Semana 15 de marzo: CORONAVIRUS: ESCENARIO, OPORTUNIDAD Y RECURSOS PEDAGÓGICOS

Prueba a decir «sí» a lo que hay. Nota la paz que nace de la aceptación profunda. Y deja que ese “sí” te alinee con la vida y que su dinamismo te mueva a la acción adecuada.  

Tiendo a ver las crisis –como esta que ahora nos afecta– como un escenario y una oportunidad, contando con algunas herramientas que ayuden a vivir la dificultad de manera constructiva.

Un escenario en el que aparecen:

  • consejos e interpretaciones, llegando a decir que el coronavirus es un “castigo de Dios”, una “represalia de la naturaleza” o incluso una «fabricación intencionada por parte de grupos de poder económico»;
  • reacciones histéricas: desde compras excesivas hasta bulos que fomentan el pánico;
  • nuestros miedos, que saltan a escena en cuanto algo descoloca nuestros planes;
  • nuestro apego, y el consiguiente miedo a todo lo que sea pérdida: de salud, de dinero, de hábitos, de seguridad…, detrás de los cuales late siempre el miedo a la muerte; suelen ser miedos a los que habitualmente –en condiciones “normales”– intentamos mantener bajo control, ignorándolos o compensándolos, pero que afloran cuando las circunstancias nos ponen ante lo que percibimos como amenaza grave;
  • el hecho evidente de que no tenemos el control del que nos gusta presumir;
  • y la realidad igualmente evidente de la impermanencia: en el mundo de las formas –el mundo manifiesto– no hay ni puede haber nada estable; lo único permanente es que todo cambia.

Una oportunidad:

  • para replantearnos y reajustar nuestro modo de ver la vida y nuestro modo de vivirnos; al descolocarnos, las crisis –si sabemos aprovecharlas– nos obligan a preguntarnos para qué, cómo y desde dónde vivimos;
  • para reconciliarnos con nuestros límites y nuestra vulnerabilidad;
  • para crecer en solidaridad, ayudando especialmente a quienes se sienten más frágiles ante esta situación o, al menos, no tener comportamientos que aumenten la amenaza de contagio, aunque ello implique negarnos acciones que desearíamos, pero que pueden conllevar riesgos para otras personas; 
  • para crecer en empatía y en compasión, que implica ponerse en el lugar de los otros, sobre todo de los más frágiles, y no girar únicamente en torno al miedo o malestar propio;
  • para alinearnos con la vida y todos los seres: somos uno;
  • para reconocer que el camino de la sabiduría y de la paz es la aceptación; aceptar no es resignarse ni aprobar lo que ocurre, sino sencillamente reconocerlo hasta, en el buen sentido de la palabra, rendirnos a la Vida y a lo que esta nos trae en cada momento;
  • para comprender lo que realmente somos: aquello que no cambia cuando todo cambia; aquello que permanece y es consciente de los cambios; aquello que no puede ser dañado por ninguna crisis, ningún miedo, ninguna pérdida y ninguna muerte. Somos el Silencio del que nacen las formas y los ruidos, Aquello estable y permanente donde todo está bien.

Unas herramientas para el aprendizaje:

