DESCONFIAR DE LOS PASTORES

Domingo IV de Pascua

21 abril 2024

Jn 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre”.

DESCONFIAR DE LOS PASTORES

Una sociedad rígidamente jerarquizada se basaba en una obediencia ciega, incuestionable, a la autoridad, fuera esta paterna, política o religiosa. Autoridad, que se dotaba a sí misma de un halo de infalibilidad o incluso se hacía aparecer como constituida por Dios. De este modo, se aseguraba la sumisión completa de aquellos que, con frecuencia sin advertirlo, terminaban alienados.

Aquel estilo de sociedad quebró formalmente. Sin embargo, parecen quedar todavía, en el inconsciente colectivo, rasgos que lo caracterizaban. Por lo que no es raro encontrar en la actualidad “pastores” que, en forma de líderes o de gurús, siguen manteniendo una postura de superioridad y exigiendo, más o menos veladamente, sumisión y seguimiento acrítico.

Su “éxito” viene asegurado por el hecho de que todavía muchas personas prefieren la seguridad a la autoindagación. Les resulta más gratificante y tranquilizador asentir a un planteamiento con promesas de contener la verdad que buscar por ellas mismas fiándose de su propia intuición o “maestro interior”. Prefieren quedarse con creencias de segunda mano que adentrarse en la incertidumbre del no saber. Prefieren la sumisión cómoda al coraje que requiere la soledad.

Frente a tanto equívoco, parece urgente afirmar que no existen “pastores” ni maestros a tiempo completo: todos y todas somos, sin excepción, maestros y discípulos, a veces incluso sin ser conscientes de ello. Quien se asienta en su saber y renuncia a abrirse a lo nuevo y aprender, ha dejado, por ello mismo, de ser maestro fiable. Nadie se halla ni puede hallarse en posesión de la verdad. Esta se nos regala y se nos va mostrando en la medida en que estamos abiertos, y juega a hacernos guiños a través de lo que percibimos en los demás.

PSIQUIATRÍA Y BUDISMO // Mark Epstein

Entrevista de Laura Pintos a Mark Epstein, psiquiatra, en ABC, 11 de marzo de 2024.
https://www.abc.es/bienestar/psicologia-sexo/psicologia/mark-epstein-psiquiatra-budista-20240311180408-nt_amp.html

“Lidiar con tus emociones negativas hace espacio para el amor”.

El reputado experto estadounidense ha presentado en Madrid su nuevo libro, “El zen de la terapia”, en el que explica cómo une ambos mundos -budismo y psicoterapia- en la atención a sus pacientes y en su visión de la vida.

“Creo en el poder de la conciencia para sanar”, escribe el doctor Mark Epstein en “El zen de la terapia”, su octavo libro y cuya edición en español (editorial El Hilo de Ariadna, colección Ananta) ha venido a presentar a Madrid aprovechando que su mujer, la artista Arlene Shechet, tiene una exhibición con motivo de la feria Arco. Los dos mundos se unen, comulgan en simbiosis pacífica y productiva en él, un reputado psiquiatra formado en Harvard y con una demandada consulta en Nueva York, su formación científica occidental y sus profundos conocimientos del budismo y la meditación.

Este segundo universo irrumpió en su vida un poco antes que la medicina, que estudió en la prestigiosa universidad americana siguiendo los pasos de su padre. Sin embargo, él eligió curar mentes en lugar de cuerpos, o también, pero actuando desde el sinuoso camino de lo no físico. Y es que, a sus 20 años, Epstein se había topado con el budismo de manera accidental y pronto se hizo discípulo y con el tiempo amigo de maestros como Ajahn Chah, Joseph Goldstein, Jack Kornfield o Ram Dass, responsables de su introducción en Estados Unidos.

Epstein pasa consulta cuatro días a la semana en Nueva York. Estar cara a cara con sus pacientes le gusta. Dice que eso, enfrentarlos directamente en la mirada y también en el abordaje terapéutico, mediante el diálogo que establece con ellos, lo separa del psicoanálisis. Pero también incide en su trabajo como terapeuta su profundo conocimiento del budismo, aunque durante décadas fue reticente a admitirlo y a hablar abiertamente de ello.

