La vita in pienezza. Appunti per una spiritualità transreligiosa, San Paolo Edizioni, Milano.

INDICE

 

  1. Chi sono io? Ché cosa è la vita? La domanda che inquadra il tema
  2. Chè cos’è la spiritualità? Interiorità, transpersonalità, non-dualità
  3. Il risorgere della spiritualità
  4. Spiritualità, religione e cristianesimo
  5. La religione al bivio del mondo moderno e postmoderno
  6. La fede cristiana in chiave transpersonale
  7. La cura dellínteligenza spirituale
  8. La pratica de la meditazione
  9. Elogio della presenza

Conclusione. Spiritualità e pienezza di vita

Appendice in forma di schema. Dalla confusione dell’ego alla luminosità della presenza. Livelli dell’io

Bibliografia

¿QUÉ ES EL EGO? O cómo nos vivimos como monos enjaulados en su cuerpo

Es normal que, cuando una persona oye hablar del “yo” o del “ego”, en el contexto de una visión que lo relativiza, se pregunte: pero, ¿qué es el ego? Se trata de una cuestión que me suelen plantear con bastante frecuencia, y a la que respondo, más o menos, de la forma que expongo a continuación.

Egos-monos y monas

De entrada, quiero dejar claro que uso los términos “yo” y “ego” como absolutamente equivalentes: ambos, en español o en latín, se refieren a la misma realidad, aunque luego, por motivos pedagógicos, se hayan querido percibir matices diferenciadores. La distinción más frecuente –y quizás también, bajo un cierto punto de vista, la más sugerente- es aquella que se refiere al “ego” como el resultado de una identificación completa con el “yo” particular. Bajo esta perspectiva, el “yo” sería una entidad “neutra”, aunque valiosa, que habría que cuidar adecuadamente, mientras que el “ego” nacería como consecuencia de que la persona se ha reducido al yo, hasta identificarse con él. El ego sería, por tanto, la errónea absolutización del yo, y constituiría la fuente de toda confusión y sufrimiento, al habernos identificado con lo que solo es un elemento de nuestra verdadera identidad.

Con todo, me parece más sencillo y acertado atribuir el mismo significado a ambos términos, usándolos indistintamente para referirnos a la misma realidad.

Y, al querer clarificar ese significado, me parece buen comienzo la referencia a Einstein que, a mi modo de ver, acertó de pleno cuando afirmó que el yo era una “ilusión óptica de la conciencia”.

Efectivamente, el yo (o el ego) es simplemente un error de percepción, por el que llegamos a creer en una entidad que, en realidad, no existe; es solo una ficción mental, aunque de impresionantes consecuencias. De hecho, cuando creemos en el yo, como si se tratara de una verdadera identidad, nos vivimos como monos y monas enjaulados en nuestro propio cuerpo.

Lo que llamamos “yo” no es otra cosa que el centro operacional de nuestra vida cognitiva y emocional, asociado a nuestro cuerpo. Cuerpo, mente y psiquismo, unificados gracias a la autoconsciencia –la consciencia una que, con la aparición de la mente, empieza a hacerse consciente de sí misma-, empiezan a ser percibidos como si de una identidad separada se tratara; identidad a la que se le da el nombre de “yo”.

A partir de ese momento, los seres humanos empiezan a organizar su vida en torno a esa supuesta identidad, como si en ella les fuera la vida, dado que previamente se han reducido a la misma. La creencia incuestionada ha terminado convirtiendo la ficción en una (aparente) “evidencia” del sentido común.

De este modo, cuando se cuestiona la existencia del yo, es comprensible que surja la reacción inmediata: ¿Cómo se puede poder en duda algo que es tan evidente? Olvidamos cuántas cosas “evidentes” hemos aceptado…, hasta que hemos percibido su falsedad: desde la idea de que el sol giraba alrededor de la tierra hasta la fe en un dios separado e intervencionista.

Por eso, necesitamos empezar desde el principio: ¿Cómo ha podido llegarse a una conclusión tan firme y generalizada sobre el yo? Es decir, ¿qué ha ocurrido en el proceso de construcción del yo para que los humanos hayamos terminado prácticamente reducidos a algo que no somos?

La respuesta es simple: con la emergencia de la mente, dentro del proceso evolutivo, la consciencia vuelve sobre sí misma (reflexiona), haciendo posible que la mente se apropie de sus contenidos y, gracias a la memoria, le sea posible construir una sensación de continuidad, en la que termina reconociéndose como el sujeto estable de la misma.

 

La conclusión no podía ser otra: el ser humano –que, por otra parte, no puede negar su consciencia de ser “sujeto”- se otorga una identidad separada (“yo”) a la que considera el principio activo y permanente a lo largo de toda su peripecia vital.

La aparición de la mente ha hecho posible que, al sentirse actuar y recordar lo actuado, la persona haya atribuido a esa acción un sentido de agencia, de ser sujeto actuante, un “yo” con el que ha terminado identificado.

