Semana 20 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (III)

“Hay una sola Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.

         Con estas palabras, Antonio Blay sintetizaba una de las claves fundamentales de la llamada filosofía perenne, en la que se reconocen tradiciones sapienciales y místicos de todos los tiempos: lo Real es Uno. (Incluso la mente, separadora por su propia naturaleza, no puede dejar de reconocer que “todo lo que es” –por mucho que sea- tiene que participar de lo que “es”).

         Aquella clave, básica en las tradiciones orientales, aparece también en Occidente, a pesar del dualismo que se adueñó de la filosofía académica. Ya en el siglo VI a.C., Anaximandro intuyó que tenía que haber un “principio” común a toda la realidad, que se hallara en el núcleo de cada una de las formas que nombramos. Y lo nombró como “ápeiron”, es decir, «lo no-distinto» o lo no-diferenciado. En todo lo que podemos llegar a percibir alienta un núcleo “realmente real” que lo sostiene y del que brota. (Se trata, sin duda, de la misma intuición que llevó al teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el siglo XV, a expresarse de este modo: “Dios no es otro de nada. Dios, en tanto que no-otro, no es otro respecto a la criatura. Nada es otro para el no-otro”).

         La mística cristiana –aun nacida en el marco de una religión netamente teísta, “personalista” y dualista- siempre atestiguó la existencia de un único principio de lo real, como base de la experiencia de Unidad que vivieron tantos hombres y mujeres que consideramos místicos. Entre ellos merece destacarse, por su rotundidad, el testimonio del Maestro Eckhart, para quien “el Fondo de Dios y mi Fondo son el mismo Fondo”: Todo lo real no puede “tener” sino un único “Fondo”.

         Pero hay algo más, profundamente llamativo: es ahora la misma física cuántica la que llega a afirmar que la realidad está hecha de una sola “sustancia”. Desde Demócrito se había venido diciendo que la realidad estaba compuesta por vacío y átomos. En la física de Newton se habla de espacio, tiempo y partículas. Einstein nos hizo ver que tiempo y espacio son un tejido inseparable y constituyen solo otra dimensión más de la misma realidad (en realidad, el espacio-tiempo no es sino el mismo campo gravitatorio). Y la más moderna física cuántica afirma con solvencia que todo lo real está brotando continuamente de los llamados “campos cuánticos”, que apuntan a su vez –aunque esto no puede ser medido por la ciencia, constituye una intuición compartida por no pocos científicos modernos- a un “fondo” u “océano original” –vacuidad originaria– que es información, consciencia o inteligencia creativa.

         Lo Real es Uno. Es solo la mente la que introduce la separación, a partir de la tríada –observador, observado, acción de observar-, que ella genera. Desenmascarado el engaño, no es difícil advertir que todo es consciencia que se observa a sí misma. Pero, gracias al mecanismo de la apropiación, la mente se constituye en un “yo” que observa y así, como expresaba Blay en el texto antes citado, fracciona lo real en compartimentos separados haciéndonos creer que se trata de “realidades” diferentes.

         Con esta clave, no es difícil comprender que las religiones teístas –nacidas en un nivel mítico-mental- hayan hablado de “Dios” como de un ser separado, frente al mundo y a los seres humanos, igualmente separados. Era su modo de expresarse. Como bien dijera Ramana Maharshi, todas las religiones empiezan hablando de la existencia del individuo, del mundo y de Dios. Y mientras dure el ego, aquellos tres se percibirán como separados. Sin embargo, cuando se trasciende el ego –y la visión egoica- todo se modifica radicalmente: lo que somos es uno con lo que es.

         La conclusión es clara: la sabiduría invita a silenciar la mente. Porque, dado que es solo ella la que crea la (ficticia e ilusoria) separación, únicamente cuando la acallamos, se nos regala percibir Eso que está ahí, sin “etiquetas” o interpretaciones mentales. Y Eso, Lo que es –previo a nuestro pensamiento-, nos sostiene y nos constituye.

      Las personas religiosas piensan que esta comprensión de lo real significa rechazar la fe en un Dios “personal”, con el que dicen vivir una relación fundamental. Tal actitud es comprensible y merece todo el respeto. Sin embargo –más allá de la legitimidad de ese modo “personal” de “relacionarse” con el Misterio-, la experiencia nos dice que, en ese cambio, no solo no se pierde nada sino que todo se enriquece. Hay quienes, dentro del ámbito religioso teísta, se sublevan cuando ven cuestionar el carácter “personal” de Dios, temen que lo divino se reduzca a una energía impersonal. Parecen no haber advertido que es precisamente esa caracterización “personalista” la que lo reduce y empobrece. El Misterio es plenitud de Amor y de Relación, pero de un modo que trasciende por completo lo que (mentalmente) estamos acostumbrados a percibir.

