Semana 25 de marzo: FRUSTRACIÓN / PAZ

EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL»

6. Frustración / Paz

      Otro sentimiento que hizo acto de presencia, de manera intensa, fue la frustración, al ver saltar por los aires todos los planes programados y acariciados con tanta ilusión y cariño. Frustración que va acompañada de una sensación de “perder el control”, con todo lo que eso conlleva de inseguridad y malestar para quienes, como en mi caso, ha sido fuerte la tendencia a controlar todo, como medio de garantizar la seguridad.

          La frustración altera radicalmente al yo, que cree controlar las riendas de su existencia y que “exige” que todo se desenvuelva según su propio guion. El malestar que experimenta es tan fuerte que, de no haberse ejercitado en convivir con ella, la frustración suele desembocar en una de estas dos actitudes: agresividad o hundimiento, violencia o depresión.

          Aquí radica también la trampa más grave de lo que se conoce como “educación permisiva”. Cuando no hay firmeza en la educación de los niños, cuando siempre se dice “sí” a sus demandas, cuando –en definitiva– se les quiere ahorrar toda decepción, se les está condenando a un futuro de alto riesgo, que estará caracterizado por la baja o nula tolerancia a la frustración, con las secuelas antes mencionadas.

          La frustración es inevitable en la realidad impermanente. Pero la intensidad de la misma, en la persona adulta, revela hasta qué punto nos habíamos identificado con algo pasajero, transitorio o efímero. Y recordemos que no existe, en el mundo de las formas, nada que no lo sea.

 

          Vista así, desde la comprensión que sabe leer los acontecimientos, la frustración puede vivirse como oportunidad de aprendizaje y de crecimiento en consciencia de quienes somos.

          La comprensión me hace caer en la cuenta de que la frustración duele –e incluso puede requerir elaborar el correspondiente duelo–, pero que yo no soy nada que pueda ser frustrado: lo que somos se halla siempre a salvo, porque no es afectado negativamente por nada que pueda suceder.

          Gracias a la comprensión, terminas rindiéndote a lo que hay. Y es justo en ese momento, al dejar de dar vueltas mentales en torno a los planes que se han venido abajo, cuando se hace presente la paz. Lo que es, es. Lo que pasa, es lo que tiene que pasar. Termina la resistencia mental, emerge la serenidad. La frustración deja paso a la paz, que no es otra cosa que resultado de la aceptación o alineación con lo real.

       Y ahí venimos a experimentar que sufrimos frustraciones pero que, sin embargo, somos Paz.

Semana 25 de marzo: TODOS SOMOS GABRIEL… Y ANA JULIA

TODOS SOMOS GABRIEL, TODOS SOMOS PATRICIA Y…, LO SIENTO, TODOS SOMOS ANA JULIA

Dora Gil. 

https://www.doragil.com/single-post/2018/03/14/Todos-somos-Gabriel-todos-somos-Patricia-ylo-siento-todos-somos-Ana-Julia

Lo queramos o no, cualquier manifestación humana está incluida en nosotros. La vida es inclusiva. No hay nada separado ahí fuera sobre lo que proyectar nuestra oscuridad o nuestra virtud.

Tanto la inocencia que representa el niño Gabriel, la desgarradora violencia que se expresa a través de Ana Julia, como la heroica benevolencia que muestra Patricia, forman parte de nuestra psique como posibilidades del campo infinito que es la vida. Aquellas que nutrimos se manifiestan, simplemente.

Atacar un aspecto oscuro de la vida proyectándolo en alguien es un gesto de violencia solapada que nos sirve para no reconocer las sombras que percibimos en nuestra interioridad. Son estas, precisamente, las que al no ser aceptadas ni comprendidas, sino rechazadas, dan lugar a actos vandálicos que condenamos y que siempre protagonizan “otros”, quedando nosotros libres de pecado y prestos a lanzar la siguiente piedra.

Nos es muy fácil identificarnos con Patricia y convertirnos en “fans” de ella, claro. Su actitud la deseamos para nosotros y preferimos que su amor y su entereza nos definan. Al mismo tiempo, proyectamos sobre Ana Julia (como sobre tantos otros) todas las sombras no reconocidas de nuestra inconsciencia.

Todos somos Gabriel, sí, inocencia pura. Pero también somos todos los niños del mundo que cada día mueren en campos de refugiados o bajo las bombas asesinas que lanzan otras «Ana Julias» disfrazadas. Pero no se les dedica ni un solo telediario. Y todos ellos, todas ellas, tienen mucho que mostrarnos de nosotros mismos.

