EN LA PARTIDA DE ANA

Queridos amigos y amigas: Al enviar el boletín de esta semana, me resultaba imposible hacerlo como si nada hubiera pasado. Permitidme, pues, por lo compartido durante tantos años a través de estos envíos, un “desahogo” ante un hecho que me desgarra el corazón y pone mi vulnerabilidad en carne viva.

El día 15 de agosto, disfrutando de un paseo en bici, al atravesar por un paso adecuado con el semáforo en verde, Ana, mi esposa y cómplice compañera de vida, fue arrollada de manera violenta por un auto. Tras dieciséis horas de lucha por sobrevivir y de esfuerzos de los profesionales sanitarios por sacarla adelante, fallecía a las seis de la mañana del día 16. Tenía 57 años.

Con este compartir, quiero haceros llegar la gratitud más profunda por vuestros correos y mensajes, hechos de cercanía y amor. Perdonad que no pueda responderos personalmente, pero recibid desde aquí, cada uno y cada una, mi abrazo más cordial y sostenido que nunca.

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Nunca pensé que el dolor pudiera llegar a tales extremos ni que alcanzara semejante intensidad. Un dolor oscuro, ciego y pegajoso, tan agudo como desgarrador, cargado de tristeza, soledad y abatimiento. Dolor…

Pero tampoco nunca pensé que podría encontrar la calidad, luminosidad, y frescor del amor que he hallado en Ana. Un amor humilde, alegre, confiado, entregado, servicial, cuidadoso, detallista, paciente, desbordante, sostenido. Un amor hecho sonrisa, cercanía, ayuda y mimo. Un amor envolvente y liberador. Amor…

El dolor sentido no es sino el reflejo del amor que siento haber perdido, con la partida de Ana. ¡Es tan duro verla en todos los sitios y no poder encontrarla en ninguno!… ¡Es tan grande el hueco de su ausencia y el vacío de su luz!… ¡Tan dura la forma violenta en que la han arrebatado! ¡Tan oscura la frustración de sus sueños, proyectos e ilusiones! ¡Tan desgarrador y desolador vivir sin ella! ¡Tan hiriente no encontrarla cada día ni poder estrecharla en un abrazo como cada vez que volvía a casa! ¡Tan pesarosa la soledad sin ella!…

¡Cuánto me has querido, Ana querida! ¡Cuánto me has dado y cuánto he aprendido! ¿Cómo no habría de doler hasta la extenuación la pérdida de tanta luz, de tanta alegría, de tanta vida? Nos conocíamos desde un poco antes, pero nos “vimos” en agosto de 2014 y supimos –“¡qué cosa misteriosa!”, solíamos repetirnos- que nos habíamos estado esperando desde siempre. Y estos nueve años han sido una confirmación cotidiana de aquella intuición primera. ¿Cómo no sentir ahora una soledad abismal cuando ha partido tu misma vida? ¿Cómo no sentir que me “rompo” cuando ahora mismo intento pronunciar tu nombre?

Solías decirme que veía en ti cosas que no estaban o que tú misma no percibías. Pero sé el motivo: era justamente la presencia de tanta luz en ti la que no te permitía ver tu belleza; eso es precisamente la humildad.

Nunca un enfado, ni una mala cara, ni un gesto displicente, ni una actitud hostil, ni una distancia fría, ni un enfado calculado, ni siquiera un juicio… Muchas veces me preguntaba cómo podía caber en ti tanto amor. Pero no, no cabía; eras Amor. Por eso te echo tanto de menos y me pregunto por qué has tenido que partir. Si fuera una persona religiosa, diría que un dios celoso te arrebató porque te quería junto a él. Pero prefiero permanecer en silencio… y permitir que la vida, tras esta removida que me tambalea, vuelva a tomar la iniciativa.

Ahí encuentro tu presencia. Contemplo tu mirada eterna plasmada en una fotografía. Y te hablo. Y descubro que, al hablarte, solo me sale una palabra: “Gracias”; una expresión -“Eskerrik asko”- que nunca te abandonaba. Y aun con mi sensibilidad rota, no puedo sino sentirme embargado por la gratitud, en la que fuiste mi maestra.