Semana 20 de agosto: UNIDAD E INTERRELACIÓN

LA UNIDAD DE LA VIDA Y SU ENTORNO

Nuestra vida y el entorno que la circunda son vistos a menudo como entidades completamente distintas; sin embargo, ambas constituyen una única entidad inseparable.

Es una tendencia humana común culpar de nuestros problemas y sufrimientos a elementos externos a nosotros, bien sea a otras personas o a circunstancias que escapan de nuestro control. Sin embargo, el principio de la “unidad de la vida y su entorno” demuestra que las causas de nuestra alegría y sufrimiento se originan dentro de nosotros mismos. Cuando nos basamos en este principio, viendo nuestro entorno como un reflejo de nuestra vida interior, entonces somos capaces de asumir la plena responsabilidad de nuestras vidas y de esta manera empoderarnos para resolver nuestros problemas y crear resultados positivos en las situaciones en las que nos encontramos.

La unidad de la vida y su entorno adquiere mayor claridad en el marco teórico de los “tres mil aspectos contenidos en cada instante vital”, establecido por el maestro budista chino del siglo VI Zhiyi (el Gran Maestro Tiantai o T’ien-t’ai), sobre la base de las enseñanzas del Sutra del loto. Es una explicación global de la naturaleza de la vida y de su funcionamiento.

Normalmente, nuestra visión de la vida y de las cuestiones sobre la existencia están moldeadas por la conciencia del yo, tal y como se refleja en la famosa frase de Descartes “Pienso, luego existo”. Afirmamos que el yo es la base de la realidad y todo lo demás es visto en relación a este.

Esto da lugar a una percepción de la vida estructurada en términos de dualidades: yo/otro, interno/externo, cuerpo/mente, espiritual/material, humano/naturaleza. Sin embargo, el yo es un fenómeno temporal, una combinación no permanente de materia y funciones mentales/espirituales (cuerpo y mente).

La vida, que es eterna y omnipresente, trasciende lo que percibimos como el “yo” y es coextensiva con el universo. Zhiyi describe esta realidad como la relación mutuamente inclusiva de la vida y de todos los fenómenos.

Esta es entonces la naturaleza profunda de nuestras vidas desde la perspectiva de la iluminación del Buda, desmintiendo que nuestra experiencia de la vida se reduzca simplemente a los límites de nuestra propia piel.

Lo que experimentamos como realidad cotidiana de nuestras vidas es el funcionamiento de la ley de causa y efecto, o karma, que abarca pasado, presente y futuro. Nuestras acciones y respuestas en cada momento crean karma latente o potenciales energéticos. Cuando estos son activados por estímulos externos, se manifiestan como efectos; estos son los acontecimientos y las experiencias de nuestras vidas. Nuestras reacciones y respuestas a los mismos crean a su vez nuevos potenciales kármicos latentes, un ciclo continuo que constituye nuestra experiencia subjetiva de la vida.

Dado que ningún ser vivo puede existir al margen de un entorno, los efectos kármicos se expresan también dentro de ese ambiente. Aquí la palabra “ambiente” no se refiere al contexto general en el cual toda vida se desarrolla. Más bien se refiere al hecho de que cada ser vivo existe dentro de su propio conjunto de circunstancias y, es en él en el que los efectos de su karma individual se manifiestan. En otras palabras, un ser vivo y su entorno son una sola dinámica integrada. Un ser vivo y su entorno son fundamentalmente inseparables.

Todo lo que nos rodea, incluyendo el trabajo y las relaciones familiares, es el reflejo de nuestra vida interior. Todo se percibe a través del yo y se altera según el estado de vida interior del individuo. Por lo tanto, si nosotros cambiamos, nuestras circunstancias inevitablemente cambiarán también.

