Semana 14 de agosto: LA ÚNICA CERTEZA

Hacia dónde voyCUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?

7. La única certeza

La mente establece una división (separación) neta entre ella y el resto de la realidad. De ese modo, todo lo real quedaría “dividido” en dos bloques: “yo” y –frente a “mí”- “lo que no soy yo”. No se requiere mucha perspicacia para advertir que ese modo de ver es fruto únicamente del mecanismo de apropiación –por el que la mente se sitúa como “centro de referencia”- y de la naturaleza separadora de ella misma.

Frente a ese engaño elemental –y arrogante-, lo cierto es que solo hay consciencia, y que consciencia es todo lo que hay. Todos los objetos que podemos percibir aparecen (y desaparecen) en la única consciencia que contiene a todos ellos, y de la que, en último término, están surgiendo.

En la consciencia va “desfilando” todo. Lo que sucede es que la mente tiende a identificarnos con cada cosa que desfila. Y así, sin ni siquiera habernos dado cuenta, terminamos confundidos con los objetos. La apropiación, junto con la identificación –el doble factor por el que nace el supuesto “yo”- han hecho que llegáramos a esa conclusión.

Sin embargo, en cuanto nos paramos un instante, no podremos dejar de reconocer que nuestra identidad no puede ser un objeto de la consciencia, sino la consciencia misma.

No soy “algo” que desfila en la consciencia, sino la consciencia misma en la que todos los objetos aparecen. Eso explica que pueda observarlos a todos…, y que nunca pueda observar lo que realmente soy. (Es como el ojo, que puede ver todo, pero no puede verse a sí mismo).

En medio de la danza impermanente de los objetos, soy lo que no se mueve, un centro de consciencia inmóvil… y anterior a todo contenido. De ahí brota la única certeza, fuente de toda seguridad y confianza: la certeza de ser.

Esa certeza –cuando no es una afirmación mental- desvela la plenitud que somos. Y nos muestra, sin asomo de duda, la naturaleza no-dual de todo lo real. Soy todo lo que es –“yo soy todas las cosas”, decía Jesús de Nazaret, tal como recoge el evangelio apócrifo de Tomás-. Por eso, cuando se descubre que uno no es aquel “yo” con el que se había identificado, ¿cuál es el problema?

Esta certeza es inclusiva: acoge a todo y a todos (nadie queda fuera, y nadie puede arrogarse su “propiedad”). A diferencia de las creencias que, por su propia naturaleza, separan –a los creyentes de quienes no lo son-, esta certeza une hasta un punto que la mente nunca puede imaginar: porque nos muestra que todos estamos compartiendo la misma identidad. Aquí se acaba todo sectarismo y toda descalificación. Si las creencias tienden a producir fanatismo, esta certeza desinfla toda pretensión.

Las creencias utilizan un lenguaje particular –en cierto modo, podría decirse “tribal”-, que solo conocen y comparten los que se adhieren a ellas. En esta certeza, el lenguaje, aunque siga manifestando sus límites e incluso sus ambigüedades, es universal: todos podemos entendernos a partir de lo experimentado.

De esta certeza, nace una comprensión que transforma y plenifica. Se manifiesta en cada una de las tres dimensiones de la persona: cognitiva, afectiva y operativa. Transformando nuestra manera de conocer, de amar y de actuar, da como resultado un nuevo modo de vivir y de ser, en coherencia con aquella identidad que se ha descubierto.

Me preguntaba: Caen las creencias, ¿qué queda? Tal como lo veo, se puede responder en una sola frase: caen los mapas, queda el Territorio; caen las creencias, queda la consciencia de ser. Una consciencia que no es difícil de encontrar, sino imposible de evitar. Y no por casualidad: porque constituye nada menos que nuestra identidad más profunda; la Mismidad de lo que es, es por ello mismo la Mismidad de lo que somos.