Si a esto añadimos todo lo vivido en el proceso de socialización desde el primer momento de su existencia, es muy fácil comprender hasta qué punto vivimos y organizamos nuestra vida –pensamientos, creencias, acciones, reacciones…- como si realmente fuéramos ese yo individual, que se ha plasmado en un nombre –otro pensamiento más- y en un número de identificación.

¿Qué es lo que en realidad se ha producido, y que nos ha pasado desapercibido? Algo absolutamente decisivo en sus consecuencias: una especie de constricción de la consciencia a los límites del propio cuerpo. La consciencia una –la consciencia que somos, de donde nos viene precisamente la innegable sensación de ser sujetos: la Consciencia es “Yo Soy”- ha quedado constreñida, “encerrada” en el cuerpo, como si de una jaula o cárcel se tratase, hasta el punto de que hemos terminado confundiéndola con la propia mente.

 

La consecuencia más grave es la confusión derivada de ello y que se plasma en la primera creencia del yo: la separatividad. Al encerrarnos en los límites del propio cuerpo, es inevitable que nos sintamos separados de todo lo que percibimos fuera de las fronteras del mismo: separados del entorno, de los otros, de la misma vida… Y, dado que la mente es esencial e inexorablemente separadora, terminamos convencidos de que esa separación es real (nos lo dice también el “sentido común”).

Una vez convencido de que soy un “ser separado”, es inevitable que me perciba y me comporte como tal: la comparación, la competitividad, el enfrentamiento… vendrán de la mano.

Con todo ello, experimentaremos un “doble” sufrimiento: por una parte, el derivado del “encierro” en el que nos hemos instalado, por el que nos sentimos interiormente constreñidos y socialmente aislados; por otra, el que acompaña a un comportamiento egoico y egocentrado, que nos hace perder nuestra conexión (real) con todos y con todo.

Pues bien, la tremenda ironía es que esa supuesta identidad, el yo, es una pura ficción. Como nos recuerdan los neurocientíficos, no hay ningún hombrecito y ninguna mujercita en nuestro cerebro organizando todo, como si de un director de orquesta se tratara. No hay tal cosa como un homúnculo separado, independiente, autónomo y libre.

Nuestra verdadera identidad es la misma que la de todo lo real; no podría ser de otro modo. El gran místico cristiano del siglo XIII, el Maestro Eckhart, lo repetía con aquella expresión contundente: “Mi suelo y el de Dios son el mismo”. Somos consciencia que, temporalmente, se expresa en este organismo psicofísico. Hay, por tanto, sensaciones, sentimientos, emociones, pensamientos, recuerdos, experiencia de muchos tipos…, pero no existe ningún “yo” separado.

La sabiduría –o el llamado “despertar”- no es otra cosa que caer en la cuenta del engaño de aquella identificación, percibiendo nuestra verdadera naturaleza.

Ciertamente, tendremos que cuidar de una manera adecuada nuestro psiquismo, favoreciendo su integración y armonía. Pero, de la misma manera que el cuidado del cuerpo no hace que nos identifiquemos con él, la atención a la mente y al psiquismo no tiene por qué implicar que nos reduzcamos a ellos.

El proceso que favorece el despertar requiere, por tanto, una actitud de relajar o aflojar la constricción que nos ha llevado a creer en una consciencia encerrada dentro de los límites de nuestro cuerpo y separada del resto. Aflojar esa constricción equivale a “deslizarnos” en la consciencia que trasciende nuestro cuerpo, hasta el punto de reconocernos incluso “fuera” de él. No perdemos el contacto real con nuestro cuerpo, pero dejamos de reducirnos a él, y empezamos a percibirnos como la consciencia una que en todo se expresa y manifiesta. Se supera así el dualismo mental y empezamos a saborear la no-dualidad.

Desde esta nueva consciencia –ampliada, ilimitada, y que es una con la vida toda-, no se ve nada como separado. La vida no es algo distante ni diferente; percibes que tú y la vida sois la misma cosa. Los otros no son percibidos como seres separados o aislados en las fronteras de su cuerpo, sino expresiones y manifestaciones de la misma y única consciencia que tú también eres.

A partir de ahí, seguimos usando la mente como una herramienta preciosa para todo aquello que nos puede servir, pero hemos superado la trampa de reducirnos a ella. Al mismo tiempo, dejamos de atribuirle valor absoluto a sus ideas y creencias, porque sabemos que en ese terreno fácilmente yerra, debido a su inevitable limitación.

Mientras tanto, en el camino, la práctica meditativa busca liberarnos de aquella falsa identificación. Al hacernos diestros en dejar caer los pensamientos –el propio “yo” es solo un pensamiento o una etiqueta más-, vamos quitando los velos que opacan y oscurecen nuestra visión, permitiendo que aflore resplandeciente nuestra radiante identidad.

