Semana 31 de diciembre: EL VALIOSO TIEMPO DE LOS MADUROS

 

Mario de Andrade, poeta y musicólogo brasileño (1893-1945).

Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hasta ahora…


Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.

 

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.


Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.


No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.


No tolero a manipuladores y oportunistas.


Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.


Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.


Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.


Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…


Sin muchos dulces en el paquete…


Quiero vivir al lado de gente humana…, muy humana.


Que sepa reír de sus errores.


Que no se envanezca con sus triunfos.


Que no se considere electa antes de la hora.


Que no huya de sus responsabilidades.


Que defienda la dignidad humana.


Y que desee tan solo andar del lado de la verdad y la honradez.

 

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.


Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas…


Gente a quienes los golpes duros de la vida le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.


Sí…, tengo prisa… por vivir con la intensidad que solo la madurez puede dar.


Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…


Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.


Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.


Tenemos dos vidas…, y la segunda comienza cuando te das cuenta que solo tienes una…

Semana 24 de diciembre: LECTURAS DE LA NAVIDAD

Parece innegable que, en nuestro entorno sociocultural, y más allá de creencias religiosas, la fiesta de “Navidad” ha ocupado durante siglos (y aún sigue ocupando) un lugar privilegiado. Diferentes factores la convirtieron en una fecha popular e incluso entrañable, aunque no faltaran nunca sus detractores. Resortes psicológicos básicos, religiosidad sentida, escenas de la infancia cargadas de emoción, reuniones familiares, e incluso, cada vez más, intereses comerciales, lograron que esas fechas aparecieran revestidas de un atractivo especial, a tenor de las experiencias e incluso de las creencias de cada cual.

Sin embargo, acerca de la Navidad caben diferentes lecturas:

Lectura histórica:

La fiesta de Navidad se institucionalizó a partir del siglo IV; su reconocimiento oficial se produjo el año 354, por parte del papa Liberio. En su origen, en esa fecha se celebraba en Roma el “Dies Natalis Solis invicti”, el nacimiento del sol, siempre invicto, que acontecía cada año en el solsticio de invierno, justo cuando los días empiezan a alargar.

El cristianismo asumió la festividad pagana, datando en esa fecha el nacimiento de Jesús, considerado como el verdadero “Sol” por el que había llegado la luz a este mundo.

Sin embargo, este no fue un caso aislado, sino que algo similar había ocurrido en muchas mitologías: en Persia, Mitra, dios de la Luz; en Roma, Apolo; en Egipto, Horus; en las culturas germánicas y escandinavas, Frey, dios del sol naciente; entre los mexicas, antiguo pueblo precolombino, Huitzilopochtli, dios del sol… Tomando al sol como símbolo de lo divino, las diferentes culturas fijaron como fecha del nacimiento de sus respectivas divinidades el solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargarse, cuando el sol “vuelve a nacer”.

Lectura religiosa:

La lectura religiosa se basa en la creencia, es decir, en el dogma. Para el credo cristiano, en Navidad acontece el hecho central de la historia: Dios se hace hombre en la persona de Jesús de Nazaret.

Dicha lectura se apoya en los textos legendarios que aparecen en los evangelios de Mateo y de Lucas -no así en los de Marcos y Juan- y presenta el acontecimiento como la “buena noticia” por excelencia, que será presentada con estas palabras puestas en la boca del ángel: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador; el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

Según esta lectura, Dios se hace hombre. No es difícil imaginar las “resonancias” que tal creencia habría de encontrar en los seres humanos, despertando o avivando sensaciones de seguridad, sentido, confianza…, acompañadas todas ellas de la imagen tierna e indefensa de un bebé recién nacido.

Ahora bien, junto con ello, la creencia religiosa ofrecía la base para su propia absolutización: si Dios se hace hombre en Jesús, esto significa que nos hallamos ante la única religión verdadera, aquella en la que Dios, no solo ha hablado, sino que ha sancionado de manera indubitable.

Lectura espiritual:

Más allá de la creencia y de los relatos legendarios que la sostienen, es muy fácil acceder a la verdad profunda -a veces inconsciente, incluso para los autores de esos mismos relatos- que late en ese “mapa” concreto.

