Semana 7 de mayo: EGO Y COMPROMISO (III)

EL EGO SE APROPIA TAMBIÉN DEL COMPROMISO (III)

Quise hacer el relato que compartía la semana anterior para alertar del riesgo que supone dejarse engañar por hermosas palabras. Detrás de ellas suele haber verdades no dichas ni reconocidas, necesidades psicológicas inconscientes que boicotearán todo camino de crecimiento y de entrega. Con lo cual, vuelvo al punto de origen: ¿qué es –y a quién puede beneficiar- un compromiso que no nace de la consciencia clara de quienes somos? No se niega la “buena voluntad” ni la “entrega” de quien lo vive, pero ¿a qué conduce? Fuera de la consciencia, no es extraño que todos los esfuerzos por mejorar el mundo no consigan sino estropearlo más. “Hasta que no trasciendas el ego –escribe John R. Price-, no podrás sino contribuir a la locura del mundo”.

          El compromiso no es el criterio definitivo, por cuanto esa palabra –como cualquier otra- puede encerrar contenidos muy dispares. Tampoco la espiritualidad se libra de ese mismo carácter ambiguo. Solo una comprensión profunda e integradora capacitará y favorecerá un modo de vivir marcado por la unidad y la compasión. No en vano, el que nos dejó la sublime parábola del “juicio final” no fue un moralista –que pusiera la “obligación” del “compromiso” por encima de cualquier otra cosa-, sino un hombre sabio –genuinamente espiritual- que sabía que “el Padre y yo somos uno” y que era igualmente uno con todos los seres, razón por la cual, “lo que hicisteis a cada uno de estos, me lo hicisteis a mí”.  En efecto, cuando , de manera experiencial, que el otro es no-separado de mí, he encontrado la clave para vivir el compromiso.

         Cuando no es así, suele ocurrir que el compromiso se convierte en otro “objeto” más que el ego se apropia, con el que se alimenta y fortalece. ¡Un ego “comprometido” es un ego que se siente muy vivo! ¿Quién no ha conocido personas que, pregonando la necesidad de compromiso y haciendo de él una referencia permanente –objeto incluso de su enseñanza-, lo estaban usando, en la práctica, para autoafirmarse, descalificar a otros –y de ese modo auparse ellos- y mantener su resistencia ante una realidad frustrante que eran incapaces de aceptar? El narcisismo –como bien reconoce el autor del texto que estoy comentando- consiste en vivir girando en torno al ego (“yo, mí, me, conmigo”). Pero sucede que el ego puede apropiarse también de la “acción” más exigente. Y no es difícil percibir cuánto narcisismo oculta una fachada –y una proclamación- de compromiso.

         Por eso, solo cuando se libera de aquellas necesidades antes ocultas que lo condicionaban, el compromiso se vive con gratuidad y desapropiación. Se deja de juzgar el modo como los otros lo viven –el juicio, como la comparación y la descalificación del otro, son muestras de narcisismo- y se comprende que, también aquí, se darán tantas formas como personas. Y tal vez haya que abandonar las etiquetas mentales acerca de lo que es una “persona comprometida” para abrirse a valorar los diferentes modos de vivirlo.

Semana 7 de mayo: CURACIÓN CUÁNTICA

“No hay nada malo en relajarse y no hacer nada”.

 Entrevista de Víctor Amela a Frank J. Kinslow,
en La Contra,  de La Vanguardia, 25.10.2011.

 

Tengo 65 años. Nací en Pensilvania y vivo en Florida. Soy médico quiropráctico. Me he casado dos veces y tengo tres hijos y tres nietos. ¿Política? Nada. ¿Creencias? La convicción de que despertar la conciencia es sanador. Deja de esforzarte en hacer: obsérvate, sé consciente

 Ahora todo es cuántico, ¿eh?

Sí, lo sé, es moda. Yo hoy no bautizaría mi método como Quantum Entrainment…

 ¿De qué va su método?

De tomar consciencia de un problema. La conciencia lo disuelve.

Anda ya.

Ya verás: ponte en pie.

En pie, ya está.

Ahora piensa en algo que te preocupe.

¿Qué tipo de preocupación?

Un dolor, una patología, un conflicto…

Pensado, va.

Del 0 al 10, ¿hasta qué punto te preocupa?

Un… seis.

Relájate.

La palma de su mano roza mi espalda.

No hago nada. No hagas nada. No hacer.

Ajá.

Así, bien.

¿Pinza mi nuca con pulgar e índice?

Tu cuerpo oscila. Es normal, no pasa nada.

Así. Muy bien. Calma. Un par de minutos…

Ya está. ¿Qué tal?

