Semana 17 de mayo: RAZÓN Y EMOCIÓN // Ignacio MORGADO

Entrevista de Daniel Mediavilla al neurocientífico Ignacio Morgado, en El País, 17 de febrero de 2020: https://elpais.com/elpais/2020/02/12/ciencia/1581530476_648643.html

“La razón debería ser más fuerte que la emoción, pero necesita tiempo y no se lo damos”.

El investigador analiza cómo funcionan la motivación y el placer, por qué es tan difícil adelgazar o cómo el consumo de pornografía y el “procés” de Cataluña producen cansancios similares.

Los humanos necesitan sentirse libres, creer que pueden elegir esforzarse para conseguir el trabajo soñado, que perder unos kilos o dejar de beber alcohol está a su alcance con la fuerza de voluntad adecuada o que cambiarán sus inclinaciones políticas si se les ofrecen buenos argumentos. Pero por debajo de esa sensación de control de la propia vida, en lugares del cerebro desconocidos hasta hace poco, se encuentran mecanismos que hacen dudar de que la libertad es lo que nosotros creemos o, incluso, de su misma existencia.

Ignacio Morgado (San Vicente de Alcántara, Badajoz, España, 1951) ataca con pasión los entresijos de la neurociencia que explican por qué a veces es tan difícil hacer lo que sabemos que es mejor para nosotros, cuáles son los mecanismos que explican cómo aprendemos o incluso el motivo de que con la edad se busque menos el placer aunque se mantenga la capacidad para disfrutarlo. En una sala del centro cultural CaixaForum, sentado en unos bancos desde los que se ve el paseo de Recoletos de Madrid, el catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona responde a las preguntas sobre deseos, placer, sexo, drogas e incluso política.

Pregunta. Si miramos la historia de la humanidad, vivimos en una época rara, en la que en los países desarrollados podemos satisfacer el hambre cuando queremos o tenemos acceso a incentivos sexuales inagotables como la pornografía. ¿Puede que esa accesibilidad aturda los mecanismos que hacen funcionar el deseo, que necesitemos condimentos más intensos para disfrutar de la comida o que perdamos interés en el sexo?

Respuesta. Absolutamente todas las motivaciones dependen del cerebro, y eso significa que todas las motivaciones se producen cuando hay un trabajo fisiológico que implica la síntesis de unas determinadas sustancias. La activación de determinadas neuronas para que produzcan determinadas respuestas eléctricas. Esa capacidad del cerebro, si la exprimes mucho, se degrada. Se producen fenómenos de habituación y de adaptación. Las neuronas que tienen que trabajar para que tú sientas una determinada motivación pierden capacidad de funcionamiento, o bien porque ellas mismas pierden capacidad para responder con impulsos nerviosos, que son los que, en definitiva, van a generar la motivación, o bien porque pierden capacidad las glándulas que fabrican las hormonas que activan esos circuitos. Si una persona se somete a la pornografía con muchísima frecuencia, cada vez le va a estimular menos. Llegará un momento en que le aburra. El cerebro humano es muy sensible a la novedad, al cambio, y la persona que se somete cada día a la pornografía está anulando la novedad.

Hay una sustancia que es la dopamina, que es básicamente la hormona de la motivación. La activación de la dopamina genera la motivación, las ganas de buscar el placer, el gusto. Lo que nos gusta es la novedad del cambio. Cuando tú te mueves en un ambiente sin novedad, aburrido, idéntico, sin cambios, se segrega mucha menos dopamina y por tanto tu motivación decrece. En mi libro “Deseo y placer”, hago mucho esa distinción porque es muy importante. Una cosa es el placer y otra cosa es la motivación para buscarlo. La gente mayor pierde motivación para buscar el placer, pero pierde mucho menos la capacidad de experimentarlo. Si a tu padre o a tu madre les dices: vamos a un restaurante o a un concierto, es posible que te digan que no tienen ganas, pero si les convences, después te suelen decir que les ha encantado la experiencia. Pero no tienen la motivación que tiene la gente más joven para ir. Por eso yo recomiendo mucho que la gente mayor se mueva y busque novedades de todo tipo, incluso viendo la televisión, incluso siguiendo una serie de Netflix, lo que sea. Cambio, cambio. La novedad dispara la dopamina del cerebro.

Hubo un tiempo en que creíamos que la dopamina era el neurotransmisor del placer. Yo lo explicaba en mi clase y mis compañeros también, que cuando experimentabas placer es porque se había disparado la dopamina. Hoy sabemos que la dopamina dispara las ganas de buscar placer, pero no el placer. El placer depende más de encefalinas, de endorfinas y de otros tipos de moléculas que son muy ubicuas en todo el cerebro.

