Semana 26 de noviembre: MIEDO, EGO, CONSCIENCIA, LIBERACIÓN

El miedo nace del “cruce” del tiempo y de la mente: el miedo es creado por la mente, a partir de algo que recuerda -y sobre lo que cavila- o adelantándose a lo que pueda suceder, a través de la proyección.

En cuanto sentimiento “limpio”, el miedo es una emoción que nos “alerta” frente a algo percibido como peligroso o amenazador. Sin embargo, cuando somos atrapados por él, suele aparecer el “miedo al miedo”, paralizador y angustiante.

La liberación radical del miedo no vendrá de la mente, sino justamente de la capacidad de silenciarla, tomando distancia de sus mensajes repetitivos, y viniendo al presente, como modo de abortar el recuerdo obsesivo y la proyección imaginada.

El sujeto del miedo es el yo. Desde su fragilidad, vulnerabilidad y, en último término, inconsistencia, no puede sino vivir bajo el temor, a pesar de todos los recursos a los que suele acudir para protegerse.

La liberación del miedo pasa, por tanto, por la comprensión, que permite ver el error de identificarnos con el yo. Solo en la medida en que comprendo que no soy el yo, podré verme libre del miedo que me acompaña desde mi nacimiento ya que, como dijera Thomas Hobbes, “el día que yo nací, mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”.

Cuando nos liberamos del miedo, empezamos a saborear la libertad: cae la búsqueda enfermiza de consuelo y ya no hay necesidad de dioses. Liberados de la identificación con el yo, nos comprendemos y reconocemos como plenitud, aquella plenitud que nuestra mente -desde la identificación con el yo- había siempre situado “fuera”.

Pedagógicamente, para avanzar en la liberación de tal identificación, resulta eficaz ejercitarse cotidianamente en una práctica muy concreta: amar lo que es. Antes de dejarnos llevar por cualquier juicio mental o “etiqueta” que nuestra mente coloca a lo que sucede o aparece en nuestra existencia, la sabiduría invita a amar todo ello, como camino para alinearnos con lo real, vivir la aceptación profunda y, de ese modo, reconocer experiencialmente que somos uno con todo lo que es.

Amar lo que es no tiene nada que ver con la resignación, la claudicación o la indiferencia…, sino con la sabiduría. Al amar lo que es, se entra en un camino de aceptación, actitud sabia entre los extremos de la resistencia y de la resignación. Ahí se descubre que la propia aceptación se halla dotada de un dinamismo que hará que nos comprometamos en cada momento en la acción adecuada.

Gracias a esa práctica, es posible pasar de la identificación con el yo a la comprensión de la consciencia que somos. Es por tanto un ejercicio de poner consciencia, tal como pedía Rabindranath Tagore: «Que en la algarabía de nuestras tareas sin fin no cese de resonar en el fondo de nosotros, como emitido por un instrumento de cuerda única, este constante llamamiento: ¡Oh! ¡Despierta! ¡Sé consciente!».

Semana 26 de noviembre: NADA QUE TEMER (Foster)

El 99.99999% de tus miedos 
viven solo en tu imaginación, 
en la anticipación y en la memoria. 

Incluso si lo “peor” llegara a pasar, 
te encontrarás a ti mismo resolviéndolo en el momento, 
respondiendo desde un lugar de presencia. 

En este momento no tienes nada que resolver. 
Ya lo harás en su momento. 

Y quién sabe: 
Lo “peor” podría convertirse 
en tu más grande maestro, 
en tu más profundo llamado a despertar, 
en una invitación a la clase de coraje 
que jamás te imaginaste llegar a tener. 

El miedo no es tu enemigo, 
sino una señal. 

Respira en el momento. 

Jeff Foster.

 

Semana 19 de noviembre: MATERIA, ENERGÍA, INFORMACIÓN

Para el materialismo vulgar, del que ha adolecido en exceso la ciencia e incluso la cultura en general en Occidente, todo es materia. Por tanto, solo existe aquello que se puede medir y pesar.

          No deja de ser curioso que tal afirmación se siga sosteniendo todavía, a pesar de los nuevos datos que la propia ciencia ha aportado: desde Einstein (1879-1955) sabemos que la materia, en último término, es energía, según queda reflejado en su famosísima ecuación E = mc2 (donde “E” significa energía; “m”, masa; y “c”, velocidad de la luz (300.000 kms/seg). Según tal ecuación, lo que llamamos “materia” no es sino “energía condensada”, lo cual sucede en determinadas condiciones. Por tanto, lo que aparentemente percibimos como irreductiblemente sólido y consistente no es, en realidad, sino energía.

          Pero no es solo eso: la física cuántica, en su tarea de desentrañar la estructura del átomo –considerado hasta hace solo un siglo como el “ladrillo básico” o pieza última de la realidad material-, ha descubierto que eso que nos parece tan compacto es, en realidad, un gran vacío. (Para hacernos una idea: si el núcleo de un átomo midiera 1 cm de diámetro, los electrones de ese mismo átomo orbitarían a 1 km de distancia).