Bien. Relajado.

¿Cuánto te pesa ahora ese problema en que has pensado? Del 0 al 10.

Tres…

¡Bien! Lo has relativizado a la mitad que hace un rato. No tienes que hacer nada más.

¿Ya está?

Durante un par de días, la sanación continuará. El problema irá disolviéndose.

¿Por qué debería? Difícil creerle…

Has tomado conciencia, y ahora ella se ocupa. Así funciona. Esforzarte en hacer no funciona. Se trata de no hacer: eso descubrí.

¿Cómo lo descubrió?

A los 61 años perdí el trabajo, perdí la casa, me divorcié, tuve que trasladar mi consulta, me comían las deudas… Y comencé a angustiarme muchísimo.

Hombre, es normal.

No, porque yo venía practicando meditación trascendental ¡dos horas y media cada día durante los últimos 35 años!

¿Ah, sí?

Vivía en Japón, y a los diez años me iniciaron grandes maestros japoneses. Así entrenado, se suponía que gozaba de una mente calma y desapegada de lo material… ¡y me descubrí aterrorizado por la falta de dinero! ¡Tenía mucho miedo! Así que algo fallaba.

¿Y qué hizo?

Dejar de esforzarme en buscar soluciones: me limité a observarme, a observar mis sentimientos, mi miedo…

¿Y qué pasó?

¡Que mi miedo se disipó! Y una gran paz lo reemplazó.

¿Conclusión?

Silencio. Conciencia. Inactividad. ¡No hay nada de malo en relajarse y no hacer nada! Así, con la mera conciencia, se sanan conflictos emocionales. Y, de paso, fisiológicos.

Mi conciencia no es tan poderosa.

Sí lo es. ¡La paz está ahí! La tienes en ti, pero lo has olvidado. ¡Deja de hacer, deja de esforzarte, y permite que aflore esa paz! Brillará como una joya luminosa.

Muy bien, que aflore. Y luego, ¿qué?

Te sanarás desde lo más profundo, disolverás dolencias psíquicas y físicas. Tu conciencia solventará esos males en poco tiempo.

¿Qué entiende usted por conciencia?

Si la mente fuese una bombilla, la conciencia sería la electricidad que la ilumina. Sin conciencia, no existe nada. La luz es la paz.

¿Dónde está la conciencia?

La conciencia pura es informe e ilimitada. Es fuente de toda la energía y la materia.

¿Sí?

Orden y forma generan las ondas («cuerdas»), que al cruzarse generan partículas subatómicas, que al combinarse forman átomos, que al unirse crean moléculas, que a su vez componen sustancias, objetos…

¿Puedo acceder a esa conciencia pura?

Siéntate cómodo. Cierra los ojos. Sigue el fluir de tus pensamientos. Tras unos segundos, pregúntate: «¿Por dónde llegará mi próximo pensamiento?».

¿Y?

Vuelve a hacerlo y observa: ¿detectas una pequeña pausa entre tu pregunta y el pensamiento siguiente? ¿Y entre un pensamiento y otro? Está atento y descubrirás ese intervalo: ¡ese intervalo es… conciencia pura!

Ya.

Si repites este ejercicio unos minutos –puedes preguntarte: «¿A qué olerá mi próximo pensamiento?», «¿a qué se parecerá mi próximo pensamiento?»–, advertirás que tus pensamientos se sosiegan, que tu cuerpo va relajándose… Y surgen eumociones.

¿Qué son las eumociones?

Paz, alegría, gozo, ¡lo propio de la conciencia pura!

¿Cada cuánto aconseja este ejercicio?

Puedes hacerlo durante un minuto en diversos momentos del día. Es vivir la experiencia de la no experiencia. Y si observas con regularidad ese intervalo, ¡notarás más energía, te sentirás mejor!

¿Algo tan sencillo resulta tan sanador?

He visto a personas que en su lecho de muerte me han dicho: «¡Gracias por salvar mi vida!». Perder el miedo es sanar la vida.

Este método suyo se parece a venta de humo, a un crecepelo de la nada.

La técnica no es nada: importa la conciencia. Córtate las uñas sin conciencia… y harás un destrozo. Sé consciente de la conciencia pura: irás más allá del cuerpo y la mente… y todo lo que sucederá será para bien.

 

Semana 30 de abril: EGO Y COMPROMISO (II)

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EL EGO SE APROPIA TAMBIÉN DEL COMPROMISO (II)

         “Espiritualidad” y “compromiso” son, sin duda, hermosas palabras. Y somos conscientes de la facilidad con la que los humanos nos dejamos engañar por palabras que gozan de plausibilidad social. Pero, separadas –desconectadas entre sí-, son fuente de confusión y, en último término, de sufrimiento, porque nos hacen movernos en una “media verdad”.