  • compartir los miedos con alguna persona sensata y de confianza; es importante que reúna esa doble condición: al verbalizar los miedos, tomamos distancia de ellos, pierden su poder de atraparnos, al tiempo que experimentamos el regalo de la comprensión y de la solidaridad ajena;
  • aceptar la impermanencia: no hay nada que no sea impermanente, todo es cambio constante: al ganar le sigue el perder, al reír el llorar, al aferrar el soltar, a la tranquilidad la inquietud…, al nacer el morir;
  • cuidar el amor incondicional hacia sí: es el mayor poder del que disponemos en el nivel psicológico; se trata de cuidar la cercanía amorosa hacia sí y el diálogo interno constructivo para aprender a estar consigo mismo/a en todo momento; si siempre necesitamos el amor hacia nosotros, con más razón cuando aflora nuestra mayor vulnerabilidad;
  • comprender el funcionamiento del cerebro: puede haber diferentes factores –marcadas conexiones neuronales, grabadas a fuego desde muy atrás– que explican el funcionamiento particularmente disfuncional del cerebro en circunstancias de crisis, que embarca a la persona en bucles sin salida de cavilación, rumiación obsesiva, dramatización, culpabilidad, inseguridad irracional, pánico…; en estos casos, es preciso ser paciente con el propio funcionamiento cerebral, sin entrar en los vericuetos que propone; 
  • soltar, consciente y voluntariamente, todos aquellos pensamientos que generan miedo obsesivo e inseguridad irracional: cada vez que aparecen –son involuntarios y pueden ser automáticos–, los dejamos caer, como si fueran una nube pasajera; no los “recibimos” en nuestra casa ni, mucho menos, los “alimentamos” dedicándoles tiempo;
  • practicar el silencio, para tomar distancia de la mente pensante y anclarnos en la atención; experimentamos cómo, al atender la respiración, todo el movimiento mental y emocional puede ir acallándose; y al conectar con el Silencio, descubrimos que, en ese nivel, no hay crisis ni etiquetas, miedos ni juicios: el Silencio, al “bajar el volumen” del ego, reduce también sus gritos; la práctica puede conducirnos a comprender que somos precisamente ese Silencio, como fondo permanente y estable de todas las formas impermanentes;
  • vivir la responsabilidad en todo lo que está en nuestra mano, como gesto de solidaridad y de amor: en situaciones de crisis colectivas, aparecerán reacciones de todo tipo, dependiendo de dónde –psicológica y espiritualmente– se encuentre cada persona; pero ese aspecto colectivo de la crisis requiere asumir con responsabilidad aquellos comportamientos que ayuden a las personas y favorezcan el buen funcionamiento de la vida social, desde evitar riesgos innecesarios hasta promover actitudes de servicio; y no es una cuestión meramente individual, sino que se trata, en el sentido más profundo, de un compromiso social;
  • desdramatizar e incluso dejar lugar al humor; me envían por whatsapp –la aplicación tiene mucho “alimento” con estas cosas– una reflexión que se está compartiendo mucho en Italia: “A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra. A nosotros solo nos piden que nos quedemos en casa”

Conclusión:

Si tuviera que resumir las actitudes básicas para vivir una situación de este tipo, lo haría con estas palabras: cuestionamiento, amor, aceptación, responsabilidad y solidaridad.

Y para terminar:

¿También aquí es aplicable el principio de que “lo que viene conviene”?

Algunas personas me lo han preguntado, entre la ironía y el enfado. La respuesta que me brota es la siguiente:

  • Esa afirmación no significa en absoluto justificar lo que está sucediendo; tampoco aprobarlo ni resignarse.
  • Más aún, tal afirmación no se refiere directamente a los acontecimientos que ocurren, sino a la actitud adecuada para vivirlos.
  • Recordemos la máxima que establecía el gran místico cristiano del siglo XIII, el Maestro Eckhart, como principio de sabiduría cotidiana: “Que el hombre acepte todas las cosas como si él mismo las hubiese deseado”.

Así entendida, me parece que aquella frase constituye la clave acertada para vivir todo lo que nos sucede. Aceptamos lo que hay –y si hay que pasar el coronavirus, lo pasaremos–, nos ejercitamos en decir “sí” a la Vida –aunque nuestra mente no lo entienda o incluso se resista– y comprendemos que, más allá de lo que percibimos en la superficie, la Vida es un proceso inteligente y sabe lo que hace: en lo más profundo de lo real, hay Algo que sabe.

Una vez alineados o alineadas con la realidad, brotará de nosotros todo aquello que haya de hacerse. Pero eso nacerá, no desde la resistencia, la rabia, el enfado o el miedo, sino desde la aceptación profunda que permite que brote en cada caso, no la acción programada por el ego, sino aquella desapropiada que, por eso mismo, resulta adecuada en la situación concreta.

ENTRE EL DESEO Y EL ANHELO

Domingo III de Cuaresma 

15 marzo 2020

Jn 4, 5-26

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor de mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿eres tú más que nuestro padre Jacob que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?”. Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve”. La mujer le contesta: “No tengo marido”. Jesús le dice: “Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dice: “Créeme, mujer, se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad”. La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy: el que habla contigo”.