Tal lectura es simple: lo humano es divino. Aquello a lo que los humanos se han referido con el término “Dios” -en sánscrito dev, cuyo significado es sencillamente “luz” o “luminosidad”- está “naciendo” constantemente en todo lo que percibimos a través de los sentidos.

Todo, empezando por lo más pequeño -un bebé en pañales acostado en un pesebre-, es manifestación de lo divino. Todo es Dios manifestado.

Más allá incluso de los términos que han vehiculado contenidos religiosos, la lectura espiritual de lo que se celebra en Navidad podría tal vez expresarse de este modo: La Realidad última, el Fondo único, Lo que es -inalcanzable para nuestros sentidos y nuestra mente- se está manifestando en todas las formas que aparecen ante nosotros. Y ese mismo Fondo constituye nuestra verdadera identidad.

Místicos sufíes gustaban decir que “lo único real es Dios; todo lo demás son “disfraces” en los que Dios se oculta”. Todo es Eso inefable -lo Real solo puede ser uno-; las formas no son sino “despliegues”, en una admirable no-dualidad. No existe Eso inefable más las formas que advertimos: todo es uno. Y nosotros mismos somos, al mismo tiempo, una forma vulnerable -nuestra personalidad tan frágil- y Eso que es plenitud. Comprenderlo es sabiduría, vivirlo es liberación.

Semana 24 de diciembre: EL CONOCIMIENTO SILENCIOSO

Ningún viviente ha venido a este mundo. Nosotros tampoco. Somos un momento, como una pequeña ola de la inmensidad que forman la tierra y los cielos y todo lo que contienen. Somos hijos de la inmensidad de los mundos. Somos un momento de Eso.

Todos los vivientes, nacidos de estas inmensidades, modelan, construyen las realidades en las que viven, a la medida de sus necesidades. Hay tantos mundos como especies vivientes.

Nosotros estamos sometidos a esa misma legalidad animal. Según sea nuestro sistema de supervivencia cultural, modelamos un mundo u otro a la medida de nuestras necesidades, de nuestra capacidad cerebral, de nuestros sensores y de nuestra de acción.

Los mundos de los vivientes y nuestros mundos no están ahí fuera, están en los sistemas nerviosos, perceptivos y activos de cada uno de los vivientes. Nuestro mundo de humanos tampoco está ahí, tampoco es una descripción de lo que hay, es también una modelación a nuestra medida.

Supuesto esto, el silencio no es una mera pacificación, un medio de serenarse; es muchísimo más. Es silenciar nuestra modelación de la realidad, construida desde la necesidad, cuyo operador son los deseos que son también temores, expectativas y recuerdos.

La necesidad y el deseo son los constructores de nuestros mundos; son como el filtro desde el que construimos todas nuestras realidades. Si silenciamos la necesidad y el deseo, con todos sus acompañantes, silenciamos los mundos que construye.

El yo es el gestor del deseo. Si se le silencia, no si se le mata, sino si se le pone al lado, si no se hace de él el centro de nuestra vida, podemos tener noticia de esa inmensidad que hay detrás de todas nuestras modelaciones y que es el ser de nuestras modelaciones.

Comprendemos que nuestras modelaciones de lo real, como las modelaciones de los animales nuestros hermanos, no son lo que realmente hay: la realidad no es como la pensamos, la concebimos, la representamos.

Comprendemos que lo que hay es la inmensidad de los mundos, no las modelaciones que nosotros hacemos de ellos, ni siquiera las que hacen nuestras ciencias. Las construcciones que hacen nuestros mitos y nuestras ciencias parten del cerebro, de los perceptores, de las capacidades de concebir de un viviente terrestre, y de los instrumentos que desde esa capacidad cerebral y perceptiva los humanos hemos construido.

Todas nuestras facultades y saberes parten de un viviente terrestre y están su servicio. El silencio calla todas esas construcciones y nos pone cara a cara con la inmensidad. Nos muestra que esa inmensidad es la realidad de todo lo que damos por real y que esa inmensidad es nuestra propia realidad y no la representación que nos hacemos de nosotros mismos, gestionada por el yo, sus deseos/temores, sus recuerdos y expectativas.