Decía también más arriba que la mente no puede alcanzar lo real. Pero, ¿qué es lo real? La vida sin más. La vida que se despliega por sí misma. Todo es ahora un vivir viviendo, en un sí constante a la vida. Entonces, y solo entonces, se percibe la esencia de la vida. Vives desde la consciencia, en la consciencia, con consciencia. Fuera de la mente, sin ningún sistema de creencias. Todo es tal como es y como tiene que ser, tú también. Porque no eres ningún yo separado, sino la Vida misma. La caída de las creencias, cuando es consecuencia del reconocimiento de la certeza que nos sostiene, conduce a la liberación.

Semana 14 de agosto: A VUELTAS CON DIOS

BrilloVuelvo a hablar de Dios en esta mañana de otoño de infinita belleza y de tantos motivos de angustia. Digo “Dios” para decir todo lo que ven los ojos y lo que no pueden ver y lo que aún ni siquiera es. Digo “Dios” para rendirme a la belleza, sostener el ánimo, bendecir el mundo y sus mejores posibilidades sin condenar a nadie.

Digo “Dios”, pues con esa palabra nací, crecí, aprendí a hablar y a vivir, y a decir el Todo como bello, bueno y fiable, a pesar de todo. Pero no es necesario decir “Dios”, ni pensarlo ni decirlo, ni “creer” nada; basta mirar y ser lo que somos, como basta al petirrojo vivir y cantar.

Nos enredamos demasiado. Con ocasión de la fiesta de Todos los Santos y Difuntos, Manuel Fraijó, pensador lúcido y honesto, escribió en EL PAÍS un artículo titulado “Avatares de la creencia en Dios”. Con su estilo reflexivo y claro, dejaba la conclusión suspendida entre la afirmación y la negación, y terminaba citando a Pascal: “Es incomprensible que exista Dios e incomprensible que no exista”. Pero omitía la cuestión primera: no si Dios existe, sino qué significa Dios.

Si escribes “Dios” en Google, te aparecerán 610.000.000 resultados en 0,41 segundos. Y desde el primer documento te explicará que es un nombre masculino, un “ser sobrenatural al que se rinde culto”, que son varios o muchos en algunas religiones,  y único en otras, eterno, creador, juez, omnipotente, infinitamente justo y bueno. Un Ente Supremo con psicología humana, que piensa, siente, obra de manera muy similar a la de este homo sapiens que somos, reciente y pasajero. A eso llamo un “Dios teísta”. Sal de Google. Eso no es Dios.

Algunos lo han venerado como Sol o como Luna, o como Cielo padre o como Tierra madre, otros como un árbol (el Yggdrasil de los mitos nórdicos, por ejemplo), otros como un animal (leopardo, perro, serpiente, pájaro…), o como ser humano, casi siempre masculino, a menudo rey, a veces con pareja femenina. Era Dios lo que querían adorar, pero la forma en la que lo imaginaban no era más que “Dios”: una imagen hecha a imagen de sí mismos. El Maestro Eckhart enseñaba: “Todo lo que haces y piensas sobre Dios es más sobre ti que sobre Él”. Déjalo, pues. Vayamos más allá, a lo Real.

Vayan los teólogos más allá del teísmo y del ateísmo, siguiendo la estela de los místicos de todos los tiempos y de algunos grandes teólogos de la primera mitad del siglo XX, como Tillich y Bonhöffer, a los que casi nadie siguió lamentablemente, y por eso se encuentra la teología –lenguaje sobre Dios– en el impasse en el que se encuentra. Hablen de Dios los teólogos de hoy como pide nuestro tiempo: los jóvenes y los mayores, la ciencia, la filosofía y la mística. Dejen de defender la existencia de “Dios” sin antes decirnos qué entienden por “Dios” de una manera creíble para hoy. Un “Dios” que necesita defensa no existe: es simplemente un esquema mental, una forma de entendernos, o de defendernos, de darnos la razón.