Y te escucho… Me desahogo contigo, te cuento lo que siento, te digo cuánto te echo de menos, te pregunto por qué… Y me quedo a la escucha. Siento entonces que me sonríes -como siempre lo hacías, como tú sabes hacerlo- y en esa sonrisa me hablas: “Deja que la vida sea”… Y la paz vuelve a mi corazón. Estoy entreviendo otra forma de tu presencia, otra manera de sentirte, un modo nuevo de amarte.

Sigo echando de menos tu cuerpo, el contacto, el abrazo, tu mirada, tus gestos, tu estar… Y eso me duele. A veces me siento perdido por la calle, sin tu mano amiga. Se me hace el día interminable, sin el sonido de tu voz. Cada cosa que veo, te recuerda, y me hace sentir una punzada aguda en la boca del estómago. Pero vuelvo al silencio y te veo. Y ahí se me hace presente, de otro modo, tu sonrisa, tu voz y tu presencia. Miro tu foto y, si bien es cierto que aparece la nostalgia de lo que ya no puede ser, cobra fuerza, aunque sea entre mis lágrimas balbucientes o desgarradas, tu presencia luminosa, radiante, amorosa, que me vuelve a repetir: “Deja que la vida sea en ti”. Con esa sonrisa tuya, humilde, casi tímida, pero radiante a la vez; la sonrisa luminosa y sabia de quien, más allá de cualquier problema, sabe que, en lo profundo, “todo está bien”.

Y llego a sentir tu voz y a percibir tu gesto que me invitan a confiar y a entregarme. Y es en esa entrega, finalmente, donde me siento fundido contigo. Más allá del tiempo, más allá del espacio, más allá de las formas, somos.

Ana querida, te dejo ir. Me duele enormemente pensar que se han truncado tus proyectos, tus sueños, tu vitalidad. Pero sé que, aunque a mí me duela y desconcierte, ya has recorrido tu camino. ¡Feliz de ti! Acojo el dolor de tu ausencia, pero te dejo ir…

Y acojo también tu invitación a “dejar que la vida sea”, sin pretender que se ajuste a mis planes. Agradezco a tantas personas que están aquí, incondicionales, apaciguando el dolor y sosteniendo mi fractura y desconcierto, desde mi querida hermana Puri -tan parecida en ello a Ana- hasta personas anónimas y desconocidas de quienes me llega impulso, pasando por amigos y amigas siempre fieles y siempre disponibles. No puedo no verlos a todos ellos, querida Ana, como “mensajeros” tuyos, otro guiño de tu amor. Te abrazo como a ti te gustaba y quedo compartiendo contigo el silencio pleno que ahora ya eres.

Zizur Mayor, 20 de agosto de 2023.

LOS EVANGELIOS, ¿HISTORIA O CATEQUESIS?

Domingo XX del Tiempo Ordinario

20 agosto 2023

Mt 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Él les contestó: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: “Señor, socórreme”. Él le contestó: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó curada la hija.

LOS EVANGELIOS, ¿HISTORIA O CATEQUESIS?

Gracias a los estudios historiográficos y exegéticos, cada vez somos más conscientes de que los evangelios no son tanto crónicas históricas -al menos, en el sentido en que nosotros entendemos esa expresión-, cuanto catequesis surgidas en el seno de las diferentes comunidades.

Con el objetivo de fortalecer la fe de aquellas comunidades y de marcar pautas de comportamiento, los redactores de los textos no tenían ningún reparo en poner en boca de Jesús afirmaciones que él nunca pudo haber pronunciado, así como tampoco les creaba problema “inventar” episodios que pudieran iluminar la situación de las comunidades de finales del siglo I.

Esto es lo que, según los estudios más rigurosos, sucede con el texto que comentamos hoy. Quienes hacen una lectura literal -como yo mismo la hice en algún momento- entienden que Jesús vivió aquí una especie de “conversión”, al ser cuestionado por una mujer pagana; conversión que lo habría sacado de una actitud exclusivista –“solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”- para conducirlo a otra universal.

Sin embargo, parece seguro que nada de eso ocurrió. Porque la problemática a la que se refiere el texto no tuvo lugar en tiempos de Jesús, sino que surgió más tarde, cuando algunas personas provenientes, no del judaísmo sino del paganismo, se interesaron por formar parte de aquellas comunidades que seguían “el camino” del Maestro de Galilea. Ahí se planteó el problema y ese sería el contexto donde nació el texto en cuestión.