Pregunta. La cocaína es una de las drogas ilegales que más éxito tiene en nuestra sociedad, y es una droga que aumenta la dopamina en el cerebro que, por lo que dice, no produce placer sino que solo impulsa la búsqueda, algo que puede producir más desazón que otra cosa.

Respuesta. Nuestra sociedad valora mucho esa motivación, a veces incluso por encima de la satisfacción de los deseos. Algo muy interesante es que las motivaciones son altamente deseables cuando tú puedes satisfacerlas. Cuando sabes que vas a poder comer, tienes ganas de tener mucha hambre, pero si supieras que no vas a poder comer porque estás prisionero en una cárcel o porque estás perdido en un desierto, lo último que quisieras es tener hambre. Las motivaciones se vuelven un infierno cuando no hay posibilidad de satisfacerlas.

Pregunta. Hablando del tema de las motivaciones, qué es mejor para buscar la felicidad, ¿seguir el lema de Adidas que dice Impossible is nothing (nada es imposible) o la idea de Homer Simpson de que es mejor enterrar el listón para que superarlo con éxito no requiera ningún esfuerzo?

Respuesta. Los guionistas de esa serie tienen una inteligencia brutal. Es verdad, eso es cierto. Mover el listón es una forma también de lograr el éxito. Eso forma parte también de la inteligencia emocional.

Pregunta. Nuestra biología también puede condicionar nuestras inclinaciones políticas. A veces podemos escuchar un argumento que desde el punto de vista racional nos parece bueno, pero después, porque un determinado político nos cae mal o una forma de plantear las ideas nos disgusta, lo rechazamos o nos negamos a considerarlo.

Respuesta. Continuamente nos influyen emoción y razón. Desde el punto de vista biológico, la única manera de que funcionara por su cuenta la razón sin que interviniese la emoción sería en una persona con daño cerebral, que tuviese separadas las conexiones entre emoción y razón. Hay una permanente influencia de nuestros sentimientos en la forma de razonar. Tú le perdonas más los errores a un político al que le tienes simpatía y al revés. Y después, el razonamiento implica el desarrollo de una serie de emociones que a continuación, como una pescadilla que se muerde la cola, afectan nuevamente a tu razonamiento.

Son unos bucles de emoción y razón donde el objetivo último, y el que nos hace sentirnos a gusto con nosotros mismos, es que nuestros razonamientos y nuestros sentimientos vayan por el mismo lado. Lo que tú me estás diciendo es un ejemplo de desequilibrio emoción-razón, que es la clave del estrés. Si tienes estrés, busca en qué faceta de tu vida hay un desequilibrio. Suelo tener estrés porque en alguna faceta de mi vida quiero más de lo que puedo. Tener mucho trabajo no causa estrés. Lo que lo causa es que te hayas propuesto hacer mucho más trabajo o que te hayan exigido mucho más trabajo del que tú racionalmente puedes hacer.

La gente tiene que combinar en el debate político sus emociones con sus razonamientos y las influencias son mutuas y muy fuertes. Si yo evalúo a un joven de la edad de mi hijo, me va a costar resistir la tentación de darle mejor nota. Lo que pasa es que no nos gusta decir que nos conducimos emocionalmente, que hemos votado al que nos cae mejor y no al otro porque te cae fatal. El argumento más fuerte siempre es el emocional. La razón tendría que ser siempre más fuerte que la emoción, porque realmente es más poderosa. Pero necesita tiempo y no se lo damos. La emoción es fuerte enseguida. Te dicen algo que te suena a insulto o a inconveniencia y se te dispara la emoción. Pero si cuentas hasta diez, lo evitarías. Pero en una persona sana, la vida humana es emoción y razón, conjuntamente.

Pregunta. Hablaba antes de que estar expuesto a estímulos como el sexo o algunos fármacos que con mucha frecuencia crean una habituación. ¿Pasa esto con la política? ¿Es posible que la necesidad de llamar nuestra atención, que ya está un poco mermada por el bombardeo continuo de información, explique el éxito de algunos discursos extremistas y de la política espectáculo?

Respuesta. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en Cataluña. El cansancio que hay con el procés, que ha sido muy espectacular en muchos momentos y mucha gente lo ha vivido con un apasionamiento grande. El apasionamiento con que se vive está cayendo en picado. Eso no quiere decir que vaya a desaparecer la gente que quiere la independencia, pero ese globo pasional se está desinflando. Tengo amigos que son independentistas y durante unos cuantos años recibíamos continuamente correos electrónicos que decían: ya está hecho, ya es el año de la independencia. Al año siguiente, este sí que sí, y un año después, igual. Si cada año era el año de la independencia que al final no llegaba nunca, se produce una habituación, un agotamiento.

