Semana 28 de enero: FUNDAMENTALISMO Y MANIQUEÍSMO

Toda creencia fundamentalista -propia de quien se cree en posesión de la verdad- conlleva la descalificación de quienes discrepan, y se plasma en una visión maniquea que divide a los humanos en dos bloques radicalmente diferenciados: “nosotros” frente a “ellos”. “Nuestros” son todos aquellos que afirman y sostienen lo propio; “ellos” son quienes no alcanzan ni siquiera a verlo. Con “nosotros” están la bondad y la verdad; con “ellos”, la maldad y la mentira; de nuestra lado, la honradez, frente a la falsedad de los otros…

          La misma creencia fundamentalista, que lleva a una visión maniquea de la realidad y a la descalificación de todos aquellos que no la comparten, se plasma en dos actitudes características: el victimismo y el simplismo de los análisis.

          Quien se cree en posesión de la verdad vive la discrepancia como una ofensa. Por ello, fácilmente se sentirá víctima ante cualquier posicionamiento que no contemple sus propios postulados: la lectura victimista brota de manera automática ante el hecho simple de actuaciones que cuestionan la “verdad” que dan por supuesta e incuestionable.

          Del mismo modo, las creencias fundamentalistas no admiten matices y, mucho menos, análisis críticos. Para todo fundamentalista, las cosas son simplemente como él las ve, o quizás mejor, como el filtro de su creencia le permite verlas. Lo cual casa con el maniqueísmo al que hacía referencia. El “con  nosotros o con ellos” se traduce aquí en “la verdad contra la mentira”. ¿Para qué habrían de ser necesarios análisis críticos? Es la creencia la que ya ha decidido la verdad o el error de las cosas: “verdadero” es aquello que la sostiene; “error”, lo que la cuestiona.

          En este sentido, es significativamente reveladora la anécdota según la cual, cuando Galileo pidió al cardenal que presidía la comisión que lo estaba juzgando que observara el firmamento a través del telescopio para comprobar el movimiento de los planetas, este respondió: “No necesito mirar por ningún sitio; yo sé bien cómo son las cosas”.

          Si se observa con cuidado, no es difícil advertir, detrás de ello, un sentimiento etnocéntrico, Característico de la consciencia mítica, el etnocentrismo conlleva la creencia de que solo su grupo es portador de la verdad (y de la salvación). Pero es justamente ese lema –“Estamos en la verdad”– el que, explícito o latente, constituye el postulado básico del fundamentalismo, de donde se derivan el conjunto de actitudes y comportamientos que son asumidos acríticamente y justificados apriorísticamente por el propio grupo.

          Por lo que, en ningún contexto como en este, se muestra especialmente sabia la advertencia de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”.

Semana 28 de enero: LA NATURALEZA DEL PENSAMIENTO

Nuestra verdadera naturaleza es quietud. Es presencia sin devenir. En la ausencia de devenir hay integridad y absoluta tranquilidad. Esta tranquilidad es el terreno propio de toda actividad. La actividad de pensar, como toda actividad, está fundada en la totalidad. La tranquilidad es el continuo en el que el pensar aparece y desaparece. Lo que aparece y desaparece está en movimiento. Es energía extendida en el espacio y el tiempo. El pensar, la energía, se representa a sí mismo en discontinuidad pero, dado que surge y muere en la quietud, fundamentalmente no es otra cosa que esta presencia más allá del pasado, presente y futuro.

            Lo que generalmente llamamos «pensar» es un proceso de la memoria. Es proyección construida sobre lo ya conocido. Todo cuanto existe, todo cuanto se percibe, es representación para la mente. El pensar secuencial, el pensar racional o científico, por tanto, comienza con una fracción, una representación. Este pensar fraccionario nace de la idea condicionada de que somos entidades independientes, «yos», «personas». La noción de ser alguien condiciona todo otro pensar porque la persona solo puede existir en la repetición de la representación, en la confirmación de lo ya conocido. El cerebro tiende aquí hacia la constante representación. La memoria es la originadora de la idea de ser una entidad continua. En última instancia, pensar es defensa contra la muerte del ego. ¿Quién eres tú cuando no piensas? ¿Dónde estás cuando apartas tu mirada del pensar? Pensar es generalmente un modo de escapar de tu totalidad, en la que no hay ningún sujeto pensador.

