Semana 26 de marzo: SENTIMIENTOS Y CRECIMIENTO PERSONAL (y VI)

Sensación y crecimiento personal que trasciende el yo

 La madurez psicológica de la persona requiere una armonización creciente entre las distintas dimensiones que nos constituyen: cuerpo, mente, sentimientos, imagen, sombra…, en un proceso de integración, crecimiento y autotrascendencia.

Pues bien, el camino para avanzar en ese proceso pasa por la sensación: el contacto con las propias sensaciones y sentimientos es condición indispensable para habitarse a sí mismo y para venir al momento presente.

Parece claro que el cuerpo es la gran puerta que nos introduce en el presente –la mente nos mantiene alejados en el pasado o en la proyección del futuro-, y la sensación, la llave que la abre. Será por eso que, según cuenta una leyenda, cuando le preguntaron al Buddha cómo avanzar en la transformación personal, respondió: “Empieza por la respiración”.

La respuesta del Buda es sabia. En una primera instancia, porque es a través del cuerpo, en principio a través de la respiración, como accedemos al cerebro emocional y, de ese modo, a la serenidad y a la unificación. Pero también porque, a otro nivel más profundo, al sentir el cuerpo, salimos de la cavilación mental, y venimos al presente, el único lugar donde puede producirse la integración de la persona y su trascendencia: en el presente, no solo nos percibimos como un “yo integrado” –entre las “orillas” del caos y la rigidez-, sino que emerge la consciencia de una nueva identidad. 

Decía Abraham Maslow, el gran psicólogo humanista y uno de los “padres” de la psicología transpersonal, que el camino de autorrealización, cuando no se aborta, conduce a la autotranscendencia. El trabajo de integración o unificación del yo no termina en él, sino que abre a un horizonte (transpersonal, transmental), en el que el propio yo –la identidad egoica- será transcendido: a esto nos referimos al hablar de “espiritualidad”. En ese proceso se opera el paso de la “personalidad” a la “identidad”, paso que requiere armonizar el trabajo psicológico con el espiritual: necesitamos cuidar el psiquismo –construir una “personalidad” armoniosa-, conscientes de que somos infinitamente más que él. Por decirlo de un modo simple: no somos un “yo” que haga un trabajo espiritual para crecer en consciencia, sino la Consciencia que ha tomado esta “forma” que llamo yo. 

A lo largo de estas entregas, me he ceñido a la dimensión intrapersonal de la inteligencia emocional. Junto a ella, se hace necesario reconocer la necesidad de cuidar la dimensión interpersonal. Bajo este prisma, la inteligencia emocional puede definirse como la capacidad de relacionarnos con los otros de una manera constructiva: desde la aceptación, la valoración, el respeto y la asertividad.

Como es obvio, ambas dimensiones se entrecruzan, reforzándose o estancándose. El cuidado ajustado de uno mismo potenciará la capacidad de relaciones constructivas con los otros, y la vida relacional, así vivida, será fuente de crecimiento personal.

Ambas dimensiones –intra e interpersonal– desembocarán en aquella más profunda que llamamos transpersonal. El reconocimiento de ese triple “nivel” es lo que garantiza y permite el despliegue integral del ser humano en toda su verdad.

Semana 26 de marzo: PENSAMIENTOS de Albert EINSTEIN

Un libro recoge 1.600 citas del genial científico que muestran su particular sentido del humor, su extraordinaria humanidad y, también, su parte más oscura.

El libro «Albert Einstein: el libro definitivo de citas» (Plataforma Editorial) recoge nada menos que unas 1.600 citas que el genial físico Albert Einstein (1879-1955) pronunció o escribió a lo largo de su vida sobre los más diversos temas, desde la política y el patriotismo a Dios, la ciencia, el amor o la familia. Compilados por Alice Calaprice, reconocida especialista sobre la figura del científico, los pensamientos de Einstein desvelan, más allá de la teoría de la relatividad, su sentido del humor, su enorme humanidad, su desapego de muchas pasiones mortales, su mentalidad abierta y, también, por supuesto, su lado más oscuro. El libro es una buena forma de acercarse a un hombre que nunca dejará de resultar fascinante. Es difícil elegirlos, pero estos ejemplos que siguen son una muestra de las muchas citas interesantes que contiene:

 Sobre sí mismo:

—No tengo ningún talento especial. Solo soy apasionadamente curioso (A Carl Seeling, 1952).

