Semana 22 de mayo: PARA CUANDO SUFRAS

HuracánPARA CUANDO SUFRAS

 

 

Date un respiro cuando sufras.

Date un respiro.

Te lo mereces,

Tú y el universo que te acoge

 

No te vas a romper,

Puedes sufrir.

Todos lo hacen

Por un tiempo.

 

Piensa que sufrir

Es humano,

Y te hace más humano todavía.

Nunca sufres solo.

 

Pero date cuenta

De que estás sufriendo,

Ahora mismo,

En este irrepetible momento

 

Y acuérdate,

Que como humano que eres,

También puedes amar

Entonces, date amor y consuelo.

 

Eres una criatura que sufre

Eres una criatura que ama

Y esa criatura que ama

Puede consolar a la criatura que sufre.

 

No dejes de hacerlo.

Ama al que sufre, alívialo.

Y, si ahora, el que sufre eres tú,

Consuélate, queriéndote tal como eres

 

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Girasoles¡QUÉ FELIZ SOY!

 

 

¡Qué feliz soy cuando sólo soy!

¡Qué feliz soy sólo siendo!

 

Estando sencillamente aquí

Notando la vida en mi cuerpo

 

Sintiendo que vivo y respiro,

Que siento.

Que puedo pensar

Que no pienso.

 

Comprobando que veo,

Aunque miro y no quiero ver

Nada especial ni concreto.

Porque todo está bien

Todo está bien, todo es bueno.

 

Sintiendo mi cuerpo

Y el espacio que ocupa

Y que puedo moverme

Aunque me esté muy, que muy quieto

 

Y escuchando el bullir de las cosas

Sus trajines, suspiros y roces

Sus silencios y estrépitos

Sus señales de vida, su estruendo

 

Y yo sigo aquí

Encantado, contento

 

Sin afán, sin empeño

Sin rencor, sin lamento

Sin espera ni anhelo

Ni angustia, ni tedio

 

Sigo aquí

Siendo, siendo

¡Qué feliz, sólo siendo!

 

Vicente SIMÓN, Para cuando sufras. Versos, mindfulness y sabiduría, Sirena de los Vientos, Madrid 2016.

Semana 15 de mayo: LA RISA COMPASIVA

Vivir en el ahora“Bienaventurados los fracturados, porque dejan pasar la luz”.

Entrevista de Inma Sanchís a Alain Vigneau, actor, clown y pedagogo, en La Contra de La Vanguardia, 01.04.2016.

56 años. Nací en Pau, la ciudad de Enrique IV, y vivo dentro de mi maleta con casa en Castellón. Tres uniones, 4 hijos –el mayor de 33 y la pequeña de 4 años–, y 4 nietos. Urge sanarnos cada uno de nosotros, no queda otra para tener una buena sociedad. Dios no nos quiere por cómo somos, sino por cómo es él.

 

Tuvo una infancia violenta y dolorosa y arraigó en él la desesperación. Invirtió media vida en asumir el sentido tragicómico de lo humano y en ser capaz de reírse de sí mismo. Fue pastor, viajó por medio mundo con Payasos sin Fronteras, fundó la compañía de teatro La Stravagante. Descubrió que la nariz de payaso, esa mínima máscara, nos permite ser nosotros mismos, mostrar nuestra pequeñez, nuestro desconcierto ante un mundo exigente, sanar nuestras heridas, y creó Clown Esencial, talleres terapéuticos (Clownesencial.com) que imparte en colaboración con el doctor Claudio Naranjo en los programas SAT. Resume sus vivencias como terapeuta clown en Clown Esencial. El arte de reírse de sí mismo (La Llave).

 

De niño me enfadé mucho con Dios y firmé un pacto íntimo y secreto. Algo así como “de acuerdo, si tengo que vivir en medio de estas circunstancias, lo haré, pero pagarán por ello”. Se trata de un contrato de desamor con el mundo, algo muy común.

¿Qué le ocurrió?

A mi madre la asesinó su amante. Yo tenía 7 años. Mi padre me sentó en sus rodillas y me dijo: “Tu madre se acabó”. Me comí un pañuelo y estuve un mes sin hablar.

El alma infantil es como plastilina, las cosas impactan como meteoritos, su razonamiento no es el del adulto. Obviamente, yo quería matar al asesino, pero se suicidó. Me quedé con esa carga de rabia y de desamparo dentro.