         Tal como lo veo, ambas expresiones únicamente pueden conjugarse y nutrirse mutuamente cuando arrancamos de una respuesta adecuada a la pregunta primera: ¿quién soy yo? Creo comprender lo que el autor (del artículo que comento y que envié la semana pasada) pretende decir al afirmar que la pregunta decisiva para él es «¿dónde está tu hermano?»; sin embargo, me parece que será imposible responder a ella ajustadamente si no sé realmente quién soy. ¿Quién soy yo?: esta es la cuestión de la que pende absolutamente todo lo demás.

        El interés por esta pregunta –si es genuino- no solo no es narcisista, sino que nos conduce a la comprensión de quienes somos y, de ese modo, termina pulverizando el narcisismo. Ignorar esa cuestión –atribuyéndola a “modas psicologistas”- equivale a construir sin cimientos sólidos.

         En este punto, me parece oportuno aportar algo de mi propia experiencia, con el objetivo pedagógico de clarificar lo que vengo diciendo: creo que la narración de lo vivido puede favorecer la comprensión más que discursos teóricos o razonamientos eruditos sobre el tema.

         Recuerdo nítidamente la fuerza que el compromiso social adquirió en mi juventud, hasta el punto de que en todo momento me estaba evaluando a mí mismo a partir de si estaba o no “comprometido”. Una vez llegado a Argentina, adonde me llevó –más allá del detonante concreto que lo provocó- el anhelo de un compromiso mayor, buscaba “entregarme” en los barrios más necesitados de la ciudad donde había aterrizado. Todo en mí giraba en torno al compromiso: el tiempo dedicado, el uso del dinero, el trabajo en el barrio… Me reprochaba incluso no tener el coraje suficiente para dejar la casa donde vivía e irme a vivir a uno más de los “ranchitos” de aquella especie de “villa miseria” que a diario recorría.

     Por aquella época no me planteaba demasiadas preguntas acerca de lo que hacía. Más adelante, poco a poco, fueron surgiendo, a partir de algo que un día hizo “clic” en mí. Eso ocurrió una mañana cuando, visitando a unos ancianos que malvivían bajo unas latas y cartones, sin otro bien en su interior que una enorme pantalla de televisión, descubrí que eran más felices que yo. Dentro de mí se disparó una especie de alarma: tenía claro que mi objetivo era ayudar a aquellas personas a que fueran felices y, de golpe, descubro que lo eran más que yo. ¿Qué movía realmente dedicación?

         Poco a poco me fui abriendo a la verdad de lo que vivía, descubriendo que existían en mí motivaciones de todo tipo, unas confesadas, otras –para mí en aquel momento- inconfesables. Descubrí que en mi compromiso había ciertamente amor a las personas y fidelidad a mi vocación cristiana. Pero se hallaban presentes igualmente otros motivos, en forma de necesidades inconscientes, más o menos ocultas o camufladas: de ser reconocido, aceptado e incluso aplaudido; de sentir mi vida “útil” y con sentido; de creer estar en la verdad y de ser “coherente” con ella; de tener una imagen de persona “comprometida”; de liberarme de la frustración que me suponía el hecho de que la realidad no se ajustara a mis deseos, por lo que estaba instalado en la resistencia a la vida; de compensar culpabilidades reprimidas y de sentirme “digno” ante Dios; de perfeccionismo…

     Todo se daba mezclado, en dosis diferentes. Descubrirlo de golpe supuso un zarandeo notable, una sensación de quedar desnudo ante la realidad, un encuentro con mis “demonios interiores” –la parte oscura y oculta de mí-… y el comienzo de una puesta en verdad que no sabía dónde habría de conducirme.

      De aquella crisis fui aprendiendo el camino de “vuelta a casa”, de la que, sin ser consciente, había vivido alejado. ¿Cómo podría acompañar a alguien en ese camino si yo mismo no lo recorría? Fui consciente de que muchas de mis “seguridades” anteriores podrían verse amenazadas, pero aún así experimentaba una fuerza interior –hoy sé que era un gratuito anhelo espiritual- que me proveía de determinación para afrontar todo lo que pudiera surgir.

Semana 30 de abril: EL OLVIDO DE SÍ

Actuar con todo lo que nos rodea solo para sacar provecho es un obstáculo. Solo la acción gratuita se puede convertir en conocimiento.

Quien ama intensamente se vuelve todo él hacia lo que ama. Quien se vuelca por completo a lo que ama lo conoce.