El psiquiatra dedica el quinto día laborable a escribir. Lleva ya ocho libros, y no fue hasta este último, “El zen de la terapia”, cuando accedió a explorar la grieta por la que deja colarse a esta antigua filosofía en su trabajo científico regido por los estándares de la medicina occidental moderna.

En esta obra, por fin, hay una parte teórica que la explica, la grieta, su luz filtrada, su calado en él, a la vez que relata varios casos reales documentados durante un año en su consulta, en los que se ve de manera práctica cómo muchas veces el pensamiento budista -la aceptación, la trascendencia, la confrontación contemplativa, la atención dirigida- y la meditación completan su devolución en la sesión.

Minutos antes de la presentación del libro la pasada semana en la librería Crazy Mary, de Madrid, donde actuó como presentadora e intérprete la maestra yogui y escritora, además de traductora de esta novedad literaria, Julia Napier, Epstein habló en exclusiva con ABC Bienestar:

El gran dilema: ¿cómo combinar acertadamente ciencia y espiritualidad?

En la cultura en la que crecí y me formé, la espiritualidad siempre fue apartada y todo era ciencia. Eso fue fantástico hasta cierto momento en que empecé a sentir que nos faltaba algo, porque hay mucho que el pensamiento científico no alcanza a comprender. Me empecé a preguntar qué era, y tampoco las religiones que tenía al alcance me daban respuesta. Cuando me topé con el budismo sí la encontré. Fue como llenar un vacío. Pero a la vez yo pertenezco al mundo científico, así que me propuse reunirlos a ambos.

¿Tender un puente para ese encuentro?

Me veo más como un traductor, y no me refiero a idiomas. Quiero traducir el budismo para el mundo occidental y a su lenguaje psicológico actual, derivado de Freud y de la psicoterapia, que han dado forma a cómo todos entendemos ahora la mente.

No siempre es fácil que se entienda que no hablamos de religión, sino de espiritualidad.

Así es. Empiezo el libro contando una anécdota sobre mi madre, que a los 40 años de mi trayectoria un día me preguntó justo eso, qué era ser espiritual pero no religioso y cómo, aunque se lo intenté explicar, ella siguió sin entenderlo y entenderme. Creo que una de las ventajas de ser un occidental interesado en el budismo es que no nos pesa su aspecto cultural o el religioso, estas eran cuestiones que no tenían interés ni sentido para mí, con lo cual me ha sido más fácil separarlas de su parte de ciencia, arte o esencia.

En el libro dice que la mente es un mal jefe, pero un excelente empleado. ¿Cómo debemos entonces dirigirla?

El problema es que tampoco le gusta mucho escuchar (risas). Es reactiva y está a la defensiva, así que debemos ser muy consistentes y pacientes con ella. Gradualmente, con una práctica continua, podemos controlarla mejor. En el mundo budista usamos la analogía del pastor: debes darle al rebaño un campo grande donde pastar y, cada vez que se aleja demasiado, te toca ir a buscarlo y traerlo cerca, una y otra vez. Llegará un día en que aprenderá a estar a tu alrededor, y podrás por fin relajarte.

La paciencia es un bien escaso en un mundo veloz, de consumo acelerado y estímulos inmediatos. ¿Cómo tener más?

Hay muchas distracciones y aceleración, atendemos a muchas cosas a la vez. En cierta manera, ahí vemos que somos tolerantes y pacientes. No obstante, la paciencia a la que se refiere se trabaja como el cuerpo en el gimnasio o el campo de deporte. Es lo que aporta tanto la meditación como la psicoterapia, en realidad. Este es uno de los puntos en los que están conectadas. En terapia estamos una hora ahí sentados, atendiendo, hablando, casi un milagro en estos tiempos…, parecido a meditar.

En el libro también incide mucho en el hecho de que la anhelada paz interior no viene de la relajación, sino de la confrontación con nosotros mismos.

Sí. Es la misma idea en terapia, nuevamente.

Algo difícil. Es más fácil buscar distracciones, eludir ciertas cosas, evadirnos. ¿Qué ganamos al hacerlo?