          A la vez, esa misma física afirma que, por debajo de la materia y la energía, hay un “hervidero” de actividad subatómica. Es el “campo cuántico”, hecho de ondas de información, cuyas variaciones provocan una “fluctuación cuántica”, la cual permite la creación y la aniquilación constante de partículas y antipartículas.

          La ciencia actual ha comprobado que el vacío, en sí mismo, es vibración, de donde brotan todas las formas. Un equipo de científicos liderados por Peter Higgs, tras rigurosas investigaciones –que le valdrían al propio Higgs el Premio Nobel de Física en 2013-, llegó a una conclusión notablemente sorprendente: lo que afecta a lo real no es propiamente el vacío, sino la vibración del vacío. Y a esta vibración la llamaron bosón: este genera un campo –bosón y campo de Higgs- que, afectando a todo el espacio, otorga a las partículas elementales la propiedad que llamamos masa. La “masa”, que percibimos a través de los sentidos, existe sencillamente gracias a la vibración del vacío, como fuente, origen y matriz de todo lo manifestado. Ese es el motivo por el que “algunos físicos piensan que la nada es el verdadero bloque básico de construcción de la materia”[i].

          Parece, por tanto, que tampoco todo acaba en la energía. Por “debajo” de ella operan “ondas de información” en campos cuánticos (electromagnético, gravitatorio…) que están hechos de información, es decir, de consciencia. Un campo cuántico es fuerza invisible en movimiento -en último término, información- que moldea la materia.

          No resulta fácil definir qué es la consciencia, pero apunta a “un saber que sabe”, inteligencia creativa, código de instrucciones… Lo que regiría todo el proceso sería justamente eso, la consciencia que, en forma de “manual de instrucciones”, posibilita y explica el despliegue de la infinidad de formas que llegan a nuestros sentidos. Se entiende, así, que algún biólogo se haya atrevido a afirmar que una célula es, en rigor, “memoria envuelta en una membrana”, lo que significa reconocer que la materia (la célula) es en sí misma información, es decir, consciencia. La «in-formación» no es otra cosa que códigos que dirigen las formas (dan forma, «in-forman»), consciencia, saber que sabe, inteligencia creativa…

          Dicho de otro modo: las formas que percibimos son el producto de un “código de instrucciones” que se halla en el origen de las mismas. En realidad, ¿no es eso mismo el ADN?… “El ADN –escribe Alejandro Martínez Gallardo- es fundamentalmente un programa (bio)informático que ha logrado replicarse con éxito —una especie chip cósmico o libro orgánico (¿el “axis mundi” de la galaxia?)— y la forma más efectiva de transmitir información de la cual tenemos conocimiento es el entrelazamiento cuántico”[ii].

          La ciencia no sabe cuál es la “pieza” última de la que está hecho el universo. Más aún, es la misma ciencia la que asegura que apenas podemos percibir un 4 ó 5% de la realidad que sabemos que existe. Si esto es así, ¿cómo no dejar nuestra mente en suspenso en lugar de asumir conclusiones siempre precipitadas y, por ello mismo, erróneas? ¿Quién se atrevería a reducir la totalidad de lo real a ese ínfimo 4 ó 5% que nuestros sentidos son capaces de percibir?

          La ciencia nos ayuda a deshacer nuestras creencias equivocadas, entre ellas, la que reduce lo real a lo material. Por su parte, los sabios nos recuerdan una y otra vez que no necesitamos conocer todas esas respuestas para empezar a vivir lo que ya somos, Eso que queda cuando se silencia la mente. Y lo que descubrimos entonces es que, admirablemente, Eso es consciencia.

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[i] M. TALBOT, Misticismo y física moderna, Kairós, Barcelona 1986, p.80.

[ii] A. MARTÍNEZ GALLARDO, Entrelazamiento cuántico o “efecto de Dios”: el pegamento entre el espíritu y la materia, en: http://pijamasurf.com/2012/01/entrelazamiento-cuantico-el-pegamento-entre-el-espiritu-y-la-materia/

 

Semana 19 de noviembre: ENTRELAZAMIENTO CUÁNTICO

ENTRELAZAMIENTO CUÁNTICO O «EFECTO DE DIOS»: EL PEGAMENTO ENTRE EL ESPÍRITU Y LA MATERIA

Alejandro Martínez Gallardo

http://pijamasurf.com/2012/01/entrelazamiento-cuantico-el-pegamento-entre-el-espiritu-y-la-materia/

El entrelazamiento cuántico, descrito como el parteaguas entre la física moderna y la clásica y también llamado «el efecto de dios», parece servir como un cordón inmaterial que conecta todas las cosas del universo y tiende un puente entre la materia y el espíritu.

“Las cosas que han estado alguna vez en contacto entre sí siguen influyéndose mutuamente a distancia tras haberse cortado el contacto físico” (James Frazer, La Rama Dorada).

What is LOVE?- An attempt to create quantum entanglement between two or more macroscopic sentient beings” (@Akposthuman).

