Semana 19 de junio: LA ENCRUCIJADA RELIGIOSA

Zumaia nocheCUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?

1. Ante la encrucijada religiosa

El término “encrucijada” evoca la apertura de varios caminos o posibilidades, y remite a la necesidad de tomar una decisión, que puede suponer acierto o error.

En principio, la encrucijada suele ponernos en estado de alerta y, con frecuencia, viene acompañada de un cierto temor.

No es extraño: su propia etimología –de “cruz”- pone de manifiesto su componente doloroso, incluso traumático en ocasiones.

Así entendida, encrucijada es sinónimo de crisis. Y puede presentarse en cualquier ámbito de la existencia humana.

Ahora bien, lo decisivo no es tanto la crisis –la encrucijada-, cuanto el modo de vivirla. Cuando este es adecuado, aquella se convierte siempre en oportunidad de vida. Y se experimenta que es condición prácticamente indispensable para el crecimiento. Porque, como dijera Carl Jung, “no es posible despertar a la consciencia sin dolor”.

La pregunta, por tanto, que resulta decisiva parece ser la siguiente: ¿Cómo o desde dónde vivir las encrucijadas?

Podría decirse que, genéricamente, solo hay dos posibilidades: desde el yo (ego) o desde la sabiduría.

Vivirlas desde el yo significa afrontarlas desde el miedo, la necesidad, el gusto, el apego, la norma o la rutina… Es sabido que el ego funciona por el mecanismo del apego (a lo que le agrada) y la aversión (hacia lo que le desagrada). Y que se mueve desde el gusto, la norma o la costumbre. Por ello, ante una encrucijada, pone en marcha aquellos modos de funcionar a los que está acostumbrado, y con los que trata, antes que nada, de fortalecerse, protegerse o defenderse. Con tales actitudes, no parece que sea este el camino para que la crisis pueda mostrarse como oportunidad de crecimiento.

Sin embargo, las encrucijadas pueden afrontarse también desde la sabiduría. Ahora bien, la sabiduría no es algo “añadido”, sino nuestra verdadera identidad. Ella sabe cómo vivirlas; pero requiere que estemos conectados a ella.

Porque la sabiduría no es una cualidad que pudiéramos tener o no tener, sino nuestro centro más íntimo; la consciencia, fuente de donde todo brota; la Inteligencia creativa: eso es lo que somos. Y solo desde ahí la encrucijada se resuelve adecuadamente.

Aunque, en rigor, no “tenemos que” resolverla; ella misma se “desenvolverá” del modo ajustado. Solo requiere que “bajemos” del estado mental (yo) al estado de presencia (consciencia), permitiendo que la Vida fluya a través nuestro.

 

En esta serie de textos breves, me voy a referir a la cuestión de la “encrucijada religiosa” que nos ha correspondido vivir. ¿Qué ocurre con las creencias y, en particular, las creencias religiosas, cuando empiezan a tambalearse? ¿Cómo afrontar sabiamente esa encrucijada que, en mi opinión, constituye una característica de nuestro momento histórico? ¿Cómo afrontar la crisis de las creencias que tal vez en algún momento creímos que nos otorgaban plena seguridad?

En entregas sucesivas, trataré de desarrollar la respuesta en varios puntos:

  • Creencias: su aportación, sus riesgos y su inconsistencia.
  • Salir del absolutismo y del relativismo
  • ¿Qué son en realidad las creencias?
  • ¿Cómo salir del hechizo mental?
  • Cuando caen las creencias, ¿qué queda? Los mapas y el territorio.

Semana 19 de junio: BÚSCAME EN LA ESPUMA

Espuma“Con cada ola que mi Océano barre la orilla en que te hallas, voy a tu encuentro sin cejar nunca en mi empeño, porque infinita es mi paciencia e inexorable es mi determinación.

Escuchas el rumor de mi voz, admiras el poder de mi corriente, sientes que te acaricia la profundidad de mis vientos. Pero ¿te percatas de la espuma?

En verdad, no soy mar, ni ola, ni rumor, ni viento. Soy la espuma que brota de la cresta de ola y que desaparece de inmediato ante tus ojos.

Búscame, pues, en la espuma. Si eres de los valientes, zambúllete en mi Océano, aunque no esperes emerger de nuevo a la superficie, porque perderás completamente tu forma y te disolverás en mí.