¿Sin refugio?

Tenía a mi abuela materna. Pero al cabo de cinco años encontró una granada de la Segunda Guerra Mundial que le explotó en las manos. Crecí con esos golpes que te hacen ver que la vida no es nada, es solo ahora, y que tiene una dimensión violenta.

¿Qué fue de usted?

Viví sin rumbo. A mi padre apenas lo conocía y le temía. En el colegio me sentía distinto porque ellos tenían madre y yo no. Esa exclusión del club de los normales me dolía muchísimo.

¿Cómo transitó por la adolescencia?

Abandoné los estudios y me fugué a la montaña. Me hice pastor de ovejas. Durante diez años viví con mi pareja en una finca en ruinas, y allí tuvimos dos hijas que crecieron entre corderos, sin electricidad, sin agua caliente: una vida arcaica. Pero mi dolor y mi locura no cejaron. Yo era un tipo violento.

¿Y quiso ser payaso?

Era otro de mis sueños. Mi madre pintaba payasos. Viajé muchísimo por el mundo con Payasos sin Fronteras y me di cuenta de que todos lloramos y reímos en el mismo idioma.

Y usted ¿aprendió a reír?

Por mi viejo contrato con Dios entendí muy pronto que la vida es algo muy serio y que hay un monstruo que, si eres demasiado feliz, se despertará porque duerme con un ojo abierto. Me costó más de diez años de actuaciones permitirme reírme de mí mismo.

¿Aconteció de repente?

Sí, en un momento del espectáculo me rendí a la felicidad del público y así me rendí a la mía propia, reí, solté el control, acepté… Fue revelador, y empecé a trabajar con Claudio Naranjo en los programas terapéuticos SAT que se imparten por medio mundo, creé Clown Esencial.

¿La terapia del payaso?

Sí, un espacio para celebrar juntos nuestra torpeza e inutilidad –este tragicómico intento de ser nosotros mismos–, para mirarnos sin culpas ni prejuicios protegidos por una nariz roja, y así desacralizar nuestra insignificante seriedad y transformar nuestro pasado en patrimonio.

Transformó su dolor en arte.

Sí, y ese arte me hacía tener un lugar en el mundo. Todos queremos pertenecer. Y tenemos derecho a ser inútiles. Yo creo que estamos muy enfermos de una santa seriedad, un altar en el que sacrificamos mucha espontaneidad y dulzura. Somos mucho más amorosos de lo que nos mostramos.

Forma parte de nuestra torpeza.

Sufrimos mucho más por no poder amar lo suficiente que por no ser amados lo suficiente. En realidad, todo se reduce a amor y dolores de amor. Castramos nuestra sensualidad, amorosidad, nuestra capacidad de gozo…, y lo hacemos con sumo esfuerzo.

Un sinsentido.

Es legítimo que queramos ser grandes, pero es muy cansado. Cuando celebramos nuestra pequeñez nos hacemos grandes de una forma más espléndida y más relajada, y no hacemos pagar al mundo nuestro esfuerzo. Mi trabajo es celebrar la condición tragicómica de la vida.

Es necesario reparar el amor a uno mismo.

Confundimos amarnos con ser orgullosos, cuando querernos a nosotros mismos es un acto de profunda humildad: ver lo que hay dentro y reconsiderarse. Pero anida en nosotros un cansancio íntimo, casi vergonzoso, que aflora cuando nos quitamos el maquillaje del personaje de la vida social, profesional o familiar.

Hay un anhelo de ser nosotros mismos, sin tanto esfuerzo ni requisito, ser sin aparentar, existir sin tener que pagar nada a cambio, pero no alcanzamos ni para querernos a nosotros mismos y nos pasamos la vida pidiendo a otros que nos quieran. Vivimos llenos de autoexigencia.

Agotador.

El público ríe o llora con el clown porque se reconoce. Nos igualan nuestras imperfecciones, no nuestras grandezas. Yo soy consciente de que tengo un perro feroz dentro y otro bondadoso que despierta cada mañana dispuesto, y hay que ayudarle.

¿Cómo?

Reconociéndolo. Yo soy un torpe patético que tiene derecho a una vida buena… Hay una frase hermosa de Yvan Audouard: “Bienaventurados los fracturados porque dejan pasar la luz”.

¿Reivindica el derecho a la torpeza?