Vayan los ateos más allá del ateísmo, como Albert Camus que escribió de sí: “No creo en Dios, pero no por ello soy un ateo”. Es decir, un ateo que se queda en la pura negación del teísmo. Tienen razón los ateos al negar a “Dios”, pero no al pensar que no haya más Dios que el que ellos niegan. No, no hace falta “Dios” para explicar el Big-Bang o las orquídeas o las golondrinas que ya migraron; un “Dios” que fuera causa productiva y explicativa de una realidad física (onda, partícula, materia, energía) o del universo entero, sería un ente distinto y separado de este universo, y en algún “punto” o en algún “momento” debería ser una causa física, y por lo tanto una parte del mundo, y por ende objeto de estudio para la ciencia. Tiene razón en eso, señor Hawking, pero eso ya está muy repetido. Vayamos más allá de todo dogmatismo teísta o ateo, al Misterio de lo que es, de lo que somos.

Lo Real es. Y es maravilloso, a la vez que dramático y sufriente. Míralo más de cerca. Hace unos días, científicos de la Universidad Técnica de Delft (Holanda) han realizado un experimento que vuelve a demostrar lo que ya se conocía desde 1970: las partículas atómicas existen fuera de nuestro espacio y tiempo, es como si fueran “ubicuas” y “eternas”, y, aun estando muy separadas, están entrelazadas. Ese universo cuántico, como el canto del petirrojo, es una imagen del Misterio de la Realidad que podemos llamar “Dios”. Cuando digo “Dios”, quiero decir la Hondura, la Fuente del ser, la Energía Originaria más allá o más acá de la separación entre espíritu y materia. La Creatividad inagotable. La Bondad creativa. La pura relación sin separación alguna. ¿Persona? No en el sentido dualista en que nosotros nos experimentamos: una persona frente a otra, una relación entre dos. Dios es el Tú Absoluto sin dos, el Yo Infinito sin ego, la pura Conciencia sin división entre sujeto y objeto. La Comunión eterna de la diversidad universal.

Pero ¿no me contradigo al hablar de Dios en esos términos? ¿No vuelvo de esta forma a definir a Dios? No quiero definirlo, pero me contradigo, lo reconozco, pues Dios es lo Indecible y yo trato de decirlo de alguna forma, y en la medida en que hablo lo “defino” aun sin quererlo. Pero no sé cómo salir de esta contradicción consustancial de nuestra conciencia y de nuestra palabra. Lo dicho por la palabra se nutre de lo no dicho, de lo que siempre queda por decir, de lo que nunca logramos decir. ¿Cómo hablar enteramente si solo decimos lo que podemos decir? ¿Cómo hablar de la parte que vemos –esa nube, esa luz, esa sombra, ese riachuelo tranquilo– sin hablar del Todo invisible e inefable? Si lo defines, ya no es Dios, pero si no hablas de Dios (con ese nombre o sin él), no puedes hablar bien de nada, pues nada está encerrado en los límites de la apariencia y de la palabra.

Cuando hablas de verdad, hablas de Dios, o habla Dios en el fondo de la Realidad infinita y de tu pobre palabra, también infinita. Cuando hablas de verdad, es como si rezaras: como si rezara tu ser profundo, como si te rezara Dios con infinita ternura y confianza desde el fondo de tu ser, desde el fondo de todo lo que es, de todos los seres que gozan y sufren. Pues Dios es como el Fondo infinito de ternura allí donde hay rencor, de paz donde hay guerra, de vida donde hay muerte. Dios es tu ser verdadero, lo que puedes llegar a ser, lo que puedes hacer que sea. Y no tengas miedo a dejar de ser. Mira cómo cae apaciblemente la hoja en otoño. Hacia la Gran Comunión.

José ARREGI, http://feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/7046-a-vueltas-con-dios.html

Semana 7 de agosto: ¿QUÉ QUEDA CUANDO CAEN LAS CREENCIAS?