Serás entonces gota entre las gotas de mi Ser. Luego te resucitaré desde mis profundidades y haré que brotes cual espuma sobre la cresta de mi ola.

¿Qué sería del mar sin las gotas? No sería el mar.

¿Y que sería de las gotas sin el mar? Se evaporarían al instante”.

 

(IBN ARABI, Murcia 1165 – Damasco 1240, El libro de las teofanías, citado en Javier MELLONI, Sed de Ser, Herder, Barcelona 2013, p.9).

Semana 12 de junio: SOBRE EL SILENCIO

AtardecerEl silencio es nuestra naturaleza real.

Lo que somos fundamentalmente es solo Silencio.

El Silencio está libre de principio y de fin.

No tiene causa.

En el Silencio todos los objetos tienen su origen. Es la luz que da a los objetos su forma. Todo movimiento y actividad es armonizado por el Silencio.

El Silencio disuelve todos los objetos.

 No tiene opuesto, ya que no tiene nada que ver con la mente.

No puede ser definido, pero se puede sentir directamente porque es lo más cercano a nosotros.

El Silencio es libertad sin ninguna restricción o centro.

Es nuestra totalidad, ni dentro ni fuera del cuerpo.

El Silencio es alegría ni placer; no es psicológico.

Es sentir sin que haya alguien que siente.

El Silencio no necesita intermediario.

El Silencio es sagrado. Es sanador.

En el Silencio no hay miedo.

El Silencio es autónomo igual que el amor y la belleza.

El tiempo no lo toca.

El Silencio es meditación libre de toda intención, libre de un meditador.

El Silencio es la ausencia de uno mismo; o más bien, el Silencio es la ausencia de la ausencia.

 El sonido que viene del Silencio es música.

Toda actividad es creativa cuando viene del Silencio.

El Silencio precede al hablar, precede a la poesía, a la música y a todas las artes. Es el origen de toda actividad creativa; lo que es verdaderamente creativo es la Palabra, es la Verdad.

El Silencio es Palabra y es Verdad.

El que está establecido en el Silencio vive en una constante ofrenda, en oración sin pedir nada, en agradecimiento, en continuo amor.

Jean KLEIN.

Semana 5 de junio: DESAPRENDER

Caracol.1Aquí estoy, donde nunca hubiera podido imaginar.
Cada día más, me habita la certeza de que no he elegido estar donde estoy ni decir lo que digo.
No he elegido estar aquí.
Todo se ha ido dando, en una coherencia admirable, que solo he podido percibir a posteriori.
Constituye para mí una evidencia el hecho de que he sido –estoy siendo- conducido hacia donde “no sé” a partir de lo que “creía saber”…

Creía saber qué era “creer” y quién era “Dios”; quién era “yo” y qué era mi “vocación”.
Y se me ha regalado percibir la realidad de una manera tal, que ha dado la vuelta a todas mis ideas y creencias.
Había creído en un Dios personal, Padre amoroso…, y descubrí que, aun sobre la base de una intuición sabia, esa idea era fruto de un proyección mental. No me resultó fácil decir adiós a aquel dios en quien había creído sostener mi vida y mi propia identidad. Fue necesario un duelo intenso en el que llorar -y despedirme de- mis sentimientos de orfandad y de culpa.
Y, sin embargo, en este nuevo desaprendizaje, la caída de dios me mostró a Dios.
El camino empezó queriendo “acercarme” a Dios y “encontrarme” con él. Y se me ha hecho ver que entre Dios y yo no hay distancia para un camino: somos no-dos.