¿Por qué toma tanto relieve un hecho aislado? Para mí, esa atención desmedida expresa una utilidad velada: el acontecimiento nos ofrece el modo perfecto de proyectar en personajes muy concretos nuestro incomprendido mundo interior, usando una situación tan lamentable para posicionarnos una vez más como “buenos” condenando eso que llamamos “mal” sin asumirlo dentro  y mucho menos fuera de nosotros.

Espero que no se me malentienda, pues no estoy justificando nada ni pretendiendo que un acto así sea pasado por alto. Tampoco defiendo ni ataco la labor de la justicia bajo la forma que toma actualmente. La respeto. No me estoy enfocando en algo que no me compete ni sabría cómo manejar. No es mi ámbito.

Simplemente, expreso la posibilidad de otra perspectiva, de otra mirada más profunda sobre lo que va sucediendo.

El enemigo no está ahí. Ana Julia representa, para mí, el conjunto de todas las emociones sombrías que no comprendemos y rechazamos, sometiéndolas a presión y proyectándolas fuera. Ella las muestra en la violencia de su acción. Los que nos ensañamos contra ella, mostramos esas emociones (de forma más controlada) en nuestra condena dirigida y enfocada en ese ser humano con nombre y apellido.

Nuestro mundo interno, no comprendido ni iluminado por la consciencia, nos lleva a actuar a veces de formas dramáticas y tan dolorosas que merecen una pausa de reflexión, en vez de seguir transitando los senderos de la rabia y la condena ciega que nos dejan siempre en el mismo sitio.

Me duelen estas cosas como a cualquier ser humano. Pero me duele la totalidad, no solo Gabriel, no solo Patricia, sino también Ana Julia: en mi humanidad se albergan los tres.

Prefiero, ya que sucede, usar esta situación como un espejo en el que mirarme. Prefiero descubrir en mí todos los reflejos de esos personajes y unirlos en el abrazo de la consciencia que no juzga ni condena, sino que incluye y aprende. El dolor que siento me invita a mirar más profundo y aprovechar la lección que la vida constantemente nos está brindando. Y esta no va, con seguridad, por el camino de la separación y la condena. Ese ya lo hemos explorado bastante y el mundo sigue igual.

¿Existe otra forma de ver esto más inclusiva, más comprometida, más amplia? Para mí sí. Es la mirada de la vida. Toda una invitación a salir de los estrechos límites de nuestra mente pequeña y explorar nuevos horizontes.

Yo la acepto, pues me abre por dentro y me recuerda mi grandeza, que es la nuestra, una consciencia plena que todo lo asume y abraza.

Semana 18 de marzo: IMPERMANENCIA / CONSISTENCIA

EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL»

5. Impermanencia / Consistencia 

En el mundo de las formas –el que percibimos a través de los sentidos neurobiológicos y el que elaboramos mentalmente–, todo está sometido a cambios. Por lo que puede decirse que existir es cambiar constantemente y que lo único permanente es el cambio. En el mundo fenoménico, todo existe, nada es. A diferencia del “existir”, “ser” evoca plenitud, permanencia, estabilidad, consistencia, infinitud… Lo único que no cambia es lo que es; todo lo demás aparece y desaparece. Y todo lo que nace, muere.

La impermanencia se nos hace dolorosamente evidente en las crisis, en aquellas circunstancias vitales en las que sufrimos la pérdida de algo que consideramos valioso, y que suele afectar a cualquiera de estos campos: salud, afectos y dinero.

El sufrimiento será mayor cuanto mayor sea nuestra identificación con cualquier realidad impermanente. Como recuerda, en una de sus enseñanzas claves, la sabiduría budista, la identificación con la impermanencia (annica) produce inexorablemente insatisfacción y sufrimiento (dukkha).

La insatisfacción es consecuencia de la adhesión a algo impermanente, dado que, antes o después, terminará desapareciendo. Antes o después, aquello a lo que te aferras desaparecerá; y antes o después, algo de lo que temes e intentas rechazar, se hará presente.

Si tenemos en cuenta que el yo vive gracias a la apropiación de todo aquello que le resulta apetecible, se comprende fácilmente que el sufrimiento se haga presente de manera automática en cuanto nos embarcamos en la dinámica del yo (o mental).

