aparecen. Situarnos en el Testigo hace posible deshacer las “burbujas” de preocupación, miedo, soledad, sufrimiento…, que la mente pensante crea sin cesar. Si permanecemos girando, cavilando o rumiando esas “burbujas”, terminaremos atrapados y quedaremos encerrados en ellas. Al cambiar de “lugar”, nos liberamos y nos descubrimos en “casa”.

¿Vivo en paz?

Semana 16 de mayo: EL UNIVERSO PODRÍA SER CONSCIENTE // Eduardo Martínez de la Fe

Científicos alemanes se han apoyado en las matemáticas avanzadas para sugerir que todo tipo de materia inanimada podría ser consciente, tal vez incluso el universo.

Las matemáticas podrían confirmar que una antigua sospecha científica puede ser cierta: el universo alberga algún tipo de consciencia.

La idea no es nueva: desde 2004, una hipótesis científica, conocida como Teoría de la información integrada (IIT), se ha propuesto explicar la naturaleza básica de la consciencia.

Pretende identificar si los objetos del universo y sus interacciones expresan “un punto de vista subjetivo”.

En el supuesto de que así sea, esta teoría se propone descubrir si esos procesos sutiles pueden describirse matemáticamente.

Este modelo matemático considera que la consciencia podría ser como una nueva ley de la física que explicaría por qué se agrupan los componentes elementales del Universo.

Nueva perspectiva

Esta hipótesis, tan documentada como cuestionada por la comunidad científica, ha resurgido ahora porque un equipo de matemáticos y físicos alemanes ha profundizado en la citada teoría y llegado a una conclusión sorprendente.

Tal como informa al respecto New Scientist, lo que están descubriendo estos científicos alemanes parece sugerir que, si queremos lograr una descripción precisa de la consciencia, tendremos que abandonar nuestras intuiciones y aceptar que todo tipo de materia inanimada podría ser consciente, tal vez incluso el universo en su conjunto.

Para llegar a esta conclusión, estos científicos han profundizado en la IIT y desarrollado un modelo matemático que podría cuantificar y medir la consciencia.

Usando las matemáticas, aseguran poder predecir cuán consciente es un sistema dado, lo que, según uno de los autores de esta aproximación, Johannes Kleiner, del Centro de Filosofía Matemática de Múnich, sería “el comienzo de una revolución científica.”

Valor phi

IIT se basa en un valor llamado phi que representa la interconectividad de un nodo, ya sea una región del cerebro, circuitos biológicos o un átomo.

Ese valor representa el nivel de conciencia del nodo. La corteza cerebral, por ejemplo, tiene un alto valor phi porque contiene un grupo denso de neuronas ampliamente interconectadas.

Sin embargo, hasta ahora ha resultado imposible calcular el valor phi de un cerebro humano porque averiguarlo llevaría un tiempo equivalente a la edad del universo.

Los matemáticos alemanes habrían conseguido simplificar este proceso de forma significativa, tal como explican en un artículo publicado en el repositorio de prepublicaciones científicas ArXiv.

Los laberintos de la consciencia

Esta investigación representa un paso relevante en la vieja aspiración de las neurociencias por conocer mejor la naturaleza y los mecanismos de la consciencia.

Detrás de esta aspiración está comprender los trastornos mentales, las enfermedades neurodegenerativas, las lesiones cerebrales y las funciones cognitivas.

Hasta ahora, todo lo que sabemos sobre el cerebro indica que la consciencia surge de los sistemas físicos y que es un fenómeno tan objetivo como la gravedad, ya que podemos observarla a través de los procesos cerebrales.

Información y matemáticas

La IIT añade que la consciencia puede definirse como una medida de la cantidad de información que procesa un sistema.

Eso no significa que un sistema que procesa mucha información necesariamente sea consciente.

Para que emerja la consciencia, es necesario algo más: que los componentes de ese sistema procesen información entre ellos.

Es un proceso biológico complejo: cualquier sistema que posea alguna cantidad de información integrada experimenta algo.

El cerebro es un claro ejemplo de sistema consciente: no solo procesa información, sino que todos sus componentes (las neuronas) también lo hacen intercambiando señales entre ellas.

Según los científicos alemanes, las matemáticas avanzadas pueden llegar a donde las neurociencias no han podido y desentrañar la proeza de la naturaleza que nos permite leer este artículo y darnos cuenta de ello.

Eduardo Martínez de la Fe

Tendencias21, 1 de mayo de 2020.
https://www.tendencias21.net/El-universo-podria-ser-consciente_a45866.html

PROSELITISMO Y VERDAD

Fiesta de la Ascensión

16 mayo 2021

Mc 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

PROSELITISMO Y VERDAD

  En la historia de la humanidad ha sido recurrente el afán por llevar a los otros la propia “verdad”, en la convicción de que se trataba de la verdad absoluta. A partir de la creencia de estar en posesión de la verdad -incluso de ser depositarios de la verdad divina o revelada por el mismo Dios-, se embarcaban en la tarea de extenderla por todo el mundo, creyendo hacer el mejor servicio a la humanidad.

 Esa creencia -característica del nivel mítico de consciencia-, que identifica el “mapa mental” del grupo propio con la verdad absoluta, se halla en el origen del proselitismo en cualquiera de sus formas. A lo largo de la historia, la actitud proselitista se ha movido desde una cierta tolerancia -particularmente, mientras el grupo se hallaba en minoría con respecto a la sociedad general- hasta la condena y la persecución de quienes, resistiéndose a adoptar la creencia “oficial”, eran tachados de “herejes” o “blasfemos”. Y todo ello se hacía desde la “buena fe” de quienes, como los inquisidores, ordenaban quemarlos, con el fin de “salvar sus almas”.

 El error de base no era otro que la absolutización de la propia creencia -recogida en afirmaciones del tipo: “la nuestra es la única religión verdadera”, o “fuera de la iglesia no hay salvación”-, que confundía la verdad con un concepto, sobre la idea de que la mente era capaz de contenerla.

 Hoy somos más conscientes de que la mente solo puede operar con objetos, por lo que únicamente se mueve en el mundo de sus propias construcciones mentales. Somos más conscientes de que la mente no puede atrapar ni poseer la verdad. Desechada su pretensión de poseer la verdad, caemos en la cuenta de que no puede tener sino perspectivas y opiniones, con las cuales elabora conceptos y “mapas mentales” con los que se maneja. Lo menos inadecuado que puede suceder es que tales mapas “apunten” hacia la verdad de la manera menos engañosa.

 La verdad no es un concepto ni una creencia. No puede ser poseída. Nadie la “tiene”. Lo cual no significa que no exista. Esta “nueva” creencia, particularmente extendida en muchos ámbitos de la postmodernidad, ha dado como resultado la cultura de la posverdad, poblada de fake news y de mentiras, cuyo único objetivo es sostener los intereses de quienes las propagan. Todo esto no conduce -tal como estamos padeciendo en la actualidad- sino al narcisismo, al relativismo vulgar y, más tarde, al nihilismo extremo.

 La verdad es. No puede ser poseída, pero nos sostiene. De hecho, todos nosotros estamos habitados por un “anhelo de verdad”. Pero la verdad no es un concepto ni una creencia -como pensaban nuestros antepasados-; la verdad es una con la realidad; la verdad es lo que es.

¿Qué es, para mí, la verdad?