Teruel, 1 septiembre 2013

www.enriquemartinezlozano.com

O gozo de ser pessoa. Plenitude humana, transparência de Deus, Edições Loyola, Sao Paulo.

SUMÁRIO

Prólogo

Introduçao

1. A pessoa em pé

  • A relaçao consigo mesmo
  • A relaçao com os outros
  • A relaçao com Deus
  • Crescer em lucidez
  • Crescer em solidez
  • O caminho da autonomia
  • A tarefa de ser pessoa: a fiedelidade a si mesmo
  • Consciência, responsabilidade, culpa
  • Vivir a partir de dentro
  • Jesus, o homem em pé
  • Para vivernos em pé

2. Com talante

  • O «talante» da vida
  • Da vida… até seu âmago
  • Um talante lúcido
  • Atitudes construtivas
  • A fé confere talante
  • O talante de Jesus
  • Para viver o talante de Jesus

3. Ver com o coraçao

  • O olhar
  • Ver e olhar
  • Olhar crente da realidade
  • Olhar contemplativo
  • Dificuldade para manter um olhar contemplativo
  • Como me olho
  • Para aprender a olhar
  • O olhar de Jesus
  • Deus olha com o coraçao
  • Deixar-nos olhar por Deus

4. Deixar-se totar

  • Pôr-se na pele do outro
  • Uma pessoa sólida e amorosa
  • Trabalho sobre si e sabedoria do Evangelho
  • Acolher a si mesmo para poder acolher
  • O que podemos estimar en nós mesmos?
  • O ser humano é um ser «habitado»
  • Acolher os outros
  • Sem amor não há conhecimento de Deus
  • Jesus, o homem que «se deixou tocar»
  • Un Deus que é tocado por nossa realidade

5. A alegria de crer

  • Crer, resposta admirada e agradecida
  • Olhados por Deus
  • De uma imagem ambígua de Deus ao Deus Pai de Jesus
  • Este é o Deus que nos olha
  • Viver humanamente é responder
  • A alegria de crer
  • Jesus, profeta da alegria
  • A alegria de Deus
  • Quando a religião se perverte

6. Fazer da vida uma bênção

  • A dificuldade de bendizer
  • Para escapar à armadilha
  • O que é bendizer
  • Para aprender a bendizer
  • Jesus, ampr de bênção
  • Deus, aquele que bendiz
  • Viver bendizendo é transparentar Deus

Conclusão

Religión y mundo moderno

LA RELIGIÓN EN LA ENCRUCIJADA DEL MUNDO MODERNO Y POSTMODERNO

A propósito de “Espiritualidad integral

La magnitud del cambio cultural que estamos viviendo afecta a la religión de tal manera que la coloca en una encrucijada –cruce decisivo que es necesario resolver para acertar en el camino- profundamente novedosa. ¿Qué es lo característico de esta situación? Querría responder a esta cuestión de un modo sintético e incluso esquemático, de la mano del último libro, recientemente publicado, de Ken Wilber[1].

  • Un ejemplo como punto de partida: Un universitario cristiano típico se avergüenza de hablar de religión con sus profesores –que se hallan en un nivel racional o pluralista y teme que lo ridiculicen-, pero todavía se avergüenza más de sus amigos cristianos –que sostienen unas creencias míticas y etnocéntricas-. En esta situación, se ve obligado a renunciar a su fe para afirmarse en su (post)moderna visión del mundo, o a seguir creyendo, pero estancado en el estadio mítico del desarrollo espiritual; es decir, ha de optar entre: vivir en ámbar (mito) y abrazar a Cristo, o avanzar hacia naranja (razón) y renunciar a Cristo. De cualquier modo, su acercamiento al Espíritu queda truncado.
  • ¿Qué ha ocurrido?

De entrada, la explicación parece simple: Culturalmente, se encuentra en el nivel racional; religiosamente, en el mítico. Pero no es simplemente eso.

La explicación nos viene de nuestra historia. Tal como se ha desarrollado, lo racional llegó a descartar y despreciar lo religioso, porque había identificado la religión con el estadio mítico de la misma. Es cierto que la Modernidad y la Ilustración supusieron la muerte del dios mítico. Pero su grave error consistió en que rechazaron cualquier Dios –o, simplemente, a Dios-, toda la línea de la inteligencia espiritual; esto supuso un auténtico desastre cultural, que cerró la posibilidad de acceder a las posibilidades postmíticas de la inteligencia espiritual. Porque la modernidad confundió el nivel mítico de la inteligencia espiritual con la misma inteligencia espiritual, identificando a toda la ciencia con el nivel racional y a toda la espiritualidad con el mito. Ésta es la falacia nivel/línea: la confusión de un determinado nivel de una línea con toda la línea.

Como consecuencia, se produjo una doble reacción:

–         Represión de los propios impulsos espirituales, y rechazo de todo lo que se presente como espiritual, a lo que se considera como una estupidez irracional: la ciencia declara la guerra a la religión. De hecho, los intelectuales de vanguardia de la Modernidad empezaron a rechazar la religión y la espiritualidad de su conciencia.