 ENTRE EL DESEO Y EL ANHELO

          El autor del evangelio construye este relato para mostrar a Jesús como quien sacia por completo la búsqueda del ser humano, representado en la figura de la mujer samaritana.

     En una consciencia mítica, la salvación se sigue buscando “fuera”, como obra de un Dios que viniera al rescate de nuestra carencia. En la medida en que se va superando ese nivel de consciencia se empieza a advertir que la salvación –plenitud, felicidad– no está fuera ni en el futuro; tampoco es un “objeto” que tendría que completarnos.

      Con esos términos se alude, más bien, a nuestra identidad profunda, a aquello que realmente somos. Y esto no tiene nada de narcisismo ni de orgullo porque el sujeto no es el yo, sino aquella identidad, una y compartida, que constituye nuestro fondo más íntimo y, a la vez, más transcendente.

      Lo contrario significa proyectar fuera –en un supuesto dios separado– aquello que somos en profundidad, con lo cual nuestra verdadera identidad quedaría irremisiblemente secuestrada por una figura creada por nuestra propia mente.

    El ser humano –siempre la paradoja– es un ser deseante y anhelante. El deseo nace de nuestra carencia y busca algo en beneficio propio; el anhelo, por el contrario, es gratuito y se percibe como un impulso que nos desegocentra.

    Es legítimo responder a los deseos, si bien será necesario estar vigilantes para no caer en la trampa del apego. Cuando se cae en ella, el deseo se convierte en adicción, en una fuerza tiránica que nos esclaviza y nos ciega, reduciéndonos a lo que no somos: hemos perdido la libertad y la comprensión.

      El anhelo es la “voz” de nuestra identidad profunda, que quiere expresarse en nuestra vida cotidiana y, por ello, clama en nosotros impulsándonos a secundarla. Si el deseo es siempre “interesado”, el anhelo es gratuito e incondicional, porque no nace del yo, sino de la propia vida que somos.

      Cuando vivimos desde el anhelo, no buscamos los intereses del ego, sino que nos percibimos como cauces por los que la vida se expresa. Este inédito modo de vivirse es el que queda plasmado en las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús, en el mismo capítulo 4 del evangelio de Juan que leemos hoy: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).

    El deseo, siendo legítimo y en ciertos casos irrenunciable, alimenta al yo; el anhelo transciende el yo y nos sitúa en actitud de docilidad para que pueda vivirse en nosotros lo que realmente somos (“el que nos ha enviado”).

¿Me doy tiempo para escuchar en mí la voz del Anhelo?

Semana 8 de marzo: UNA CONVERSACIÓN CON LA SOLEDAD // Jeff FOSTER

─ Me siento solo.

─ Fantástico. Una invitación a intimar con la soledad.

─ ¿Qué quieres decir?

─ Intenta esto: suelta la palabra ‘soledad’ por un momento. Siente las puras sensaciones en el cuerpo. ¿Dónde las sientes? Siente los aguijones, los cosquilleos, las vibraciones…

─ Lo siento en el estómago. Es como una sensación sola, vacía.

─ Fabuloso. Ahora suelta las palabras ‘sola’ y ‘vacía’. Conecta con lo que está ahí sin acudir a esas descripciones de segunda mano.

─ De acuerdo. Lo siento… vivo. Cálido. Es una sensación como un hormigueo.

─ Bien. Permanece con ello.

─ Lo siento suave. Tierno. Vulnerable. Se parece a… la vida.

─ Bien. Permanece ahí un rato. Haz a estas sensaciones el regalo de tu amable atención; no intentes cambiarlas o suprimirlas. Permite que todos los pensamientos e imágenes, todas las historias y juicios vayan y vengan en tu cálida presencia. Permite que floten como nubes en el cielo. ¿Qué más notas aquí donde estás? Puedes poner la mano en la parte de ti que se siente sola, si quieres…

          (Pone las manos en el estómago.)

─ Es curioso. A medida que presto atención, la atención se va aflojando. Hay más espacio alrededor del sentimiento de soledad. Es como si estuviera sostenido por algo… Algo grande, espacioso…

─ ¿Se siente sola esta sensación de espacio?