            Cuando la profundamente arraigada idea de una entidad personal, un pensador, alguien que intenta o hace, está ausente, el pensar tiene lugar todavía, como antes, en sucesión utilizando la memoria, pero ahora este funcionamiento está firmemente arraigado en el fondo global: totalidad, esencia, no dualidad. En la ausencia de un pensador, el pensar se libera de todo lo que es personal. No hay objetivo, ni motivo, ni anticipación, ni intención, ni voluntad, ni deseo de concluir, etc. No hay interferencia psicológica alguna ni referencia a un centro. El pensar liberado de esta memoria surge del momento mismo; es siempre nuevo, siempre original. El pensar aquí no provoca la situación; la situación provoca el pensar y aporta su propia conclusión. Todo movimiento intencional, fragmentario, debe cesar antes de que el todo pueda operar. En tanto que haya movimiento en una dirección, la totalidad no podrá encontrar su propio camino. Cuando el pensamiento científico o racional está fundado en la presencia, tiene un resultado completamente distinto. Nunca puede ser monstruoso.

         El pensamiento liberado de la memoria es verdaderamente creativo. Todo pensamiento es una explosión que se manifiesta y una implosión que es reabsorbida en el silencio. El deseo de ser revelado y de ser ocultado es la Danza Cósmica, juego sin motivo por el placer de jugar. El verdadero deseo no es otra cosa que esto. Cualquier otro deseo es sólo una deformación, y un anhelo inconsciente, de este deseo fundamental. La esencia del pensar es este divino juego. El pensamiento creativo jamás empieza con lo ya conocido, con una representación. Nace y muere en apertura y utiliza la mera memoria funcional para su expresión. Allí donde no hay ningún pensador, solamente hay un canal para la función de pensar. En este funcionamiento, toda representación está conscientemente fundada. Cuando la presencia se mantiene en el pensar, el nombre no está divorciado de la forma como sucede en el pensamiento mecánico, que es conceptual y abstracto. El «pensamiento» creativo es un júbilo de ser.

              Al tomarnos a nosotros mismos por entidades separadas hemos olvidado nuestro propio terreno y nos hemos identificado con una idea, una proyección de individualidad. No son las infinitas expresiones de silencio las que constituyen el problema o causan complicaciones, sino nuestro olvido de la fuente de toda expresión. Esta separación de nuestra verdadera naturaleza nos lleva a un falso vivir. No permitimos que la expresión se disuelva sino que la cristalizamos y, después, nos identificamos con ―y nos perdemos en― esta cristalización. A través de esta objetivización se crea lo que nosotros llamamos «el mundo». Tomamos la existencia por la vida misma. Pero la vida no tiene principio ni fin. El verdadero vivir es juego, gozo sin objeto.

Jean Klein, ¿Quién soy yo? La búsqueda sagrada.

 

Semana 21 de enero: NARCISISMO, CONTRASTE Y REACTIVIDAD

El yo –y quien se halla identificado con él–, al percibirse como separado, necesita del contraste y de la reactividad para afirmarse. El contraste, la comparación, el afán competitivo y la reactividad forman parte de sus señas de identidad.

      Al carecer de sustancia –el yo no es sino un pensamiento, mero producto de la mente, sin consistencia propia–, necesita autoafirmarse constantemente, generar una “sensación” de existencia, para lo cual es imprescindible el  contraste: siente que existe porque se compara –contrasta– con otro.

          Es justamente esa necesidad egoica la que lleva a la creación de enemigos. “Tener un enemigo –escribía con acierto Umberto Eco– es importante, no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor. Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”. Porque, como afirma Ignacio Morgado, director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, “la hostilidad hacia un grupo diferente incrementa la solidaridad y cohesión en el propio grupo”.