Estar enfadado no es agradable. Todos cargamos nuestra propia angustia, culpa o sensación íntima de injusticia, pero no se siente bien. Es uno de los motivos por los cuales las personas acuden a terapia o empiezan a meditar, porque algo no se siente bien por dentro. Y descubren que hay otras formas de entenderlo y de hacer algo al respecto.

¿Habla de aceptación?

Tanto de aceptación como de transformación. Es como si la emoción del ser quisiera madurar. No queremos seguir estando enfadados. El subtítulo del libro es «revelar la bondad oculta de la vida». Porque tenemos una capacidad para amar que puede estar dormida, o latente, esperando a manifestarse. Y en cuanto empiezas a lidiar con tus sentimientos y emociones difíciles se hace espacio para que lo haga.

Después de ver tantos casos, seguramente muchos complicados e historias horribles, ¿cómo es que sigue creyendo en la bondad intrínseca del ser humano?

No soy naif sobre esto, también creo en nuestra horrible naturaleza destructiva, pero las personas tenemos una capacidad tremenda para emerger de sucesos horrorosos y aun así ser amorosos.

¿Cómo es que nos pasamos media vida aprendiendo y siendo de una manera, y en determinado momento descubrimos que debemos desaprenderlas, volver hacia atrás, deconstruirnos en cierta forma, para ser felices y auténticos?

Debemos desaprender, sí. Es la gran pregunta sobre el ego. ¿Lo necesitamos realmente? Si vives sin él, eres un lío. Por eso dedicas tu crecimiento a consolidarlo para poder funcionar en este mundo, controlar tus emociones y relacionarte. Y cuando lo tienes bien construido y fuerte, empieza a molestar, a entrometerse, porque es muy controlador, cuando lo que queremos es bailar, crear, escribir, amar, ser libres.

¿Esto sucede a determinada edad?

Probablemente sucede en la adultez temprana. Puede pasar después de la adolescencia también. Los que sí saben cómo jugar son los niños, pero luego esa liberad queda escondida y nos toca redescubrirla de adultos.

En ese sentido, ¿podemos educar mejor a los niños para que no pierdan de vista esta parte?

El énfasis exagerado en el éxito, que viene de los miedos de los padres, puede tener algo que ver en este sentido.

¿Cómo se puede ser un mejor terapeuta?

Haciendo lo menos posible. En serio. Si eres un buen terapeuta, no quieres interferir en cómo es la persona, quieres ayudarlo a tener ese espacio.

Y saber cuándo decir algo, además de qué, por supuesto.

No lo sabes, es improvisado. Por eso debes confiar mucho en ti mismo. Para saber cuándo decir lo que estás pensando y cuándo no.

¿De qué manera lo ayuda en su trabajo el budismo?

En la escucha sin intervención y en la atención plena. Cuando meditas entrenas estos aspectos, trasladarlo de tu interior a la experiencia con otra persona es un pequeño paso. Además, en las sesiones debes confiar en ti mismo y en tu autenticidad, en tus intenciones y en la forma en que respondes, y eso también se trabaja meditando.

Habla mucho de nuestra verdadera esencia. ¿Cómo podemos dar con ella?

Solemos estar confundidos. Es algo que no puedes tocar o ubicar en determinada parte de ti mismo. Es intuitivo. Puedes describirlo, pero no dibujarlo. Solo puedes experimentarlo y sentir cierta resonancia o conexión cuando aparece. La terapia es muy efectiva en este sentido.

La meditación, y sobre todo el mindfulness, están de moda. ¿Es para cualquiera, todos podemos aprender a practicarlos?