Montaña reflejadaCUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?

6. ¿Qué queda cuando caen las creencias?

“No creáis por la fe que prestáis a unas tradiciones, aunque hayan estado en vigor durante muchas generaciones y en muchos lugares.
No creáis una cosa porque muchos hablen de ella.
No creáis por la fe que prestáis a los sabios del pasado.
No creáis lo que os habéis imaginado pensando que os lo ha inspirado un Dios o un ángel.
No creáis nada por la mera autoridad de vuestros maestros.
No creáis nada porque yo os lo haya enseñado.
Una vez examinado, creed lo que hayáis experimentado por vosotros mismos y hayáis reconocido que es beneficioso y útil para vuestro bien y el de los demás.
Sed la antorcha de la verdad” (Buddha).

Es comprensible que, ante el cuestionamiento de cualquiera de nuestras creencias –más de aquellas a las que habíamos atribuido más valor-, se ponga en marcha el mecanismo designado como “disonancia cognitiva”, con su carga de miedo y su tendencia a rechazar cualquier cambio, aun a costa de atrincherarse en un fundamentalismo fanático. Aquel mecanismo –bien estudiado por psicólogos y neurocientíficos- provoca un malestar, acompañado de intensa ansiedad, por el que la mente busca proteger sus creencias ante cualquier nueva afirmación que las ponga en peligro.

Con frecuencia –a tenor de cómo se haya vivido-, será necesario incluso elaborar un duelo ante la “pérdida” de aquellas creencias que, en su momento, fueron “importantes” y valiosas para nosotros. No es raro que, en el mismo, sobre todo cuando se trata de creencias religiosas, se vivan sentimientos de culpabilidad y de orfandad.

Con todo, antes o después, en un camino de crecimiento espiritual, habrá que ir soltando creencias hasta, finalmente, abandonarlas todas. No solo porque se ha descubierto que la mente es incapaz de contener la verdad –y toda creencia es solo una construcción mental, por más que luego se revista a sí misma con apariencia de cualidad sagrada-, sino porque se comprende que el aferramiento a ellas impide abrirse genuinamente a la Verdad.

A partir de ahí, habrá que recorrer necesariamente un camino que conduce de un modo de conocer a otro bien diferente: del conocimiento por reflexión al conocimiento por identidad, tal como apuntaba la cita del Buddha que encabeza estas líneas. Una es la respuesta a la pregunta: “¿Qué me han enseñado?”, y otra bien diferente: “¿Qué puedo saber por mí mismo?”. En el primer caso, nos movemos en el terreno de la mente –conocimiento por análisis y reflexión- (modelo mental); en el segundo, en aquello que podemos percibir cuando la mente se acalla: es el “conocimiento silencioso”, del que han hablado sabios y místicos. Se trata de otro modo de conocer (modelo no-dual), en el que conocemos algo únicamente cuando lo somos; de ahí que podamos llamarlo conocimiento por identidad.

¿Y qué puedo saber por mí mismo? Una sola cosa: que soy; que estoy presente y que soy consciente. Si queremos recogerlo en una expresión mental, quizás podría decirse de esta manera: lo único que sé por mí mismo es que soy presencia consciente. Esa, y no otra, es nuestra verdadera identidad. Eso, y nada más, es lo que queda cuando caen todas las creencias. Y ese es el camino de la liberación porque se ancla en la verdad de lo que es.

Lógicamente, esa misma expresión sigue siendo mental –no podemos expresarlo de otro modo-, pero el contenido de la misma no es ya una creencia, sino algo experimentado de tal manera que constituye nuestra única certeza: no soy nada que pueda observar –todo ello es solo “objeto”-, sino Eso que observa…, y que se halla siempre a salvo: la consciencia de ser.