Tuve que fortalecer mi yo y llegué a identificarme con él, con sus necesidades, sus deseos y sus miedos, sintiéndome con frecuencia como si estuviera en una noria cansina. Y se me ha hecho descubrir que ese yo no tiene nada que ver con mi verdadera identidad.
Crecí identificado también con una creencia, recibida como “la verdad”, a la que me aferraba en busca de la seguridad que mi yo necesitaba. Y se me ha hecho patente que es necesario dejar caer todas las creencias, porque terminan convirtiéndose en obstáculo para abrirse a la verdad. He visto que la Verdad es inapresable, que no se la puede pensar, aunque se la puede “ser”. Y, al serla, se la conoce y se muestra en su radiante luminosidad.
Me moví en un mundo de dualidades, fronteras y etiquetas. Y me han abierto los ojos para ver que todo lo que se muestra no es sino expresión y despliegue de lo Único real, el Misterio del Ser, el Fondo de todo fondo, la Mismidad de lo que es; que todo lo que pasa no es sino la otra cara de Lo que es.
Busqué la salvación en el mundo de las formas. Y se me hizo caer en la cuenta de que ese es solo un mundo onírico, del que hay que despertar.
Me devané intentando hallar el sentido de mi existencia -¿para qué estoy aquí?-. Y se me regaló la plenitud de sentido en cuanto pude detener mi mente: vi que el sentido no es algo “añadido” a la existencia, sino otro nombre más de lo que es, de lo que somos. Y que, silenciada la mente, se muestra por sí mismo en plenitud.
Me fatigué desde un perfeccionismo cuya meta era siempre “hacer”. Y se descorrió el velo que me permitió reconocer que se trata solo de ser, y que todo lo demás “se da por añadidura”.
Creí encontrar en Jesús el “salvador” de mi vida. Y se me mostró que todo está ya “salvado”, que no hace falta sino “verlo”, y que Jesús no era alguien separado, sino mucho más: nada menos que un “espejo” nítido y radiante en quien ver reflejada mi (nuestra) verdadera identidad.
Crecí en una religión que me ofrecieron como “la verdadera”. Y se me ha ofrecido palpar el “territorio” al que todas las religiones, como mapas, conducen: la espiritualidad transconfesional y transreligiosa.
Fui ordenado sacerdote en el marco de una religiosidad y teología dualista. Y, sin saber previamente cómo, me he visto traído a una vivencia universal que trasciende roles y etiquetas.

Pero aún faltaba el aprendizaje mayor. Desde niño crecí pensando que tenía que ser “alguien”, que todo dependería de mi esfuerzo, que tenía que aprender a controlar todo… El objetivo, aunque no siempre explícitamente declarado, no era otro que fortalecer el sentimiento de la que consideraba mi identidad: llegar a ser yo. Había aprendido que ese era el objetivo último de la existencia, y que a ello debían encaminarse todos los esfuerzos…
Y, de pronto, de manera imprevista y sorpresiva, se me hace ver que también ese yo era solo otra creación mental. No existe tal cosa como “yo”; eso es solo un personaje del sueño, una “forma”, una apariencia… Veo claro que lo que soy es Consciencia, Vacuidad, Espaciosidad…, compartida con todas las otras “formas”. Cae toda apropiación. No hay nadie que haga nada. Y, sin embargo, todo se hace.  Cae igualmente todo orgullo y toda culpa.

Y aquí estoy… Aquí he sido conducido…
Por caminos de soledades y de plenitud, de “no saber” y de evidencias, de desconcierto y de luz, de resistencias y de entrega…, hasta la rendición ante Lo que es.

Necesito seguir expresando todo esto, aun siendo consciente de que, al hacerlo, vuelvo a caer en la dualidad –las palabras y los conceptos no pueden superar esa barrera-, pero sé bien que, en realidad, no es “nadie” quien esto expresa.
Celebro con gozo la Unidad que somos, lo único realmente Real, La Consciencia una que sostiene las mil formas aparentes, la Vida que juega a “disfrazarse” en cada uno de nosotros.

Celebro el desaprender… Solo queda Admiración y Gratitud.

Semana 5 de junio: EL SOL Y EL SAUCE LLORÓN

Sol y sauceEn la foto las ramas de un sauce llorón forma una cortina natural delante del sol durante un amanecer en Maollnow, Alemania. Puede servirnos para la meditación de hoy. ¿Con quién te identificas, con el sol del amanecer o con el sauce llorón? Quizás con los dos, porque en todos nosotros conviven la alegría y la tristeza.

Pero investiga de dónde nace tu tristeza. Le echamos la culpa a lo que llamamos la realidad, las limitaciones de la vida. Antes me quería, ahora no me quiere. Antes estaba sano, ahora estoy enfermo. Antes tenía esto y aquello, ahora no lo tengo.