─ No. La siento… íntima. Abierta. Viva. No sola. Siento que puedo respirar…

Cuando dejamos de distraernos y nos sumergimos, valerosamente, en el centro de cualquier sentimiento, positivo o negativo, correcto o incorrecto, cómodo o incómodo, redescubrimos el vasto océano que somos. Todo sentimiento está hecho de una inteligencia indescriptible y contiene un mensaje oculto.

PRESENCIA RADIANTE

Domingo II de Cuaresma 

8 marzo 2020

Mt 17, 1-9

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto. Escuchadle”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándoles les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”.

PRESENCIA RADIANTE

          Si visto desde el nivel “personal” –en cuanto yo separado– el ser humano es ante todo frágil y vulnerable, pura necesidad que busca aferrarse a aquello que le promete seguridad –tal como veíamos en el comentario de la semana anterior–, lo que realmente somos –en la comprensión transpersonal y no dual– es Plenitud de Presencia, uno con todo lo que es.

          El “relato de las tentaciones” nos pone frente al hecho de nuestra vulnerabilidad; el “relato de la transfiguración” manifiesta la luminosidad que somos.

          Ambos muestran nuestra naturaleza paradójica: somos Plenitud expresándose en formas vulnerables, el Ser manifestándose en entes concretos, la Vida desplegándose en seres vivos, Dios ocultándose en cada criatura…

          La sabiduría tiene en cuenta e integra los dos polos de la paradoja: el absoluto y el temporal, el oculto y el manifiesto, la identidad y la personalidad, el agua de la gota y la gota de agua…

          Ahora bien, dado que venimos de una identificación tan completa con nuestra “persona” que prácticamente nos hemos reducido al “yo”, parece inteligente crecer en consciencia de lo que somos para no quedar atrapados y encerrados en la ignorancia original acerca de lo que somos.

          Y me parece que un modo “suave” de avanzar en la comprensión de lo que somos tal vez sea preguntándonos: ¿qué es lo que es consciente de mi experiencia? Es decir, ¿qué es Eso que es consciente de lo que pienso, de lo que siento, de lo que hago, de lo que veo…, incluso de mi propio “yo”?

      Este trabajo de indagación nos habrá de conducir a una sola conclusión: yo no soy –no puedo ser– nada de aquello de lo que soy consciente –todos ellos son únicamente objetos dentro del campo de consciencia–. Soy Eso que es consciente de todo lo demás. Y eso es luminosidad, consciencia, vida, ser, Dios…, plenitud de presencia.

     Eso que es consciente no tiene –no puede tener– nombre adecuado, porque escapa al mundo de los objetos. Acertaba José Saramago cuando decía: “En nosotros hay algo que no tiene nombre. Ese algo es lo que somos”.

      Eso que somos no tiene nombre, tampoco puede ser pensado. Pero lo somos y lo podemos percibir –como en el monte de la transfiguración– cuando acallamos la mente y miramos sin su filtro.

¿Me reconozco en Eso que es consciente?

Semana 1 de marzo: RELIGIÓN, IGLESIA, ESPIRITUALIDAD // Javier MELLONI

Entrevista de Macarena Gutiérrez a Javier MELLONI, en La Razón, 26 de febrero de 2020. https://www.larazon.es/opinion/20200226/cygqp4gjvndyhgonjusyrnnt6q.html?outputType=amp

Javier Melloni (Barcelona, 1962) está considerado el paradigma del místico de nuestra era. Teólogo, antropólogo, escritor de éxito, meditador, verso suelto. Son muchas las etiquetas que le encajan, pero él se queda con “un proyecto de ser humano y hermano». Durante el último fin de semana de enero, Melloni participó en el VIII Foro de Espiritualidad de la Universidad Popular de Logroño. Todas las entradas vendidas y una audiencia de más de 1.200 personas que escucharon en silencio reverencial sus palabras sobre la dimensión contemplativa del ser humano. Mientras habla, su mirada se eleva a las oquedades rojas de la Sierra de Cantabria que enmarcan el paisaje de esta entrevista. Se expresa con las manos tanto como con la garganta y su discurso es intenso, suena honesto y valiente. Tanto que, a ratos, el interlocutor teme que su sinceridad pueda ponerle en algún aprieto. Defensor apasionado del diálogo interreligioso, no esquiva ningún tema controvertido; puede decirse que casi va a su encuentro. La dimensión sexual de los sacerdotes, el machismo en la Iglesia, la crisis de fieles o la nueva espiritualidad, todo le parece pertinente a este jesuita que habita en los márgenes de una institución cuestionada.