Trabajo y éxito

—Si A es el éxito en la vida, entonces A=x+y+z. El trabajo es la x, el juego la y, y z es mantener la boca cerrada (Publicado en el New York Times, 1929).

—Solo una vida vivida para los demás es una vida que ha valido la pena (Citado en el New York Times, 1932).

Aspecto físico

—Si quieren verme, aquí estoy. Si quieren ver mi ropa, que abran mi armario (Dicho a Elsa, su segunda esposa, después de que esta sugiriera que se cambiase antes de recibir una visita, 1932).

Educación

—No te preocupes por las notas. Asegúrate de tener las tareas al día y que no tengas que repetir curso. No es necesario tener buenas notas en todo (A su hijo Hans Albert, 1916).

Pensamiento

I vill a little t’ink – Voy a pensar un poco. (Según Banesh Hoffman, esta es la frase que utilizaba Einstein en su pésimo inglés cuando necesitaba más tiempo para reflexionar sobre un problema. La dicción correcta es: I will think a little).

Ciencia y relatividad

—Una hora sentado con una chica guapa en un banco del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora. (Explicación de la relatividad dada por Einstein a su secretaria Helen Dukas para que la repitiera ante periodistas y profanos en el tema).

—Resulta difícil echarle un vistazo a las cartas de Dios. Pero que hubiera decidido jugar a los dados con el mundo (…) eso es algo que no puedo creer ni por un instante (A Cornel Lanczos, 1942).

Dios y religión

—No puedo imaginar un Dios que recompense y castigue los objetos de su creación. Tampoco puedo creer que el individuo sobreviva a la muerte del cuerpo, aunque los espíritus débiles sostienen dicha idea por miedo o por un egoísmo ridículo. Para mí resulta suficiente contemplar el misterio de la vida consciente perpetuándose a lo largo de la eternidad (De What I Believe, Forum and Century 84, 1930).

Amor y matrimonio

—El matrimonio solo es una esclavitud con apariencia civilizada (Citado por Konrad Waschsmann en Grüning).

Razas y prejuicios

—La raza es un fraude. Todos los pueblos modernos son un conglomerado de tantas mezclas étnicas que no existe ninguna raza pura (De una entrevista en Saturday Evening Post).

Nacionalismos

—Es posible ser ambas cosas. El nacionalismo es una enfermedad infantil. Se trata del sarampión de la humanidad (Cuando le preguntaron si se consideraba alemán o judío, 1929).

Energía atómica

—Con la aparición de la energía atómica, nuestra generación ha traído al mundo la fuerza más revolucionaria desde que el hombre descubrió el fuego (En una carta de apoyo al Emergency Committee of Atomic Scientists, 1947).

Guerra

—No sé (qué armas se usarán en la Tercera Guerra Mundial). Pero puedo decirle cuáles se usarán en la Cuarta: ¡piedras! (De una entrevista en 1949).

—El hombre que disfruta marchando en fila al ritmo de la música tiene todo mi desprecio. Este heroísmo a la orden, esta violencia sin sentido, este maldito alarde de patriotismo… ¡con qué intensidad los desprecio! La guerra es baja y despreciable, y prefiero que me hagan pedazos a participar en algo así (De What I Believe)

Tomado de ABC, 14 de diciembre de 2014.