Pero esos problemas no están ahí, sino en mi modo de verlos, en la mente humana. En mis apegos, en mis miedos. Tan claro es que en la realidad no están los problemas que, si yo desaparezco, la realidad sigue su camino, como si nada: el trigo crece en el campo, el panadero sigue horneando pan, y alguien hace el amor o da a luz. Eres tú el que se siente herido, es tu yo-mente el que sufre. Tú eres libre para unirte a la nube de negatividad, de tristeza, de llanto, o dejarla pasar, no identificarte con ella y mirar más a fondo, donde siempre eres sol de amanecer.

¿Quieres aplauso, glamour, riqueza, posesiones? Te equivocas, tú puedes ser feliz sin todo eso. Tú no eres tus apegos. En la Bhagavad Gita, el libro sagrado de los hindúes, el Señor Krishna dice a Arjuna: “Aunque esté hundido en el fragor de la batalla, él mantiene su corazón el mantiene su corazón a los pies de loto del Señor”. Y el gran Maestro Eckhart: “Dios no se alcanza mediante un proceso de adición a nada en el alma, sino por un proceso de sustracción”. Ignacio de Loyola lo llama ponerse “indiferente”, situarse en aquello para lo que he sido creado, en el amor. Di ahora: “Más allá de las lágrimas soy amor”.

La gente exclama: “Me siento bien porque el mundo está bien”. Eso es incorrecto. Debes decir: “El mundo está bien porque me siento bien”.

“Aunque diera todo a los pobres y mi cuerpo a las llamas –escribe Pablo-, ¿de qué me serviría si no amo?”. Esa es la clave. Pero si amas, no acapares, no intentes conformar al otro a tu imagen. Deja ser al otro como es, no como quieres que sea. Porque los lazos que se basan en deseos son muy frágiles. Hoy la sociedad nos tiene programados: “Sé como te dice mamá publicidad”. Frase genial la de Tony de Mello: “Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melodía la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno de su música”. Se trata de mirar al sol que amanece más allá de del sauce llorón. Conéctate con el sol, pues él siempre está ahí.

Pedro Miguel LAMET, El sol y el sauce llorón, en Revista 21, mayo 2016, p. 53.

Semana 22 de mayo: PRÓLOGO AL LIBRO DE VICENTE SIMÓN

VICENTE SIMÓN, CubiertaVICENTE SIMÓN, Para cuando sufras. Versos, mindfulness y sabiduría, Sirena de los Vientos, Madrid 2016.

PRÓLOGO

Consciente o no de ello, parece innegable que el ser humano va buscando sabiduría, aquel saber sabroso –la sabiduría nace del saboreo de lo experimentado- que se traduce en comprensión y que es fuente de libertad interior, de plenitud y de felicidad.

Hay un dinamismo en todos nosotros que nos impele a esa búsqueda. Por más que en ocasiones tratemos de adormecerlo o incluso negarlo, por más que en otras intentemos compensarlo y reducirlo a la mera erudición, por más incluso que queramos perdernos en distracciones, el impulso permanece. Y no es difícil, si se mira con limpieza, percibirlo como expresión de la Verdad que busca abrirse camino.

En su camino, la Verdad irá deshaciendo una a una todas nuestras creencias –los pequeños “mapas” que nuestra mente había construido-, hasta dejarnos desnudos y, por ello mismo, capaces de acogerla; hasta poder rendirnos y, en la misma entrega a lo que es, descubrir el secreto último que la existencia encierra, y que tan magníficamente supo expresar aquel gran poeta que fue Jorge Guillén: “Solo ser. Nada más. Y basta. Es la absoluta dicha”.

La palabra sencilla y sabia –profunda por humilde- de Vicente Simón nos introduce amablemente en esa misma sabiduría. Psiquiatra, catedrático de psicobiología y pionero impulsor de los programas del “mindfulness” en España, Vicente –autor de libros valiosos en ese tema- nos regala ahora esta colección de poemas, en los que aparece, sin pretenderlo, el secreto que ha inspirado y sigue inspirando toda su trayectoria profesional. Se nos muestra el hombre que ha buscado, luchado y experimentado. Y eso es lo que ahora comparte y nos regala: unos textos que derrochan sabiduría –aquel saber sabroso-, que es luz y es humildad. Por lo que, a medida que el lector se va dejando tomar por ellos, se descubre a sí mismo asintiendo a lo que lee, hasta terminar exclamando con el autor: “¡Es todo tan sencillo…!”.