–         Fijación a un determinado nivel, que se defiende feroz y obsesivamente de todos los ataques: la religión mítica declara la guerra abierta a la ciencia (y al mundo liberal en general).

Ambas reacciones lograron, paradójicamente, el mismo objetivo: una razón mutilada de la línea espiritual.

  • ¿Qué hace, ante ello, la persona religiosa? Cuatro actitudes

–         Identificación. Proveniente de una tradición marcadamente religiosa, la gran mayoría de los creyentes se hallan identificados con lo que han sido las formas tradicionales de expresar la fe. Pero esta postura no resulta fácil de mantener, porque el “desajuste” va en aumento. Por ello, suele dar paso a una de las siguientes.

–         Atrincheramiento. Con el fin de salvar sus planteamientos religiosos –la forma mítica en la que se había expresado-, confundiendo la espiritualidad y la religión con el nivel mítico de la misma, se identifica con ese nivel, hasta atrincherarse en él, viendo la modernidad como amenaza. Como es obvio, esta actitud se halla mucho más próxima a cualquier fanatismo, por autodefensa: porque cree que la modernidad le está impidiendo existir.

–         Solución de compromiso. Por un lado, quiere ser fiel a la forma recibida, pero, por otro, no puede dejar de lado el estadio racional en que se encuentra. La única salida es llegar a una solución de compromiso, que resultará precaria e inestable, aparte de incómoda, ya que no es fácil evitar una fractura en la propia persona entre lo que es su nivel cultural y su nivel religioso.

–         Búsqueda creativa. Es la actitud que se toma más en serio la doble fidelidad, de un modo que resulte coherente y unificador. Por ello, es capaz de distinguir “forma” de “contenido”. Por ello también, es la única que trasciende y supera todo dualismo. Y la que abre a la esperanza.

  • ¿Cómo salir de la crisis? ¿Qué hacer?

Si lo que ocurrió con la Modernidad fue que todo lo espiritual fue reprimido, la salida pasa por la desrepresión. La Modernidad lo reprimió porque el nivel mítico de Dios era terrible y el daño provocado por la Iglesia en nombre de ese Dios, espantoso; la Ilustración lo rechazó. “Recordad las crueldades”, era el lema de Voltaire. El error grave de la Modernidad –como ha quedado dicho- consistió en que identificó todo lo religioso con aquella divinidad mítica institucionalizada en la Iglesia medieval. Ello condujo a una descalificación de lo espiritual y, consiguientemente, a un tremendo empobrecimiento de lo humano. Por su parte, cierta postmodernidad –no toda ella: se puede ser postmoderno y no relativista- agudizó el error, al quedar atrapada en un relativismo vulgar, vacío, autocontradictorio y moralmente pernicioso.

Pues bien, sólo podremos salir de ese error –y del empobrecimiento resultante- reconociendo lo espiritual como línea siempre presente, en todos los estadios del desarrollo, que puede alcanzar diferentes niveles, y por lo mismo, diferentes formas de expresión y vivencia.

Ello requiere también, por parte de los creyentes, una lectura desapasionada de su propio mensaje, desde la nueva apertura que ofrece el desarrollo cultural. En suma, un ejercicio humilde de lucidez. Cada vez resulta más evidente para muchos creyentes que la solución para nuestra situación actual no puede ser un mero retorno al tradicionalismo.

  • ¿Qué es la espiritualidad?

Según el esquema de Wilber, dentro de las diferentes líneas de que consta lo que es el desarrollo humano –línea cognitiva, estética, moral, interpersonal, afectiva…- la espiritual es la línea que responde a la pregunta: “¿Cuál es la preocupación última?”. Lo que la espiritualidad busca es precisamente la respuesta a ese interrogante. A lo largo de los siglos, ha ido dando diferentes respuestas, de acuerdo con los diversos niveles de desarrollo que el ser humano iba atravesando. Al dejar de reprimirla, somos capaces de abrirnos a una de las líneas básicas que nos constituyen. Y podremos dialogar y buscar entre todos respuestas que vayan siendo cada vez más coherentes. Conscientes de que, en esa búsqueda, también el agnosticismo y el ateísmo se consideran respuestas válidas. De lo único que se trata es de no ahogar la pregunta.

El hecho de que la espiritualidad sea respuesta a la citada pregunta no significa, en absoluto, que se reduzca a algo teórico. Según escribe D. Evans, en una de las mejores definiciones que se han dado de ella, “la espiritualidad consiste principalmente en un proceso transformador básico en el que descubrimos y nos desprendemos de nuestro narcisismo para entregarnos al Misterio a partir del cual todo se está manifestando constantemente… [Toda transformación espiritual auténtica] implica despojarse del narcisismo, del egocentrismo, del estar aislado en uno mismo, del interés por uno mismo, etc.[2].