Los paganos -que eran llamados habitualmente “perros”- solicitan entrar en la comunidad. Tras un debate que no debió resultar fácil ni rápido, el evangelista pone la respuesta -favorable- de los responsables comunitarios en boca de Jesús. Con ello buscaba sencillamente dotar de autoridad a la decisión recién tomada.  

La superación del literalismo en la lectura de los evangelios nos acerca más a la historia y, sobre todo, permite una lectura simbólica mucho más rica, que facilita captar la sabiduría atemporal que contienen, al igual que todo libro sapiencial. Por definición, todo escrito sapiencial es atemporal y universal.

Por el contrario, el literalismo -la absolutización de cualquier texto (da igual que sea el Evangelio, la Bhagavad Gita o Un Curso de Milagros)- conduce al dogmatismo y al fundamentalismo. Y el dogma es la anticomprensión. Por lo que el hecho de ver un texto como intocable y tratar de justificarlo a toda costa constituye el mayor obstáculo para abrirse a la verdad.

Todos los textos son únicamente “mapas” que quieren apuntar hacia al “territorio”; “menús” que la nombran y la ofrecen, pero no la “comida” misma. El drama -con sus secuelas de engaño, confusión y sufrimiento- se produce cuando los mapas se presentan como el territorio mismo, y el menú como si fuera ya la comida, es decir, como la verdad absoluta. Ciertamente, unos textos y unos menús son más acertados o elaborados que otros, pero no pueden ser absolutizados. Porque el territorio o la comida -la verdad- no se pueden poseer, solo se pueden habitar o saborear. La paradoja que somos -una clave a no olvidar siempre que hablemos de lo humano- muestra que no podemos poseer (tener) la verdad -ningún texto puede pretender estar en posesión de ella-, aunque, sin embargo, en nuestra identidad profunda, la somos.

LA DANZA DE LOS YOES // Esther Fernández Lorente

Los habitantes de la casa comienzan
a mirarse amablemente a los ojos,
al escuchar la clara melodía
que surge, limpia, desde muy adentro.
Con una calidez que los traspasa
y los invita a unirse en ese baile,
la música callada, se hace espacio
silencioso que atiende, hoy, sus voces:

El yo oculto, rechazado, habla de miedo,
de vergüenza por no ser lo suficiente,
de la pobre inseguridad que esconde,
de la vida reprimida que hay dentro.
Habla, desde lo oscuro, de las luces
de ternura y sencillez que se taparon,
de hermosos poemas que hoy duermen
por temor a no ser tan especiales.

Sigue, con la palabra, el yo ideal,
siente que, en su nube, todo son luces
brillantes focos led del escenario
que anuncia la obra de lo perfecto.
Huecos de alma, circulan los personajes,
hieráticas sonrisas, frías manos,
grandes aplausos recogidos con el miedo
de que pueda desmontarse tanta farsa.

El yo creído, agotado, se pregunta
si aún tiene sentido ese desgaste.
Pero no puede soltar viejas creencias
de no saber, de no ser lo suficiente.
Necesita reprimir lo que le estorba
para alcanzar el ideal ansiado,
esforzarse por ser eso que no siente
y ya es, sin tanto esfuerzo, en lo más hondo.

Sigue brotando la música callada,
lo dice todo con sonidos esenciales,
rozando grietas lleva a cada hueco
ecos de amor, de espacio, de presencia.
Sigue sonando la voz, siempre ha sonado,
es la palabra íntima del alma
y aúna pasos que van hacia la vida
iluminando el sentido de su viaje.
Sigue sonando ese silencio sonoro
que huele a vida, a descanso y confianza,
música tierna que abraza cada parte
en la hermosa sincronía de la danza.

Suena la melodía de la vida
y, en armonía disonante, cada parte,
con su propio y único sonido,
unidas, latido a latido, paso a paso
                                           BAILAN.

                                                                    Esther Fernández Lorente.

DEL MIEDO A LA CONFIANZA

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

13 agosto 2023

Mt 14, 22-33

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de la tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada, se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”.