          El psiquiatra Enrique Baca va todavía más allá al explicar que “la construcción del enemigo consiste en un proceso de despojamiento del otro –potencial objetivo de la agresión– de toda característica humana. Eso supone la eliminación de cualquier rasgo personal que lo haga aparecer como otro-yo, que pueda despertar rasgos de piedad, solidaridad o identificación”. En otras palabras, el enemigo construido debe ser algo a eliminar.

    De la misma manera, es la necesidad de autoafirmación la que establece la dinámica reactiva. El yo es incapaz de responder a las circunstancias desde la desapropiación, porque en ese movimiento quedaría diluido; lo único que le resulta posible es reaccionar: es su propia inconsistencia la que lo lleva a buscar sostenerse reaccionando contra la realidad, sean personas o circunstancias. Y cuanto más fuerte la reacción, más siente que existe. (Esto explicaría también que la personalidad más insegura y la más narcisista sea la más reactiva, la que tenga reacciones más exageradas).

          Esta constatación básica acerca de la naturaleza de la mente y del nacimiento del yo permite comprender no pocos mecanismos que caracterizan el comportamiento humano y el funcionamiento de colectivos de todo tipo.

          La identificación con el yo lleva de la mano, entre otras, las siguientes actitudes: narcisismo, egocentrismo, apropiación y absolutización de lo propio, descalificación del otro –que llega hasta la xenofobia–, victimismo…, todo lo cual queda sintetizado en una expresión que, reconocida o no, se cuela siempre como trasfondo en personas y grupos que permanecen anclados en la identificación con el yo: “Quien no está conmigo, está contra mí”. Expresión que define con precisión el modo de funcionar del ego y que no es difícil encontrar en grupos religiosos y políticos de todo tipo.

        Desde ahí, es inevitable que se hagan lecturas erradas de la realidad. Porque, como escribiera Erich Fromm, “en la orientación narcisista se experimenta como real solo lo que existe en nuestro interior”. Lo exterior se evalúa únicamente desde el punto de vista de su utilidad o peligro para uno mismo. Para el perfil narcisista, lo importante es siempre lo propio, por lo que se descalifica sin contemplaciones a quien no lo reconozca o simplemente discrepe.

          Encontramos aquí un criterio (o síntoma, según se mire) capaz de cuestionarnos dónde nos encontramos: a mayor ignorancia acerca de quienes somos, mayor necesidad de crearnos enemigos o de descalificar a otros, para de ese modo –a través del contraste o contraposición– sostener el yo y su sensación de existir; por el contrario, a mayor comprensión, más libertad interior, más ecuanimidad y más compasión: hemos comprendido que “el que no está conmigo” forma también parte de “mí” (de lo que somos realmente, más allá del personaje que pensamos ser).

Semana 21 de enero: VE DESPACIO (Juan Ramón JIMÉNEZ)

Ve despacio,
no corras,
que adonde tienes que ir
es a ti mismo.

No corras,
ve despacio,
que el niño de tu Yo,
recién nacido eterno,
no puede seguirte

… … …

 Si vas deprisa,
el tiempo correrá delante de ti
como una mariposilla loca

… … …

 Si vas despacio,
el tiempo te seguirá
como un buey manso

Juan Ramón Jiménez.

Semana 14 de enero: ESTADO MENTAL Y SEPARATIVIDAD

“Hay una sola Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»” (Antonio Blay).

         Las actitudes y conductas humanas son deudoras del nivel de comprensión en el que cada persona se encuentra. Aunque sea un tanto simplista, en cierto modo podríamos hablar de dos niveles o estados de consciencia: el “estado mental” y el “estado de presencia”. El primero está regido por la identificación con el yo o ego, que implica reducción a la mente y absolutización de su modo de ver. El segundo, por el contrario, requiere, de entrada, una toma de distancia de la mente, que se traduce en una –mayor o menor– desidentificación del yo. Pues bien, según predomine en una persona uno u otro de esos estados, sus actitudes y conductas vendrán coloreadas por el ego más o menos narcisista –ego es sinónimo de narcisismo– o bien por una consciencia ampliada, caracterizada por la desapropiación.