Sí, a la inutilidad, a no servir para nada y no ser condenado por ello. Colocarse la nariz es justamente brillar desde la propia inadecuación social, física o intelectual. Comunicar nuestro desamparo frente a la complejidad del mundo es más constructivo que maquillarlo.

Semana 8 de mayo: LA RESPIRACIÓN CONSCIENTE COMO PRÁCTICA MEDITATIVA

Camera 360
Camera 360

Parece innegable que la mente se maneja por determinados “principios” –pautas o patrones de creencias-, nacidos en el contexto familiar y educacional, a los que se aferra de una manera frecuentemente automática.

         De hecho, un ejercicio muy saludable consiste en hacer conscientes los “principios” que rigen nuestros comportamientos. ¿Qué creencias se me repiten detrás de los sentimientos y de las acciones que pongo en marcha? Basta prestar un poco de atención para constatar hasta qué punto nos dejamos mover por lo que pueden llamarse con razón “creencias irracionales”, que suelen habitar nuestro inconsciente.

         Tales creencias –en cuanto “programas” instalados en nuestra mente- se hacen presentes en todos los campos: emocional, interpersonal, político, religioso… Y se manifiestan también en el modo de afrontar el camino espiritual y, en concreto, la práctica de la meditación.

         Una de las creencias habituales es aquella que tiende a desvalorizar lo que parece más simple o sencillo, en beneficio de lo que se percibe como más sofisticado. Si a eso se le añade la atracción de la mente –con frecuencia compulsiva- hacia experiencias “especiales” o “extraordinarias”, el resultado es algo parecido a este cóctel: se valoran prácticas más rebuscadas o simplemente más “difíciles” porque se alienta la expectativa de que serán ellas las que nos obtengan con más seguridad experiencias más valiosas.

         Me parece importante reconocer que tal planteamiento esconde, al menos, dos trampas: por un lado, entender la espiritualidad como el logro de “experiencias” no es sino narcisismo disfrazado –“materialismo espiritual”, lo han llamado los sabios- que refuerza y alimenta el ego, con lo cual se produce justamente lo más opuesto a lo que significa la espiritualidad; por otro, se está poniendo el acento en el buscar, más que en el “dejarse encontrar”, con lo cual la propia búsqueda resulta engañosa al hacernos pensar que aquello que nos plenifica se halla fuera o lejos de nosotros.

         En el camino espiritual se requiere una especial lucidez para detectar las trampas, muchas de ellas en principio inconscientes, que lo acechan. En este escrito quiero referirme solo a una de ellas, ya mencionada, que tiene que ver con la práctica meditativa.

         En el ámbito de tales prácticas, suelen apreciarse dos fenómenos recurrentes: la búsqueda de alguna práctica “especial” que proporcione resultados de un modo rápido y palpable, y la tendencia a alternar prácticas muy variadas, sin un criterio coherente. Como consecuencia, se suele dejar de lado una muy sencilla, pero profundamente eficaz, como es la respiración consciente.

         Se trata de una práctica completamente simple, al alcance de todos y que, cuando se mantiene con perseverancia, produce efectos realmente transformadores. ¿Cómo hacerla?

         Se trata de llevar toda la atención, de la manera más descansada posible –como si fuera un juego- al proceso respiratorio. No hay nada que conseguir; ni siquiera hay que buscar “hacerlo bien”. Queremos únicamente educar la atención, para poder vivir la mente, no como la “dueña” de casa que condiciona nuestro estado de ánimo, sino como una herramienta a nuestro servicio. Es decir, queremos adiestrarnos en pasar del pensar al atender.

         Esa tarea de educación requiere –como cualquier otra tarea educacional- dos actitudes simultáneas: cariño y firmeza. Por eso, cada vez que nos damos cuenta de que nos hemos distraído, con todo cariño, pero con toda firmeza, volvemos a “traer la mente a casa”, para continuar descansando en la atención.

         Se trata, realmente, de descansar. El acento no tiene que estar puesto en el esfuerzo por atender, sino en descansar en la atención que somos: sabiendo que es ella la que nos sostiene a nosotros.

         Para vivir bien la práctica, ayuda mucho hacerse consciente de los cuatro momentos de la misma, respetando todo el proceso: exhalación – pausa – inhalación – pausa.