DEL MIEDO A LA CONFIANZA

El miedo, en cuanto respuesta adaptativa que aparece en situaciones de peligro y que compartimos con los animales, es un mecanismo de defensa que nos permite afrontar la amenaza y protegernos. En este sentido, es una respuesta normal que facilita la adaptación y, en último término, la supervivencia.

Sin embargo, ese mecanismo instintivo se vuelve patológico cuando es desproporcionado y repetitivo. En tales casos, se activa con demasiada frecuencia. La persona vive instalada en el miedo habitual y lo siente de un modo exagerado, aun en presencia de estímulos carentes de peligrosidad. Aparecen así las diferentes fobias, las crisis de pánico, en definitiva, los miedos fantasmas y el miedo al miedo.

El miedo es una respuesta adaptativa. Sin embargo, cuando es desproporcionado, paraliza y genera sufrimiento incesante y con frecuencia agudo. El salto del miedo normal (positivo) al miedo patológico se produce a partir de experiencias más o menos traumáticas y de la elaboración mental de las mismas. Por decirlo brevemente: el miedo patológico es “creado” por la mente. A raíz de experiencias que se vivieron como amenazantes y no se resolvieron adecuadamente, la mente construye unas lecturas totalmente desajustadas, que ven peligros y amenazas por doquier. Son precisamente estas “creencias irracionales” las que explican los miedos excesivos y habituales, que generan tanto sufrimiento inútil.

Lo opuesto al miedo es la confianza. Cuando un niño crece en un clima de seguridad afectiva, desarrolla una confianza básica en la vida y en sí mismo, en la que puede hacer pie, manteniendo alejados los miedos irracionales. Cuando, por el contrario, careció de aquella seguridad básica, sobre todo en el inicio de su existencia, el miedo sustituye a la confianza, hasta el punto de colorear toda la personalidad. Es lo que expresó el filósofo Thomas Hobbes cuando escribió: “El día que yo nací, mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”.

El miedo requiere un tratamiento psicológico específico, dependiendo de diferentes factores. Pero siempre es posible cultivar la confianza, con un doble trabajo: psicológico y espiritual. La comprensión profunda (espiritual) abre a la confianza en el Fondo de lo real (lo único realmente real); el trabajo psicológico potencia la confianza en sí mismo. En la medida en que crecemos en confianza, el miedo irracional disminuirá notablemente, permitiéndonos vivir de una manera más serena, descansada y plena.

COMUNICACIÓN SIN COMUNIDAD // Byung-Chul Han

Entrevista al filósofo Byung-Chul Han, en Nota Antropológica: https://www.notaantropologica.com/byung-chul-han-el-dataismo-es-una-forma-pornografica-de-conocimiento-que-anula-el-pensamiento/

“El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento”.

El filósofo alemán vivo más leído en todo el mundo es coreano. Byung-Chul Han (Seúl, 1959), profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, se dio a conocer en todo el mundo hace 10 años con La sociedad del cansancio. Desde entonces ha publicado más de una decena de ensayos formalmente similares —muy breves y con una escritura clara y directa— en los que desarrolla una peculiar crítica comunitarista de distintos aspectos del capitalismo contemporáneo. Su último trabajo es La desaparición de los rituales (Herder, 2020). Esta entrevista se hizo por correo electrónico.

PREGUNTA. En su libro define los rituales como acciones simbólicas que generan una comunidad sin necesidad de comunicación. En cambio, según plantea, en las sociedades actuales abundaría más bien la comunicación sin comunidad. ¿Cómo imagina esa “comunidad-sin-comunicación” perdida? Los ejemplos que usted pone pertenecen al pasado o a pequeños pueblos campesinos e insiste en que el causante de esa destrucción comunitaria es el neoliberalismo. ¿Ha habido otras épocas del capitalismo más abiertas a los rituales? ¿Es incompatible la modernidad y la comunidad o la incompatibilidad se da exclusivamente entre capitalismo y comunidad?