En las últimas décadas la física cuántica ha tomado una enorme popularidad entre los no iniciados, principalmente por virar el materialismo característico de la ciencia hacia antiguas filosofías como el idealismo o religiones tan atractivas para la mente posmoderna como el budismo. Tiende un puente: la ciencia originalmente no se distingue de la filosofía: ambas buscan describir y entender la naturaleza (o el universo); la naturaleza, que en un inicio era concebida como la manifestación visible del espíritu. Es parte de la interpretación popular de la física cuántica (ampliamente criticada por científicos que en ocasiones no logran salir de la «caja»): hacer del mundo algo en lo que la mente participa o al menos algo que se parece más a lo mental que a lo inerte y meramente mecánico. A mi juicio atinadamente, el filósofo y físico de Yale Abner Shimony llamó a esta vertiente de la física «metafísica experimental».

Una de las cosas que ha hecho a la física cuántica tan atractiva para la mente popular, con cierta inclinación a la espiritualidad, es que ha demostrado que el acto de observar un objeto afecta el estado de lo que se observa. Este «efecto del observador» se explica por la interacción inevitable entre un instrumento y el fenómeno que se observa. Por otra parte, el principio de indeterminación de Heisenberg señala que la posición y el momentum de una partícula no pueden determinarse hasta que no es medida —existe en un estado de superposición; está, por así decirlo, en todas partes antes de ser medida u observada. La interpretación popular, que extrapola el mundo micróscopico, espectral e implicado del quantum al mundo macroscópico, que se caracteriza por el dar sentido: la explicación, ha entendido esto como que al observar cualquier fenómeno, al percibir algo, lo modificamos: la mirada transforma e incluso, bajo cierta influencia del new age, al percibir (o al creer en) algo lo estamos (co)creando. El escritor Robert Anton Wilson desarolló toda una  teoría de psicología cuántica agnóstica de la realidad bajo este principio: 

Cada modelo que construimos nos dice más sobre nuestra mente que sobre el universo… El universo es más grande que cualquiera de nuestros modelos… Cada descripción del universo es una descripción del instrumento que utilizamos para describir el universo (la mente humana).

Entre el tesoro de rarezas que descubrió la física cuántica al penetrar en el átomo, probablemente la más significativa y maravillosa sea el entrelazamiento cuántico.  Desde 1935 el físico Erwin Schrödinger notó una propiedad peculiar en la materia subatómica que llamó  «entrelazamiento» (entanglement, en inglés).  Esto es, cuando dos sistemas cuánticos entran en contacto entre sí permanecen conectados instantáneamente, como si fueran parte de un todo indivisible.  Schrödinger rápidamente apuntó que esta era la diferencia fundamental entre la teoría cuántica y la física clásica.

Actualmente el entrelazamiento cuántico se entiende como un proceso en el que una sola función de onda describe dos objetos separados, los cuales comparten una misma existencia no obstante lo lejos que puedan estar entre sí, como si estuvieran unidos por un cordón umbilical invisible o una onda que, en teoría, se puede propagar por todo el universo. Dos partículas que se han entrelazado tienen una descripción definida juntas, pero cada partícula por separada yace en un estado completamente indefinido: podemos decir que no existe la una sin la otra (aunque una partícula pudiera estar en las Pléyades y la otra entrando a tu pupila en la Tierra: photons that did tango, can never untangle). El entrelazamiento cuántico, que ha sido observado principalmente entre fotones, ha sido descrito por Henry Stapp en los términos de «luz gemela», una «disposición correlacionada a responder».

Albert Einstein desdeñó este aspecto de la mecánica cuántica con su famosa frase de «acción fantasmal a distancia». Einstein, por supuesto, había impuesto un límite de velocidad al universo y no concebía posible un efecto superlumínico. Sin embargo, el físico irlandés John Bell demostró con su famoso teorema que el entrelazamiento cuántico sí ocurre (algo que ha sido confirmado en repetidas ocasiones, como es el caso del famoso experimento de Aspect).

Ahora bien, este misterioso efecto de entrelazamiento a distancia difícilmente se explica por una fuerza física que pueda viajar más allá de la velocidad de la luz para transmitir un estado cuántico entre dos partículas (de existir ciertamente se mantiene fantasmal).  Bell describió esta conexión entre partículas como «no-local», es decir que no tiene una ubicación en el espacio. Dice Nick Herbert:

Las interacciones no-locales, de existir, serían una especie de vudú de la física en el que una partícula influye en la otra, no a través de una fuerza de campo convencional, sino simplemente porque se han tocado alguna vez en el pasado distante.

Pese a observarse en el laboratorio repetidas veces este fenómeno que afecta a los bloques fundacionales de la materia que conforma a todas las cosas del universo, existe cierta reluctancia a darle importancia al entrelazamiento cuántico. Nuestra vida en el mundo macro discurre sin detenernos a pensar en lo que significa que todas las partículas que han estado en contacto entre sí tengan esta propiedad de conexión cuántica instantánea: no se nos ocurre pensar que estamos entrelazados con ciertas personas, con ciertos objetos, con ciertas ideas que siguen influyéndonos a distancia. Recientemente, sin embargo, científicos han notado que diversos fenómenos «macroscópicos» —como la fotosíntesis y la navegación de las aves— parecen estar ligados al entrelazmiento cuántico. Aún más interesante es la teoría de que nuestro ADN se mantiene unido debido a esta conexión cuántica.