Semana 7 de agosto: LUCIDEZ CÓSMICA

Arco iris.2El yo bien conectado no depende de que las cosas estén a su servicio, de que se convierta en el centro del universo, de que lo jaleen. El yo sano es contemplativo. Todo gira y se armoniza desde el fondo de su corazón. Pero hoy solo sabemos escuchar por los auriculares de la compra y venta, del éxito, de la belleza convencional que dictan los grandes de la moda y la cultura; de los grandes oligopolios y multinacionales de la comunicación; de lo que es “in y súper o híper o fenomenal”, de lo que renta…

Sin embargo, mi energía es solo una chispa de la hoguera del universo. Mi conciencia es solo un resplandor de todo el sol. Lumbre

Solo alcanzo lucidez si estoy conectado a esa luz superior y total.

Cuando no me limito a mí mismo por mis propias chorradas, despierto.

El silencio me hace crecer en todas direcciones, me expande, me libera.

Yo hago silencio cuando me suelto a mí mismo, y suelto ideas, esquemas, formulaciones. Perderse es encontrarse. (Lo decía Jesús de Nazaret. Lo que pasa es que lo han estropeado con ascética, cilicios y mortificaciones. Él se refería al ego, al personaje ese en el que hemos centrado todo).

De esta forma asisto desde lo que aparece a lo que no aparece, de lo visible a lo invisible, de lo particular a lo universal, de lo terrenal a lo cósmico.

Uno con el mar. Uno con el fuego. Uno con el aire. Uno con la tierra.

Cuando más allá esté, más aquí me descubriré. Mirar es renacer. Te abrirás a lo cósmico en cada brizna de la realidad.

Pedro Miguel LAMET, en Revista 21, noviembre 2015, p.53.

Semana 31 de julio: EDUCACIÓN EMOCIONAL

Educación emocionalEDUCACIÓN EMOCIONAL

Pensando en los niños: meditación y aprendizaje

 

Entrevistas de Eduard Punset con Linda Lantieri, experta en aprendizaje social y emocional, y con Mark Greenberg, psicólogo del Penn State’s College de Salud y Desarrollo Humanos.

«La facultad de traer voluntariamente de vuelta una y otra vez la atención dispersa es el origen del juicio, el carácter y la voluntad» (William James).

 Eduard Punset:

Linda, esta vez estamos en Washington. Ya habíamos coincidido en Europa y fue maravilloso. Me encanta tu libro y tu experiencia en el aprendizaje social y emocional. Y me pregunto, ¿sabes? Ahora que se celebra en Washington este congreso increíble, esta conferencia llamada Educando a los ciudadanos del mundo para el siglo XXI, ¿hay alguna primicia en relación con tu trabajo, el de Dan Goleman y los demás expertos? ¿Cuáles son las novedades respecto al sistema de educación social y emocional? ¿Qué podemos esperar de esta conferencia?

Linda Lantieri:

Ante todo, ¡es fabuloso estar de nuevo contigo!

Eduard Punset:

¡Muchas gracias!

Linda Lantieri:

Estoy muy contenta de que participes en este acto con nosotros y nos ayudes a documentar lo que está pasando. Se trata de una conferencia histórica, uesto que en ella se reúnen los neurocientíficos y los contemplativos, los que han realizado mucho trabajo interior con la comunidad educativa. Y cada grupo puede aportar información nueva para que aprendamos los unos de los otros. Es lo que esperamos que suceda en la conferencia. En cuanto a tu pregunta sobre qué novedades hay en el aprendizaje social y emocional, cabe decir, ante todo, que este trabajo con prácticas contemplativas para enseñarles a los profesores y a los jóvenes a entrenar la mente y controlar las emociones no es algo nuevo para la educación social y emocional, pero formar a las personas para que lo hagan intencionadamente sí que es nuevo y lo apasionante es que muchos de los que empezamos a realizar este tipo de trabajo con los niños tenemos la sensación de que puede acelerar su capacidad de ser más afectuosos y compasivos.