Con razón, cada vez más, los psicólogos previenen de lo que denominan “la noria del sufrimiento”: la búsqueda ansiosa del placer produce sufrimiento. Sin posibilidad de escaparse, el yo se ve envuelto en un círculo vicioso que empieza y acaba en la insatisfacción. La “noria hedonista” es el mecanismo por el que la búsqueda del placer resulta insatisfactoria… Por lo que la conclusión es simple: dado que la permanencia del yo es una contradicción en sí misma, identificarse con él equivale a sufrir.

La salida –la liberación– viene, como siempre, de la mano de la comprensión: cuando comprendemos que, aunque nos experimentamos ahora como “forma”, nuestra verdadera identidad trasciende las formas; es Aquello que siempre permanece. Esta comprensión nos permite anclarnos en lo que realmente somos y mantener la ecuanimidad aun en medio de los altibajos.

Decía más arriba que todo cambia. Pero eso es así porque hay Algo que siempre permanece: eso es el Fondo último de lo real, la Fuente de donde está brotando todo el despliegue que percibimos. Y Eso es lo que somos. Para caer en la cuenta, necesitamos silenciar la mente y poner atención, como medio para conectar con la sensación de presencia o certeza de ser. Ahí experimentaremos que, aunque nuestra forma existe, lo que realmente somos no existe, sino sencillamente es.

Semana 18 de marzo: TODO LO QUE CAMBIA NO ERES TÚ

por Javier Iglesias
http://www.nodualidad.info/colaboraciones/todo-lo-que-cambia-no-eres-tu.html#

Todo lo que cambia no eres tú, lo que depende de ser conocido no eres tú. Tu esencia no es pasajera, no es un objeto de conocimiento. Este se adquiere, y puede ser sustituido por otro, o desaparecer.

Tú eres lo que es, la conciencia, la constante del cambio. Lo que hace posible todo movimiento, incluido el que va de la vida a la muerte. Realmente en la muerte no le ocurre nada a lo que eres, es solo un cambio de estado, como el agua que cambia de estados de hielo, a granizo, a lluvia, a vapor… No eres ninguno de esos estados, eres el agua.

Hace poco que ha muerto mi padre. Y ha venido el dolor a través de todo el amor profundo que nos ha unido desde mi nacimiento. Hay un silencio, un espacio que lo abarca todo incluido todo lo fenoménico. Su muerte, el dolor, son sucesos en la Conciencia o Totalidad. Es maravilloso vivir todos estos fenómenos desde la Unidad. Desde lo único que hay. Vivir los cambios emocionales, de pensamiento, físicos que se dan aquí en este individuo desde Eso que es en todo. ¡Como la Vida se da, se da en todo lo que ocurre! ¿No te parece algo fascinante? Todo en plenitud constante, tanto en lo más gozoso, como en lo más doloroso. Es la misma esencia dándose. Todo es completo a cada momento, y eso es amor incondicional. Esto es lo que hay a cada momento, y en todo, en la muerte y en la vida, en cada suceso.

Realmente es asombrosa la sencillez de esto: ¡cada cosa es la totalidad haciéndolo!

La muerte es un cambio de forma, pero no tuya como individuo separado de la Fuente, sino un cambio de apariencia de la propia Conciencia. No es que seas tú, como autor, cambiando de persona física a alma incorpórea, sino que es un movimiento hecho en y por la Unidad o Totalidad, que es lo que tú eres, es la esencia de todo lo que es.

No eres un alma que viene a encarnarse para vivir experiencias, para tener aprendizajes. No eres alguien aparte de la Totalidad con autoría propia desde hace no sé cuántas vidas que va evolucionando, o recopilando aprendizajes, eres Eso que no tiene principio, ni fin. Eres lo único que hay.

No eres separado, con libre albedrío que has «logrado» conectarte a tu esencia, al Ser, a la Unidad. Con este concepto la vida sería dual: yo y lo que me ha creado como dos cosas separadas. Y nunca ha habido nada separado de la Fuente.

Todo esto son historias que se dan en algunas personas, hechas por la Unidad, por la Conciencia, que tienen una total apariencia de reales. Es como cuando vemos ponerse el sol en el horizonte, en el fondo sabemos que no es así, que el sol no se pone, no se mueve, que la que se mueve es la tierra, pero la apariencia es la contraria. De la misma forma la historia o apariencia de separación de la Fuente se da en cada individuo, y para la gran mayoría es clarísima la división o dualidad. Tal como la certeza de que el sol se pone, es clarísimo, pero no es lo que está ocurriendo en esencia.