          La identificación con la mente –que nos sitúa automáticamente en el llamado “estado mental”, del que provenimos como especie– conlleva consecuencias que marcarán de manera crucial nuestro modo de situarnos en todos los ámbitos de la existencia.

     Características básicas de la mente son la separatividad, el contraste y la reactividad. Pensar equivale a delimitar, es decir, a separar, a partir de aquella primera separación (sujeto/objeto) que hace posible el pensamiento. Lo que ocurre después es bien conocido: su propia naturaleza separadora lleva a la mente a creer que la realidad es una suma de objetos separados…, y a actuar en consecuencia.

          Esta errónea creencia de base condicionará todo lo demás. Olvidamos que lo real es radicalmente uno y que es solo la mente la que nos induce a una percepción equivocada. E ignoramos igualmente que, aun siendo diferentes, somos lo mismo que todo lo que es.

      Asumida aquella creencia, nos equivocaremos también a la hora de comprendernos a nosotros mismos, hasta el punto de confundir nuestra identidad –una con todo lo que es– con nuestra personalidad, la “forma” (personaje) que nuestra mente delimita. Ha nacido el “yo” como entidad separada y hemos puesto en él nuestra identidad. De esta manera, desconectamos de lo que somos y nos tomamos por lo que no somos. A partir de ahí, juzgamos como ilusión lo real, y lo real como ilusorio. Y ese es realmente nuestro “pecado original”, en cuanto constituye el origen de nuestra confusión, extravío y sufrimiento.

Semana 14 de enero: CEREBRO Y BONDAD

“La base de un cerebro sano es la bondad”.

Entrevista de Ima Sanchís a Richard Davidson, doctor en Neuropsicología, investigador en neurociencia afectiva, en La Contra,  de La Vanguardia, 27 de marzo de 2017.

Nací en Nueva York y vivo en Madison (Wisconsin), donde soy profesor de Psicología y Psiquiatría en la universidad. La política debe basarse en lo que nos une, solo así podremos reducir el sufrimiento en el mundo. Creo en la amabilidad, en la ternura y en la bondad, pero debemos entrenarnos en ello.

Ciencia y amabilidad

Su investigación se centra en las bases neuronales de la emoción y los métodos para promover desde la ciencia el florecimiento humano, incluyendo la meditación y las prácticas contemplativas. Fundó y preside el Centro de Investigación de Mentes Saludables en la Universidad de Wisconsin-Madison, donde se llevan a cabo investigaciones interdisciplinarias con rigurosidad científica sobre las cualidades positivas de la mente, como la amabilidad y la compasión. Ha cosechado importantes premios y está considerado una de las cien personas más influyentes del mundo según la revista Time. Tiene multitud de investigaciones y varios libros publicados. Ha ofrecido un seminario para Estudios Contemplativos en Barcelona.

Yo investigaba los mecanismos cerebrales implicados en la depresión y en la ansiedad.

…Y acabó fundando el Centro de Investigación de Mentes Saludables.

Cuando estaba en mi segundo año en Harvard se cruzó en mi camino la meditación y me fui a la India a investigar cómo entrenar mi mente. Obviamente mis profesores me dijeron que estaba loco, pero aquel viaje marcó mi futuro.

…Así empiezan las grandes historias.

Descubrí que una mente en calma puede producir bienestar en cualquier tipo de situación. Y cuando desde la neurociencia me dediqué a investigar las bases de las emociones, me sorprendió ver cómo las estructuras del cerebro pueden cambiar en tan solo dos horas.

¡En dos horas!

Hoy podemos medirlo con precisión. Llevamos a meditadores al laboratorio; y antes y después de meditar les tomamos una muestra de sangre para analizar la expresión de los genes.

¿Y la expresión de los genes cambia?

Sí, y vemos como en las zonas en las que había inflamación o tendencia a ella, esta des­ciende abruptamente. Fueron descubrimientos muy útiles para tratar la depresión. Pero en 1992 ­conocí al Dalai Lama y mi vida cambió.