El principio de la unidad de la vida y su entorno aclara que las personas pueden influir y transformar sus entornos a través de su cambio interior o mediante la elevación de su estado vital básico. Nos dice que nuestro estado de vida interior se manifestará simultáneamente en nuestro entorno. Si estamos experimentando un estado de vida de infierno, esto se reflejará en nuestro entorno y en cómo responderemos a los eventos. Del mismo modo, cuando estamos llenos de alegría, el medio ambiente refleja esta realidad. Si nuestra tendencia básica apunta al estado de vida de la compasión, disfrutaremos de la protección y el apoyo del mundo que nos rodea. Al elevar nuestro estado vital básico, podemos transformar nuestra realidad externa.

Tal y como escribe Nichiren: “Si el corazón de las personas es impuro, su tierra también lo es, pero que si su corazón es puro, igualmente puro es el sitio en que viven. No existen, en sí mismas, una tierra pura y otra impura; la diferencia solo reside en el bien y el mal que hay en nuestro interior”.

Todo está interconectado, y nuestras vidas individuales ejercen una influencia profunda y potencialmente ilimitada.

Fuente:  Soka Gakkai Internacional: http://www.sgi.org/es/acerca-de-nosotros/conceptos-filosoficos/unidad-de-sujeto-y-entorno.html

Semana 13 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (II)

Los sabios han hablado de dos modos de conocer: conocimiento-representación versus re-conocimiento; conocimiento por análisis y reflexión versus conocimiento por identidad. En el primer caso hablaríamos de modelo mental de conocer; en el segundo, de modelo no-dual.

       El primero de esos modelos funciona admirablemente en el mundo de los objetos pero, aun reconociendo que nos dota de una imprescindible razón crítica, se muestra radicalmente incapaz de acceder a la verdad.

         La verdad no “cabe” en la mente. De ahí que el acceso a aquella requiera aprender a silenciar esta. Lo cual se logra cuando aprendemos a pasar del pensar al atender. Si el primer modelo se rige por el pensamiento, el segundo únicamente se activa gracias a –y a través de- la atención

         Tal como escribe Marià Corbí, “quien silencia la lectura de sujetos y objetos [podríamos decir: quien silencia el pensamiento y permanece en la atención desnuda] se encuentra con Eso no-dos que todo es. El camino del silencio es el camino hacia la verdad”.

         Y concluye: “La noción de conocimiento silencioso es una noción clave para comprender las tradiciones religiosas del pasado en su diversidad y en su unidad”. Por lo que se refiere a la tradición cristiana, nos vienen inmediatamente al recuerdo los nombres del Maestro Eckhart, el anónimo autor de La Nube del no-saber en el siglo XIV, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos…

          En el paso del modelo mental al modelo no-dual se resuelve la paradoja: la verdad no puede ser pensada –jamás cabrá en la mente-, pero se la conoce cuando se la es. Y se es uno con ella cuando se descubre aquel Fondo del que hablaba el citado Maestro Eckhart, que es el mismo Fondo de todo lo que es.

         Hablamos, entonces, de un re-conocimiento (de lo que somos) o de un conocimiento por identidad: conocemos algo porque ya lo somos. ¿Cómo no recordar aquí aquellas admirables palabras, llenas de la más genuina sabiduría, que dijera el místico cristiano Angelus Silesius en el siglo XVII?: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”

       Esto no significa demonizar la mente ni negar el ego –entendido ahora como el centro psíquico que regula la vida mental y emocional de la persona-, sino dejar de identificarnos con ellos. El ego, la necesidad y la dualidad son formas también de Eso no-dual. El ego no está amenazado como función de vida; está amenazada únicamente la interpretación que hace de sí mismo como entidad separada. No es obstáculo el ego, sino el hecho de identificarse con él.

       La matización anterior me lleva a insistir en algo que, con demasiada frecuencia, se ignora o descuida, tanto por quienes se posicionan a favor de la no-dualidad como por quienes lo hacen en contra. Me refiero a lo siguiente: se suele hablar de “no-dualidad” como si fuese lo opuesto a “dualidad”. Sin embargo, en la vivencia no-dual se aprecia nítidamente que no es así; tal contraposición es fruto solo de la mente que, debido a su naturaleza dual, no puede hacerlo de otro modo. Aquí se percibe la diferencia que hay entre la vivencia no-dual y la no-dualidad pensada, o si se prefiere, entre la vivencia y el concepto.