  • ¿Qué son los niveles o estadios?

Son varios los estadios –arcaico, mágico, mítico, racional y transpersonal- que ha recorrido la conciencia en su proceso evolutivo. Lo que ocurre en esa evolución es que se modifica nuestra percepción de la realidad. Y, por lo que se refiere a la religión, esto tiene consecuencias decisivas. Por una parte, cuando se estanca en el nivel mágico-mítico, en los que hizo su aparición histórica, se bloquea el desarrollo espiritual, y la religión etnocéntrica entra en conflicto con la racionalidad mundicéntrica. Por otra, cuando es la modernidad la que confunde –y reduce- la espiritualidad al nivel mítico de la misma, la reprime. Así, en ambos casos, se ha terminado identificando espiritualidad y mito, con el consiguiente empobrecimiento de la dimensión mas profunda de la realidad. La recuperación limpia de esa dimensión es una de los mayores retos que tenemos por delante. Y en ello se juega el futuro de la humanidad y del planeta.

  • ¿Ver a Dios?

Característico de los estadios mágico y mítico era concebir a Dios como un ser separado, en el exterior, habitando su cielo. Para nuestra concepción del mundo, sin embargo, aquella imaginería es inconcebible. No hay tal “ser separado” de la realidad –no puede haber una realidad última infinita separada-, sino el Dinamismo que hace ser y en todo se manifiesta[3]. Y se percibe cuando estamos situados en el espacio o nivel adecuado, adoptando los medios adecuados. Quien se halle instalado en el nivel moderno-pragmático-cientificista, es probable que únicamente vea el mundo chato; quien esté en el nivel mágico-animístico, creerá ver a Santa Claus; quien acceda al nivel transmental, podrá ver a Dios en todo.

Y aquí se hace necesario plantear otra cuestión: ¿Dónde suponemos que está Dios y donde pensamos que no está ni puede estar? ¿No nos jugarán aquí una mala pasada nuestros propios prejuicios? ¿Por qué tendemos a creer que las cosas hermosas o placenteras no son espirituales?

Permítanme citar, aunque no sea de modo literal, un texto de Wilber especialmente inspirado y hermoso: Dios es imposible de negar, como tampoco se puede negar la conciencia de esta página, sabiendo que el Espíritu y la conciencia de esta página no son dos: la omnipresente conciencia Divina plenamente iluminada no es difícil de alcanzar, sino imposible de evitar, como han sabido todos los místicos. ¿Por qué lo buscaba aquí o allí, cuando Dios es El Que Busca?… ¿Por qué se empeña en que Dios muestre su Rostro, cuando el Rostro de Dios es su Rostro original, el Testigo, ahora mismo, tal cual es?… ¿Acaso debe hacer algún esfuerzo para ser consciente del momento presente? ¿Dónde pretendía ver a Dios, cuando Dios es el Vidente omnipresente? ¿Cuánto conocimiento pensaba embutir en su cabeza para llegar a conocer a Dios, cuando Dios es el Conocedor omnipresente? Sienta al Lector de estas líneas, experimente la simple sensación de Ser. Atrévase a dar el último paso que conduce desde el yo hasta el Yo. Renunciando a buscar, encontró a Dios. Cuando abandone toda búsqueda y descanse en el Buscador, dejará de necesitar mapas; se habrá acabado el juego del escondite al reconocer, finalmente que Usted era Ello[4].

Y, como hemos dicho en su momento, esto no significa negar la posibilidad relacional con Dios –Wilber habla de “la segunda persona del Espíritu”-. El Misterio que es/somos -que, en último término, constituye nuestra más profunda identidad- puede ser nombrado como “Tú”. De una forma no mítica, pero absolutamente legítima, mi pequeño yo se rinde, adora y ama al Misterio, lo nombra como “Tú” y, gracias a ello, va liberándose también del narcisismo de todo ego que, aun en la meditación, puede alimentarse y crecer.

  • ¿Qué Cristo?

Del mismo modo que existe un dios mágico, un dios mítico, un dios racional…, así también el cristiano, dependiendo del nivel en que se encuentre, percibirá y leerá a Cristo en clave mágica, o mítica, o racional, o pluralista… o mística-integral. Aferrarse a una compresión mítica significa quedarse estancados en un nivel cultural definitivamente superado, a la vez que privar a la humanidad de la riqueza del mensaje de Cristo, por seguir presentándolo en una forma inasumible desde nuestra actual concepción del mundo.

  • El papel de la religión

Comparto la apreciación de Wilber de que la religión es la única institución que puede ayudar a sus seguidores a avanzar desde la versión prerracional, mítico-pertenencia, etnocéntrica y absolutista hasta la versión racional-perspectivista, mundicéntrica y postconvencional.