Este modo de hacer, no solo resulta beneficioso para todo nuestro organismo por la propia ralentización del movimiento respiratorio –como ponen de relieve rigurosos estudios médicos-, sino que facilita notablemente el propio ejercicio de la atención.

Según aquellos estudios, cada día respiramos unas 26.000 veces, lo cual significa que se movilizan alrededor de 14.000 litros de aire. Pero mientras lo ajustado sería que una persona hiciera 4 ó 6 respiraciones por minuto, lo más habitual es que se produzcan entre 16 y 20. Y si una respiración consciente –profunda, armoniosa y pausada- podría reponer el 99% de la energía que necesitamos, con frecuencia apenas lo hace en un 10 ó 20%.

Con todo, más allá de los beneficios para la salud, la respiración consciente nos regala serenidad, ecuanimidad, libertad interior, mayor consciencia y apertura a la consciencia de nuestra verdadera identidad.

En la práctica consciente, la respiración va ocupando todo el espacio, hasta quedar solo el hecho de respirar. Y experimentas que no eres tú quien respira, sino que, más bien, la respiración se hace en ti o a través de tu persona; en realidad, eres respirado(a).

Es la Vida la que respira a través de ti y de cada uno de los seres. La Vida que tú también eres, sin ningún espacio de separación. De este modo, la respiración consciente te pone en contacto directo con la Vida que eres.

Insistir en la bondad de esta práctica no significa, obviamente, negar el valor de otras (afectivas, atencionales o más “silenciosas”): cada persona verá cuál es la que mejor se adecua a su perfil y a la circunstancia por la que está atravesando en cada momento. Con esta aportación, pretendía solo prevenir del riesgo de perdernos en la búsqueda de la “variedad” –que, en definitiva, nos aleja de la constancia-, a la vez que subrayar la eficacia transformadora de la respiración consciente, tanto en nuestra vida cotidiana, como en la comprensión de nuestra verdadera identidad.

Semana 8 de mayo: DESCANSAR DEL SERMÓN

ZumaiaHabía una anciana en la iglesia de Yamaguchi que cada semana subía, pasito a pasito, la cuesta que conduce hasta lo alto de la colina para asistir a la misa dominical. Ni calores veraniegos ni fríos de invierno le impedían subir la cuesta hasta la iglesia situada en lo alto de la colina. A la salida, solía ofrecerse alguien para acompañarla en coche a casa, pero ella insistía en rechazar el favor; prefería volver a pie dando un paseo.

         Un día explicó el motivo: “no me fatiga el paseo, me descansa. Me gusta bajar por el otro lado de la colina. Cruzo por el parque del templo budista. Disfruto a la sombra de su foresta centenaria. Me siento en un banco y respiro a mitad de camino. Allí, en aquella umbría de paz se encuentra a Dios. Y, de paso, se quita el cansancio de la misa y el sermón”.

         Sorprendió a sus vecinos al añadir: “En la misma y sermón hay tantas y tantas palabras seguidas…”.

 

Juan MASIÁ, Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Desclée De Brouwer, Bilbao 2015, p. 29.

Semana 1 de mayo: LO QUE SOMOS ES CONSCIENCIA (Entrevista)

Glaciar Viedma.3LO QUE SOMOS ES CONSCIENCIA

EL YO ES UNA FORMA QUE TOMA LA VIDA

 

Entrevista de Javier Pagola, con motivo de la participación en el Foro GOGOA de Pamplona, en Diario de Noticias de Navarra, 12 de octubre de 2015.

-¿Quién es Enrique Martínez Lozano? ¿Cuáles son los principales rasgos de su búsqueda y de sus pretensiones actuales?

Soy una “forma” más en que la Vida se expresa, y soy esa misma Vida que somos todos. No tengo ninguna pretensión, tampoco busco nada; me siento habitado por el Anhelo de rendirme por completo a la Vida que somos, lo cual requiere que mi yo se quite de en medio. En ese aprendizaje estoy.

-Somos hijos de la Modernidad, y de ella hemos aprendido que las personas ya no podemos prescindir de la racionalidad y la autonomía. Lo que no es razonable no puede sostenerse, y no hay nadie “fuera” que maneje nuestros asuntos. Este paradigma cultural, esta manera de ver las cosas, ¿qué ha significado para la liberación de la humanidad? Y ¿qué limitaciones ha supuesto para  acceder al conocimiento  y a la verdad?