Se puede acceder así a un nivel de conocimiento y a un nivel de relación con toda la realidad, incluido uno mismo, no regido por la necesidad, sino gratuito, porque es la única manera de oír y entender el lenguaje que es propio de la realidad, no el lenguaje que nuestra codicia le impone.

Quien hace de sí mismo un don, al darse se olvida de sí. Entonces, y solo entonces, conoce y siente, no desde sí mismo y para sí mismo, sino como un testigo desinteresado.

Cuando se logra actuar así, gratis, este mundo material se hace sagrado y la carne se hace toda ella capaz de conocimiento y vibración, como si fuera espíritu.

Si uno, con sus obras, hace completo don de sí, deja la casa vacía. Si la casa está vacía, ya no hay donde volver ni a quien llevarle las presas de la caza. Cuando eso ocurre, ya no hay más que compasión, ternura y conocimiento. Por eso solo hay un precepto: amar. Y el amor no es cosa de sentimientos vagos o dulces; el amor es hacer de sí, con acciones, un don.

Marià CORBÍ, El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana (Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans), Fragmenta, Barcelona 2016, pp.160.161.

SEMANA 23 DE ABRIL: EGO Y COMPROMISO (I)

EL EGO SE APROPIA TAMBIÉN DEL COMPROMISO (I)

La lectura del texto de Josean Villalabeitia –que adjunto a este envío- me ha producido una sensación de tristeza, por los motivos que luego referiré. Pero ha sido esa misma sensación la que me ha provocado también un movimiento interior para tratar de comprender su perspectiva.

         En realidad, si entiendo bien lo que escribe, creo que no me cuesta demasiado ponerme en su lugar. Hace unos años me hubiera sentido prácticamente identificado con lo que ahí se dice. Es un “idioma” que conozco bien.

         Tal como lo veo, me parece que el autor alerta del riesgo de una espiritualidad narcisista –lo que denomina “corrientes pseudomísticas” o “monoteísmo yoico”-, al tiempo que recuerda que, según la tradición bíblica, el lugar del encuentro con Dios es el hermano. Su preocupación parece sintetizarse en la afirmación, según la cual “todo lo que nos distraiga de este objetivo fundamental tendría que resultarnos sospechoso, por lo menos”.

         Si esto me resulta evidente, ¿cuál es el motivo de esa sensación de tristeza que me ha producido? Quizás guarde relación con mi propia historia, de la que en entregas posteriores narraré algo que pueda resultar práctico para ilustrar el modo como veo ahora esta cuestión, pero el motivo más importante tiene que ver con una doble actitud que, a mi modo de ver, contamina el escrito, ofuscando el mensaje que busca transmitir.

         La primera de esas actitudes puede nombrarse como descalificación de lo diferente, desde la absolutización de lo propio. Descalificar algo únicamente porque sea “desconocido por estos lares”, metiendo en ese saco “energías, chacras, karmas, reencarnaciones y temas por el estilo”, no parece que sea sino fruto de la ignorancia. El lector parece ser inducido a pensar que todo lo que no sea la visión cristiana que el autor propone cae en una especie de magma “pseudomístico” o “comprensión espiritualista de la religión”. Así planteado, resulta paradójico que quien denuncia el “yo, mí, me, conmigo” caiga sin advertirlo en un juicio tan marcadamente egoico y etnocéntrico.

         Tal posicionamiento otorga al texto un aire de “superioridad moral”, en un tono cuasi-dogmático… No es raro que los jóvenes busquen otros ámbitos que les permitan experimentar por sí mismos las respuestas que honestamente andan buscando.

         Pero considero más preocupante aún una segunda actitud que parece derivarse del escrito. Me refiero a una suerte de dualismo de base que lee la realidad en disyuntiva: “o… o…”. En este caso, parece contraponerse el compromiso –que se presenta como meritorio en sí mismo, al margen de cómo se viva- con la espiritualidad, que –a no ser que sea cristiana- ya de entrada es puesta bajo sospecha.

     Desde mi perspectiva, creo que el dualismo fragmenta lo real que es solo uno. Y, al quedarse con uno de los polos, no solo ignora el valor del otro, sino que deforma incluso la vivencia del que pretende defender. En el caso que nos ocupa, me resulta obvio que espiritualidad y compromiso se requieren mutuamente: una sin otro, otro sin una, deforman lo real y se mutilan a sí mismos. Como consecuencia, se terminará cayendo en una “pseudo-espiritualidad” –con tonos de narcisismo ensimismado- o en un “pseudo-compromiso” –que camuflará un activismo igualmente narcisista-.