— Muchos lo definen a usted como un místico del siglo XXI. ¿Esto qué significa?

— ¡Ojalá! Mi deseo es caminar en esa dirección, aunque las etiquetas son muy peligrosas porque generan ego e idealización por parte de los demás. Creo que ser místico significa vivir en estado de apertura, entender que todo es signo de otra cosa. No quedarse con lo primero que aparece, porque todo es transparencia velada de algo más profundo que se está manifestando.

— ¿Es más difícil ser místico hoy en día con tantos estímulos externos?

Cada lugar y cada época tienen sus dificultades para vivir en verdad. Sin duda, el gran don del siglo XXI es la libertad, la amplitud de miras. Un místico de antaño lo tenía mucho más difícil, estaba más constreñido y vigilado. En cambio, el peligro de nuestra época es la inmediatez, la distracción, la excesiva facilidad.

— Usted no tiene móvil, por ejemplo.

Efectivamente. He decidido no exponerme a lo que sería una fuente continua de dispersión que me impediría estar presente aquí y ahora mismo.

— Entre los retos de la Iglesia siempre aparece el machismo y el papel de las monjas, que queda relegado a un segundo o tercer plano.

En la Iglesia hay una idealización de la madre desplazada a la Virgen María y una clara sumisión e insignificancia de la mujer. Parece que amando a la madre se sustituye el rol de la compañera. Por un lado, te infantilizas, porque te haces sumiso, y por otro te haces poderoso.

— ¿Y si la mujer no es madre?

Entonces es peligrosa.

— ¿Están relacionados los casos de pederastia en la Iglesia con la negación de la dimensión sexual en los sacerdotes?

Creo que es un resultado casi inevitable. Como no conocemos ni atendemos nuestra dimensión afectivo-sexual, no podemos identificar ni dar nombre ni explicar lo que sucede ahí. Se trata de una sombra personal, pero, sobre todo, institucional. La Iglesia no sabe abordarlo. Es la culpabilidad de la ignorancia, aunque, por supuesto, el desconocimiento no te exime de la responsabilidad. Se comprende el enfado de la sociedad civil, porque la Iglesia es una instancia moral y espiritual que debería tener un conocimiento profundo de todo lo que es importante para el ser humano. Juan Pablo II, heredero de Pablo VI, decía una expresión que nos debería comprometer más: “La Iglesia debe ser experta en Humanidad”. Me temo que estamos lejos de ello en bastantes aspectos.

— ¿Solucionaría algo que el celibato fuera opcional?

No sé si diría yo tanto. No creo que sea causa-efecto, pero sí sería importante desbloquear una dimensión natural del ser humano que hemos amputado y con la que nos hemos obsesionado a causa de ese mismo bloqueo.

— ¿Cuál es la explicación histórica de este oscurantismo, si es que la hay?

El dominio. El instinto sexual contiene un potencial de relación y de libertad que las sociedades jerárquicas y patriarcales temen y que por ello controlan. En sociedades más matriarcales, la sexualidad se vive con más naturalidad. Como siempre lo más sublime puede convertirse en lo más perverso, al final se niega una cosa y la otra.

— ¿Cree que usted y yo veremos a una monja decir misa o a un sacerdote casado y con hijos?

Las celebraciones tal como las conocemos se están acabando. La práctica dominical está disminuyendo y tanto los sacerdotes como los feligreses están envejeciendo. Hay que dejar paso a nuevas formas. En algunos sitios ya se empieza a vivir eso, como se entrevió en el Sínodo de la Amazonia, aunque el documento final no haya podido reflejarlo. Parece que la Iglesia no está todavía madura para dar ese paso.

— ¿Qué le diría a alguien agnóstico o ateo que quiera tener una vida espiritual?

En primer lugar, que es fundamental distinguir entre la dimensión espiritual y una confesión religiosa. Hay trascendencia más allá de la religión. Cada uno tiene que saber cómo nutrir esa dimensión. Hay personas que son más sensibles al contacto con la naturaleza, otras lo harán a través del arte. Le diría: escúchate, percibe qué es lo que más sintoniza contigo y entrégate a eso, porque esa es la vía para ir más allá de ti mismo a través de ti mismo.