El conocimiento silencioso nos lleva a comprender lo que es la realidad de toda realidad, incluidos nosotros mismos. Esa realidad está más allá de todas nuestras modelaciones, de todas nuestras concepciones y representaciones. Está más allá de la capacidad de nuestra lengua de vivientes terrestres.

Según esto, ¿qué es el conocimiento silencioso? Es la noticia de que la realidad de la realidad, en la que vivimos y somos, no es como la concebimos, porque todo lo que concebimos, de una forma u otra, es a nuestra medida, y la inmensidad de los mundos no es a nuestra medida, no cabe en los cajoncitos de un insignificante viviente terrestre.

Para nosotros los humanos –dicen todas las tradiciones de sabiduría y todos los sabios de todas las épocas-, “Eso”, que es lo real de lo real, es inefable, no tiene nombre; aunque le hayan puesto diferentes nombres: Dios, Brahman, Vacío, Eso, Antepasado…

No es ni lo que dice nuestra ciencia cosmológica, porque también está construida desde nuestra medida. “Eso” de lo que tenemos solo noticia mental y sensitiva, pero no conocimiento, porque es inacotable, inobjetivable, es como una enorme “x”, como un abismo, porque en él nuestra mente y nuestro corazón no tienen dónde agarrarse.

Toda criatura, también nosotros mismos, somos formas de esa inmensidad irrepresentable. Todo ser es un abismo. La realidad de lo que somos es ese mismo abismo y fuera de “Eso”, nada añadido.

Si en “esto” hay mente y sentir, y todo son solo formas en “Eso” hay “como” mente y “como” sentir. Ese es el fundamento del teísmo.

Cuando por el silenciamiento llega esa noticia, todo se muestra no dual. Por esa razón los sabios dicen que mires donde mires, todo lo que veas, tú eres Eso. Dicen también que la gran incógnita de la inmensidad de los mundos es esto de aquí, y que esto de aquí es aquello. Vivimos en el seno de ese abismo y somos ese abismo.

El conocimiento silencioso es una noticia más cierta que cualquier otra certeza, rompe todas las fronteras, unifica lo que parecía separado, se reconcilia con todo, lo acepta todo como se acepta a sí mismo, lo ama a todo como a sí mismo, sirve a todo como se sirve a sí mismo, logra la paz y el no-temor ni siquiera de la muerte.

Quien comprende esto, entiende que toda la vida humana, todos nuestros proyectos de vida colectiva, deberían fundamentarse sobre esa base. Solo desde esa base será posible gestionar adecuadamente nuestras ciencias y tecnologías y su crecimiento acelerado. Si las gestionamos desde nuestra condición de depredadores, pondremos en riesgo a nuestra propia especie, a la vida en el planeta y a la habitabilidad misma del planeta. Ya lo estamos haciendo.

El conocimiento silencioso es la base de la cualidad humana, y la cualidad humana es la condición de la sobrevivencia en la tierra y de la habitabilidad del planeta mismo.

Para cultivar el conocimiento silencioso, individual y colectivamente, no se requiere ni ser creyente, ni ser religioso; se requiere únicamente indagar toda la realidad, cosa a cosa, y a nosotros mismos, con suma atención, respeto y veneración, con la mente y el corazón, libremente  y sin sumisión ninguna, como tiene que hacerse toda auténtica indagación.

Ese es nuestro quehacer más importante en la vida. Si cumplimos con ese quehacer, todo se transforma, todo es cualidad, reconciliación, reconocimiento, unidad, paz.

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Marià Corbí

Intervención en la presentación del libro “El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana (Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans), Barcelona, Fragmenta 2016.

Semana 17 de diciembre: INCERTIDUMBRE Y CERTEZA (y III)

SABER VIVIR EN LA INCERTIDUMBRE, EXPERIMENTAR LA CERTEZA (y III)

En el mismo momento en que salimos del engaño de creer que nuestra identidad se reduce a nuestra personalidad y nos descubrimos alineados con la Vida y uno con ella, se abre paso la única certeza a la que tenemos acceso: la certeza de ser, que algunos sabios han expresado en primera persona como “Yo Soy”.

          Se trata de una certeza –no de otro pensamiento o creencia más, como pudiera decir quien no la haya experimentado- que es previa a cualquier pensamiento y autoevidente: no nace de la mente, sino de la vivencia directa. Pero, para experimentarla, se requiere –como dice Vicente Gallego- que “el yo haya presentado su certificado de defunción”.