Definitivamente, no. Me preocupa un poco esta tendencia. Sucedió con el psicoanálisis, se puso de moda, todos creían en él y pensaban que lo curaba todo. Luego, con los antidepresivos, que son fantásticos, pero para determinados casos y situaciones. Ahora pasa con el mindfulness, y se aplica a todo, hasta la comida, como si fuera una panacea. Está sucediendo también con el regreso de los psicodélicos o de la ayahuasca. Está en nuestra naturaleza buscar una solución mágica. Mindfulness significa simplemente estar atento a lo que sea que esté sucediendo en el momento. Así que puede ser practicada en meditación, pero eso no funciona para todos, no todos pueden observar su mente con una atención tranquila, a algunos esto los pone más ansiosos. Muchas personas necesitan hacer algo más físico, como el yoga o deportes, y otras algo más creativo, como música, pintura o similar, con la misma calidad de atención. Se trata de que tu mente, tu atención, estén conectadas plenamente con el presente.

¿Ese es el propósito?

Es el principio. La entrada.

¿Cuán lejos se puede llegar?

Eso ya es bastante difícil de conseguir. Puedes pasar toda tu vida intentándolo. Pero en el budismo tradicional practicas mindfulness para desarrollar introspección (Epstein usa el término “insight”) acerca de la realidad y de ti mismo. Para el budismo hay tres características de la realidad: impermanencia, descontento e insustancialidad. Hacia allí va.

Para dominar nuestras emociones, dice que hay que confrontarlas. ¿Significa aceptarlas?

Primero reconocerlas y darles un nombre, eso crea espacio de inmediato entre la persona y sus emociones y permite controlar cómo reaccionar o responder a ellas. Depende el caso, solo observarlas, dejar que sean y se reduzcan naturalmente, o actuar. Se trata de no ser controlado por ellas.

En el libro habla de la imagen del mono que no ve ni oye lo que muchas veces tiene delante.

Es el mecanismo de defensa del ego, que busca protegerse.

Qué tan importante es el lenguaje. Decir, dar nombre.

Muy importante. Por eso escribo tanto. Funcionamos con el lenguaje, es cómo entendemos el mundo, y ser capaces de articular nuestra experiencia es un regalo maravilloso.

¿En las relaciones interpersonales, cree que actualmente nos comunicamos peor?

Oh, no, siempre hemos sido pésimos.

FE Y RELATOS MENTALES

Domingo III de Pascua

14 abril 2024

Lc 24, 35-48

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: “Paz a vosotros”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?; ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo que comer?”. Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse”. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.

FE Y RELATOS MENTALES

Parece claro que, una vez que la persona se ha adherido a una fe o creencia, la mente trata de encontrar una “explicación” que resulte coherente y abarcadora. Todo puede ser explicado desde la nueva posición.

Según investigaciones recientes en el campo de las neurociencias, lo que realmente le interesa al cerebro no es la verdad, sino la coherencia: que todo lo planteado resulte un conjunto que aparezca como coherente. Esta es la función de lo que algunos científicos han denominado “el intérprete”. Dichas investigaciones desnudan la capacidad cerebral para inventar lo que sea necesario con tal de dotar de coherencia a su propio relato. En la lectura de hoy, se aprecia el recurso a las Escrituras para “explicar” e incluso justificar todo lo sucedido con Jesús.

De esa aguda capacidad cerebral, parecen derivarse, al menos, dos consecuencias: la primera es que la realidad es lo suficientemente abierta como para admitir diferentes lecturas; la segunda, una invitación a desconfiar o, al menos, sospechar de las propias creencias y construcciones mentales de todo tipo.

Que sean posibles diferentes lecturas no significa justificar el relativismo vulgar -otra creencia más-, sino reconocer que la realidad nos desborda y que nuestro conocimiento será siempre situado, es decir, relacional o relativo (a un tiempo y a un espacio). Tal reconocimiento constituye una invitación a la humildad y, por tanto, a un diálogo respetuoso, que empieza por relativizar el propio posicionamiento.

Sin embargo, tal actitud únicamente será posible si somos capaces de vivir en la incertidumbre, donde solo hay una única certeza: la certeza de ser. Tal como escribe Mónica Cavallé, «todos sabemos y sentimos que somos; todos tenemos una conciencia directa e inmediata de nuestro propio ser» (El coraje de ser. La aventura del autoconocimiento filosófico, Kairós, Barcelona 2023, p.92). Esa es la base del reconocimiento de nuestra verdadera identidad.