Elisabeth Rieper y colegas de la Universidad Nacional de Singapur dicen que este entrelazamiento es lo que mantiene unida la doble hélice del ADN. Según el sitio Technology Review de MIT, Rieper y sus colegas usaron un modelo teórico del ADN en el que cada nucleótido consiste en una serie de electrones orbitando un núcleo cargado positivamente. El movimiento de la nube negativa es un oscilador armónico. Cuando los nucleótidos se unen para forma un par de bases, las nubes deben de oscilar en direcciones opuestas o la estructura no será estable. Rieper y sus colegas se preguntaron qué  le sucedería a esas oscilaciones si los pares bases estuvieran apilados en una doble hélice. La hélice debería de vibrar y deshacerse, pero esto no sucede, ya que las oscilaciones ocurren como una serie de estados de superposición —lo que significa que oscilan en todos los estados posibles al mismo tiempo. Un entrelazmiento cuántico lo mantiene todo unido [Daily Galaxy].

Que el ADN esté unido por entrelazamiento cuántico es altamente significativo, y por otra parte algo que podría anticiparse bajo cierto entendimiento de la selección natural y la evolución. Siendo que el ADN es fundamentalmente un programa (bio)informático que ha logrado replicarse con éxito —una especie chip cósmico o libro orgánico (¿el axis mundi de la galaxia?)— y que la forma más efectiva de transmitir información de la cual tenemos conocimiento es el entrelazamiento cuántico, es lógico pensar que el código genético esté vinculado entre sí de esta forma: con el pegamento más potente del universo (curiosamente es esa «oscilación de todos los estados posibles al mismo tiempo» lo que le da cohesión,  una especie de omni-potencia cuántica).

Además de la teoría expuesta por los investigadores de la Universidad de Singapur, el Premio Nobel de Química Luc Montagnier publicó el año pasado un trabajo en el que sugiere que el ADN emite señales electromagnéticas que imprimen su estructura en otras moléculas, algo similar a una teleportación de información, o en otras palabras entrelazamiento cuántico. El experimento realizado por Montagnier ha generado gran controversia y poca aceptación entre la comunidad científica; de cualquier forma avanza hacia una elegante intuición —que parece reflejarse en  la naturaleza. Aún menos aceptado es el trabajo del científico ruso Pjotr Garjaje quien sostiene que el ADN es similar a un Internet cósmico. 

De hecho, Pjotr y su equipo encontraron más paralelos aún entre la genética y la informática. Especulan que la estructura del “ADN basura” (el “segundo código” similar a la gramática del lenguaje humano) y su posibilidad de modificación, se deben a que el ADN no acumula toda la información necesaria en cada momento, sino que intercambia información permanentemente (la recibe, modifica y emite), de la misma forma que lo hace una computadora conectada a la web. Cada persona sería, siguiendo esta línea argumental, un nodo de una red o sistema (como Internet) que involucraría a muchos más individuos-nodos. 

Hay que aclarar que Pjotr es una figura oscura, aparentemente miembro de la Academia de Ciencias de Moscú según algunos sitios web, de quien se tiene poca información y quien cree que el ADN no solo puede modificarse a través de la interacción de rayos de luz coherente (como lásers), también a través de las palabras —de manera similar a lo que sostiene Masuro Emoto con las moléculas de agua. Aclarando esto —que nos alejamos de la ciencia establecida— la posibilidad de que el ADN de un ser vivo no solo esté en un estado de entrelazamiento cuántico con cada una de sus células, sino con otros miembros de su especie (y quizás con todo el universo), es muy interesante. Es una forma de explicar la fascinante teoría de los campos mórficos del biólogo Rupert Sheldrake, quien sostiene que existen campos de información  que organizan el desarrollo de una especie y sirven con una memoria de la naturaleza —de tal forma que se pueden transmitir hábitos y mutaciones de manera horizontal, sin tener que pasar de generación a generación.

En 1920 el embriólogo Alexander Gurwitsch descubrió que los seres vivos emiten fotones “ultra-débiles” dentro del espectro ultravioleta. Gurwitsch los llamó “rayos mitogénicos”, ya que creía que estos fotones tenían un papel importante en la división celular del campo morfogenético, es decir, en el desarrollo de la estructura morfológica de un ser vivo.