Un hombre muy nutridor.

“Admiro vuestro trabajo, me dijo, pero considero que estáis muy centrados en el estrés, la ansiedad y la depresión; ¿no te has planteado enfocar tus estudios neurocientíficos en la amabilidad, la ternura y la compasión?”.

Un enfoque sutil y radicalmente distinto.

Le hice la promesa al Dalai Lama de que haría todo lo posible para que la amabilidad, la ternura y la compasión estuvieran en el centro de la investigación. Palabras jamás nombradas en ningún estudio científico.

¿Qué ha descubierto?

Que hay una diferencia sustancial entre empatía y compasión. La empatía es la capacidad de sentir lo que sienten los demás. La compasión es un estadio superior, es tener el compromiso y las herramientas para aliviar el sufrimiento.

¿Y qué tiene que ver eso con el cerebro?

Los circuitos neurológicos que llevan a la empatía o a la compasión son diferentes.

¿Y la ternura?

Forma parte del circuito de la compasión. Una de las cosas más importantes que he descubierto sobre la amabilidad y la ternura es que se pueden entrenar a cualquier edad. Los estudios nos dicen que estimulando la ternura en niños y adolescentes mejoran sus resultados académicos, su bienestar emocional y su salud.

¿Y cómo se entrena?

Les hacemos llevar a su mente a una persona próxima a la que aman, revivir una época en la que esta sufrió y cultivar la aspiración de librarla de ese sufrimiento. Luego ampliamos el foco a personas que no les importan y finalmente a aquellas que les irritan. Estos ejercicios reducen sustancialmente el bullying en las escuelas.

De meditar a actuar hay un trecho.

Una de las cosas más interesantes que he visto en los circuitos neuronales de la compasión es que la zona motora del cerebro se activa: la compasión te capacita para moverte, para aliviar el sufrimiento.

Ahora quiere implementar en el mundo el programa Healthy minds (mentes sanas).

Fue otro de los retos que me lanzó el Dalai Lama, y hemos diseñado una plataforma mundial para diseminarlo. El programa tiene cuatro pilares: la atención; el cuidado y la conexión con los otros; la apreciación de ser una persona saludable (encerrarse en los propios sentimientos y pensamientos es causa de depresión)…

…Hay que estar abierto y expuesto.

Sí. Y por último tener un propósito en la vida, algo que está intrínsecamente relacionado con el bienestar. He visto que la base de un cerebro sano es la bondad, y la entrenamos en un entorno científico, algo que no se había hecho nunca.

¿Cómo se puede aplicar a nivel global?

A través de distintos sectores: educación, sanidad, gobiernos, empresas internacionales…

¿A través de los que han potenciado este mundo oprimido en el que vivimos?

Tiene razón, por eso soy miembro del consejo del Foro Económico Mundial de Davos, para convencer a los líderes de que hay que hacer accesible lo que sabe la ciencia sobre el bienestar.

¿Y cómo les convence?

Mediante pruebas científicas. Les expongo, por ejemplo, una investigación que hemos realizado en distintas culturas: si interactúas con un bebé de seis meses a través de dos marionetas, una que se comporta de forma egoísta y otra amable y generosa, el 99% de los niños prefieren el muñeco cooperativo.

Cooperación y amabilidad son innatas.

Sí, pero frágiles, si no se cultivan se pierden, por eso yo, que viajo muchísimo (una fuente de estrés), aprovecho los aeropuertos para enviar mentalmente a la gente con la que me cruzo buenos deseos, y eso cambia la calidad de la experiencia. El cerebro del otro lo percibe.

Apenas un segundo para seguir en lo suyo.

La vida son solo secuencias de momentos. Si encadenas esas secuencias, la vida cambia.

El mindfulness es hoy un negocio.

Cultivar la amabilidad es mucho más efectivo que centrarse en uno mismo. Son circuitos cerebrales distintos. A mí no me interesa la meditación en sí misma sino cómo acceder a los circuitos neuronales para cambiar tu día a día, y sabemos cómo hacerlo.