— ¿Qué componente le parece esencial para la felicidad, si solo pudiera quedarse con uno?

Sin duda, el agradecimiento. Nos permite estar llenos y vacíos al mismo tiempo. La persona agradecida necesita muy poco y está llena de todo.

— ¿Eso cómo se aterriza?

Siendo conscientes de que todo lo que vivimos nos es dado, no arrebatado. Hay que pasar de la conquista a la receptividad. Recibimos continuamente de nuestro entorno mucho más de lo que podríamos conseguir con nuestros logros. Vivir desde la gratitud cambia todo. Hemos construido una sociedad muy competitiva basada en la batalla continua, la continua defensa del yo, etc. donde la gratitud se ve como una debilidad, cuando es al contrario. Vivimos o bien angustiados en una carrera hacia delante porque no nos damos cuenta de lo que ya tenemos, o bien atrasándonos, con remordimientos y culpabilidad por lo que ha pasado. ¿Y que hay en el centro? Gratitud y la fuerza del presente. Nosotros mismos nos hemos debilitado pensando que nos falta algo.

— ¿Cómo consigue estar presente en el presente?

Trato de preservar tres momentos de meditación diarios. Si no los hago, lo noto. Si no medito un día, me siento más irritable, suspicaz. Y si se prolonga más días, acaban notándolo todos con los que convivo. El silencio da espaciosidad y capacidad de escucha. Las múltiples transiciones que vivimos a lo largo del día también son muy importantes: agradecer cada cosa que terminamos y venerar cada cosa que empezamos.

— ¿Qué fue lo que le transformó de su tiempo en India?

Me fascinaron muchas cosas. La mirada limpia de la gente; los indios te miran a la cara, mientras que en Occidente hasta un niño pequeño en seguida aparta la mirada. Allí yo salía a la calle a ser bautizado por la mirada de la gente, por ese reconocimiento mutuo que era como celebrar la existencia del otro. “Namasté” significa que me inclino ante la presencia divina que hay en ti. ¿Seríamos capaces nosotros de decir lo mismo? No aceptar la pluralidad de accesos a Dios o a la plenitud es escasez mental, falta de generosidad.

— ¿Cómo empezó su camino espiritual?

Con una explosión de amor a los catorce años, tras recibir la eucaristía. Era el Día de Todos los Santos. Todo se convirtió en amor, en presencia incandescente de Dios. En aquel momento le entregué mi vida. Deseé ser combustible para semejante fuego. Esa experiencia me ha marcado para siempre. Fue una anticipación del final.

— ¿Cree que es alguien incómodo para la Iglesia?

Bueno, probablemente para unos sí y para otros no. Muchos agradecen que diga cosas que ellos no pueden expresar y que lo haga con respeto, es más, con amor; a favor de todos y no en contra de nadie.

— ¿Cómo se explica que las Iglesias se vacíen si hay tanta sed espiritual?

Existe un rechazo de la religión, pero, en cambio, se da una emergencia de la búsqueda espiritual. Es un anhelo que viene de la condición humana. Tenemos sed de Dios como tenemos sed de agua. No podemos tener sed de algo que no existe. En un momento en el que todo se derrumba y en el que han caído todos los referentes exteriores, hay necesidad de volver al hogar primordial: pasar de las seguridades a las certezas.

— ¿Qué referentes han caído?

Las garantías absolutas de que algo exterior va a resolver el reto de ser tú mismo, de responder en verdad a lo que tú, fiel y finalmente, eres. Los colectivos humanos han tenido unas referencias que han funcionado bien durante un tiempo, pero la globalización está terminando con una gran parte de ellas.

— ¿Cuándo ha perdido la Iglesia el pulso con su parroquia? ¿Qué ha hecho mal?