En la década de los 70 el profesor Fritz Albert Popp descubrió que esta emisión de luz, a la que llamó biofotones, se presentaba en un rango de entre 200 y 800 nm y que exhibía un patrón periódico y coherente. Popp teorizó que los biofotones son producidos por el ADN en el núcleo de las células. Esto fue demostrado en los años ochenta. El Dr. Jeremy Narby  escribió en su libro The Cosmic Serpent:

Como el axis mundi de las tradiciones chamánicas, el ADN tiene una forma de escalera torcida (o una viña); de acuerdo a mi hipótesis, el ADN era, como el axis mundi, la fuente del conocimiento y las visiones chamánicas. Para estar seguro tenía que entender cómo el ADN podía transmitir información visual. Sabía que emitía fotones, que son ondas elctromagnéticas, y me acordé de lo que Carlos Perez Shuma me había dicho cuando comparó a los espíritus con ‘ondas de radio’. Una vez que prendes la radio, las puedes sintonizar. Es lo mismo con los espíritus; con la ayahuasca los puedes ver y escuchar. Así que investigué la literatura sobre fotones de origen biológico […].

Narby formuló la hipótesis de que cuando los ayahuasqueros del Amazonas dicen comunicarse con los espíritus de las plantas, de sus ancestros o de la naturaleza, en realidad se están comunicando con el ADN de esas plantas o con su propio ADN (el cual tiene un campo holográfico) —y de esta forma obtienen información sumamente difícil de obtener por métodos de prueba y error, como fue en su momento el descubrimiento del curare. «Esta es la fuente del conocimiento: el ADN, viviendo en el agua y emitiendo fotones, como un dragón acuático escupiendo fuego». 

Existe en la profundidad del misticismo humano una identidad entre el espíritu y la información, que ha sido recuperada con la física cuántica y con la era de la informática: del gnosticismo al Internet, de Hermes a MSN. It from bit. Heisenberg escribió: «Los átomos no son cosas, son solo tendencias, así que en vez de  pensar en cosas, debes de pensar en posibilidades. Todos son posibilidades de conciencia». Ervin Laszlo ha dicho que «la información es el software del universo». Vemos hoy  claramente que la información es lo que programa a la materia, lo que de alguna manera arde al interior del cuerpo (la manifestación más conspicua de aquello que llamamos alma —»el sol invisible»— es la información, el código). La versión de Erik Davis del Génesis: En el principio era la Info, y la Info estaba con Dios, y la Info era Dios.

Davis, en su texto Images of Spiritual Information, añade: «El medio es el mensaje y el mensaje es el espíritu al interior que viene de fuera, señal y ruido cruzando las fronteras entre sí en el flujo feroz del desdoblamiento».

Si el Logos o Espíritu en verdad es omnipresente, entonces debe de contar con los servicios de mensajería instantánea del entrelazamiento cuántico.  No por nada el escritor Brian Clegg ha titulado su libro sobre el entrelazamiento cuántico «El Efecto de Dios«, como si este fuera el resultado de la materialización de la divinidad en el universo: el sello elástico de la unidad.

Según el físico Nick Herbert, el teorema de Bell revela que los hechos que experimentamos en el mundo «no pueden ser simulados por una realidad local subyacente. Cualquier realidad que se ajuste a los hechos debe de ser no-local […]. El teorema de Bell muestra que debajo del mundanal ruido de nuestra existencia local yace oculta una realidad cuántica conectada superlumínicamente que es necesaria para que este mundo ordinario opere«.

Esta realidad subyacente es lo que David Bohm llamó el orden implicado, un mar de energía del cual se desprende nuestra existencia apenas como la onda que se forma sobre la superficie de un lago cuando se lanza una piedra. Es también lo que Arthur Schopenhauer llamó el Mundo de la Voluntad (nuestra realidad explícita es el Mundo de la Representación: el Maia, la Matrix). Es también el mundo del Nagual, que expone Don Juan Matus según Carlos Castaneda y que podría ser parte de la tradición oculta tolteca. Es el mundo del Espíritu, el Brahman. El entrelazamiento cuántico parece ser el cordón umbilical (de luz comunicante) entre la dimensión de unidad divina absoluta y el mundo material de la multiplicidad, que es una falsa caída o división, ya que, por el mismo entrelazamiento cuántico, el Espíritu sigue irradiando, transmitiéndose a sí mismo a través de nosotros. In-formándonos.

«PRESENCIA»

A Ana, con quien día a día buscamos desvelar la Presencia que somos.

 “Cuando hay presencia, todo aquello que es ilusorio se desvanece, y lo que queda es real, vital y apasionadamente vivo. Eso es vida total; no mi vida, sino simplemente vida” (Tony Parsons).

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          «El ser humano intenta avanzar, rodeado de fuertes antítesis que le impiden ver la esencia de la vida, encerrado en un laberinto de miedo y tensión que él mismo ha creado, y sin ser capaz de encontrar la salida.

En Presencia, Enrique Martínez Lozano nos invita a iniciar el largo viaje de vuelta a casa, a desandar el camino y a desaprender lo aprendido, con el único objetivo de lograr descubrir lo que realmente somos».