Semana 19 de febrero: SENTIMIENTOS Y CRECIMIENTO PERSONAL (V)

Gestionar los sentimientos y escuchar a quien comparte

         El psiquiatra y psicodramatista Enrique Saracho –director de EDIREN Cooperativa de Salud (www.ediren.com)- suele decir, al hablar de los sentimientos y emociones, que son una “moneda de dos caras”. No solo no es extraño, sino más bien al contrario, que sentimientos aparentemente “contradictorios” aparezcan simultáneamente en la persona. Así, ante el mismo acontecimiento, podemos experimentar, a la vez, alegría y tristeza, amor y odio, excitación y temor…

         Nuestra formación racionalista puede llevarnos a pensar que no es posible que convivan dos sentimientos opuestos; sin embargo, así es como suelen aparecer. Esa misma formación recibida nos hace también etiquetar lo que sentimos, catalogando nuestras emociones como “positivas” o “negativas”. Sin embargo, todas ellas tienen un porqué y un para qué: todas tienen una causa y todas tienen una “misión” que cumplir en nuestro proceso de crecimiento.

         Comprender cómo aparecen sentimientos y emociones nos ayuda a gestionarlos adecuadamente. Si no comprendemos su naturaleza, fácilmente podemos confundirnos, culpabilizarnos, ofuscarnos… Con ello, es probable que no logremos sino añadir sufrimiento inútil y tomar decisiones equivocadas.

         Aquella misma formación racionalista ha podido grabar en nosotros el mensaje de que “querer es poder”. Y que basta una decisión consciente para modificar un sentimiento. Pero no es así. Los sentimientos tienen su propia “vida”, con una dinámica y un “tempo” que no dependen de nuestras decisiones mentales. Los pensamientos podemos cambiarlos con cierta rapidez; elaborar los sentimientos hasta que se “resuelvan” suele ser un proceso más prolongado, que requiere, de entrada, mucha paciencia. Como alguien ha dicho, “los pensamientos van en avión; los sentimientos en burro”.

¿Cuáles son los pasos que ayudan en ese proceso?

Esquemáticamente, podrían nombrarse los siguientes:

  • Sentir lo que aparece en nuestro psiquismo, en lugar de “llevarlo a la cabeza” y racionalizarlo. Sabemos bien que la racionalización es un mecanismo de defensa con el que solemos alejarnos de lo que realmente sentimos. Pero tal mecanismo, inevitable quizás en un primer momento, al ocultar lo que sentimos, termina volviéndose contra nosotros: todo lo ocultado, antes o después, reaparecerá, probablemente con una carga mayor. El olvido –como la represión- oculta el sentimiento, pero no lo elimina.  
  • Nombrar el sentimiento y emoción, porque de ese modo lo delimitamos. Ya no es “algo” borroso que parece ocuparlo todo, sino un objeto bien preciso ya identificado.
  • Aceptar (legalizar) el sentimiento, otorgándonos el derecho a sentir lo que sentimos. Entre la resistencia y la resignación, la aceptación significa reconocer lo que en este momento ha aparecido. No implica que eso me agrade o no; sencillamente reconozco que está ahí.
  • Compartir lo que sentimos. Necesitamos un “interlocutor” válido –luego diré algunas condiciones que se requieren para ello- ante quien verbalizar lo que se está moviendo en nosotros. El hecho de verbalizarlo, sobre todo ante alguien “válido”, facilita que podamos tomar una distancia sana que nos hará ganar en libertad interior.
  • Elaborar todo lo que se ha removido en nosotros. Respetando su propio proceso, integramos todo lo que el sentimiento o emoción tenía que decirnos. De ese modo, ha sido para nosotros un mensajero o una oportunidad para crecer y madurar como personas.

¿Qué rasgos caracterizan una escucha válida? ¿Qué actitudes vivir cuando alguien nos comparte sus sentimientos?

         También de manera esquemática, podría decirse que un interlocutor válido:

  • Escucha y no da soluciones;
  • no minimiza ni trivializa los problemas;
  • no compara con otros casos o personas;
  • no hace juicios de valor;
  • no “positiviza” la situación, porque eso implica no aceptar lo que la persona está viviendo;
  • no se altera ni se hunde por lo que escucha, porque puede hacer pie en su propia consistencia interior;
  • no está todo el tiempo pendiente de la persona: está presente y disponible pero no invade ni agobia.

Es sabia la persona capaz de gestionar sus sentimientos y emociones adecuadamente. No podemos hacer nada para que aparezcan o dejen de aparecer; nuestro poder está en el modo de gestionarlos. Y es esto lo que será decisivo en el camino de nuestro crecimiento personal.