Pregunta. ¿La legalidad o ilegalidad de determinadas sustancias en nuestra sociedad está relacionada con sus efectos y con el daño que pueden provocar a quien las tome?

Respuesta. Con las motivaciones ocurre con mucha frecuencia que una motivación inicialmente incentiva, es decir, algo que consumes para obtener placer, acaba por convertirse en una motivación homeostática, en algo que consumes no para obtener placer, sino para evitar sentirte muy mal. Un clásico es que empiezas a fumar por el placer que te produce, pero si te vuelves adicto, llega un momento en que fumas porque si no te sientes fatal.

La nicotina es una droga con un poder adictivo brutal. Cometimos durante mucho tiempo el error de considerar que el tabaco era un hábito. La gente, cuando decía que era un hábito, le estaba restando importancia a lo que hay debajo, que es la adicción. Eso significa que tu biología cerebral, por no hablar del resto del cuerpo, cambia, y en ese momento ya estás enganchado. Tus neuronas necesitan esa sustancia para funcionar. La adicción al alcohol también es brutal. El alcohol y la heroína son dos de las grandes drogas que producen una dependencia tremenda.

Pregunta. Dice que las motivaciones homeostáticas, las que nos impulsan a hacer cosas que necesitamos para sobrevivir como comer o beber, son más fuertes que las incentivas como el deseo sexual, que nos permiten vivir sin satisfacerlas. El hambre, como se ve con la epidemia mundial de obesidad, se está convirtiendo en una motivación peligrosa y difícil de controlar. Jeffrey Friedman, el descubridor de la leptina, que se conoce como hormona de la saciedad, dice que aunque tenemos la sensación de que el peso es algo que puedes controlar con fuerza de voluntad, si haces un análisis con mucha gente para ver la capacidad real de controlarlo, el peso era solo un poquito más controlable que la estatura, que pedir a un obeso que sea delgado no es mucho menos descabellado que pedirle a una persona de 1,80 que pierda diez centímetros.

Respuesta. Muy buen ejemplo. No lo había oído nunca, pero es muy bueno. Demuestra lo difícil que es controlar el peso. El problema a la hora de adelgazar es que hay muchos mecanismos que están controlando el hambre en el hipotálamo. El hipotálamo es más pequeño que un garbanzo, pero ahora extrae de ese garbanzo la cabeza de un alfiler y eso es el núcleo arqueado, porque tiene esa forma. Ese pequeño núcleo en forma de arco tiene millones de neuronas de dos tipos, unas que cuando se activan te hacen sentir hambre y otras que cuando se activan te hacen sentir saciedad. Ahí, a ese pequeño arco del hipotálamo, llegan por la sangre hormonas como la leptina, la insulina y otras hormonas, que son las que hacen que el balance entre esos dos núcleos de saciedad y hambre esté controlado.

Esas hormonas, la leptina, la insulina, la grelina… están midiendo la energía que hay en el cuerpo. Cuando detectan que cae la energía corporal, van al cerebro y dicen: Pon en marcha el hambre para recuperar energía, o detén el gasto disminuyendo el esfuerzo físico si sucede lo contrario. Son nuestras hormonas las que van a condicionar el funcionamiento del cerebro.

El cerebro y los mecanismos que la evolución biológica ha desarrollado son complejos, complementarios y sinérgicos, y por eso es tan difícil controlar el hambre. Porque si tú activas con una medicación uno de esos mecanismos para reducirla, otro de los mecanismos que tenemos en compensación se activa para intentar evitar esa reducción que tú has producido con un medicamento. Los laboratorios farmacológicos están haciendo un esfuerzo impresionante para conseguir un fármaco de ese tipo.

EL ESPÍRITU QUE SOMOS ES AMOR

Domingo VI de Pascua

17 mayo 2020

Jn 14, 15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.

EL ESPÍRITU QUE SOMOS ES AMOR

     El cuarto evangelio nombra al Espíritu como “Defensor” (“Paráclito”, si se traduce literalmente del griego) y afirma algo completamente novedoso: “vive en vosotros y está con vosotros”.

          Es así: el Espíritu –otro nombre para referirse a Aquello que está más allá de todos los nombres– constituye sencillamente nuestra más profunda identidad. Nuestra existencia no es sino el despliegue del Espíritu, viviendo en cada uno y cada una de nosotros una aventura humana.