RESPUESTA. La desaparición de los rituales señala sobre todo que, en la actualidad, la comunidad está desapareciendo. La hipercomunicación consecuencia de la digitalización, nos permite estar cada vez más interconectados, pero la interconexión no trae consigo más vincu­lación ni más cercanía. Las redes sociales también acaban con la dimensión social al poner el ego en el centro. A pesar de la hipercomunicación digital, en nuestra sociedad la soledad y el aislamiento aumentan. Hoy se nos invita continuamente a comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos o preferencias, incluso a que contemos nuestra vida. Cada uno se produce y se representa a sí mismo. Todo el mundo practica el culto, la adoración del yo. Por eso digo que los rituales producen una comunidad sin comunicación. En cambio, hoy prevalece la comunicación sin comunidad. Cada vez celebramos menos fiestas comunitarias. Cada uno se celebra solo a sí mismo. Deberíamos liberarnos de la idea de que el origen de todo placer es un deseo satisfecho. Solo la sociedad de consumo se orienta a la satisfacción de deseos. Las fiestas no tienen que ver con el deseo individual. En el juego colectivo uno no procura satisfacer su propio deseo. Antes bien, se entrega a la pasión por las reglas. No estoy diciendo que tengamos que volver al pasado. Al contrario. Sostengo que tenemos que inventar nuevas formas de acción y juego colectivo que se realicen más allá del ego, el deseo y el consumo, y creen comunidad. Mi libro va encaminado a la sociedad que viene. Hemos olvidado que la comunidad es fuente de felicidad. La libertad también la definimos desde un punto de vista individual. Freiheit, la palabra alemana para “libertad”, significa en origen “estar con amigos”. “Libertad” y “amigo” tienen una etimología común. La libertad es la manifestación de una relación plena. Por tanto, también deberíamos redefinir la libertad a partir de la comunidad.

P. Su descripción de nuestro mundo como crecientemente alejado de los rituales se opone a quienes ven el capitalismo como una sociedad hiperritualizada. Desde ese punto de vista, que usted critica, el consumo tendría una fuerte dimensión ritual e incluso religiosa: los supermercados o los estadios serían nuestros templos. ¿Por qué le parece incorrecto interpretar las prácticas capitalistas o burocráticas como formas secularizadas de rituales religiosos?

R. Rechazo la tesis de que el capitalismo es una religión. Los centros comerciales son todo lo contrario de un templo. En los centros comerciales, y en el capitalismo en general, domina una atención particular. Todo gira en torno al ego. Según Malebranche, la atención es la oración natural del alma. En los templos encontramos una forma totalmente diferente de atención. Se presta atención a cosas que no se pueden alcanzar con el ego. Los rituales me alejan de mi ego. El consumo refuerza la obsesión con él. No soy creyente, pero me gusta asistir a las celebraciones religiosas, católicas por supuesto. Cuando me dejo embriagar por los cánticos, la música del órgano y el aroma del incienso me olvido de mí mismo, de mi ego, y experimento una hermosa sensación de comunidad. En mi libro cito un apunte de Peter Handke: “Con ayuda de la misa, los curas aprenden a tratar bien las cosas: la manera delicada de sostener el cáliz y las hostias, la limpieza sosegada de los vasos, la manera como pasan las páginas del libro; y el resultado de ese hermoso modo de tratar las cosas: una alegría que da alas al corazón”. Hoy en día damos un uso muy diferente a las cosas. Las agotamos, las consumimos y las destruimos. En los rituales las tratamos de una manera totalmente distinta, con cuidado, como si fuesen amigas. Las cosas ritualizadas también pueden crear comunidad.

Los rituales poseen un factor de repetición, pero es una repetición animada y vivificadora. No tiene nada que ver con la repetición burocrática-automática. Hoy en día vamos constantemente a la caza de nuevos estímulos, emociones y experiencias, y olvidamos el arte de la repetición. Lo nuevo se trivializa rápidamente y se convierte en rutina. Es una mercancía que se consume y vuelve a inflamar el deseo de algo nuevo. Para escapar de la rutina, del vacío, consumimos aún más estímulos nuevos, nuevas emociones y experiencias. La sensación de vacío es precisamente la que activa la comunicación y el consumo. La “vida intensa” que actúa como reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso. Existen formas de repetición que crean auténtica intensidad. Me encanta Bach. He tocado más de 10.000 veces las arias de las Variaciones Goldberg, y cada vez experimento una felicidad. Personalmente, no necesito nada nuevo. Me encantan las repeticiones, los rituales de la repetición.