Sabiduría se requiere también para pedir ayuda, siempre que es necesaria, y para escuchar eficazmente a quienes nos comparten lo que viven.

Semana 19 de marzo: EMOCIONES

Entrevista a Jordi Montero, en La Contra, de La Vanguardia, 10 de febrero de 2017.
“Hay que aplaudir cuando alguien llora, cuando alguien siente”.

Jordi Montero, neurofisiólogo, experto en dolor.

Tengo 65 años. Barcelonés. Divorciado, dos hijas, dos nietos. Me he jubilado del hospital Universitario de Bellvitge. Trabajo en el Institut Dexeus y la clínica Tres Torres. La política se ha convertido en una profesión, pero debería hacerse en la calle, mirando alrededor. Soy agnóstico.

El “emocionólogo”

Es uno de los neurólogos que más saben sobre el dolor en nuestro país, durante más de cuarenta años ha combinado la docencia, la clínica y la investigación y ha sido uno de los impulsores del Grupo de Estudio de Dolor Neuropático de la Sociedad Española de Neurología. Resume su experiencia y conclusiones en Permiso para quejarse (Ariel). Pertenece a ese pequeño grupo de médicos que reivindican el buen trato y la calidad de tiempo con el paciente porque sabe que el dolor crónico está relacionado con problemas emocionales y es el motivo del 80% de las consultas de una unidad del dolor. “El siglo XXI es el siglo de las emociones, de las neurociencias y de las mujeres; este es el gran cambio en el que estamos inmersos”.

 Más de seis millones de españoles sufren dolor crónico.

Sí, una de cada seis personas. Y, a diferencia del dolor agudo, el crónico no tiene una causa física.

¿No hay nada objetivo que lo produzca?

No, hasta ahora los médicos decíamos: “tiene cuento”, “es histérico”. Pero gracias a las neurociencias hemos podido observar que la actividad cerebral de las personas con dolor crónico es idéntica a la del dolor agudo.

¿Por fin tienen permiso para quejarse?

Sí, y su fuente son factores emocionales. Al fin y al cabo las emociones son lo que nos gobierna, lo más importante de nuestro cerebro.

¿Por encima de la razón?

Muy por encima. La razón, decía Einstein, es la servidora de la emoción. Puede que hayas tenido un dolor agudo y que cuando desaparezca la lesión continúes teniéndolo.

¿Emoción y memoria están ligados?

Sí, por eso explicarle al paciente por qué le duele hará que se encuentre mejor, y a partir de ahí hay que ayudarle a cuidar sus emociones con movimiento, fisioterapia, caricias, masajes.

¿Caricias?

La caricia es comunicación, y tiene un efecto clarísimo sobre el dolor. El contacto táctil es necesario en el animal. Si impides que la madre rata acaricie a sus crías, lo que hacen durante horas, las crías mueren.

¿Y qué ocurre con los humanos?

Hay estudios que demuestran que los bebés humanos que han tenido poco contacto con la madre tienen problemas en el aprendizaje.

¿El movimiento ayuda a paliar el dolor?

Sí, en la zona dolorida, porque es antiálgico. El neurocientífico Ramachandran, un sabio, ha ideado algo genial para las personas que tienen miembros fantasma.

Suelen doler.

Ramachandran engaña al cerebro: si al paciente le falta el brazo derecho, le pone un espejo frente al brazo izquierdo, le hace mover la mano mirando el espejo y el dolor se reduce.

El cerebro ve el brazo que le falta.

Exacto. La mayoría de los parapléjicos tienen dolor en las piernas y ahora los someten a realidad virtual, se ven corriendo y mejoran. Rizzolatti, el neurólogo que desarrolló la idea de las neuronas espejo, demostró que solo podemos entender algo si lo imaginamos, si lo reproducimos en nuestra mente.

Complejo.

Cuando Messi chuta, los cuádriceps de los espectadores se contraen en su cerebro. Cuando imagino el movimiento, neurológicamente estoy haciendo el movimiento.