          Y aquí estalla la paradoja radical: solo vivimos (a lo que realmente somos) cuando morimos (a la idea del yo con la que nos habíamos identificado). La “muerte” del yo es el requisito para descubrir que somos Vida. Y, una vez descubierto, se acaban las angustias asociadas al yo y los cuestionamientos irresolubles para la mente. Se nos hace manifiesto, entonces, que la certeza no es “algo” que debamos encontrar fuera, ni que la seguridad o la confianza sean fruto de alguna otra cosa que deberíamos hallar previamente. En la visión no-dual, una vez caída la creencia errónea que nos hacía vernos como separados de lo Real, reconocemos que somos certeza, seguridad y confianza. Todo es uno con lo que es.

¿Dónde quedan ahora las angustias del yo? Indudablemente, pueden seguir ocupando su espacio en el nivel aparente –relativo o de las formas-, porque somos seres sintientes y, en el nivel sensible, todo seguirá afectándonos. Pero todo ello podrá ser acogido desde aquel otro nivel profundo donde, sencillamente, somos. Ahí se experimenta la verdad profunda que encierran las palabras de Pema Chödrön: “Tú eres el cielo, todo lo demás es el clima”.

Me gustaría terminar con una imagen a la que suele recurrir Fidel Delgado para ayudar a superar la identificación con el yo: se trata de un globo lleno de aire. Aparentemente, el globo es una entidad separada del resto e incluso parece existir por sí mismo. La realidad, sin embargo, es que se trata solo de una “forma” que está siendo sostenida por el aire, que no es diferente en absoluto del que se halla fuera del globo. Mientras se vea como globo se sentirá forzosamente amenazado y pondrá en marcha toda una serie de mecanismos para tratar de asegurarse. Sin embargo, en cuanto se reconozca en su verdadera identidad de aire, todos los miedos habrán caído. El globo explotará antes o después, pero el aire se halla siempre a salvo.

Reducidos al yo, creyéndonos desgajados de la Vida, trataremos de sortear en vano el miedo y la tensión; veremos peligro en todo lo que nos rodea; pondremos en marcha funcionamientos y mecanismos defensivos de todo tipo con los que protegernos de lo que nos aparece como amenaza… Todo será inútil: no hay “globo” que resista el paso del tiempo ni las circunstancias que le puedan ocurrir.

La única salida viene de la mano de la comprensión: no somos el globo, sino el aire que le da forma. Somos la Vida una y todo lo que nos ocurre no son sino “disfraces” que ella adopta. Más aún: solo hay Vida en diferentes e infinitas formas. La compresión –la sabiduría- nos ha conducido de las creencias a la Verdad, de la incertidumbre a la Certeza.

Semana 17 de diciembre: HISTORIA DE UN GUSANO

Por Félix Adámez.

Imaginemos que existe un gusano de 7000 millones de patas. Realmente existe un organismo vivo similar, que tiene 7000 millones de neuronas, que viven y mueren en el cerebro de la criatura. Esas mismas neuronas tienen la costumbre de poner nombre a todo lo que existe. A esa gran criatura la llaman planeta Tierra. A sí mismas se hacen llamar seres humanos.

Pero volvamos a nuestro gran y gigantesco gusano. Es un gusano que no tiene un cerebro en la estructura que solemos llamar cabeza, sino que las neuronas se desarrollan en las patas. Cada pata tiene una neurona. Y a través de esa neurona, y del desarrollo a lo largo del tiempo, debido a lo que llamamos evolución, la neurona mejora en todos los sentidos, hasta que llegar ser autoconsciente, consciente de sí misma. Es el summum de la creación, la pata perfecta, consciente de sí misma, de lo que hace, de cómo se mueve.

Lógicamente, al ser consciente de sí misma, también se hace consciente de las demás patas que están a su lado.  Surge un «yo», con lo que surge todo aquello que no es «yo», y a todo aquello que no es «yo», le dieron un nombre, «tú».