          Tal reconocimiento no significa –como alguien a veces critica– una inflación del ego sino, más bien al contrario, su disolución. Porque no se está identificando al yo con el Espíritu, sino afirmando que el Espíritu es la identidad real que transciende por completo el yo, desegocentrándonos por completo.

          En cuanto salimos de la hipnosis que nos lleva a creer que somos el yo separado, se abre paso en nosotros la comprensión que nos permite ver lo único realmente real, “Eso” que, siendo lo más transcendente, es a la vez lo más íntimo. Y Eso es lo que somos.

          Y “Eso” –lo nombramos en neutro con el fin de evitar el riesgo de apropiación o de identificación con cualquier forma– no es algo impersonal, frío o amorfo. Eso es amor. No el amor en cuanto sentimiento o emoción que nace y muere en el nivel sensible de la persona y se halla, por tanto, sometido a los vaivenes inexorables de todo lo impermanente, sino el amor en cuanto certeza de no separación.

          Por eso, tal como se expresa en el relato que estoy comentando, todo es amor: estamos todos en todos (“vosotros conmigo y yo con vosotros”) y vivimos en el amor: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.

          Más allá del tono moralista e incluso excluyente del autor del evangelio –“el que acepta mis mandamientos y los guarda”–, lo que resalta el texto es simple y sublime a la vez: todo es amor. Somos amor que abraza toda la realidad, incluyendo nuestra propia persona.

¿Dejo vivir el amor que soy?

Semana 10 de mayo: PROBLEMA GLOBAL, CAMBIOS GLOBALES

VIVIR EN TIEMPOS DE PANDEMIA (y 3)

PROBLEMA GLOBAL, CAMBIOS GLOBALES

       Una pandemia no conoce fronteras. El coronavirus es un problema colectivo que requiere respuestas compartidas y que vayan hasta la raíz. Respuestas que es urgente comprender y poner en marcha. La filósofa alemana Carolin Emcke afirma que su mayor inquietud es “que no aprendamos nada de la crisis”, de una crisis que está poniendo de manifiesto “que el Estado no puede retraerse infinitamente de su responsabilidad, que hacen falta infraestructuras públicas, bienes públicos, una orientación hacia el bien común. Me preocupa sobre todo que el aprendizaje que estamos haciendo, doloroso y amargo, caiga en el olvido cuando todo haya pasado. Que reconstruyamos nuestras sociedades con las mismas injusticias, la misma inestabilidad”.

          Tal como yo lo veo, la crisis del coronavirus, afectando a todo el planeta, constituye una llamada de atención sobre lo que venimos haciendo y una invitación grave a modificar nuestra acción colectiva.

Una llamada de atención

          Sin ánimo de ser exhaustivo, la presencia del coronavirus nos alerta de tres errores: el maltrato infringido al planeta, la injusticia de un sistema económico que mantiene en la pobreza a una masa ingente de personas y un estilo de vida marcado por un afán de crecimiento tan ilimitado como irresponsable e injusto, el estrés y el consumo desenfrenado.

     Algo estamos haciendo muy mal cuando nos hemos acostumbrado a convivir con una desigualdad sangrante entre los seres humanos, adormeciendo nuestra conciencia para asumir como “inevitable” lo que no es sino consecuencia de un sistema socioeconómico estructuralmente injusto. Tal vez porque tememos que si cuestionamos este sistema nos veríamos perjudicados nosotros mismos.

          Algo estamos haciendo muy mal cuando no somos capaces de poner freno efectivo al daño ecológico. Parece que los gobiernos no se atrevieron a tomar medidas eficaces que frenaran el calentamiento global porque ello habría supuesto un descenso del PIB en torno al 2%. Pues bien, los efectos de esta pandemia pueden provocar que en Europa esa caída, según datos de la Comisión Europea y del FMI, sea superior al 7,5%. (Por lo que se refiere a nuestro país, el descenso en el primer trimestre ha sido del 5,2%, y el Banco de España pronostica para este año una caída entre el 6,6 y el 13,6%). La escritora brasileña Eliane Brum ha escrito lo siguiente: “El efecto de la pandemia es el efecto concentrado y agudo de lo que la crisis climática está produciendo a un ritmo mucho más lento. Es como si el virus nos hiciera una demostración de lo que viviremos pronto”.