Este sentirse continuamente desconectado de la Unidad es solo una apariencia, en realidad no está ocurriendo, es una percepción, es un sentir en un punto localizado de la Conciencia.

Semana 11 de marzo: DEPENDENCIA / GRATITUD

EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL»

4. Dependencia / Gratitud 

La caída me hizo experimentar, una vez más, hasta qué punto necesitamos a los demás, la absoluta dependencia que al yo le cuesta asumir. Porque, en su afán de autoafirmarse, crece en el sueño de la autosuficiencia y, según como haya sido su trayectoria, le cuesta molestar a los otros o “ser una carga” para ellos.

Sin embargo, la realidad se impone. En situaciones de tal vulnerabilidad, no queda sino reconocer la propia necesidad y la dependencia de los otros. Se entra ahí en un aprendizaje de humildad, que incluye, tanto la aceptación de esas circunstancias –humildad y aceptación son sinónimos–, como el “dejarse ayudar”. El yo se ve así confrontado con sus propios límites, su fragilidad y, en último término, con su vacío, de una manera radical. Como si, en esa situación de extrema vulnerabilidad, escuchara una voz que dice: “Eso es el yo”.

La aceptación, de la mano de una comprensión más ajustada de lo que somos, nos permitirá también reconocer el valor de la ayuda recibida y la bondad que se manifiesta en quienes están a nuestro lado.

A poco que nos la dejemos sentir, la gratitud se irá abriendo camino, ablandando nuestro corazón y sacando a flote, al mismo tiempo, lo mejor que hay en nosotros.

La gratitud es un sentimiento profundamente terapéutico: nos aleja de oscuros pensamientos y nos sitúa en la tierra firme de la presencia, alineados con el presente.

Si le damos tiempo y nos permitimos saborearla sin prisa, notaremos claramente cómo la gratitud va ocupando cada vez más espacio hasta llenarlo todo. Empezará asomando como reconocimiento a quienes están, de mil modos, atendiendo nuestra (temporal) incapacidad. Pero se amplificará ante nuestra vista hasta mostrarse tal cual es: gratitud ilimitada y sin objeto.

Habíamos empezado dando gracias a alguien por algo, y está bien. Pero, una vez emergida o sentida, si permanecemos en conexión consciente con ella, se nos manifestará como lo que es: otro nombre o dimensión de nuestra verdadera identidad.

Comprobaremos entonces que la gratitud no es solo algo que hacemos o sentimos, sino que es exactamente lo que somos: seres vulnerables y dependientes –en algunos casos, de manera completa– que, en su verdadera identidad, son gratitud.

Dirigida hacia quienes nos cuidan, la gratitud hará que se renueve nuestra mirada hacia ellos, para verlos en su verdadera belleza y, más allá todavía, reconocerlos en aquella misma y única identidad que compartimos.

Atendida en sí misma, la gratitud nos muestra que estamos en “casa”. Solo que, para atenderla, además de dedicarle tiempo, necesitamos algunas actitudes ya mencionadas: aceptación y silencio. En efecto, al acallar el bullicio y vocerío de una mente no observada, el silencio, suspendido todo juicio, nos trae la paz profunda y la certeza de aquello que permanece siempre: la certeza de ser.

Semana 11 de marzo: EL GUARDADOR DE REBAÑOS (F. Pessoa)

EL GUARDADOR DE REBAÑOS (II)

Fernando Pessoa

Mi mirada es nítida como un girasol.
Tengo la costumbre de andar por los caminos
mirando a derecha e izquierda
y de vez en cuando volviéndome hacia atrás.
Y lo que veo a cada momento
es aquello que nunca antes había visto;
y soy muy consciente de ello.
Sé sentir siempre el asombro de un niño
que, al nacer, se diera cuenta
de haber nacido realmente.
Me siento nacido en cada momento
a la eterna novedad del mundo.

Creo en el mundo como en una margarita,
porque lo veo. Pero no pienso en él:
pensar es no comprender.
El mundo no se hizo para que pensemos en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para mirarlo y estar de acuerdo.

Yo no tengo filosofía: tengo sentidos.
Si hablo de la Naturaleza no es porque no sepa lo que es,
sino porque la amo, y la amo por eso,
porque quien ama nunca sabe lo que ama
ni sabe por qué ama, ni qué es amar.

Amar es la eterna inocencia,
y la única inocencia es no pensar.