¿Por qué las mujeres padecen más dolor crónico que los hombres?

La cultura tiene mucho que ver; por ejemplo, la religión católica imbuida de culpa, el dolor como castigo divino, es algo que, aunque seas agnóstico, está dentro de ti, y las mujeres en este sentido han sido más castigadas. Por eso es tan necesario que los médicos tengan tiempo para hablar con los pacientes y reflexionar sobre estos temas. Necesitamos emocionólogos.

Buen término.

Es muy difícil vencer el dolor crónico con la medicina convencional, debemos afrontarlo desde otro punto de vista, más humanista y más cariñoso. Hay que ponerse en el lugar del paciente y respetarle.

¿La migraña es emocional?

Los factores son emocionales y cognitivos con cambios físicos reales.

¿Y los dolores de espalda?

Hemos prolongado nuestra esperanza de vida. Tenemos un cerebro y un estilo de vida joven en una estructura vieja, y eso crea desajuste.

¿Cómo evitar el dolor crónico?

No distorsionando nuestras emociones. Frans De Waal se ha pasado años estudiando los bonobos, el animal más cercano al Homo sapiens. Tienen fantásticas relaciones sociales: de entrada, en vez de macho alfa tienen abuela alfa.

Lo resuelven todo con la relación afectiva.

Sí, táctil y sexual, se besan, se acarician, confían entre ellos, y no tienen conflictos.

¿Propone copiar su modelo?

Habría menos hipertensión arterial y menos dolores de cabeza. Estamos en un cambio de era y hay que vivir sin miedo a las emociones, clasificarlas, estudiarlas. Abordarlas desde la ciencia.

Nos tocamos poco.

Yo pedí oficialmente que se suprimieran las mesas de las consultas externas. Poder poner tu mano sobre la mano de un paciente es decirle “yo no soy un peligro para ti y te voy a ayudar”, y eso es magnífico contra el dolor crónico.

Hay que canalizar las emociones.

Hay que aplaudir cuando alguien llora, cuando alguien siente. No debemos reprimir las emociones, porque estamos expresando nuestra verdadera esencia. Reprimirlas es crearte problemas en tus redes neuronales.

Nos queda un largo camino.

Los humanos, por ejemplo, tenemos la esclerótica blanca, que nos permite ver los movimientos oculares del otro, leerle y ponernos en su lugar. Es la forma más sofisticada de caricia. Hay que poner las emociones en el centro de nuestras investigaciones, esta es la revolución.

¿Una revolución pendiente?

Como no exijamos que los médicos de familia tengan más tiempo para hablar con sus pacientes con dolor crónico, los políticos no nos lo van a dar. Valoremos lo importante.

Semana 12 de marzo: SENTIMIENTOS Y CRECIMIENTO PERSONAL (IV)

Qué hacer con los sentimientos

          La inteligencia emocional se define como la aptitud para identificar, comprender, razonar y regular las emociones, pasando de la lejanía e ignorancia a una conciencia cada vez más lúcida de los propios estados emocionales, sus causas y su gestión adecuada.

         De un modo sencillo, la relación adecuada con los propios sentimientos puede sintetizarse en dos palabras: aceptación (no-represión) y no-reducción.

         El primer paso consiste en la aceptación de todos los sentimientos que aparecen en nuestro campo de conciencia: aparte de ser no-voluntarios, todos ellos tienen un porqué. La aceptación significa sencillamente el reconocimiento sereno de su existencia y su presencia en nuestra vida.

Cuando no hay aceptación, lo que se vive, con mayor o menor intensidad, es represión, hasta el punto de perder el contacto con ellos, llegando a no saber qué es exactamente lo que se siente ni lo que se quiere. Ahora bien, la represión camufla y niega los sentimientos, pero no los elimina. Lo que ocurre entonces es que la energía reprimida –todo sentimiento o emoción es un caudal de energía activa- debe buscar otro cauce de salida. Puede llegarse a una “explosión” emocional, en la que la persona se siente desbordada por tanta energía reprimida. O, más frecuentemente, esta se manifestará en somatizaciones, produciendo problemas físicos: fatiga inexplicable, hipertensión arterial, enfermedades cardíacas, trastornos intestinales, problemas de la piel… Lo que ocurre en la llamada “somatización” es que el cuerpo grita lo que la mente calla.