Eduard Punset:

¿Se ha podido evaluar lo poco que se ha realizado en la aplicación del pensamiento contemplativo a la educación de los niños?

Linda Lantieri:

Sí, justo ahora empezamos a hacerlo. En primer lugar, hay que decir que, en el ámbito de las prácticas contemplativas y de sus beneficios potenciales, la mayor parte del trabajo hasta la fecha se ha llevado a cabo con adultos. Sin embargo, algunos de nosotros hemos realizado pequeños estudios, como el trabajo en la ciudad de Nueva York, por ejemplo, tras el 11 de septiembre de 2001. Me pidieron que ayudara a las escuelas de la Zona 0 a recuperarse, ¡y fue una tarea enorme! Me percaté de que necesitaban mucho trabajo interior para empezar. Por eso empecé a abrirme a la idea de que tal vez necesitábamos añadirle algo al aprendizaje social y emocional que nos ayudara.

 Eduard Punset:

Cuando hablas de trabajo interior, ¿a qué te refieres? ¿A mirar en nuestro interior, a contemplar?

 Linda Lantieri:

No exactamente. Entre los componentes de la inteligencia emocional está la conciencia de uno mismo, y también el control de las emociones, la relación con los demás y la capacidad de tomar buenas decisiones. Todo eso ya está incluido. A lo que me refiero es a ayudar a las personas para que entrenen voluntariamente la mente, ya sea mediante algo como la meditación, o bien a través de lo que denominamos «el rincón de la paz» en las aulas, un sitio al que los niños puedan ir para estar en calma, apaciguar la mente y empezar a centrar la atención.

 Eduard Punset:

Y, para el futuro, ¿en qué estáis pensando?

 Linda Lantieri:

Creo que lo importante es que ahora sabemos que el cerebro tiene mucha, mucha plasticidad. Y estamos aprendiendo que nuestras experiencias lo moldean.

 Eduard Punset:

Es verdad.

 Linda Lantieri:

Así que nos planteamos lo siguiente: ¿qué pasa con las experiencias para calmar la mente y centrar la atención? ¿Qué sucedería si lo cultiváramos en los niños, si aumentáramos la repetición de esa experiencia en sus vidas mediante la práctica regular, por ejemplo? ¿Acaso cambiaría su manera de aprender, su manera de dominar las emociones durante el resto de su día a día?

Déjame explicarte brevemente un pequeño estudio que ya hemos realizado en Nueva York a través del Inner Resilience Program. El estudio contó con la participación de unos 855 estudiantes de hasta 11 años, y fue un estudio aleatorizado y controlado, con un grupo de tratamiento y un grupo de control, así como 57 profesores. Lo primero que descubrimos es que se produjeron cambios significativos en los profesores. Acabaron menos estresados… Los profesores que están menos estresados son más felices y más conscientes de los niños y de sus necesidades. ¿Y qué descubrimos con los estudiantes? Pues dos cosas: por un lado, una disminución de los niveles de frustración y, por otro, un aumento de una sensación que en este estudio llamamos «autonomía», es decir, los niños sentían que tenían voz en la clase, que el aula era una comunidad de aprendizaje democrática donde su opinión contaba y se les escuchaba. Ambas cosas, la menor frustración y la mayor autonomía, sin duda aumentan las posibilidades de que nuestros niños aprendan en general, tanto si educamos el corazón como la mente.

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 Eduard Punset:

Mark, trabajas en el campo de la prevención de problemas. Y mi primera pregunta sería la siguiente: en la educación, ¿qué intentáis prevenir?