P. Una tesis muy sugerente de su libro es que los rituales permiten que los valores de una comunidad se asimilen corporalmente. Me parece una idea cercana a aquello que decía Pascal: “Si no crees, arrodíllate, actúa como si creyeras y la creencia llegará por sí sola”. Usted plantea que, en cambio, vivimos en una sociedad de las pasiones marcada por el culto narcisista a la autenticidad, donde lo único que cuenta es la sinceridad de nuestras emociones.

R. Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo. Sentimos físicamente la comunidad. Precisamente en la crisis del coronavirus, en la que todo se desarrolla por medios digitales, echamos mucho de menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable físicamente. El cuerpo que entrenamos solos en el gimnasio no tiene esa dimensión de comunidad. También en la sexualidad, en la que lo único que importa es el rendimiento, el cuerpo es, en cierto modo, algo solitario. En los rituales, el cuerpo es un escenario en el que se inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. El neoliberalismo produce una cultura de la autenticidad que pone el ego en el centro. La cultura de la autenticidad va de la mano con la desconfianza hacia las formas de interacción ritualizadas. Solo las emociones espontáneas, es decir, los estados subjetivos, son auténticas. El comportamiento formalizado se rechaza como falto de autenticidad o como externo. Un ejemplo es la cortesía. En mi libro hago un alegato en contra de la cultura de la autenticidad, que conduce al embrutecimiento de la sociedad, y a favor de las formas bellas.

P. ¿Cree que los partidarios de la nueva derecha radical podrían sentirse identificados con su reivindicación de los rituales y la comunidad? ¿Qué diferencia su propio comunitarismo del de la ultraderecha emergente?

R. La comunidad no se define necesariamente por la exclusión del otro. También puede ser muy hospitalaria. La comunidad a la que se acoplan las derechas está vacía de contenido. Por eso encuentra su sentido en la negación del otro, del extranjero. Está dominada por el miedo y el resentimiento.

P. En el prefacio dice muy explícitamente que este no es un libro nostálgico, pero a menudo hace comparaciones con el pasado muy desfavorables para nuestro presente. En el capítulo dedicado a la guerra, por ejemplo, defiende los antiguos valores guerreros frente a la guerra automatizada moderna, que sería una matanza sin reglas. ¿No está idealizando la guerra antigua? Al fin y al cabo, a lo largo de la historia encontramos una amplia serie de genocidios. La matanza indiscriminada no es exactamente un invento capitalista.

R. Solo quería señalar que la cultura humana se está desritualizando cada vez más, que la conversión de la producción y el rendimiento en valores absolutos está acabando con los rituales. Por ejemplo, la pornografía aniquila los rituales de seducción. En las órdenes de caballería europeas el objetivo principal no era matar al adversario. El honor y el valor también eran importantes. En la guerra con drones, en cambio, lo fundamental es matar al enemigo, que es tratado como un criminal. Después de la misión, a los pilotos de los drones se les hace entrega solemne de una “tarjeta de puntuación” que certifica cuántas personas han matado. También cuando se trata de matar, lo que más cuenta es el rendimiento. En mi opinión, esto es perverso y obsceno. No pretendía decir que las guerras del pasado fuesen mejores que las actuales. Por el contrario, lo que quería señalar es que hoy en día todo se ha convertido en una cuestión de rendimiento y producción. No solo en la guerra, sino también en el amor y la sexualidad.

P. En su ensayo relaciona el auge del big data con un giro en nuestra concepción del conocimiento, que cada vez más entendemos como algo producido maquinalmente. Llega a hablar de un “giro dataísta” análogo al “giro antropológico” de la Ilustración. ¿Es el dataísmo la conclusión de un camino irreversible que ya estaba anticipado en los orígenes de la modernidad?

R. El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo. El pensamiento es erótico. Heidegger lo compara con el eros. El batir de alas del dios Eros lo acariciaba cada vez que daba un paso significativo en el pensamiento y se atrevía a aventurarse en un terreno inexplorado. La transparencia también es pornográfica. Peter Handke dice en una de sus anotaciones: “¿Quién dice que el mundo ya está descubierto?”. El mundo es más profundo de lo que pensamos.