Es importante recordar que lo realmente perjudicial no son los sentimientos “negativos”, sino la supresión (represión) de los mismos por parte del cerebro cognitivo. Los sentimientos no hacen daño; hace daño lo que hacemos con ellos, particularmente la represión (negación), la reducción o la cavilación en torno a los mismos.

         Ahora bien, el reconocimiento de los sentimientos no significa dejarse conducir por ellos; eso equivaldría a dejar las riendas de la propia vida en manos de un niño de tres años. Por eso, junto con la aceptación, la actitud sabia pasa por la no-reducción a los mismos.

         La sabiduría del no-reducirse implica, por un lado, el reconocimiento de que siempre somos más que los sentimientos que se despierten, hasta el punto de que podemos reconocer que tenemos un determinado sentimiento, pero que somos más que él. Por otro lado, esa misma sabiduría nos lleva a conectar, consciente y voluntariamente, con lo mejor de nosotros mismos, con el “lugar” adecuado del que brote nuestra acción.

         Por decirlo brevemente, acertamos en la relación con nuestro mundo emocional cuando reconocemos, aceptamos y nombramos todos nuestros sentimientos, pero los acogemos desde nuestra identidad profunda, sin negarlos ni reprimirlos y sin dejarnos conducir por ellos. Teniendo en cuenta el conjunto de nuestra persona, decidimos en fidelidad a quienes somos en profundidad.

         Más en concreto, por lo que refiere a los sentimientos “positivos”[1], se trata de sentirlos y entrar conscientemente en contacto con ellos: son el “reflejo” de nuestra realidad profunda. Sentimientos de paz, alegría, amor, cercanía, solidaridad, unidad, creatividad…, manifiestan y expresan lo que somos: sentirlos e impregnarnos de ellos fortalecen nuestra verdadera identidad. 

         Los sentimientos “dolorosos” requieren un tratamiento diferente, en el que habrá que tener en cuenta estos pasos: identificarlos, nombrarlos, verbalizarlos, aceptarlos, no reducirse a ellos, comprender (descifrar) de dónde vienen y vivirlos desde la identidad profunda. Es precisamente esta identidad profunda la que, constituyendo nuestra “plataforma” de solidez, permite no reducirnos, porque nos hace experimentar que somos “más” que ellos.

         En realidad, se trata de desarrollar actitudes constructivas frente a todo aquello que puede hacernos sufrir. Entre ellas, indicaría las siguientes: 1) acogerse a sí mismo, frente al rechazo de sí y la autoculpabilización; 2) aceptar lo que nos hace sufrir sin reducirnos, frente a la negación del problema y al hundimiento; 3) dialogar con el niño o la niña interior, frente a la lejanía de sí; 4) desdramatizar, frente a la tendencia a la dramatización; 5) traducir el malestar en dolor, frente a la huida y el funcionamiento imaginario; 6) des-identificarse por medio de la observación, frente a la autoafirmación del yo[2].

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[1] Me parece importante subrayar que no existen sentimientos “positivos” o “negativos”. No solo porque moralmente sean todos “neutros”, sino porque todos ellos conforman el conjunto de nuestra experiencia humana: cada uno es portador de un mensaje y tiene una función que “cumplir” en el camino de nuestro crecimiento. Por ello, me parece más ajustado hablar de sentimientos “agradables” y “dolorosos”. Lo cual no niega que sentimientos de alegría, amor, asombro, felicidad aumentan el grado de integración de la persona, mientras que emociones como la ira, la tristeza, el miedo, el asco o la vergüenza puedan verse como factores que disminuyen aquella misma integración (D.J. SIEGEL, Viaje al centro de la mente, Paidós, Barcelona 2017, p.132).

[2] He desarrollado estas actitudes en Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino, Desclée De Brouwer, Bilbao 42009, pp. 79-122: “Cómo vivir constructivamente lo que nos hace sufrir”.