 Mark Greenberg:

Pues bien, en la investigación preventiva con niños, lo que intentamos es evitar un conjunto de problemas comunes que pueden presentarse en los niños: la agresividad, el mal rendimiento en las aulas, la falta de atención… Cuando alguien es agresivo, no presta atención y, a menudo, no obtiene muy buenos resultados en lectura o matemáticas. Pero pensamos en la prevención no solamente como una manera de prevenir un problema, sino especialmente de reforzar el desarrollo del niño e instaurar una serie de factores protectores. Por eso, nos interesa empezar con los niños de 3 ó 4 años y ayudarles a calmarse cuando se alteren, incluso a conocer sus sentimientos, saber cuándo están disgustados y desarrollar una sensación de autoconciencia.

 Eduard Punset:

¿Y cómo se puede ayudar a un niño a que se calme cuando está alterado?

 Mark Greenberg:

Pues se puede hacer de muchas maneras, pero con los niños más pequeños, si empezamos sobre los 3 ó 4 años, lo hacemos contándoles una historia sobre una pequeña tortuga. La tortuga tiene muchísimos problemas para llevarse bien con sus amigos, tiene problemas de disciplina en clase, y a veces se pone muy nerviosa por algo que le dice su madre o su profesor. Pero aprende a meterse dentro de su caparazón y a respirar profundamente y calmarse. Utilizamos la metáfora de la tortuga y, cuando los niños se alteran, les pedimos que hagan esto. Si un alumno tiene problemas en la escuela cuando estoy allí de profesor, le puedo decir al niño que está empezando a descontrolarse «tal vez es un buen momento de hacer la tortuga». Esto significa que cruce los brazos y que respire profundamente, y que luego me diga cómo se siente. De esta manera, enseñamos a los niños cosas sobre el cuerpo, sobre cómo pueden utilizarlo junto con la respiración para aprender a calmarse.

 Eduard Punset:

¡Nadie lo ha hecho antes!

 Mark Greenberg:

No, no se ha hecho. Y hemos demostrado, mediante una serie de estudios aleatorizados durante 30 años, en Estados Unidos, Suiza, Países Bajos y varios lugares que, cuando se les enseña a los niños estas habilidades para calmarse, y se les enseña cómo identificar sus sentimientos, pero también cómo hablar adecuadamente sobre cómo se sienten, mejoran de un modo natural sus habilidades para relacionarse con los demás, y también mejoran sus habilidades académicas. Porque el niño no es más que uno, el cerebro no es más que uno, no hay un cerebro emocional y un cerebro cognitivo, y cuando la capacidad de prestar atención, calmarse y hablar eficazmente de los sentimientos se combina en el desarrollo de un niño, todo funciona mejor.

 Eduard Punset:

Hablas de la enseñanza como una manera de cambiar la manera de ser del niño, su manera de sentir sobre la agresión o la compasión. ¿Crees que todo esto evolucionará y, al final, cambiará la sociedad para siempre?

 Mark Greenberg:

Creo que sí, me parece que hay una transformación que ya está en marcha, la vemos en varios países. Por ejemplo, en algunos estados de Estados Unidos (Illinois, por poner un caso) todas las escuelas deben elaborar ahora un plan para el aprendizaje social y emocional de los niños, del mismo modo que tienen un plan para la lectura o las matemáticas.

 Eduard Punset:

¿Ya tienen que hacerlo?

 Mark Greenberg:

Tienen que hacerlo por ley. Y en la Columbia Británica, en Canadá, el objetivo de responsabilidad social se considera al mismo nivel que el objetivo de desarrollo académico. En Inglaterra, se reserva un rato cada semana (por lo menos dos veces por semana) para el desarrollo social y emocional de los niños, como parte del plan de estudios nacional.

 Eduard Punset:

¿Y disponemos de los profesores adecuados para eso?

 Mark Greenberg:

Pues sí, la siguiente pregunta es: ¿cómo podemos formar a los profesores para que lo enseñen bien? No existe ni una sola universidad en el mundo (por lo menos que yo sepa) que exija que los profesores, durante su formación, reciban clases sobre desarrollo social y emocional. Por no hablar de que muchos profesores, por lo menos según lo que sabemos en Estados Unidos e

Inglaterra. Alrededor del 50% de profesores dejan la profesión durante los primeros cinco años, y eso es porque enseñar es muy…

 Eduard Punset:

¿Cuántos?