Desde el Dios arcaico hasta el Dios mágico, el Dios mítico, el Dios racional, el Dios pluralista, el Dios integral y otros Dioses todavía más elevados, “la religión no es más que la institucionalización de la espiritualidad comunicando su buena nueva a la próxima generación[5]. Pero de su apertura depende que pueda seguir ofreciendo ese impagable servicio o, por el contrario, quede arrinconada, por, negándose a crecer, haberse estancado en un nivel ya superado del desarrollo de la conciencia.

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[1] K. WILBER, Espiritualidad integral. El nuevo papel de la religión en el mundo actual, Kairós, Barcelona 2007. Junto a esta obra, quiero hacer referencia a la de J.N. FERRER, Espiritualidad creativa. Una visión participativa de lo transpersonal, Kairós, Barcelona 2003. Se trata de una muy valiosa revisión crítica de la teoría transpersonal, con claras consecuencias para una renovada comprensión, formulación y vivencia de la espiritualidad. De un modo explícito, afronta “los dos retos más importantes a los que se enfrentan hoy los buscadores espirituales: el peligro del narcisismo espiritual y el fracaso de integrar las experiencias espirituales en la vida cotidiana”: p. 45.

[2] Cit. en J.N. FERRER, op.cit., p. 66.

[3] Es un gusto recomendar el librito de W. JÄGER, La vida no termina nunca. Sobre la irrupción en el Ahora, Desclée de Brouwer, Bilbao 2007.

[4] K: WILBER, Espiritualidad integral…, pp. 350-352.

[5] Íbid., p. 353.

Espiritualidad, no-dualidad, identidad

ESPIRITUALIDAD, NO-DUALIDAD, IDENTIDAD

Entrevista en «Yoga en red«, 25 enero 2013, www.yogaenred.com

Enrique: ¿Puede hablarnos de su experiencia vital y espiritual?

 La vida me ha regalado dos actitudes de fondo que me han acompañado desde que tengo memoria, incluso siendo muy niño, y que han sido motores permanentes en mi andadura. Me refiero a la búsqueda de la Verdad y a la confianza en el Fondo de lo real. Han venido unidas y eso ha permitido que se potenciaran mutuamente.

Mi trayectoria vital, con sus subidas y bajadas, aciertos y errores, ha sido una permanente búsqueda de la Verdad. Y no por un interés “mío”; sencillamente, ha sido así. Casi a modo de anécdota, diría que hay una pregunta que siempre se me ha hecho presente: “¿Y si las cosas no fueran como me las han contado, ni como siempre las he visto?”.

A veces me ha costado “ver”, también porque la indecisión es otro rasgo de mi carácter. Pero cuando he visto con claridad, me he dado cuenta, incluso muy sorprendido, de que nadie ni nada me podía detener (a pesar de que viví mucha inseguridad ante la opinión de los otros).

Y, por otro lado, la confianza, una sensación de fondo que, aun en medio del mayor desconcierto, me seguía asegurando: “Confía. Todo está bien”. No venía de la mente –que veía muchas cosas mal y estaba sufriendo-, pero sabía a verdadera.

Por ahí ha discurrido mi experiencia vital y espiritual, no como dos cosas separadas, sino en todo momento unificadas. Siempre se me ha regalado también un “olfato” especial para detectar la falsedad de todo dualismo.

 ¿Cómo explica qué es la meditación a quien le pregunta?

 Me parece importante subrayar que la meditación no es una actividad, ni un método, ni una serie de prácticas…, aunque sea importante perseverar en las prácticas meditativas.

La meditación es una forma de vivir, una forma de ser. Porque es nada menos que un estado de consciencia. Igual que hay un estado que es el sueño y otro que es la vigilia (el pensamiento), la meditación (dhyana, en sánscrito) es otro estado de ser, caracterizado por la experiencia de la no-dualidad y –va de la mano- la vivencia del momento presente.

La meditación no es una práctica; es vivir en estado de Presencia, percibiendo que no hay nada separado de nada, y que nuestra verdadera identidad no es el yo –tal como creemos en el estado del pensamiento- sino esa misma Presencia, ilimitada y eterna.

 ¿Y como explicaría sencillamente, para que todo el mundo pueda entenderlo, qué es la espiritualidad?

 Todo resulta totalmente convergente y elegante. Los científicos suelen decir que, cuando una fórmula o una ecuación es elegante, hay muchas garantías de que sea verdadera.

Todo esto es muy elegante, porque todo converge: la espiritualidad no es otra cosa que la vivencia de –y la ayuda para vivir- ese estado de Presencia.

Espiritualidad es la dimensión profunda de todo lo real. Así entendida, es claro que no hay nada que quede al margen de la espiritualidad.

Con la espiritualidad hemos tenido dos problemas: 1) que las religiones han tendido a apropiársela, y de ese modo la han desfigurado; y 2) que la cultura vigente en Occidente, sobre todo a partir de la Modernidad –en gran medida, como reacción al absolutismo de las religiones-, la ha olvidado, produciendo un empobrecimiento humano muy grave, el “mundo chato”, de que habla reiteradamente Ken Wilber.