Se trata más bien de una cuestión de adecuación y de procesos. Un embrión está durante nueve meses en el vientre de su madre y en ese tiempo crece en la matriz. Cuando pasa ese plazo, si no sale del útero, se asfixia y, además, mata a su madre. Creo, sinceramente, que las religiones milenarias son matrices que han dado lo que tenían que dar. Ya no son madres, son abuelas. En un momento en que Occidente se ha abocado hacia fuera, necesitamos un complemento que nos lleve hacia dentro y las religiones orientales aportan justo eso. La religión está pasando de proponer las cosas a golpe de obligación y de voluntad a hacerlo con libertad y con conciencia. El cambio se está dando solo; si se organiza demasiado, volveríamos a caer en lo mismo: la tentación del control.

— La carta de los obispos contra las nuevas formas de espiritualidad en el seno de la Iglesia, como la meditación zen, no traslucía integración precisamente.

Está hecha desde el miedo, así que es incompleta.

— ¿Desde el desconocimiento también?

El miedo viene del desconocimiento y de referencias de gente a la que estas propuestas no les han ido bien. Pero es que no todos los caminos son para todo el mundo. Ha habido una respuesta muy serena de Pablo D´Ors, Ana María Schlüter y Berta Meneses contando que su experiencia ha sido otra, haciendo ver que la meditación silenciosa no ha provocado la alienación de Dios ni ningún malestar, sino que ha ayudado a crecer a las personas.

— Usted no ha contestado. ¿No se ha sentido aludido?

Un poco sí, aunque se refieren sobre todo al zen y yo no lo practico. Entiendo lo que los obispos quieren advertir y estoy de acuerdo en que señalen ciertos peligros, como el autocentramiento o el olvido de la alteridad, pero me sabe mal que solo se mencione la parte conflictiva. Mucha gente ha redescubierto el cristianismo gracias a sumergirse en Oriente. Ha vuelto a la Iglesia, ha redescubierto su fe, que estaba atascada, con un nuevo sabor.

— ¿El zen y el cristianismo son compatibles?

Claro que sí. Es cierto, sin embargo, que el zen es una práctica de meditación que contiene detrás todo un marco religioso, el budismo. Ello crea un conflicto en un momento del camino, pero este conflicto ayuda a crecer. De la jerarquía de la Iglesia se espera sabiduría y profundidad, no regaños y advertencias que nos empequeñecen y nos infantilizan. Lo bello de la vida son los retos y los matices. Si creemos verdaderamente que Dios lo abarca y lo contiene todo, ¿por qué temer que exploremos? La Iglesia no es un club que necesite socios para que le aporten cuotas.

— ¿Qué es la meditación para usted?

En realidad, la meditación es hacer silenciosa la oración. ¿Y qué estás haciendo sino meditar después de comulgar? Eso se solapa con la oración y la contemplación, porque hay momentos en los que no sabes si estás orando, meditando o contemplando. Son palabras de una misma constelación que fluyen unas hacia las otras, y sobre todo, hacia Dios, que está en la profundidad del silencio.

— ¿Cree que la Iglesia ha monopolizado a Dios?

La Iglesia, ¿quién es? Iglesia somos todos.

— Me refiero al Vaticano.

Bueno, el Vaticano surgió para sostener la civilización que cayó con el Imperio romano y, de hecho, las parroquias y las diócesis son distribuciones territoriales de aquel imperio. Por lo tanto, no era tanto la ambición de poder cuanto el deseo de dar continuidad a una civilización. Es cierto que los Papas medievales y renacentistas fueron soberanos y fueron acumulando riquezas y ahora no sabemos qué hacer con ellas. Ojalá un día podamos dejar el Vaticano para la Unesco, para el Patrimonio de la Humanidad o para quien sea y el Papa se vaya a vivir a un lugar más sencillo como ha intentado Francisco. El prestigio de la Iglesia no viene por la Capilla Sixtina sino por vivir en verdad el evangelio.

— Entiendo que es favorable a Francisco.

Ha abierto las puertas, las ventanas, ha entrado el aire fresco. Ya no nos miramos tanto a nosotros mismos. La llamada de la Iglesia está fuera de sí misma, al servicio del mundo. Para esto es necesario una organización, sin duda, pero cuando la Iglesia está demasiado pendiente de sí misma, es signo letal de narcisismo.

— …que es la enfermedad de nuestros días.

Pues sí, la Iglesia ha sido muy narcisista, pero, gracias a Dios, ahora tenemos un Papa que no lo es.

— Y eso crea tensiones.