 Mark Greenberg:

Alrededor del 50%.

 Eduard Punset:

¡¿El 50%?! La mitad…

 Mark Greenberg:

La mitad de los profesores. Tenemos ahí una gran pérdida de capital social: estamos formando a muchísimos profesores que no permanecerán en la profesión. Y, entre otras cosas, se debe a que es un trabajo muy difícil: muchos profesores se agotan emocionalmente y acaban quemándose. Creemos que uno de los motivos es que ellos mismos no aprenden muchas de las habilidades sociales y emocionales que pueden ayudar a crear el tipo de cultura en el aula que calme a los niños, les enseñe a llevarse bien entre sí y a ser más compasivos.

 Eduard Punset:

Ahora los expertos como tú nos decís que es muy importante hacer algo para impartir una clase que ayude al niño a desarrollar sus propias actitudes, sus propios puntos fuertes, su propia vida. Pero esto no es nada fácil, ¿no?

 Mark Greenberg:

Bueno, no es tan difícil como parece. Hasta ahora lo que hacíamos con los profesores era presionarlos, muchas veces, para que se centraran únicamente en lo académico, solamente en la lectura, las matemáticas y las ciencias. Y en eso se han convertido: en profesores de lectura, de matemáticas y de ciencias. Pero la mayoría de profesores eligieron la profesión porque querían llevarse bien con los niños. Les gustan los niños y quieren pasar tiempo con ellos, educarlos, prepararlos para la vida. Y conforme se lo vamos permitiendo y les brindamos más habilidades para hacerlo, descubren que disfrutan mucho más enseñando.

 Eduard Punset:

Y que quizá pueden ayudar al niño a desarrollar su propia vocación o sus cualidades.

 Mark Greenberg:

Eso es. Por ejemplo, en uno de nuestros proyectos, hemos trabajado con profesores para enseñar un plan de estudio a los niños sobre emociones y autocontrol, y hemos descubierto que los profesoras enseñan mejor en un estudio aleatorizado comparado con otros profesores, enseñan más eficazmente, pero también hemos visto que la conducta de los niños mejora… y no solamente mejora su conducta, sino también sus habilidades cognitivas. Todo esto va de la mano. Cualquier director de escuela te hablará de los niños que los profesores mandan a su despacho, y no son niños que necesariamente tengan un nivel bajo de inteligencia, pero sí son problemáticos, son un problema en el aula. Con el tiempo, estos niños se volverán más y más difíciles, y muchos de ellos dejarán los estudios sin terminar. Sin embargo, los problemas de estos niños no son cognitivos, radican en su capacidad de hacer una cosa muy simple (porque, si lo pensamos, es simple): calmarse cuando están alterados, tener buenas amistades y pensar en los sentimientos y las necesidades de los demás. Y, conforme vamos enseñando estas habilidades, descubrimos que se pueden enseñar, igual que se puede enseñar la lectura o las matemáticas, y vemos que los niños mejoran espectacularmente.

Programa “REDES”. Título: “Meditación y aprendizaje” – emisión 50 (20/12/2009, 21:00 hs) – temporada 14;
http://www.redesparalaciencia.com/1799/1/redes-50-meditacion-y-aprendizaje

Semana 24 de julio: LA PRIMERA CREENCIA ERRÓNEA

Quien soy yoCUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?

5. La primera creencia errónea: la creencia sobre «mí»

¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí- condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás.

         Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”. Quien soy yo.3

Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí.

         Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quien soy y accedo a mi (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo- “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí.

¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye.

En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres.

Quien soy yo.4Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?).

Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto.

Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera- del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada.

Quien soy yo.2Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello. 

Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es.

Camino AmezketaDescubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad.