Semana 2 de mayo: PERFECTO DESEQUILIBRIO // Esther Fernández Lorente

Andar en el desequilibrio no es posible,
me decían y yo
lo he creído así, sin cuestionarlo.

Oculté sensaciones
de ansiedades, de miedos e impotencias,
buscando, día a día,
ese nivel perfecto y ajustado.
Así debía ser,
siempre dispuesta a decir: no importa,
equilibrando fuerzas,
lo intenté y me esmeré hasta el cansancio.

Ansiando una paz falsa,
que tiñera el conflicto y lo ocultara,
evité la paradoja,
para no vacilar en el engaño.

Y me sentía un fraude
representado en mi propio escenario.

Andar en el desequilibrio es camino
para ser lo que soy:
un todo que fluye en las huellas,
tan claras y serenas,
que deja el tambaleo de mis pasos.

Estar acogiendo lo que no encaja,
en futuros proyectos
que inconscientemente he dibujado.

Soltar todos los planes,
dejándome al viento de la vida,
caminando a tientas,
perfecto imperfecto de este espacio
profundo, donde todo
se unifica más allá de los contrarios.

LA REALIDAD ES NO-DUAL

Domingo V de Pascua

2 mayo 2021

Jn 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca: luego los recogen y los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará”.

LA REALIDAD ES NO-DUAL

 La no-dualidad no es algo novedoso. Se halla presente, de un modo u otro, en todas las grandes tradiciones sapienciales y espirituales. El término procede del sánscrito advaita (“a-dvaita” = no-dos) y su núcleo se halla presente en la sabiduría del vedanta, en el taoísmo, en el sufismo, en el budismo zen, en alguna corriente de la filosofía griega, en el misticismo cristiano…, incluso en la sabiduría de los pueblos originarios de América.

 En la tradición cristiana, hallamos expresiones claramente no-duales en el evangelio de Juan -como en el texto que se lee al inicio de este comentario- y en otros textos apócrifos (“ocultos”) como el evangelio de Tomás. A lo largo de su historia, siempre ha habido una corriente mística que se ha movido en dicha comprensión.

 Y, sin embargo, parece que en nuestro tiempo la comprensión no-dual se extiende en sectores cada vez más amplios de la población. Hasta el punto de que, según algunos estudiosos, podríamos hallarnos en el umbral de un salto de consciencia colectivo.

 Tal salto de consciencia implica un cambio de “clave de lectura”, que supone una modificación radical en nuestro modo de ver. Ese es el motivo por el que podría decirse que la no-dualidad constituye la mayor revolución de la postmodernidad.

 ¿En qué consiste este “salto de consciencia”? Por decirlo brevemente, en la comprensión -o intuición- de que formamos parte de un Todo indivisible. La Realidad es una, inmanente y trascendente a la vez.

 Esta comprensión implica la superación de dos creencias profundamente arraigadas en Occidente y claramente nefastas en sus consecuencias: el dualismo y el materialismo.

 Nos hallaríamos, pues, en un momento histórico, caracterizado por el paso de un paradigma dualista y materialista a otro no-dual y postmaterialista.

 Si tuviera que resumir el núcleo de la llamada comprensión no-dual, lo haría con las conocidas palabras de Antonio Blay: “Solo hay una Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.

¿Qué es, para mí, la Realidad?

Semana 25 de abril: CEREBRO Y GÉNERO // Gina Rippon

Entrevista de Ima Sanchís a Gina RIPPON, neurocientífica, profesora emérita de Neuroimagen Congnitiva, en La Contra, de La Vanguardia, 15.06.2020.
https://www.lavanguardia.com/lacontra/20200615/481775984290/ni-de-venus-ni-de-marte-cada-cerebro-es-unico-en-esta-tierra.html

“Ni de Venus ni de Marte: cada cerebro es único en esta Tierra”.

Tengo 70 años. Soy británica. Nací en Essex y vivo en Birmingham. Estoy casada, tengo dos hijas y un nieto. Soy socialista liberal y pertenezco al movimiento de la igualdad de la mujer. La biología no tiene ningún papel central a la hora de diferenciar los cerebros masculinos de los femeninos.

Viejos estereotipos

Le pregunto a esta investigadora y catedrática de Neuroimagen Cognitiva de la Universidad de Aston (Birmingham) cómo es posible que en la época victoriana los científicos aseguraran que las mujeres no debían ir a la universidad porque eso podía dañar su sistema reproductivo. Y me explica que en el siglo XX las cosas no mejoraron, el cerebro femenino seguía considerándose demasiado pequeño y subdesarrollado, mal organizado e inepto para la ciencia. “Incluso a principios del siglo XXI en contra de lo que nos muestran las imágenes cerebrales, la neurobasura insiste en esa idea de que los cerebros femenino y masculino son diferentes”. En El género y nuestros cerebros (Galaxia Gutenberg), desmonta las falsedades sobre el llamado “cerebro femenino”.

No existe nada que pueda definirse como cerebro masculino y cerebro femenino. Todos los cerebros son diferentes entre sí. Su cerebro es único.

¿No tiene género?

Hay tantas diferencias entre los dos cerebros masculinos o dos femeninos, como entre un cerebro femenino y otro masculino.

Pues llevamos siglos creyendo que eran diferentes.

Los neurólogos varones centraron sus investigaciones a partir de los roles sociales de mujeres y hombres. Los hombres eran líderes, científicos y exploradores; y las mujeres tenían una posición inferior. A partir de ahí buscaron formas de justificar qué era lo que hacía que los cerebros de las mujeres fueran inferiores.

¿Eso es lo que a usted le enseñaron?

En la facultad estudié que el cerebro masculino y femenino estaban organizados de forma distinta. No ha sido hasta el siglo XXI cuando nos hemos replanteado la pregunta.

Pero seguimos con eso de que las mujeres no sabemos leer mapas.

Sí, porque a finales del siglo XX se esforzaron mucho en hacer una especie de lista de la compra de características que distinguieran a hombres y mujeres, así que la historia siguió y se publicaron libros como “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”.

Todo un superventas.

Es una idea firmemente arraigada en nuestra conciencia que ha recibido mucho apoyo de lo que parecen investigaciones muy serias. La ciencia se había marcado el objetivo de encontrar diferencias, pero cuando hemos tenido grandes corpus de datos cerebrales que comparar hemos visto que no había un argumento coherente, las diferencias se dan entre cerebros.

Aun así, la neuroimagen no varió la teoría de la diferencia.

Por el contrario, dio origen a la neurobasura, muy difundida por los medios de comunicación. En cuanto empezamos a tener esas imágenes preciosas del cerebro hubo una oleada de artículos y libros divulgativos en los que señalaban dónde está el punto de Dios o del chocolate. Libros y teorías muy accesibles y golosas.

Los primeros en dar la información fueron los propios científicos.

Los prejuicios están muy arraigados, pero algo que la neurociencia del siglo XXI está mostrando es la plasticidad cerebral: el cerebro cambia en función de para qué lo entrenamos y lo que sucede a nuestro alrededor.

Dicen que el cerebro masculino y el femenino empiezan a diferenciarse en el embrión.

Un embrión expuesto a grandes niveles de testosterona lo convierte en masculino. Hay quien afirma que esa química también afecta al cerebro, pero si nos fijamos en los cerebros de los recién nacidos pasa igual que con el de los adultos: no hay diferencias claras a excepción del tamaño, que es proporcional al cuerpo.

Que las mujeres se depriman más que los hombres y los hombres asesinen más que las mujeres ¿no tiene base biológica?

En mi trabajo hemos visto que los procesos relacionados con la autoestima son biológicos y culturales. Es una calle de doble dirección.

Cuénteme.

El 95% de los criminales agresivos son hombres, y eso tiene mucho que ver con cómo permite la sociedad a los individuos expresar su ira. La depresión es una forma de violencia que se vuelve contra uno mismo mientras que la agresión es la manifestación externa de la ira.

El porcentaje de hombres que padecen parkinson es arrollador.

Los hombres están más expuestos a toxinas y reciben más golpes en la cabeza por el tipo de deportes que practican. De nuevo se entrelazan biología y experiencias sociales.

¿Entonces son nuestras experiencias las que tienen género?

Sí, un mundo de géneros marcados crea cerebros con el género marcado, lo innato y lo adquirido son indisociables. Nuestros cerebros cambian a lo largo de nuestra vida y no solo en la etapa de crecimiento.

Eso es muy liberador.

Se afirmaba que la capacidad espacial se les da mal a las niñas hasta que se hizo un experimento: se puso a un grupo de niñas a jugar al Tetris durante tres meses y se comprobó cómo mejoraban sus capacidades cognitivoespaciales a medida que ganaban habilidad en el juego.

 ¿Se fomenta el sexismo desde la cuna?

Sí, sabemos que los recién nacidos responden de forma inmediata a los estímulos sociales y su vida está llena de estereotipos de género.

Las madres afirman que sus niños varones se lanzan a jugar con los coches.

…Y que las niñas inexplicablemente se lanzan al rosa y a querer ser princesas. Pero eso es lo que les rodea en el parvulario, los dibujos, los anuncios, las películas…

Tiene mala solución, entonces.

Es muy importante la información, que la gente sepa que sus habilidades van más allá de los estereotipos. Yo trabajo con colegios para promover a las mujeres en la ciencia en un mundo que no se enorgullece de sus científicas.

 La mirada sobre las cosas es esencial.

Exacto, por eso debemos mirar el cerebro de una manera distinta, solo así avanzaremos.

¿PASTORES?

Domingo IV de Pascua

25 abril 2021

Jn 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre”.

¿PASTORES?

   Para la gran mayoría de nuestros contemporáneos, al menos en nuestro ámbito noroccidental, la imagen del pastor resulta anacrónica, cuando no provoca, además, sarpullidos. En el primer caso, porque nos hallamos muy lejos de aquella cultura agrícola y ganadera en la que nació; en el segundo, porque nos chirrían las imágenes que se mueven en la clave de autoridad/sometimiento, y que arrastran, con frecuencia, una historia de dominación.

 En concreto, la imagen del pastor evoca, por sí misma, la de la oveja y el rebaño. Y el contraste entre ambas hace aflorar en la conciencia de muchos la contraposición entre autoritarismo, por un lado, y sumisión y alienación (borreguismo), por otro.

 A partir de la modernidad, la autonomía resulta un valor irrenunciable para el ser humano, que ha hecho suya la denuncia de Kant contra los “tutores” y su llamada a la “mayoría de edad”, expresada en el grito “Sapere aude” (atrévete a conocer por ti mismo).

 Parece indudable que la imagen del “pastor” -como, en otros casos, la del “gurú” o del “maestro”- sirvió de pretexto para justificar abusos de diverso tipo, todos ellos basados en el poder que aquellas mismas imágenes otorgaban.

  La experiencia y el mayor conocimiento de la condición humana nos han hecho ver que también los pastores, gurús y maestros tienen su zona de sombras. Y que el hecho de querer negarlas o disimularlas no logra sino convertirlas en más peligrosas.

 Todos somos maestros y discípulos. Todos nos hallamos en un proceso de aprender. Podemos, sin duda, reconocer a personas que nos ayudan y que despiertan lo mejor de nosotros mismos. Pero no será porque se impongan y se empeñen en conducir nuestro camino, sino porque, siendo humildes y transparentes, nos remiten a nuestro propio “maestro interior”.

 No necesitamos pastores, sino compañeros de camino, acompañantes lúcidos y humildes, compartiendo aquello que a cada cual se nos ha regalado experimentar.

¿Escucho y sigo a mi maestro interior?