Editorial San Pablo

ÍNDICE

 Introducción

1. El aprendizaje: venir al presente

Aprender a leer el malestar
¿Qué tiene el presente?
Nuestro mayor problema: la inatención y el efecto hipnótico
La salida del laberinto pasa por la atención
Desgajados de la vida: miedo y tensión
Venir al presente para reconectar con nuestra verdadera identidad

2. La comprensión: ¿qué es el presente?

Aquí y ahora: efectos manifiestos
El presente pensado y el instanteísmo
El tiempo no existe
Presente, atemporalidad, eternidad
 
3. La realización: vivir en estado de presencia

Del presente a la presencia: un estado de ser
Del yo que pensamos ser a la presencia que realmente somos
Presencia es no-dualidad
Nada y Plenitud
Solo ser: vivir en estado de presencia
La Presencia es

Anexo: Guía para pasar del estado mental al estado de presencia

  

INTRODUCCIÓN

 Buscando mis amores, / iré por esos montes y riberas; / ni cogeré las flores, / ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras” (San Juan de la Cruz).

 Pase lo que pase, sientas lo que sientas, pienses lo que pienses, nunca puedes dejar de ser lo que eres. Cambia y muere la apariencia (la personalidad); lo realmente real (la identidad) permanece. Aunque psicológicamente sientas estar desconectado de ella, eres siempre pura Presencia. Nos parece estar desconectados debido a una especie de hipnosis, en la que nos ha introducido nuestra identificación con la mente. Hipnotizados por ella, creemos que es verdad lo que pensamos, mientras no vemos lo que realmente es.

Comprender ese efecto hipnótico que nos hace olvidar lo que somos es condición para vivir todo lo que nos ocurre como oportunidad de “reconectar” de manera consciente con nuestra verdadera identidad: cualquier circunstancia, cualquier acontecimiento, incluso lo más trivial, podemos vivirlo como oportunidad para abrirnos a comprender un poco más lo que somos. En todo momento, cualquiera que sea el “lugar” adonde la mente te haya conducido, con el pretexto quizás de una circunstancia “adversa”, ven al presente y percibe el “fondo” último que se esconde detrás de la “forma” que ha aparecido en este momento. Notarás una quietud que transciende todo vaivén y, si mantienes la atención, no te será difícil percibir que esa quietud es tu verdad más profunda. Y que la percibes precisamente porque la eres.

Desde esa perspectiva ha surgido este libro, y así planteo el modo que me parece adecuado para leerlo: como una oportunidad para “recordar”, en cada paso de su lectura, quiénes somos. Porque “conectar” con ello y vivir ahí es sabiduría y liberación.

No hay juicio, no hay queja –ni contra los otros, ni contra ti, ni contra la vida-; hay solo Presencia manifestándose en todo, Presencia que es Eso ­–pura apertura consciente y atenta- que tú eres, más allá de la idea que tu mente se ha hecho acerca de ti pensándote como un “yo” separado.

La Presencia no es “algo” donde ir o que buscar, sino Eso que somos… Pero solo cuando conectamos conscientemente con ella nos es posible reconocer que estamos –siempre habíamos estado- en “casa”.

Todo lo que nos ocurre –decía- es una oportunidad para “reconectar”: salir del estado mental (habitual e hipnótico) –en el que nos identificamos con el yo- y reconocernos como estado de presencia. Y esa es la primera y radical invitación que quiero proponer al lector, con quien desearía mantener un encuentro en la misma (y única) Presencia que compartimos: sean cuales fueren las circunstancias y los movimientos –mentales o emocionales- que puedan estar manifestándose en este mismo momento, ábrete a conectar conscientemente con Eso que realmente eres. No la mente enredada en su incesante parloteo, ni el “yo” que juzga todo según como le afecta, sino la pura Presencia ecuánime que, como espaciosidad sin límite, acoge todo sin verse afectada por nada de ello. No quieras de entrada pensarlo ni entenderlo con la mente; simplemente, silencia el pensamiento y percíbelo.

Así empezamos a acercarnos a ese estado de consciencia que constituye lo que realmente somos. ¿Qué tienen en común una roca, un árbol, un perro y un bebé? Todos ellos son Presencia manifestándose o desplegándose. Lo que es –detrás de las variadas formas en que se manifiesta- es pura Presencia que, en el ser humano, deviene “autoconsciente”. Con el riesgo de que, debido a la apropiación, la mente lo olvide. Pero lo cierto es que, más allá del yo aparente o “personalidad” particular –cuerpo, mente y psiquismo-, somos esa misma Presencia, Eso que permanece mientras todo cambia, lo único realmente real.

Y esto no es una creencia. Prueba por un simple instante a acallar la mente y pregúntate qué queda. Advertirás que, una vez silenciado todo, lo que permanece es una desnuda consciencia de ser, es decir, pura presencia. Si te permites descansar en ella y saborearla, sin prisa, percibirás que has encontrado tu “casa”, tu verdadera identidad. El hecho de conectar con ella de manera consciente producirá en ti un cambio de estado de consciencia: has sido conducido del “estado mental” –en el que habitualmente nos movemos- al “estado de presencia”. En el primero, nos hallamos identificados con la mente, encerrados en ella como en una jaula y a merced de los movimientos mentales y emocionales, alejados de lo que constituye nuestra verdadera identidad. En el segundo, por el contrario, desaparece por completo la ilusoria “distancia” entre nosotros y el conjunto de lo real –llámese vida o ser- y recuperamos (psicológicamente) lo que nunca habíamos perdido, aunque nuestra mente nos hiciera creer lo contrario: nos experimentamos como plenitud de presencia.