P. La pandemia de la covid-19 está teniendo un impacto enorme no solo en términos sanitarios o económicos, sino también en nuestra subjetividad compartida. En apenas unos días, la noción de “biopolítica” se ha vuelto muy intuitiva. ¿En qué medida cree que la comunicación-sin-comunidad que usted diagnostica en nuestras sociedades está afectando a la manera en que estamos viviendo la epidemia?

R. La crisis del coronavirus ha acabado totalmente con los rituales. Ni siquiera está permitido darse la mano. La distancia social destruye cualquier proximidad física. La pandemia ha dado lugar a una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia comunitaria. Como estamos interconectados digitalmente, seguimos comunicándonos, pero sin ninguna experiencia comunitaria que nos haga felices. El virus aísla a las personas. Agrava la soledad y el aislamiento que, de todos modos, dominan nuestra sociedad. Los coreanos llaman corona blues a la depresión consecuencia de la pandemia. El virus consuma la desaparición de los rituales. No me cuesta imaginar que, después de la pandemia, los redescubramos.

P. ¿Cree que la pandemia constituye un hito histórico similar a la crisis de 2008, que se traducirá en transformaciones políticas de calado? ¿Qué tipo de cambios sociales cree que vamos a experimentar a raíz del coronavirus?

R. A consecuencia de la pandemia nos dirigimos a un régimen de vigilancia biopolítica. El virus ha dejado al descubierto un punto muy vulnerable del capitalismo. A lo mejor se impone la idea de que la biopolítica digital, que convierte al individuo y a su cuerpo en objeto de vigilancia, basta para hacer al capitalismo invulnerable al virus. Sin embargo, el régimen de vigilancia biopolítico significa el fin del liberalismo. En ese caso, el liberalismo no habrá sido más que un breve episodio. Pero yo no creo que la vigilancia biopolítica vaya a derrotar al virus. El patógeno será más fuerte. Según el paleontólogo Andrew Knoll, el ser humano es solamente la guinda de la evolución. El verdadero pastel se compone de bacterias y virus que amenazan con atravesar cualquier superficie frágil, e incluso reconquistarla, en cualquier momento. La pandemia es la consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un delicado ecosistema. Los efectos del cambio climático serán más devastadores que la pandemia. La violencia que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más fuerza. En eso consiste la dialéctica del Antropoceno: en la llamada Era del Ser Humano, el ser humano está más amenazado que nunca.

COMPASIÓN EFICAZ

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

6 agosto 2023

Mt 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Jesús les replicó: “No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer”. Ellos le replicaron: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Les dijo: “Traédmelos”. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se lo dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

COMPASIÓN EFICAZ

Jesús no era un mago que fuera convirtiendo el agua en vino ni multiplicando, literalmente, los panes. A cualquier lector judío, el texto de Mateo -que comentamos hoy- le evocaba relatos antiguos, que se referían a la situación del pueblo en el desierto -tal como se narra en el Libro del Éxodo- o al poder de profetas como Eliseo. Textos, todos ellos, que requieren ser leídos en clave simbólica.

Este, en particular, gira en torno a la frase: “Dadles vosotros de comer”. De ese modo, se subraya un aspecto de la compasión que el evangelio reconoce como criterio de verdad de la misma. Según la tradición evangélica, solo puede hablarse con propiedad de “compasión” cuando esta se traduce en una acción eficaz en favor de la persona que se halla en necesidad.

Es la diferencia entre una persona simplemente sensible y otra compasiva: la primera puede conmoverse ante la necesidad o el sufrimiento de los demás, incluso sentir lástima, pero todo acaba ahí; la segunda, por el contrario, se siente movilizada y traduce su conmoción en una ayuda eficaz.

La expresión “Dadles vosotros de comer” se refiere tanto a situaciones individuales como colectivas y hoy incluso planetarias. En el corazón de un mundo sangrantemente dividido por la injusticia estructural y la creciente desigualdad entre ricos y pobres -personas y pueblos enteros-, resuena con más verdad y urgencia que nunca la palabra de Jesús, que apremia a ser conscientes de la realidad y a movilizarse a favor de la justicia más elemental: “Dadles vosotros de comer”.