Este es el don de Vicente: hablar con la sencillez y la humildad de quien se ha desnudado ante la Verdad y de quien ha visto (y comprendido) que, en rigor y más allá del juego de las apariencias, realmente todo es muy sencillo. Esto convierte a sus poemas en “recordatorios” para conectar con nuestra propia verdad ya que, como él mismo dice en uno de ellos, a los humanos nos resulta demasiado fácil olvidarnos de lo que somos.

En realidad, cada poema viene a recordarnos siempre la misma verdad: como han afirmado los sabios –desde Jesús de Nazaret hasta Nisargadatta o Ramana Maharshi-, nuestra verdadera identidad es “YO SOY”: ignorarlo es esclavitud (al ego) y sufrimiento; comprenderlo es liberación y gozo.

Pues bien, como decía, Vicente tiene el don de facilitarnos el acceso a esa comprensión de un modo sencillo y cordial: de ahí que resulte fácil reconocerse en sus textos y adentrarse en la sabiduría que proponen. La clave es simple: poner atención; atender y entregarse a lo que es. Como un estribillo, esta consigna vuelve una y otra vez a lo largo de todos los poemas.

Es la atención, no el pensamiento, la que nos permite comprender. Y cuando comprendes –nos recordará Vicente- te rindes, y cuando te rindes comprendes. Y amas. El poeta sabe que la vida no es un sustantivo –algo cerrado y estático-, sino un verbo, o mejor aún, un gerundio. La vida es siempre un viviendo, un siendo en cada instante. Pero eso únicamente puede verse desde la atención: es esta la que nos hace descubrir que, más allá del juego del espacio y del tiempo creados por la mente, somos eternidad, es decir, pura Presencia. La atención nos hace caer en la cuenta de algo elemental que, sin embargo, nos pasa desapercibido: “si te das cuenta, / es que eres”. Con lo que volvemos al principio de la sabiduría: la única certeza es la certeza de ser, el “YO SOY”.

Por ello, esta hermosa colección de poemas constituye una ferviente llamada a la realidad y, por tanto, a la verdad. Desnudando las creencias con que se maneja el ego o la mente (“Esto no debería ser así, aquello debería ser de otro modo…”), la verdad nos muestra que somos uno con el Fondo de todo lo real. Y que la Realidad una, por más que habitualmente la pensemos como “externa” a nosotros, constituye nuestra propia esencia.

Los poemas nos vienen a recordar que esa comprensión se traduce necesariamente en un dejarse fluir marcado por la compasión y la ternura.

El secreto –es necesario decirlo una vez más- radica en el “darse cuenta”, que no es sino otra forma de nombrar la consciencia, la atención o, como dirá el autor, el “saber mirar”… La consciencia (atención), como también se nos recordará, nos hace salir del tiempo y anclarnos en la eternidad; diluye las ideas sobre lo real porque permite la manifestación de la Realidad misma; libera del apego a (identificación con) los pensamientos y de ese modo posibilita la libertad interior y la felicidad. En resumen, nos saca del engaño dualista y nos abre el pasaje a la no-dualidad. Y es que, como dijera el poeta y místico Rumi, “el peregrinaje al lugar de los sabios consiste en encontrar cómo escapar de la llama de la separación”.

Al terminar la lectura, no ya de la colección, sino de cada uno de los poemas de Vicente, me queda un profundo sentimiento de gratitud. Agradezco ser conducido, de modo tan sencillo, a renovar la experiencia de nuestra verdadera identidad, a ejercitarme en vivir desde la sabiduría-comprensión que lleva a amar todo lo que es, todo lo que aparece, hasta “ver la pureza en todo” y estallar con el autor en su mismo grito de gozo y plenitud: “¡Qué feliz soy…, cuando solo soy!”.

La mente no puede comprender ni nombrar la no-dualidad. Sin embargo, poemas como estos son bienvenidos porque ayudan a tomar distancia de ella, salir de su modo de ver, acallarla y, así, trascenderla, facilitando el des-velamiento (aletheia) de lo Real no-dual. Es la meta a la que apunta la sabiduría que, seamos o no conscientes de ella, internamente nos mueve.

Los poemas de Vicente –y este es seguramente su mayor mérito- constituyen una valiosa “puerta de entrada” para quienes buscan sabiduría: iniciar el “peregrinaje al lugar de los sabios” (Rumi), saboreando la verdad y la belleza de la no-dualidad.

Enrique Martínez Lozano