Esa Presencia tiene una percepción inmediata y autoevidente de ser. Sabe que es. No a través de ningún raciocinio, sino de un modo directo, sé que soy. No soy nada que pueda pensar o nombrar, no soy ningún objeto capaz de ser observado y ninguna forma impermanente. Soy, por el contrario, Eso que es consciente, que atiende y atestigua; en definitiva, la Presencia una en –de- la que emergen todas las formas.

A diferencia del “yo” con el que solemos identificarnos y que, a su vez, es fruto de la identificación con algún objeto determinado, por lo que se halla sujeto a una permanente impermanencia, la Presencia es siempre idéntica a sí misma: solo ella, por tanto, puede constituir lo que denominamos nuestra “identidad”.

La Presencia tiene un sabor directo de sí misma. Y es su saboreo el que en nosotros abre las puertas a la sabiduría. La cual no consiste en otra cosa que en permanecer y mantener viva la conexión con la Presencia que somos. Todo lo demás vendrá de su mano. En el instante mismo en que nos reconocemos en ella, caen todas las confusiones en las que nos habíamos enredados y cesa toda búsqueda.

No soy el yo que, al percibirse como carencia, ansiosamente trata de compensarla, aferrándose a objetos de todo tipo o proyectándose en un futuro imaginado como respuesta a su búsqueda compulsiva. No soy el yo que “debe” esforzarse para llegar a adquirir una completitud que se le antoja inalcanzable. Soy la Presencia plena que late bajo el “yo” al que, en virtud del estado hipnótico controlado por la mente, me había reducido. La acción deja de verse como “algo que tengo que hacer” para completarme, y se vive sencillamente como expresión o despliegue de la plenitud que ya soy. La búsqueda ha terminado. Estoy en casa.

Ahora bien, si somos Presencia plena, ¿a qué se debe que vivamos con tanta frecuencia alejados de aquello mismo que nos constituye? Aunque volveré más adelante sobre ello, la respuesta me parece sencilla: tal ignorancia radical es consecuencia directa de la identificación con la mente. Al reducirnos a ella, dejamos de verla como una herramienta a nuestro servicio para confundirla con nuestra identidad. A partir de ahí, entramos en una especie de hipnosis: no solo percibimos la realidad reduciéndola a la estrecha perspectiva mental, sino que nosotros mismos nos definimos como un objeto más –otro ente separado- dentro de la infinidad de objetos que la propia mente delimita. A partir de ahí, la educación, la cultura y la sociedad no harán sino confirmarnos en aquella creencia, con lo que se fortalecerá hasta el extremo la identificación con el yo (mental).

Una vez identificados con el yo o ego, víctimas ya del efecto hipnótico, nos tomamos todo personalmente, uniendo nuestra suerte a lo que le ocurra a nuestro cuerpo o a nuestro psiquismo. Y aquel efecto llega a ser tan intenso que la mera alusión a nuestra verdadera identidad nos sonará hueca y, a la postre, ilusoria. La confusión no podía llegar a más: se juzga como ilusión lo real, y lo real como ilusorio.

Sin embargo, por más que la identificación haya alcanzado niveles extremos, es probable que, en determinadas ocasiones, escuchemos en nuestro interior la voz del anhelo que nos llama a casa. Quizás en medio de una crisis o tal vez en una experiencia de plenitud, alcanzaremos a oír el “eco” de la añoranza de Eso que realmente somos…, y que habíamos olvidado o proyectado fuera de nosotros en un mundo ideal, montado también por nuestra mente.

Es la “voz” del anhelo la que nos invita a desandar el camino y a desaprender lo previamente asumido, para abrirnos a la novedad y descubrirnos como Presencia. Así como al desconectar (psicológicamente) de ella nos entendimos radicalmente como vacío que exigía ser compensado, al “reencontrarla”, saboreamos la plenitud.

Lo que quiero compartir en estas páginas son unas pautas sencillas para lo que podría denominarse un trabajo de reeducación, que ayude a salir de la inercia de donde venimos –el “estado mental”- y conectar con lo que somos –el “estado de presencia”-.

Y me parece adecuado, por motivos pedagógicos, hacerlo en tres etapas, que nombro como aprendizaje, comprensión y realización. El aprendizaje no es otra cosa que la práctica que permite iniciar la reeducación, en un adiestramiento perseverante por venir al momento presente. Pero, debido a la tendencia mental a confundir el presente con el concepto de presente que la mente elabora, me parece necesario detenernos a comprender qué es el “presente” del que hablamos. Finalmente, ejercitados en la práctica y en la comprensión, podremos favorecer conscientemente lo que realmente importa: la vivencia o realización de la Presencia que somos y, con ella, el paso del “estado mental” al “estado de presencia”.