     Quien lo ha visto, sabe bien que la no-dualidad no conoce opuesto: abraza también a la dualidad, que emerge en su seno. Y en ello reside la belleza de la Realidad: es tan abierta que permite lecturas diferentes, siendo todas ellas “expresiones” o formas que se despliegan de Eso no-dual original y originante. “Verdadero” o “falso”, “bueno” o “malo” son solo etiquetas mentales que tienen su valor dentro del propio nivel mental, pero que carecen de significado cuando se mira desde la no-dualidad, ya que todo ello no es sino un “disfraz” más que Eso no-dual adquiere.

         El modelo no-dual que, como decía, está cobrando cada vez más relevancia en campos bien diferentes del saber, no tiene nada que ver con la idea que muchos de sus críticos transmiten sobre él; de la misma manera que la vivencia no-dual no tiene nada que ver con el concepto de no-dualidad. Por mi parte, estoy convencido de que nos hallamos en la emergencia de lo que bien podría denominarse la revolución de la no-dualidad que –junto con la revolución cuántica y la revolución neurocientífica (no me parece casualidad que hayan emergido prácticamente de un modo simultáneo, junto igualmente con la llamada teoría transpersonal)- va a suponer una trasformación radical en nuestro modo de comprendernos y de comprender la realidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.

Semana 13 de agosto: LA VERDAD

LA   VERDAD

¿Tu verdad?
No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela
(Antonio Machado).

La verdad que condena no es verdad.
La verdad solo libera.

La verdad que somete no es verdad.
La verdad solo desata las cadenas.

La verdad que excluye no es verdad.
La verdad solo reúne.

La verdad que se pone por encima no es verdad.
La verdad solo sirve.

La verdad que desconoce la verdad de otros no es verdad.
La verdad es solo reconocimiento.

La verdad que no mira a los ojos a otras verdades no es verdad.
La verdad es solo acogimiento sin temor.

La verdad que engendra dureza no es verdad.
La verdad es solo amabilidad y ternura.

La verdad que desune no es verdad.
La verdad solo unifica.

La verdad que se liga a fórmulas, por escuetas que sean, no es verdad.
La verdad es solo libre de formas.

Si la verdad se liga a fórmulas,
tiene que condenar, excluir, desunir,
tiene que ponerse por encima,
dar por falsas otras verdades.

La verdad reside en formas, pero no se liga a ellas.

Por eso, en las nuevas sociedades globales, la espiritualidad no puede pasar por creencias que se proclaman exclusivas poseedoras de la verdad.

(Marià Corbí, Hacia una espiritualidad laica.
Sin creencias, sin religiones, sin dioses,
Herder, Barcelona 2007, pp. 321-322).

Semana 6 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (I)

Al leer lo que escriben los críticos de la no-dualidad, tanto si provienen del ámbito filosófico, como del psicológico o del religioso (teológico), una y otra vez, vuelvo a la misma constatación: es imposible, desde el razonamiento, captar la no-dualidad, por el motivo simple de que la mente es dual. Cuando esta quiere acercarse a la no-dualidad, inevitablemente la deforma y, caricaturizándola, la despacha alegremente sin haberla siquiera comprendido en toda su hondura y sutileza.

          En efecto y paradójicamente, el concepto de no-dualidad es –como todo concepto- dual, y constituye una creencia más, opuesta a otras que afirmarían lo contrario. De tal manera que es posible elaborar sesudos discursos sobre la no-dualidad -tanto para afirmarla como para combatirla-, sin saber qué es en realidad. Sin embargo, más allá de todo razonamiento, más allá incluso de la mente, la No-dualidad no conoce opuesto, porque es una con todo lo Real. Pero es fácil comprender que, a falta de una vivencia o comprensión experiencial, no se hable sino de un concepto y, dado que este choca con los propios, se lo ridiculice y descarte.

   De entrada, según estudios neuro-psicológicos recientes, en un mecanismo conocido como disonancia cognitiva, la mente siempre tiende a rechazar todo aquello que ponga en peligro sus creencias previas que, para ella, resultan absolutamente “obvias”.

       Piénsese en el geocentrismo: ¡era tan “evidente” que el sol giraba alrededor de la tierra –bastaba solo con mirar los amaneceres y atardeceres- que la alternativa era considerada como una teoría disparatada! Con razón escribió Arthur Schopenhauer que “toda verdad pasa por tres fases: primero es ridiculizada; luego, recibe una violenta oposición; finalmente, es aceptada como evidente”.

         Para acceder a la comprensión de la no-dualidad, se requiere, o bien haber vivido lo que habitualmente se llama un despertar espontáneo, o bien aprender a silenciar la mente para poder “ver” más allá de ella.