         La crisis del coronavirus es también una bofetada a nuestra arrogancia. El periodista y bertsolari vasco Xabier Euskitze ha sabido expresarlo poéticamente, con tanta verdad como crudeza. Tras constatar nuestra impotencia ante el virus, escribe: “Mientras tanto, la vida sigue. Y es hermosa. Únicamente ha recluido en jaulas al género humano y creo que quiere enviarnos un mensaje. Es este: «No sois necesarios. El aire, la tierra, el agua y el cielo están bien sin vosotros. Cuando regreséis no olvidéis que sois mis invitados y no mis dueños»”.

          ¿Hasta cuándo seguiremos los humanos manteniendo un sistema que agudiza la desigualdad entre nosotros y que agrede violentamente al planeta?

          A veces se escucha que “de la crisis saldremos mejores”. No lo veo tan sencillo. La experiencia nos dice que los cambios que nacen del miedo duran poco, solo hasta que pasa la percepción de la amenaza.

          Para que se produzca un cambio efectivo se requiere que, además de la crisis que revela nuestros engaños, crezca la comprensión de lo que estamos haciendo –a partir de la cual podamos reorientar nuestras acciones– y, más aún, la comprensión profunda de lo que somos. En una palabra, el cambio real únicamente puede venir de una transformación de la consciencia, en concreto, del paso de la errónea consciencia de separación que gira en torno al yo o ego a la consciencia de unidad en la que nos reconocemos compartiendo la misma identidad. No conozco motivación más poderosa para vivir la fraternidad que el reconocimiento de que compartimos la misma identidad, no en un sentido metafórico, sino absolutamente real.

Una invitación grave al cambio

          El problema global requiere un cambio global: en las prioridades políticas, fortaleciendo los sectores básicos –alimentación, educación, sanidad, renta mínima…–, en el sistema socioeconómico –para superar el neoliberalismo depredador en aras de una economía centrada en la persona–, en el terreno ecológico –situando la lucha contra el cambio climático en el centro de cualquier programa de recuperación–, en el estilo de vida –pasando del derroche a la austeridad, del individualismo a la cooperación, del estrés a la serenidad–…

          Se hace necesaria una atención privilegiada a las personas y colectivos más vulnerables y a quienes se van a ver más afectados por los efectos de esta situación.

          La crisis está mostrando que solo saldremos adelante en la medida en que seamos capaces de trabajar unidos. Es cierto que, como nos ocurre cuando somos víctimas del miedo, la amenaza puede activar un comportamiento narcisista del “sálvese quien pueda”. Pero esas actitudes tienen un recorrido muy corto.

          Ahora bien, todos estos cambios solo serán posibles en la medida en que crezcamos en una consciencia de unidad. Lo cual requiere, a su vez, ir superando el narcisismo, individual y colectivo, para que emerja una actitud solidaria.

          Tal consciencia de unidad se pone de relieve en las crisis, plasmándose en muestras de solidaridad, servicio, entrega… Necesitamos hacerla más explícita para que provoque un cambio duradero en nosotros, que oriente nuestras actitudes y comportamiento hacia una solidaridad efectiva.

Del narcisismo a la solidaridad

          Los expertos señalan que vivimos en una cultura marcadamente narcisista. Lo cual parece confirmarse cuando dirigimos la mirada hacia gran parte de los líderes políticos en la mayor parte del mundo. Si, en una forma u otra, los políticos son un reflejo de la sociedad en la que aparecen, el retrato no deja lugar a dudas.

          El narcisismo funciona como un mecanismo de defensa que busca protegernos de nuestra propia inseguridad y que, en su vertiente neurótica, hace que la persona y los colectivos vivan girando constantemente en torno a sus necesidades, sus miedos y sus intereses.

          En este sentido, el narcisismo es el reverso de la consciencia de unidad. Una personalidad narcisista es incapaz de sentir empatía y compasión: ¿cómo habría de vivir solidaridad? Las sociedades narcisistas buscan protegerse y asegurar su propio bienestar por encima de cualquier otro objetivo y a costa, si es necesario, del sufrimiento de otros.

          Con lo cual, el cambio global al que nos invita esta crisis solo será posible si nace de una nueva consciencia colectiva, de la comprensión de la unidad que somos.

          En lenguaje espiritual, eso significa reconocer que cada cual nos estamos experimentando en una persona única e irrepetible, pero que nuestra identidad es solo una y la misma. Así como todas las gotas son solo formas que el agua adopta, nosotros somos igualmente formas en las que la consciencia –vida o presencia consciente– se despliega. Por eso puede afirmarse con razón que no somos iguales, pero somos lo mismo. Nos falta integrarlo experiencialmente y vivir en coherencia con ello.