Claro. Cuando a un narcisista le pones en cuestión se pone nervioso. No puede darse cuenta de que, en realidad, le estás liberando, porque el narcisismo es una terrible prisión. Pero como nos adaptamos a todo, en nuestra misma cárcel estamos más cómodos que en la intemperie. Cuando atravesamos ese umbral, hay resurrección. En la fe cristiana está el dinamismo mismo de la vida: siempre estamos muriendo a lo que conocemos para poder nacer a lo que desconocemos. Entre medio, hay que soltar. Si no lo haces, la resistencia hace mucho más difícil el proceso.

— ¿A quién admira usted?

Dentro de la tradición cristiana, al padre Arrupe y a Pedro Casaldáliga. Al primero porque no tuvo nostalgia del pasado, sino del futuro; y al segundo, por su fidelidad a los desheredados del Brasil, a costa de arriesgar su vida. De otras tradiciones, a Gandhi y al Dalai Lama, a ambos por su radical compromiso con la no-violencia. En el ashram (comunidad) de Gandhi se velaba para que ni siquiera el menor de los pensamientos pudiera ofender a sus adversarios y el Dalai Lama jamás ha hablado mal de los chinos, los invasores y destructores de su país. Ni un insulto, ni una vejación.

TENTACIÓN E IGNORANCIA

Domingo I de Cuaresma 

1 marzo 2020

Mt 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él le contestó diciendo: “Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»”. Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece en las piedras»”. Jesús le dijo: “También está escrito: «No tentarás al Señor tu Dios»”. Después, el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto»”. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”.

TENTACIÓN E IGNORANCIA

       En principio, parece claro que nos tienta todo aquello que promete seguridad y autoafirmación del yo. Mientras nos percibamos como seres separados –identificados con el “yo”– no podremos sino buscar cualquier cosa que fortalezca esa supuesta identidad, porque algo nos dice que en ello nos va la vida. Y dado que ese yo se descubre esencialmente frágil y vulnerable, se comprende que persiga a toda costa todo aquello que le ofrezca seguridad.

   El relato evangélico señala con agudeza las tres tentaciones que acechan al ser humano y que pueden resumirse en tener, poder y aparentar. Tres palabras que apuntan hacia aquello que, supuestamente, le permite mantenerse seguro y en pie.

      En cuanto vacío, el yo necesita ansiosamente bienes a los que llamar “míos” para sostener la ilusión de que él es “alguien”.

     Frente al miedo que acompaña inexorablemente a todo yo separado, necesita el poder, no solo para sostener la ilusión de que es inmune al peligro, sino como medio de autoafirmarse por encima de los demás. Es sabido que el yo se afirma gracias al contraste, la comparación y la prepotencia.

    Y ante el pánico que le supone ser un “don nadie” o desaparecer, el cultivo de la imagen parece otorgar al yo una aureola de grandeza a toda prueba.

     Así planteado, parece evidente que las tentaciones se anclan en una doble fuente: en la necesidad psicológica de seguridad y en la ignorancia espiritual acerca de nuestra verdadera identidad.  

    Por tanto, si queremos comprender de dónde vienen nuestras tentaciones –trampas– y, a la vez, deseamos hallar el camino de superación de las mismas, tal vez sería bueno plantearnos una doble cuestión: ¿cómo me percibo a mí mismo? y ¿dónde pongo mi seguridad?

  Resulta obvio que ambas preguntas se hallan íntimamente relacionadas ya que, según me perciba a mí mismo, pondré la seguridad en una cosa u otra. O mejor todavía, depositaré la seguridad en algún objeto –del tipo que sea– o comprenderé que la seguridad no es algo añadido a lo que realmente soy.

     En síntesis, cuando comprendemos qué somos de una manera experiencial o vivencial, la inquietud por la seguridad desaparece. Y podremos vivir las tentaciones como oportunidad para afianzarnos en la comprensión de que somos aquello que no necesita seguridades ajenas porque se halla siempre a salvo. Tal comprensión es la fuente de la libertad.

    Y eso es lo que se pone de manifiesto en las respuestas del sabio Jesús. A cada tentación, él se remite –eso parece significar que cite palabras de la Escritura judía– a su verdadera identidad, a Aquello donde es uno con Dios.

¿Dónde pongo mi seguridad?