Por decirlo brevemente: todo lo que existe tiene una dimensión de profundidad, más allá de la apariencia material. Eso es lo “espiritual”, y ahí está para quien sabe ver. De hecho, materia y espíritu, energía y consciencia, no son sino las dos caras de la única realidad, en un abrazo no-dual.

 ¿Cómo ve la religión, la religiosidad y las distintas religiones en estos tiempos?

 Como dice Javier Melloni, un hombre sabio y verdadero maestro espiritual, en el mejor sentido de la palabra, “podríamos decir que las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse”.

¿Cómo lo veo en la actualidad? Me parece innegable que estamos asistiendo a un declive de la religión institucional, a la vez que a un auge de la búsqueda espiritual.

La religión institucional ha caído, a lo largo de la historia, en un error grave y dañino: ha tendido a absolutizarse. Como si al referirse al Absoluto, ella misma se hubiera creído en posesión de él y de la Verdad. Esto es peligroso, porque es falso; ha hecho mucho daño y provoca un rechazo cada vez mayor. La religión solo es buena cuando se vive decididamente al servicio, no de ella misma ni de la institución ni de sus creencias, sino de la persona y de la espiritualidad.

Por otro lado, el ser humano no soporta demasiado vacío, porque su Anhelo es plenitud. La suma de ambos factores explican, a mi modo de ver, la creciente búsqueda espiritual. Se sepa o no, no podemos dejar de buscar. ¿Qué buscamos? Suena a paradójico, pero es así: buscamos lo que ya somos y siempre hemos sido. Esto explica, en último término, por qué no podremos dejar de hacerlo nunca.

 Usted es teólogo cristiano y psicólogo. ¿Cómo confluyen estas dos facetas? ¿Qué pueden aportarnos?

 No sé si la teología aporta mucho…, aparte de erudición. Sí, siempre es bueno conocer lo que han pensado o escrito tantas personas que nos han precedido. Pero no tengo mucha fe en la teología, igual que no la tengo en la mente, a la hora de hablar de lo Absoluto. La mente –y el discurso conceptual- es una herramienta preciosa y eficaz en el mundo de los objetos, pero es absolutamente incapaz de referirse a lo que no es objetivable. Y eso conlleva una trampa peligrosa: la mente reduce el misterio a un objeto; la teología reduce la Verdad a una creencia, y a Dios a un ídolo.

Lo que sí me parece relevante es la convergencia de la psicología con la espiritualidad. Creo que son dos raíles que es preciso recorrer simultáneamente: porque la espiritualidad sin la psicología se queda coja, y la psicología sin la espiritualidad permanece ciega.

De hecho –y esto lo he comprobado con frecuencia- el olvido de uno de esos dos raíles hace que la persona descarrile fácilmente.

 Bajo su punto de vista, ¿cómo puede el ser humano afrontar las crisis? ¿Qué puede ayudarnos a entenderlas y superarlas?

 Me parece que, de entrada, la crisis puede resolverse mejor si la entendemos como oportunidad. Porque es así: la crisis remite siempre al crecimiento. Es cierto que también constituye una encrucijada, y podemos errar en ella. Ese es el riesgo, pero no niega que sigue siendo oportunidad.

Dicho esto, habría que ver cada crisis en concreto. Pero, en cualquier caso, me parece importante contar con tres cosas: unas claves de comprensión de lo que estamos viviendo, unas actitudes básicas que permitan resolverla de una manera constructiva, y unas herramientas concretas como medios eficaces.

Con respecto a las actitudes, desearía subrayar cuatro: la no-evitación de la crisis (o aceptación de lo que estamos viviendo), la no-reducción a lo que ocurre (siempre somos más que todo lo que nos pueda suceder), el cuidado por venir siempre al momento presente (sin dejar que la mente se pierda en la rumiación o el victimismo), y el amor a uno mismo (para poder acogernos tal como estamos: esto es “tener compasión de sí”, particularmente necesaria cuando se hace presente el dolor).

Entre las herramientas, destacaría la ayuda psicológica, el compartir con alguna persona de confianza, así como algunas prácticas específicas, tanto psicológicas como espirituales (o meditativas).

 Sé por propia experiencia que viaja por diferentes lugares impartiendo talleres, conferencias, retiros… ¿Cómo vive este compartir y como responden las personas que asisten a sus trabajos?

 Lo vivo con mucho gusto, como una oferta de lo que se me regala ver y vivir. Y percibo en las personas dos cosas que siempre me sorprenden: el enorme interés (que no es sino expresión del anhelo que nos constituye, lo conozcamos o no) y las “resonancias” o “ecos” que se producen en ellas. Como si despertara lo que ya estaba, aunque fuera dormido; o como si pusieran nombre a lo que siempre habían intuido… Esto es sumamente gratificante, porque nos encontramos en la misma realidad. Siento que soy el “pretexto” para que pueda despertarse el “maestro interior”, el único al que debemos seguir.