          Si me reduzco a la “gota”, es probable que vea a todas las demás como rivales y eso me lleve a protegerme, aislarme o imponerme sobre ellas. Si, por el contrario, me reconozco como “agua”, sentiré que lo que le sucede a cada gota me está sucediendo a mí mismo.

          La creencia de que somos un yo separado nos encierra y mantiene en el miedo. La comprensión de que compartimos la misma identidad –el paso de la consciencia de separatividad a la consciencia de unidad– nos expande, modifica radicalmente nuestra mirada y da un giro de ciento ochenta grados a nuestro modo de tratarnos y de actuar en el mundo.

          ¿Qué somos? –se preguntaba el sabio Raimon Panikkar–: ¿la gota de agua o el agua de la gota? La respuesta adecuada solo puede ser una: las dos cosas. Aunque de una forma asimétrica, si se me permite la imagen. La “gota” es nuestra personalidad; el “agua”, nuestra identidad.

          Dicho con otra metáfora: somos agua con un contorno delimitado. La identidad es el agua (H2O) pero, siendo agua, nos estamos experimentando en el “contorno” concreto de nuestra persona.

          La sabiduría consiste en vivir en la forma –como personas– desde la conexión profunda con lo que realmente somos. Esa es la consciencia de unidad, de donde brota empatía, compasión, solidaridad, comunión…, la única “tierra” de donde habrán de brotar una sociedad y una humanidad nuevas. 

AUDIOS DE MEDITACIÓN (6) // Ana María DE LAS HERAS

Os dejo el enlace de los audios de meditación de Ana de las Heras, para la semana del 4 al 10 de mayo. 

La práctica es cada tarde, mientras dure el confinamiento, de 19:00 a 19:30 hs.

Este es el enlace: https://drive.google.com/open?id=1XsU5QlM-4uqdAcP3GS5wrTGKeJ52k0LB

Seguimos unidos y unidas, en el silencio de este tiempo.
Un abrazo,

NOTA: Estos encuentros de meditación, que se iniciaron con el confinamiento, acabarán el próximo domingo 10 de mayo.

¡¡¡ Gracias, Ana María !!!

¡¡¡ Gracias a todos y a todas !!!

Nota: Quienes deseen las «Guías de meditación» pueden descargarlas de la web de la Universidad Popular de Logroño // Actividades Abiertas: https://www.universidadpopular.es/actividades-abiertas/78-meditacion

LA FUENTE DE LA PAZ

Domingo V de Pascua

10 mayo 2020

Jn 14, 1-12

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos el sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Jesús le replica: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?». ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre”.

LA FUENTE DE LA PAZ

          Hay personas que buscan la calma en la relajación, la práctica del yoga o del mindfulness. Y está bien. El cuidado integral de la persona requiere prácticas que relajen el cuerpo y acallen la mente. Sin embargo, la fuente real de la calma o de la paz es la comprensión experiencial de lo que somos.

          En lenguaje teísta se habla de “creer en Dios”, en el sentido de “confiar”. En un sentido más amplio y en un lenguaje no religioso (universal), equivale a decir: “Confía en el fondo de lo real, confía en la vida”…

         Ese “Fondo” último, como bien expresara el Maestro Eckhart, es a la vez nuestro propio Fondo. Cuando lo comprendemos, dejamos de vernos como el yo separado para reconocernos en nuestra verdadera identidad.

          Parece que, por venir de donde históricamente venimos y por la propia naturaleza de nuestra mente, unido a la necesidad infantil de seguridad en alguien exterior (padre “todopoderoso”, madre…), el ser humano sueña con alguna presencia “exterior” protectora que le pueda aportar confianza, sobre todo en tiempos de incertidumbre o de angustia.

          Eso explica que se haya vivido la religión en esa clave, en la espera de un “Padre todopoderoso” –que recuerda mucho al del sueño infantil– en quien confiar y a cuyo amparo acudir.

          Por eso, al caer la idea de un Dios separado que habitara en otro “piso” superior –al ir descomponiéndose la creencia–, no pocas personas experimentan una sensación de soledad, como si hubieran quedado de pronto a la intemperie.

          Sin embargo, si se lee bien, el propio texto ofrece la clave de comprensión: “Quien me ve a mí, ve al Padre”. El término “Padre” es una metáfora que apunta a ese Fondo inefable, que transciende la mente y la palabra. Y Jesús, hombre sabio, afirma que ese Fondo es lo que somos; que, miremos donde miremos, estamos viéndolo permanentemente.