CEREBRO, LIBERTAD, VERDAD // Manuel Martín-Loeches

EL CEREBRO HUMANO NO BUSCA LA VERDAD:
UNA EXPLICACIÓN CIENTÍFICA A POR QUÉ MENTIMOS
 

Manuel Martín-Loeches, en Ethic, 7 de noviembre de 2023:
https://ethic.es/2023/11/el-cerebro-humano-no-busca-la-verdad-una-explicacion-cientifica-a-por-que-mentimos/

El cerebro humano es una maravilla de la naturaleza. Ha sido capaz de llevarnos a la Luna, y no tardará mucho en hacerlo a Marte. La humanidad ha conseguido explorar los confines del mundo, del sistema solar, del universo, y entenderlos en profundidad. Sí, el cerebro humano es prodigioso. Pero no es perfecto.

El cerebro humano no busca la verdad, lo que busca es quedar bien. Su estudio nos ha llevado a los expertos a conclusiones que incomodan, pero ayudan a entendernos mejor a nosotros mismos.

Toda la verdad (o no)

El cerebro humano es una maravilla de la naturaleza. Ha sido capaz de llevarnos a la Luna, y no tardará mucho en hacerlo a Marte. La humanidad ha conseguido explorar los confines del mundo, del sistema solar, del universo, y entenderlos en profundidad. Sí, el cerebro humano es prodigioso. Es, sin duda, lo que nos convierte en la especie más inteligente del planeta. Pero no es perfecto. Es el mismo cerebro que, cuando fabrica aviones tan grandes como el Airbus A380, con una capacidad para más de 500 pasajeros y una ingeniería exquisita, omite el número 13 de la fila de butacas porque «da mala suerte».

Para entender por qué esto es así hay que conocer toda la verdad sobre nuestro cerebro. Y esto implica constatar que los procesos que subyacen a nuestras decisiones son en su gran mayoría –si no todos– inconscientes.

El libre albedrío no es tan libre

En la década de 1970, el psicólogo Benjamin Libet demostró que eso que llamamos libre albedrío no era como lo habíamos pintado. Unos electrodos colocados en el lugar oportuno de la cabeza de sus participantes le permitieron descubrir que el cerebro iniciaba las acciones un tiempo antes de que fueran conscientes de estar tomando la decisión de llevarlas a cabo.

Cuando tomamos una decisión creemos haber sopesado pros y contras, y haber madurado nuestra respuesta. Pero los experimentos demuestran que, normalmente, no sabemos exactamente qué nos ha llevado a tomar una decisión. Lo habitual, de hecho, es que las razones para hacer lo que hacemos las encontramos a posteriori; es decir, justificamos nuestros actos una vez realizados.

Las evidencias muestran, además, que nuestras decisiones las defendemos por encima de todo, aunque no sepamos qué nos llevó a ellas.

A esta forma de ser de nuestro cerebro se le llamó «el intérprete». Con esta denominación, el experto en el estudio de la mente Michael Gazzaniga resaltó que el cerebro está continuamente interpretando la realidad, encontrando una razón de ser para todas las cosas. Pero también que le da igual si su interpretación es verdad o no: le basta con que sea satisfactoria, aparentemente buena.

El cerebro humano busca quedar bien

Gazzaniga lo descubrió al estudiar pacientes con el cerebro escindido, es decir, dividido quirúrgicamente en dos hemisferios separados como consecuencia de un tratamiento contra ataques epilépticos recurrentes.

Cada hemisferio percibe y actúa sobre una mitad del mundo. El izquierdo percibe principalmente lo que está a nuestra derecha, mientras que lo que está a nuestra izquierda lo procesa el derecho. Igualmente, el hemisferio izquierdo maneja la mano derecha, y el derecho la izquierda.

Cuando hablamos, además, lo hacemos principalmente con el hemisferio izquierdo, por lo que con el cerebro dividido es como si tuviéramos dos personas, una que habla y otra que no pronuncia ni una palabra.