Al grupo de patas que estaban cerca de cada una de ellas también le dieron nombre, «familia». Como es normal, había diferencias entre las patas, ya que las patas de la parte delante del gusano eran diferentes a las de la parte trasera. Las de las patas delanteras tienen pequeñas manos y garras para ayudar a llevar la comida a la boda del gusano. Las de atrás terminaban en un tipo de palmas abiertas que le permitían mejor al gusano nadar en el agua. Y por el medio había patas que diferían según las necesidades del gusano. 

Es un gusano enorme, de miles de kilómetros de distancia, así que mientras una parte del gusano estaba en una zona lluviosa, otras estaban en zonas secas, otras frías, otras calientes, por eso las patas se habían ido adaptando a los diferentes terrenos y climas.

Esas patas conscientes de sí mismas, también fueron por ello conscientes de sus diferencias, por lo que se organizaron en grupos más grandes, en función de donde estaban las patas. En función de eso, las patas se «organizaron»  y  esos grupos los llamaron con un nombre, y esos nombres que hacían referencia al lugar donde estaban las patas se las conocía como «tribus, países, estados, pueblos, etc.»

Al ser consciente de si misma la pata, empezó a darse cuenta de que se movía, que avanzaba, y que existía algo mas grande, que no llegaba a comprender, pero que intuía que de alguna forma dirigía sus destinos. A esa sensación la llamaron dios.

Y como cada pata pensaba que se movía y vivía por sí misma, empezó a sufrir porque a veces no se movía como quería, o porque la pata de la parte de atrás quería ser como la pata de la parte delantera. Empezaron las guerras entre patas, y eso ocasiono un tremendo tropezón del gusano, se vio afectado por el conflicto de sus patas entre ellas. Las patas nacían, crecían y morían, al igual que los demás partes del gusano, como los pelos, las células de la piel, etc. Como cada pata era autoconsciente y se había pasado su corto tiempo de vida intentado diferenciarse y ser diferente a otras patas, cuando llegaba el momento de la «muerte» de la pata, o de las patas cercanas a ella, sufría, porque pensaba que todo se acababa ahí.

Pero volvía a salir otra pata, al principio pequeña, pero luego crecía, libre porque su neurona era lo último en desarrollarse, pero cuando lo hacía, las patas de al lado suyo le decían y explicaban cómo estaban y debían ser las cosas. 

A veces alguna pata parecía recordar hechos de patas pasadas que crecieron antes que ella, porque las patas pensaban que su memoria estaba en cada una de ellas cuando vivían, que su única y apreciada neurona era la que guardaba los recuerdos. No sabían que no existía una memoria individual de cada pata, sino solo la memoria del gusano, a la que cada estructura del mismo, cada célula puede acceder. 

Pero para las patas esos recuerdos de patas pasadas eran fascinantes. A todo eso le pusieron un nombre, «reencarnación».

Entre tanto conflicto y lucha entre patas, de vez en cuando, muy de vez en cuando, alguna pata se preguntaba «¿quién soy yo?», ¿solo soy una pata o pertenezco a algo más que no llego a comprender?  Y siguiendo por ese camino de indagación la pata despertaba del sueño de ser una pata separada de otras patas, su consciencia se ampliaba y descubrió aquello que le daba vida, aquello que la hacía moverse, aquello que estaba más allá de la muerte, más allá del nacimiento, más allá del todo.

Y descubrió que realmente dios eran un gran gusano, por fin era libre. Comprendió que cada movimiento que había hecho en su vida no lo había hecho la pata, como un movimiento individual, ella como pata no se movía, era movida, era andada, nada de lo que hizo en su corta vida lo hizo ella, sino que sólo era la decisión de moverse de dios, del gran gusano. 

Y poco a poco, a medida que las patas despertaban y recobraban la cordura, el gusano estaba más contento, al fin y al cabo cada vez podía andar mejor. Además como el cerebro de la gran criatura estaba en las patas, cada alegría, cada momento de paz, cada momento de gozo, el gusano lo sentía como suyo, al igual que cada momento de miedo, ira o angustia.

Poco a poco las patas las patas que despertaban intentaban hacer comprender a sus iguales, que dios estaba encima de ellos, por encima de ellos (en este caso literalmente)

Dios es un gusano, un gran y enorme gusano, eso es la revelación.
Amen.