          Con todo ello, las palabras con que empieza el texto podrían «traducirse” de este modo: No perdáis la calma, comprended lo que sois. “Creer en Dios” equivale a confiar en el Fondo último de lo real; “creer en mí” es una invitación a reconocer en cada uno y cada una de nosotros lo que el propio Jesús reconocía en sí mismo.

          Cuando comprendemos vivencialmente lo que somos, brilla “la paz que supera todo lo que podemos pensar” (Filp 4,7). Porque, como dijera el sabio chino Huanchu Daoren en el siglo XVII, “la calma en medio de la quietud no es verdadera calma; mantenerse tranquilo en medio de la turbulencia, esa es la verdadera calma. La felicidad en medio del bienestar no es verdadera felicidad; mantenerse feliz al enfrentar la adversidad, ese es el verdadero potencial de tu mente”.

¿He encontrado el “lugar” de la paz?

Semana 3 de mayo: MIEDO Y CONFIANZA

VIVIR EN TIEMPOS DE PANDEMIA (2)

MIEDO Y CONFIANZA

Ante la amenaza se despierta el miedo, como pieza básica de nuestro sistema de defensas que nos alerta para poder escapar del peligro.

          Sin embargo, con mucha frecuencia, lo que es una alerta necesaria y beneficiosa, se convierte en algo patológico, que termina en parálisis, hundimiento y pánico. Eso ocurre cuando el miedo se apodera de nuestra persona.

Cuando aparece el miedo

          Nuestro miedo aparece cuando se producen –o se teme que se produzcan– pérdidas de todo tipo: de bienes, de salud, de afectos… Es la nube del qué será de mí.

          O cuando nos vemos sumidos en la incertidumbre: acerca de nuestra salud, nuestro trabajo, nuestro futuro. Es la nube del qué pasará.

          O cuando caemos en la cuenta de que, ciertamente, no controlamos nada. Ha bastado un virus insignificante para que todo el planeta se sienta amenazado y surja un escenario que nunca hubiéramos imaginado. Es la nube del cómo terminará todo esto.

          El miedo “fantasma” nos arrebata lucidez, secuestra la paz, genera intenso sufrimiento y lleva a culpabilizar a otros de nuestro malestar. Aun sin ser conscientes de ello, el miedo –por la frustración que supone para nuestra necesidad de bienestar– genera agresividad, que fácilmente proyectamos fuera, en un mecanismo perverso de culpabilización.

          La persona feliz es buena. La persona asustada es como un animal enjaulado, que fácilmente alimenta enfado hacia sí y odio hacia los demás.

La relación de la mente con el miedo

          Los estudiosos del cerebro han comprobado que este reacciona igual ante la amenaza real que ante la que es solo imaginada. En cierto modo, no distingue una de otra.

          Esto significa, al menos, dos cosas importantes: que podemos sufrir por amenazas que nunca serán reales y que la mente tiene poder para crear escenarios atemorizadores o “miedos fantasmas”.

          Significa también la importancia de cuidar el modo como nos relacionamos con la mente, porque de ello dependerá que sea nuestra gran aliada en tiempos de crisis y dificultad o, por el contrario, nuestra mayor enemiga y fuente de sufrimiento desproporcionado e inútil.

          ¿Cómo vivo la mente? ¿Cómo servidora o como dueña? Recordemos una vez más el conocido dicho: “La mente es el mejor de los siervos y el más tirano de los dueños”.

          La mente-dueña es aquella que me acapara hasta identificarme con los pensamientos. Aun sin ser consciente de ello, creo que la realidad es como mi mente la ve, olvidando aquello que los neurocientíficos han comprobado: que nuestra mente nunca ve la realidad, sino solo una imagen mental. Confundido con mi mente, porque no he aprendido a tomar distancia de ella, me veré sacudido por los movimientos mentales y emocionales que aparezcan en cada momento.

          Los pensamientos generan sentimientos, a la vez que estos alimentan aquellos. De modo que puede crearse la “tormenta perfecta”: pensamientos de temor alimentan un miedo descontrolado que, a su vez, dan pábulo a ideas e imágenes cada vez más negras.

          La mente-servidora, por el contrario, es una preciosa y eficaz herramienta a nuestro servicio y por ello una gran aliada. Es la mente observada. Y la vivimos así cuando somos capaces de tomar distancia de ella, sin dejar que nos maneje. Con la práctica, me voy dando cuenta de cómo funciona en mi caso, pero no me creo todo lo que me dice.