La Modernidad supuso un momento más en la evolución de la consciencia, caracterizado por la racionalidad y la autonomía, en contraste con el mito y la heteronomía, propios del nivel de consciencia anterior. Tanto el “espíritu crítico” –pensemos en los llamados “maestros de la sospecha” (Marx, Nietzsche, Freud)- como la llamada a la “mayoría de edad” (Kant) resultan una adquisición irrenunciable para la humanidad, si no queremos volver a la irracionalidad y a la sumisión infantil. La trampa de la Modernidad –o su límite- radica en la absolutización de la razón: si bien es cierto que todo tiene que ser razonable (no irracional), no lo es que solo sea racional; de hecho, la Verdad –como la Realidad misma- es trans-racional. La Modernidad se equivocó al absolutizar la razón y el yo, olvidando la consciencia, y colectivamente estamos aún atascados en aquel enredo.

-Cada cual  para desarrollar su personalidad construye un YO, a veces  un ego muy poderoso. ¿Es esa una necesidad? ¿Se paga algún precio por ella?

Lo que llamamos “yo” no es sino el resultado de la emergencia de la mente, en un momento determinado de la evolución de la consciencia. Pero, en realidad, el “yo” no es nada más que el centro operativo de nuestra vida mental y emocional. Evidentemente, necesitamos construirlo y cuidarlo. El error –fuente de confusión y de sufrimiento- se produce cuando nos identificamos con él. Podría decirse que quedamos deslumbrados por la mente hasta el punto de reducirnos a ella (a eso se le llama “yo”), olvidando que somos Consciencia ilimitada: mente (yo) es solo algo que tenemos; consciencia es lo que somos. A cualquiera que investigue le quedará claro que, como dice Fidel Delgado, “eso del yo es una broma”.

-Usted habla del “final del estado egoico de la conciencia” y de la llegada del “nivel transpersonal” ¿Qué quiere decir eso de “la mirada transpersonal” o de “vivir una experiencia transpersonal”?

Justamente eso: la mente, el yo, la persona… no es el final. Absolutizar esas realidades equivaldría nada menos que a decretar una especie de estancamiento de la consciencia. Todos ellos son solo “objetos” dentro del campo de la consciencia. Por más que se resistan quienes han crecido en el “personalismo” (filosófico o religioso), la Realidad es siempre “trans”: se halla siempre “más allá” (en realidad, más acá, porque lo “trans” es lo más profundo e íntimo) de todo lo que podamos nombrar: la mente es una herramienta, el yo es el centro psíquico, la persona es el “papel” con el que la Consciencia (la Vida) se disfraza…

– ¿Cuál es la distancia entre lo racional y lo real?

La que va del concepto a la Verdad, del pensamiento a la Vida, de la mente al Ser. La razón es una herramienta preciosa que se pervierte cuando se absolutiza. Hay vida más allá de la razón. Como ha escrito el psicólogo Giorgio Nardone, “Es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo«.

-¿La mente es una herramienta valiosa? ¿Para qué?

Valiosa e imprescindible para movernos en el mundo de los objetos, sean físicos (materiales), mentales o emocionales. Es valiosa también para mantener el espíritu crítico y denunciar engaños. Pero no es herramienta adecuada para conocer todo aquello que no es objeto.

-Usted en sus escritos y charlas invita a “otro modo de ver y de vivir” y a superar el modelo dualista, cartesiano, de conocimiento  que considera agotado. ¿Puede usted explicar, con algún ejemplo, que es eso del dualismo?

El dualismo es solo una creencia errónea que nos hace pensar que la realidad es una suma de objetos separados. Tal creencia es consecuencia de la propia naturaleza de la mente –separadora y objetivadora-, ya que pensar equivale a delimitar. De ahí que, al absolutizar la mente y creer que las cosas son como ella las ve, caemos en el dualismo. Pero la Realidad es solo una; no existe nada separado de nada. Tú y yo, por ejemplo, somos no-dos: no somos iguales, pero somos lo mismo. Y es una buena noticia que la misma ciencia nos lo haga ver.

-¿Qué signos,  evidencias, o líneas de investigación –por ejemplo, en la física cuántica o la neurociencia- encuentra usted en el tiempo actual que indiquen que el modelo dual de cognición se está agotando?