         De cara a silenciar la mente, pueden servir alguna de estas dos “puertas de entrada”.

  1. Pregúntate: “Antes de que ponga algún pensamiento, ¿qué hay?”. Notarás que, previo a cualquier pensamiento o idea, lo que hay es pura atención, capacidad de “darse cuenta”, consciencia… Tal comprensión hace ver la inadecuación del principio cartesiano “Pienso, luego existo” –incuestionable para quienes se hallan, consciente o inconscientemente, instalados en la mente- y pone de relieve lo que, a mi modo de ver, constituye el error más grave de Occidente: la absolutización de la mente y, en el mismo movimiento, el olvido de la consciencia como realidad fundamental. En cuanto se reconoce, por experiencia directa, la consciencia, el postulado de Descartes bien podría reformularse de este modo: “Soy. Luego, pienso”. Somos consciencia y tenemos mente; esta es una herramienta preciosa, pero no define nuestra identidad.
  1. Hablaba de “puertas de entrada”. Aquí va otra: permite que tu mente divague por un tiempo. A continuación, pregúntate: “¿En qué he estado pensando?”. Y, en un paso más, vuelve a preguntarte: “¿Qué hay más allá de los pensamientos?”. Seguramente notarás que la respuesta solo es una: “Nada”. Pero esa “nada” solo es tal para la mente –que necesita “objetos” delimitables-; en realidad, esa Nada es Plenitud de atención o consciencia. Y es previa a cualquier movimiento mental.

         A partir de esta comprensión directa de la diferencia entre mente y consciencia, se abre el camino de acceso a la verdad. Un acceso vedado a la mente, que es incapaz de desenvolverse en el mundo de lo que no es objeto, pero que se manifiesta a quien es capaz de atender. Volveré sobre ello en la próxima entrada.

Semana 6 de agosto: SOY ARMONÍA

Esta foto de la Vía Láctea tomada una noche de verano en la localidad de Salgotarjan, a 109 kilómetros al noroeste de Budapest (Hungría), nos evoca a Pitágoras, el filósofo y matemático de Samos, que unos 400 años de Cristo, enseñaba:

         “Si se os pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía. ¿Y la virtud?, en la armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es Dios? Responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el orden, la armonía, por lo que existe y se conserva el Universo”.

         Una de las más recientes teorías físicas describe a las partículas elementales, no como corpúsculos, sino como vibraciones de minúsculas cuerdas, consideradas entidades geométricas de una dimensión. Sus vibraciones se fundan en simetrías matemáticas particulares que representan una prolongación de la visión pitagórica del universo y la recuperación, en la más moderna visión del mundo, de la antigua creencia en la Música de las Esferas.

         Pero no somos el centro de todo es, ni tan importantes como creemos desde el yo. Nuestra vida es un parpadeo del Universo, una nota musical de la sinfonía. Un parpadeo único, sí, irrepetible y cósmico en miles de años y espacios, pero un solo parpadeo.

         Cuando desaparece mi personaje, ese ego mental que creo ser, despierto.

         Escribe Willigis Jäger: “Una vez más se me ha permitido y se me sigue permitiendo experimentar que mi vida no representa otra cosa que un simple golpe de mar en ese acontecimiento cósmico, y que lo que yo soy verdaderamente retornará sin tiempo y sin forma a la infinitud de la que nació mi yoidad”.

         Somos pues una nota del pentagrama universal. Encontrar nuestra vibración en el universo nos devuelve nuestro sitio en el Ser.

         Cierra los ojos y sumérgete en el instante presente. Conectas con tu realidad sin tiempo. Te das cuenta de que eres uno con el cosmos y que todos los seres son pedazos de ti mismo. Que la muerte no es muerte, es una transición de forma… Por eso es un error convertir la santidad en otra forma de protagonismo para alimentar el ego.

         Perderse es encontrarse. Entonces te percibes uva de racimo, gota entre millones de gotas del mar, chispa de una sola luz, ínfimo lucero de un cielo estrellado. Y cambia tu ser y tu compromiso con el mundo. Como certeramente encesta el mejor baloncestista, da en la diana el arquero, crea el músico, cuando no es él, sino la naturaleza, el Ser, a través de él. La armonía es nuestra manera de reencontrarnos, y el Uno, mi olvidado apellido de familia.

Pedro Miguel LAMET, Soy armonía, en Revista 21, agosto-septiembre 2016, p.53.