En los experimentos de Gazzaniga, cuando el hemisferio derecho del paciente veía un objeto y se le pedía que eligiera una imagen relacionada con el mismo, la mano izquierda cogía la imagen correcta. En cuanto al hemisferio izquierdo, el que habla, observaba la acción sin tener la más mínima idea de por qué esa era la imagen correcta. Pero cuando se preguntaba al paciente que por qué había cogido esa imagen, su hemisferio izquierdo respondía inventándose una razón. Nunca acertaba, ya que ignoraba totalmente la verdadera, pero estaba empeñado en dar una explicación, por descabellada que fuera.

Este mecanismo resultó ser muy humano, y no solo propio de personas con el cerebro escindido. Toda la humanidad funciona así en su realidad más cotidiana.

Es interesante destacar que el intérprete nunca decía «no sé». Decir «no sé» no parece la respuesta más humana, aunque en principio sea la más razonable. Y esto es así especialmente cuando se trata de justificar nuestros actos.

Estrategias para persuadir

La verdad no es lo más importante, sino quedarse satisfecho con una explicación más o menos creíble, aceptable. Aceptable para uno mismo y para los demás, aunque no sea cierta. Como dicen Hugo Mercier y Dan Sperberlas estrategias de razonamiento de nuestra especie no evolucionaron para llegar a la verdad, sino para persuadir a otros de que llevamos razón.

La explicación a todo esto está en que nuestro cerebro es hipersocial. Se hizo grande no para llevarnos a la Luna, sino para afrontar los grandes retos de vivir en sociedad, de convivir con un número elevado de individuos con los que a veces cooperamos y a veces competimos.

En estas circunstancias, lo habitual es que no podamos permitirnos perder tiempo, sino tomar decisiones rápidas y eficaces, de manera automática, sopesando multitud de razones a la vez. De la mayoría seremos poco o nada conscientes, porque serlo exigiría mucho tiempo y esfuerzo. No importa, ya encontraremos la forma de justificarnos si algo de lo que hemos hecho parece poco correcto a ojos de los demás. Para eso está el intérprete: para preservar a toda costa algo tan valioso como nuestra autoestima.

“El cerebro no busca la verdad” es parte del contenido del nuevo libro del psicobiólogo Manuel Martín-Loeches: 
¿De qué nos sirve ser tan listos? (Ed. Destino). 
Manuel Martin-Loeches Garrido es catedrático de Psicobiología, Universidad Complutense de Madrid. 

INVITACIÓN A LA PAZ

Domingo II de Pascua

7 abril 2024

Jn 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de sus clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomas: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

INVITACIÓN A LA PAZ

Como en todos los llamados “relatos de apariciones”, nos hallamos ante otra catequesis, construida simbólicamente, que busca afianzar y extender la fe en el resucitado, en un relato que resulta insostenible cuando se entiende de forma literal.

Hay, sin embargo, un mensaje que se va a repetir en todas las catequesis de este tipo: la invitación a la paz, puesta en boca del resucitado. Aunque cada proceso de duelo es único y única la forma en que cada persona lo vive, no es extraño que, a la vez que se siente la presencia de la persona que partió, se intuya también su deseo de bien, de dicha y de paz para nosotros. De modo particular, cuando la relación ha sido intensa y profunda, quien queda de este lado suele percibir la presencia, el ánimo, la fuerza y la paz, viniéndole de quien marchó.

Me parece que no se trata solo de algo imaginario. Lo que puede ocurrir, a mi modo de ver, es que en momentos de mayor densidad humana -como los que suelen vivirse en el duelo-, es más fácil conectar con nuestra dimensión profunda. Y esa dimensión de profundidad es presencia, paz, fuerza, amor, gozo… De ahí es de donde nos vienen todas esas realidades, por más que nuestra mente, en un movimiento no difícil de entender, las atribuya a -o las proyecte en- la persona amada.

El fondo de lo real es presencia, vida, paz, amor… Y ese es también nuestro mismo fondo, siempre disponible, invulnerable e indestructible. Al silenciar la mente, conectamos con él y nuestra existencia se ve transformada. Aquellos discípulos a ese fondo lo llamaron Jesús. Otros podemos darle el nombre de la persona que nos dejó físicamente. Pero el fondo es uno y el mismo, aquello de lo que estamos hechos, lo realmente real.