La ciencia habla ya de dos diferentes niveles de lo real: el aparente –el mundo de las formas, que nos entra a través de los sentidos neurobiológicos- y el cuántico, lo que le lleva a concluir que “las cosas no son lo que parecen” y a intuir un nivel todavía más profundo al que designa como “campo unificado de consciencia”, del que estarían brotando los otros dos. Es significativo que la nueva física, apenas se acerca al mundo de las partículas subatómicas, descubre que el “modelo mental” (dual) es insostenible: por una parte, el llamado “sentido común” salta por los aires; por otra, se ve obligada a adoptar una perspectiva no-dual.

-¿Qué ventajas tiene abrirse a una perspectiva no dual de conocimiento?

Si lo Realidad es no-dual, nunca llegaremos a ella a través del modelo mental (dual). Reconociendo el ámbito propio de este, es necesario trascenderlo para pasar del conocimiento por análisis y reflexión –propio de él-, al conocimiento por identidad o “conocimiento silencioso”, del que siempre han hablado sabios y místicos. Por decirlo brevemente: No conocemos quiénes somos pensando, sino únicamente siéndolo.

-¿Qué significa “conocer por identidad”, conocer algo porque lo somos?

La única forma posible de conocer todo aquello que no es objeto. De hecho, si te piensas –eso es conocer desde la mente- te verás como un “objeto”: ya te has tomado por lo que no eres, olvidando lo que eres. Además, ¿cómo la mente –que es una herramienta que tienes y, por tanto, una parte de ti- podría saber quién eres? Solo lo sabrás cuando lo seas: este es el conocimiento por identidad. En realidad, es el modo de conocer todo lo que no es objetivable. Aplicándolo a Dios, el místico cristiano del siglo XVII, Angelus Silesius, lo expresaba con estas palabras: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”.  Y así se nos hace evidente la sabiduría contenida en aquella inscripción del templo de Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás al Universo y a los dioses”. Dado que lo Real es no-dual, al conocer lo que eres, estás conociendo el Fondo de lo que es ya que, como bien dijera el Maestro Eckhart, “el fondo de Dios y mi fondo es el mismo Fondo”.

-¿Por qué hay que silenciar y acallar la mente? ¿Para qué hacerlo?

Es necesario acallar la mente si queremos ver con claridad. De lo contrario, la mente se interpone como un filtro que deforma aquello que la trasciende (porque, dada su propia naturaleza, lo reduce a mero objeto, aunque lo escriba con mayúscula). Aunque es importante subrayar que no se silencia la mente por el gusto de lo irracional, sino precisamente para poder ver más allá de ella. Una vez más, quizás sea necesario recordar que la mente es una herramienta muy valiosa, pero muy limitada. Y que, más allá del conocimiento que nos proporciona, existe otro al que solo tenemos acceso cuando aprendemos a silenciarla: aquieta la mente, saborea la realidad… y surgirá sabiduría.

-Usted realiza una continuada práctica meditativa. ¿En qué consiste básicamente? ¿Precisa entrenamiento? ¿Qué beneficios le produce?

La práctica meditativa es el entrenamiento –“gimnasia sagrada”, la llama el psicólogo José Mª Doria- para acallar la mente y no reducirnos a ella. Se experimenta que tenemos mente, pero no somos la mente, y nos va haciendo diestros en vivir en coherencia con esa nueva consciencia que se regala en el conocimiento transmental o silencioso.

-¿Meditar significa apartarse de la realidad o de lo social?

Meditar –lo dice uno de los sentidos de la misma palaba: med-itari, “ir al centro”- no solo no es apartarse de la realidad, sino llegar a su corazón. Esto no niega, sin embargo, que,  como en todo lo humano, también aquí puedan darse ambigüedades y engaños, como cuando se hace de la práctica meditativa una especie de refugio narcisista frente a una realidad que no se quiere afrontar. Pero ahí no hablaríamos de meditación, sino de “escapismo espiritual”. En su sentido más hondo, la meditación no es una práctica, sino un estado de consciencia, caracterizado por la percepción de la no-dualidad, que lleva a reconocer: “Yo soy todas las cosas”. Como es sabido, esta es una expresión de Jesús de Nazaret –está recogida en el logion 77 del Evangelio de Tomás– y es compartida por toda persona que ha vivido una experiencia de “despertar”.

-¿Cree usted que solo hay vida en el presente? ¿Qué quiere decir con eso?

