TODO ES «CUERPO» DE LA CONSCIENCIA

Domingo 2 junio 2024

Mc 14, 12-16

El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?». Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

TODO ES «CUERPO» DE LA CONSCIENCIA

Parece claro que, en una lectura no literal ni confesional, cuando Jesús afirma sobre el pan que “esto es mi cuerpo”, se está refiriendo a la realidad completa. Con lo que, aquella cena, a tenor de esas palabras, solo cabe leerla en clave de celebración de la unidad. Por ello mismo, tienen razón quienes entienden la eucaristía en esa misma clave.

El conjunto de todos los objetos que percibimos y que constituyen la realidad aparente no son sino expresiones o manifestaciones de lo único realmente real, es decir, despliegue desbordante de la única consciencia.

La teóloga Sallie McFague afirma, metafóricamente, que “el mundo es cuerpo de Dios”. La intuición es la misma. Si no entendemos por “dios” un ser separado, al margen del mundo, sino el Fondo de todo lo que es, estaríamos utilizando nombres diferentes -dios, consciencia, vida, ser…- para referirnos a Aquello que no tiene nombre -porque no es un objeto- y que, sin embargo, es lo único que permanece cuanto todo lo demás cambia.

Reconocer que todo sin excepción es “cuerpo” de la consciencia constituye la más rotunda afirmación de la unidad de todo, de la no-separación más allá de todas las diferencias. Tal es la afirmación central de la comprensión no-dual. Y eso mismo es lo que hace que la comprensión sea radicalmente transformadora.

¿Cómo no habría de cambiar la forma de ver y de vivir cuando se comprende que, más allá de la admirable y bella multiplicidad de formas, todo es uno y lo mismo? Por tanto, la mirada que se queda solo en la forma resulta ser, no solo pobre y limitada, sino absolutamente errónea. Y del error no puede surgir sino confusión, división y sufrimiento.

«TODOS LOS DÍAS»

26 mayo 2024

Mt 28, 16-20

En aquel tiempo, los Once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

“TODOS LOS DÍAS”

Sospecho que incluso las personas más mentales y más escépticas, en algún momento, intuyen que hay algo más de lo que la mente es capaz de percibir. No solo porque la propia mente pueda quedar cuestionada al constatar la grandeza, belleza y armonía de la realidad, sino porque desde nuestro interior emerge, de manera inesperada, el anhelo que nos habita.

Tal anhelo, aun descuidado, silenciado, compensado e incluso expresamente bloqueado, no desaparece; continúa latente en nuestro interior, en forma de pregunta o de añoranza, listo a despertar en cuanto se le preste un poco de atención.

El anhelo es la expresión de nuestra propia profundidad, ese “lugar” indestructible y siempre disponible, que está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”. La mente religiosa ha situado ese “lugar” fuera de nosotros, en un dios separado. Al hacer así, nos ha distraído de nuestra verdad profunda, que fue proyectada y, en cierto sentido, quedó secuestrada, hasta terminar alienados de nosotros mismos.

Lo que está con nosotros “todos los días” no es una forma concreta, siempre impermanente, sino Aquello que se expresa en todas ellas y que constituye nuestra identidad. Por eso, no necesitamos ir lejos ni buscar algo exótico; es suficiente con acallar la mente, mirar en nuestro interior, oír el anhelo que nos habita… y permanecer en la certeza de ser.

PAZ

Domingo de Pentecostés

19 mayo 2024

Jn 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

PAZ

Nuestra propia constitución paradójica hace que todas las realidades valiosas sean, a la vez, don y tarea. Son realidades transpersonales y las percibimos de forma personal. Son presencia y las vivenciamos como secuenciales. Lo cual es un reflejo de nosotros mismos, en los dos planos que nos constituyen: consciencia y yo, plenitud de presencia (vida) y forma frágil, identidad estable y personalidad impermanente.

Frente a nuestra realidad paradójica, el riesgo mayor consiste en el olvido de cualquiera de las dos dimensiones: por un lado, el olvido de la dimensión transpersonal que, en la práctica, va de la mano con la absolutización del yo, conduce al error de pensar que lo real es secuencial y que todo es tarea por hacer; por otro, el olvido de la dimensión personal, aun afirmando teóricamente que “todo es pleno”, desemboca, antes o después, en una pseudo-espiritualidad o espiritualismo desimplicado.

Ambos olvidos, cualquiera que sea la forma que adopten, son ignorancia: ignoran nuestra realidad «completa». Y la ignorancia es siempre dañina. Porque, al basarse en el error acerca de lo que somos, de manera inevitable, generará sufrimiento.

Por el contrario, la sabiduría o comprensión experiencial da cuenta de toda nuestra verdad, nos reconoce en lo que somos y, desde ahí, nos capacita para vivir nuestra realidad completa, con las claves que ella misma aporta.

Ya somos paz. ¿Qué nos impide verlo y vivirlo? La algarabía mental -las lecturas que la mente hace de lo real- y la ignorancia que nos hace tomarnos por lo que no somos. Acallados esos ruidos mentales y egoicos, emerge y resplandece lo que hay, la paz, es decir, lo que somos.

CONTRA EL PROSELITISMO

Domingo de la Ascensión

12 mayo 2024

Mc 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

CONTRA EL PROSELITISMO

Casi todas las religiones -en realidad, casi todas las ideologías- han nacido con afán proselitista. Creyéndose portadoras de la verdad absoluta, consideraban que debían hacer llegar su verdad al mayor número posible de personas. En el caso del cristianismo, es proverbial la insistencia en el carácter universal de su misión.

No es extraño. Una lectura literal de los evangelios lleva a creer que esa misión habría sido encomendada por el propio Jesús -es decir, por Dios mismo- y habría de alcanzar nada menos que “a toda la creación”.

Sin embargo, una mayor comprensión del texto desmonta aquella lectura y la pretensión que conlleva. Por una parte, en cuanto a la forma, parece seguro que esas palabras no fueron pronunciadas por Jesús, sino que nacieron en el seno de aquellas primeras comunidades donde se fraguaron los relatos evangélicos. Por otra, yendo más al fondo, su contenido tiene un carácter mítico que a la conciencia moderna le resulta literalmente inaceptable.

Una vez que hemos superado la consciencia mítica, en la que esos textos están escritos, entendemos que aquella “creencia proselitista”, justamente característica del nivel mítico de consciencia, resulta insostenible en una consciencia racional y pluralista. No solo es un rasgo típicamente sectario -como la creencia de ser el “pueblo elegido”-, sino que todo intento de convencer, constituye, al decir de José Saramago, “una falta de respeto y un intento de colonización del otro”.

El error de base de aquella creencia mítica radica en confundir la verdad con una creencia o un dogma, en definitiva, con un concepto mental y su correspondiente formulación. Pero ningún concepto, ninguna creencia puede ser la verdad. Por definición, como hace siglos enseñaba el taoísmo, la verdad que puede ser nombrada no es la verdad. Porque esta trasciende todo objeto mental. Y lo que podemos nombrar son únicamente objetos que nuestra mente ha delimitado.

Comprendo que este planteamiento sea percibido como amenaza para quien ha puesto su seguridad en una creencia. Pero parece indudable que no hay creencia que pueda aportar seguridad. Sin contar con que una creencia de ese tipo resulta en la práctica sumamente peligrosa. La seguridad es una con lo que somos, anterior a la mente, y nos sostiene cuando permanecemos en la certeza de ser.