Higiene mental y acceso a “otro lugar”

          Al tomar distancia de la mente, me libero de su dominio y empiezo a comprender lo que son los pensamientos. Estos no me dicen “la verdad” de lo que ocurre. Son solo propuestas neuronales, que mi cerebro me lanza a partir de las experiencias vividas en el pasado y de los patrones mentales que aquellas han configurado.

          Ahora bien, en el momento mismo en que descubro que mis pensamientos son únicamente propuestas cerebrales, empiezo a perderles el respeto y puedo mirarlos con un punto de humor. Y con esa misma práctica, empiezo a desarrollar una poderosa capacidad: aquella que consiste en dejar caer o soltar todos aquellos pensamientos que me producen sufrimiento mental.

          No se trata en absoluto de negar la realidad ni de evitar el dolor –de hecho aquella práctica no funcionará si no se basa en la lucidez–, sino de no ser marioneta en manos de una mente que no hace sino repetir mensajes de acuerdo con los circuitos neuronales.

          Parece claro que nuestra mente volverá a aquellos pensamientos que más alimentamos o en los que nos entretenemos con más frecuencia. Ello significa que terminará por no traernos obsesivamente aquellos que dejamos caer una y otra vez.

          He hablado de observar la mente, tomando distancia de ella, como condición de nuestra libertad y como medio para dejar de sufrir inútilmente. Pero para observarla, se requiere empezar a familiarizarse con “otro lugar” que no sea la mente y desde el que podamos mirarla.

          La psicología transpersonal, tomando prestado un término de la sabiduría hindú, denomina a ese lugar la Consciencia-Testigo, o el Testigo a secas.

          Como cada cual puede experimentar, encontramos en nosotros “dos lugares”: la mente que piensa y “algo” que la observa. Ese “algo” es el Testigo. Esto me parece tan evidente que si en nosotros hubiera solo pensamiento ni siquiera sabríamos que estábamos pensando. Hay otra instancia que se da cuenta de que pensamos. Dicho de otro modo: el Testigo es el que nos hace reconocer que no somos esa voz que habla en nuestra cabeza. Porque eso, para nosotros, es solo un objeto, es decir algo que podemos observar.

          Con ello, la práctica de observar la mente no solo nos conduce a vivirla como una herramienta a nuestro servicio –evitando la trampa de reducirnos a ella–, sino que nos abre la puerta para acceder a nuestra verdadera identidad: no somos la mente –o el yo– que observamos; somos Eso que observa.

          La experiencia de ese “otro lugar” se revela fundamental en el proceso de crecimiento de la persona, de la liberación del sufrimiento mental y de la comprensión de lo que realmente somos.

          El miedo le afecta al yo –y habrá que elaborar todos los miedos que aparezcan–, pero no al Testigo. El Testigo es ecuánime en toda circunstancia y se halla siempre a salvo.

La salida del miedo: la confianza

          El miedo es lo opuesto a la confianza: recientes investigaciones neurocientíficas parecen demostrar que ambos utilizan los mismos circuitos neuronales, por lo que si uno de ellos está activo mantiene al otro alejado: donde hay miedo no hay confianza, y donde hay confianza no hay miedo.

          El miedo se activa en situaciones de amenaza, tiende a agravarse –como hemos visto– cuando se hace presente cualquier tipo de pérdida, cuando aparece la incertidumbre y cuando tenemos la sensación de no controlar algo.

          Pero, en realidad, la raíz del miedo es más profunda. Nace de nuestra idea de que somos un yo separado y, en último término, de la ignorancia acerca de nuestra verdadera identidad.

          El miedo acompaña al yo desde su mismo nacimiento, tal como advirtiera Hobbes: “El día que yo nací mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”. Donde hay un yo separado habrá miedo.

          Esto significa que si el origen del miedo es la ignorancia acerca de lo que somos, la liberación del miedo –la confianza profunda– únicamente podrá venir de la mano de la comprensión de nuestra verdadera identidad.

          Cuando vamos haciendo la experiencia de pasar del “yo” al “Testigo” estamos dando un paso decisivo en ese camino de comprensión. Y puede darse que, en la medida en que vayamos acallando el “griterío” de nuestra mente, en el silencio, notemos que hay “algo” en nosotros que nos invita a confiar. Si seguimos abiertos a ello, es fácil que escuchemos una voz que susurra incansablemente en nuestro interior: “Confía”.

                Como el amor, la alegría, la gratitud…, la confianza es un arte. Lo cual indica que se puede cultivar. Y que crece en la medida en que la practicamos. Al entregarnos a la vida, en la aceptación profunda, experimentamos que la confianza no defrauda: hay un «Fondo» que no sostiene en todo momento; ese Fondo es lo que somos.