El presente no es algo cronológico –eso sería solo un instante fugaz-, sino Aquello que contiene el tiempo. En este sentido, podría hablarse quizás mejor de Presencia, y sería una realidad equivalente a Consciencia y a Vida.

-¿Dónde podemos encontrar el sentido de la vida?

El “sentido de la vida” no es algo añadido, como tampoco es algo que nos faltara. En la vivencia no-dual queda radicalmente manifiesto que ya somos todo aquello que nuestra mente buscaba. Si me permites una alusión personal, podría decirte que pasé muchos años buscando, ansiosa y dolorosamente, el sentido de mi vida; cuando, finalmente, la Consciencia se hizo luz en mí, comprendí y vi con claridad que la vida estaba llena de sentido. Si ahora tuviera que formularlo conceptualmente para responder a tu pregunta, lo diría de esta forma: El sentido de la vida consiste en reconocerse uno con la vida y fluir con ella. Los poetas también saben verlo. Así se expresaba Rainer Maria Rilke, en una de sus Cartas a un joven  poeta: “Por lo demás, deje que la vida vaya sucediendo y traiga lo que tenga que traer. Créame, la vida siempre, siempre tiene razón”.

-Volvamos al principio. Usted plantea que la pregunta esencial es: ¿Quién soy yo? Pero ¿cómo se la responde a usted mismo?

Me surge espontánea la respuesta que en alguna ocasión dio Jesús: “Yo soy la Vida”. Y sé que esa es la respuesta adecuada para todo ser humano. No soy nada de aquello que pueda aparecer en el campo de la consciencia, sino la Consciencia misma (la Vida) en la que todo aparece. Y de ahí brota precisamente la única certeza a la que podemos tener acceso, en la que se asientan la seguridad y la confianza: la certeza de ser. La única certeza que se mantiene en pie cuando todas las ideas o creencias han caído. No necesitamos más.

Semana 24 de abril: LAS PALABRAS, LAS CREENCIAS Y LA VERDAD

Vemos como somosAl querer aproximarnos a la verdad –a la no dualidad- a través de la mente, me parece importante atender a un doble principio:

  • No podemos prescindir de los conceptos y las palabras (aunque el simple hecho de usarlas provoque su desgaste).
  • Su absolutización es engañosa y peligrosa, precisamente porque la palabra es siempre relativa. 

La trampa, por tanto, no reside en el uso de la mente, sino en la absolutización de los conceptos (creencias) y palabras. Me parece que la mente humana tiende a absolutizar lo que ella ve, porque eso le aporta seguridad. Pero el resultado es muy peligroso: las palabras terminan dividiéndonos, separándonos y confundiéndonos. Y eso vale, sobre todo, para las palabras más «sagradas» («Dios», «amor», felicidad»…): porque han sido las más usadas, o porque es en ellas donde proyectamos más lo que son nuestros puntos de vista, y porque al usarlas creemos estar en la verdad.

¿Hay algún antídoto frente a ese riesgo? Tal como yo lo veo, la clave radica en no absolutizar las palabras ni los conceptos (la palabra no es la realidad a la que se refiere, sino solo un «mapa» particular que apunta al «territorio» que está más allá de las palabras). Hasta percibir que la verdad no puede ser pensada ni nombrada, sino solo reconocida y vivida. Lo que nuestra mente tiene son solo creencias (opiniones); la verdad es «lo que es» (la verdad es una con la Realidad). 

Pongamos un ejemplo: “Dios” es un término fundamental entre los humanos. Pero cuando se confunde a Dios con la propia creencia, aparecen el fundamentalismo y el fanatismo, que han llegado hasta las guerras de religión o a la violencia terrorista. 

Por eso, como han dicho siempre los místicos, tiene que llegar un momento en que acallemos nuestras palabras y nuestras creencias para quedamos en aquel Silencio que es, en realidad, un estado de consciencia (o de presencia), en el que se nos regala «ver» lo que transciende toda palabra. 

Soy consciente de que todo lo que he dicho son palabras limitadas y relativas. Lo visto y lo vivido, aun siendo lo más real, es siempre inefable: no se puede nombrar ni decir. ¿Por qué seguir entonces hablando y escribiendo? Por si alguno de estos «mapas» hace clic en alguna persona y le sirve para ver más allá de lo que las palabras digan.