 Su faceta de escritor…

 Realmente surgió  de una forma totalmente inesperada, casi como un juego. Hace solo diez años escribí algo para “uso interno” de un grupo muy específico, alguien lo vio y creyó que debía publicarse… A partir de ahí, todo fue fluyendo. En ocasiones, sueño incluso el índice de un posible libro, y es un gozo experimentar cómo el texto fluye por sí mismo.

Disfruto escribiendo porque prácticamente no me cuesta esfuerzo. Hay detrás todo un trabajo constante de estudio, reflexión y práctica. Pero, a la hora de escribir, fluye con espontaneidad de un modo muy fácil.

Escribo a raíz de lo que voy viviendo y de lo que voy viendo en tantas personas a las que conozco en talleres o acompaño, de un modo u otro. En ese sentido, los libros no quieren ser sino respuestas sintéticas a cuestiones específicas, en la esperanza de que puedan ayudar a que las personas “pongan nombre” a lo que ellas mismas están viviendo. Buscan ayudar a vivir.

 ¿Qué somos? ¿Quienes somos realmente? ¿Hacía dónde caminamos en nuestro devenir humano?

 Esta es la pregunta “definitiva”, la “única cuestión” que realmente vale la pena. De la respuesta a la misma dependerá nuestra esclavitud o nuestra liberación, nuestra desgracia o nuestro gozo.

En nuestro medio cultural, la respuesta más habitual es la que considera al ser humano como una estructura psicofísica, considerando el “yo” como nuestra identidad definitiva. Es una respuesta que nace de la mente. Pero, dado que la mente, únicamente ve “objetos”, lo que hace es convertir a la persona en un objeto más, en una percepción absolutamente reductora. Por otro lado, es inevitable: ¿cómo una parte de lo que somos –la mente- va a saber quiénes somos en profundidad?

Esa respuesta reductora es la fuente de todo nuestro sufrimiento, pues nos identifica con una realidad impermanente, transitoria y, en último término, vacía, ya que lo que llamamos “yo” es solo una ficción mental.

¿Qué somos? Una indagación minuciosa y atenta nos hace caer en la cuenta de que no somos nada que podamos observar (cuerpo, sensaciones, sentimientos, emociones, pensamientos, circunstancias…), porque todo ello no son sino objetos dentro del campo de nuestra consciencia. Pero lo que somos no es ningún objeto o contenido de la consciencia. Somos el Sujeto que ve, Eso que observa y que no puede ser observado. Por eso, solo conocemos lo que somos, en la medida en que lo somos. No se trata, por tanto, de un conocimiento conceptual –que únicamente sirve para el mundo de los objetos-, sino de un conocimiento por identidad: puedo conocer quien soy precisamente porque lo soy.

Y Eso que somos tiene mil nombres, todos metafóricos, que quieren apuntar a nuestra realidad inefable: Vacío original, Plenitud desbordante, Consciencia desnuda, pura Atención, Presencia ilimitada, Quietud, Gozo, Amor…

¿Hacia dónde caminamos? Hacia ninguna parte. No hay camino porque no hay distancia. Lo que somos es ya Aquí y Ahora. Un antiguo dicho zen nos recuerda: “Si tenéis el menor deseo de ser mejores de lo que ahora sois, si os afanáis, aunque solo sea mínimamente, en la búsqueda de algo, ya estáis yendo contra el no nacido”. Si tuviéramos que buscar o alcanzar algo, eso sería señal de que no lo somos; habríamos caído en la trampa del ego y del dualismo. Pero todo es Ahora.

Un místico cristiano medieval escribía: “Si no lo buscas, lo encontrarás”. Actuamos convencidos de que la plenitud no-dual está ausente (fuera y en el futuro). Pero la realidad es que esa plenitud es todo lo que existe y no hay lugar donde no esté. No hay modo alguno de acercarse más; ni de alejarse tampoco. El Sí mismo (o Yo Soy) –el Fundamento último de todo lo que existe, y que constituye igualmente nuestra misma identidad- no es una realidad que resulte difícil de alcanzar, sino, más bien, un estado del que resulta imposible escapar.

No nos falta nada, no hay alguien que tenga que ir a algún lado. No hay un lugar adonde ir. Si no nos movemos, ya hemos llegado.

¿Qué nos falta? Una sola cosa: reconocerlo, caer en la cuenta o –como afirman todas las tradiciones de sabiduría- salir del sueño de nuestra mente (ego) y despertar.

 Algo que quiera compartir con los lectores de esta entrevista…

 Aparte de expresaros mi gratitud por esta posibilidad de compartir lo que veo y vivo, me gustaría animaros para que toda vuestra actividad refleje la hermosa unidad que evoca precisamente la palabra “yoga”, para ayudar a despertar del sueño del dualismo y favorecer el reconocimiento que todo, sin excepción, queda abrazado en la radiante, bella y plena no-dualidad. Muchas gracias.