Como ha quedado dicho, se trata de un camino de regreso a la “casa” de la que –paradójicamente- nunca habíamos salido. Tal como acabo de formularlo, puede dar la impresión de que el sujeto de todo ello es el yo, pero en rigor no es así. Lo que solo es una ficción –o construcción mental- no puede ser sujeto de ninguna comprensión. En todo momento, el único sujeto es la Presencia que somos que, como consciencia que es, va desvelándose a sí misma hasta mostrar su rostro diáfano y pleno. No hay nadie que llegue al “estado de presencia” o se reconozca como tal; hay solo y únicamente Presencia haciéndose consciente de sí misma en las formas en las que se expresa.

Frente a la inexorable limitación e incluso ambigüedad del lenguaje, es preciso afirmar que no existe un yo que esté presente, o haga el aprendizaje de estar presente. Al contrario, donde hay presente, no hay yo. Solo hay –y todo es- Presencia autoconsciente.

No existe ningún hacedor individual, ningún yo que llegue a alcanzar la iluminación o estado de presencia. Todo es Presencia que se desvela. Pero tal Presencia no constituye –de nuevo, las lecturas mentales- algo “paralelo” que discurriera “al margen” de lo que somos. Más bien al contrario, Eso es lo que somos.

No soy el “yo” que mi mente piensa; soy “Eso” inefable que es el “Sujeto” de todo. Pero suele ser precisamente aquí donde el lenguaje nos engaña porque, aun sin darnos cuenta, se cuelan fácilmente esos “dos niveles” y surge la confusión.

Me parece importante subrayar este punto porque, en algunos ámbitos del heterogéneo movimiento New Age e incluso entre algunas personas que se mueven en lo que es considerado como “neo-advaitismo”, creo percibir una cierta confusión, de consecuencias negativas fácilmente constatables. Me refiero a aquella posición que, tras desenmascarar la ilusión del yo, termina negando cualquier tipo de consciencia y de responsabilidad, con el argumento de que no habría ningún sujeto portador de la misma. Las consecuencias no tardan en hacer acto de presencia: descuido de las formas, del trabajo (psicológico) consigo mismo y de la responsabilidad ante los otros y ante el mundo. De una manera sutil e inadvertida, utilizando incluso expresiones de los sabios, la sabiduría puede degenerar en cinismo: de hecho, quienes pregonan esta visión en poco se parecen a aquellos sabios cuya sola presencia resulta transformadora.

¿Dónde radica la trampa? Se trata, en mi opinión, de algo muy sutil. Es cierto que no existe ningún “yo” libre ni responsable que pueda “mejorar”. Todo es un despliegue de la consciencia en el que todos los yoes intervienen como personajes de la representación. Pero el sabio no habla de ese “yo”, sino de la consciencia (presencia) que constituye nuestra verdadera identidad. Ella es nosotros, y ahí todo encuentra encaje. No hay un yo hacedor y, sin embargo, todo se hace. No hay un yo protagonista y, sin embargo, todo es luz y creatividad. No hay apropiación y tampoco existe “alguien” libre, pero todo es libertad.

No existe tal cosa como un “yo” que viva en presente. La vivencia de la presencia no es otra cosa que la misma y única Presencia viviéndose a sí misma. No hay “nadie” que busque, decida o haga; nadie que se apropie de nada…, porque no existe tal cosa como un “yo” que fuera el (supuesto) sujeto de esas acciones. Todo es Presencia –Consciencia, Plenitud, Vida- que se expresa constantemente. Pero no soy “yo” quien lo ve, sino la misma Consciencia en “mí” (que es “yo”). Y esa es –así lo veo- la sabiduría de la no-dualidad: vivir la forma del día a día desde el “Fondo” que realmente somos, vivir en estado de presencia.

Indaga hasta el final –en realidad, es la misma consciencia la que indaga en ti-: ¿“Quién” o “qué” en ti percibe lo que percibes?, ¿“quién” o “qué” sabe lo que sabes?, ¿“quién” o “qué” es consciente? Y Eso que es consciente en ti, ¿no es lo mismo que Eso que es consciente en mí? Eso es lo que realmente somos. Dado que no es un objeto, es erróneo hablar de “mi” presencia o “tu” presencia… Es una y la misma Presencia en la que nos reconocemos -la idea de separatividad es solo una ilusión mental- y la que se vive en nosotros.

En contra también de lo que la mente pensaría, tal reconocimiento no induce a la pasividad o la indolencia. Más bien al contrario, es fuente de creatividad antes inimaginada y de cuidado amoroso de todas las formas. Lo que desaparece es la apropiación y los “debería”; todo es Presencia expresándose e iluminando la realidad completa, incluido nuestro psiquismo –con sus aspectos sombríos-, nuestras relaciones y nuestro mundo.

Con todo lo anterior, la invitación que sugería puede resumirse en una simple instrucción o propuesta: sal de la hipnosis mental y déjate conectar con la Presencia; ella sabe quién eres. Para ello, no te busques como “yo”, no caigas en la trampa de identificarte con él ni te tomes nada personalmente; más allá del yo, ábrete en todo momento a percibir la Presencia absolutamente íntima, de la que no te separa ni la más mínima distancia. Eres esa misma y única Presencia ilimitada y consciente.