Semana 18 de diciembre: DESDE EL SILENCIO

“Es bueno reconocer que es muy honorable la acción del hombre, el esfuerzo por eliminar el hambre, la violencia, los atropellos; pero hay también una grandeza en la no-acción, en el silencio, en ese consumir las búsquedas del ego. La paz brotará al menguar y desaparecer el ego. Siempre este silencio es humanizador, siempre a favor del hombre. Es muy diferente moverse en el plano del ego a moverse en el plano del silencio, en esa conciencia que está por debajo y que por eso ilumina toda la vida y toda la conducta.

El ego siempre es temeroso, siempre vive en desconfianza; lo propio suyo son los temores, los desconciertos, los estremecimientos porque está empeñado en sobrevivir; pero el entorno y, a veces, las circunstancias no son muy favorables para ello. En cambio en esa conciencia profunda que existe en el silencio no existe el miedo a la muerte, ni existe la desconfianza; existe la confianza en esa fragancia del amor que constantemente abraza, ilumina y transporta al hombre. 

El silencio es un camino para acercarse a este Reino. Es un recorrido largo y poco cómodo, pero conduce a lo verdadero. Y esto es lo mejor del camino. El que emprende este viaje tiene que acomodarse a una nueva atmósfera, a la desnudez en que el silencio nos deja. Este camino hacia ese Reino dentro de nosotros no tiene ningún mapa, es un viaje lleno de silencio y de discreción, por eso mismo pide de nosotros cuidado y diligencia, un estado de alerta. Promover en el mundo este acercamiento del hombre a su conciencia es una de las grandes aventuras que se pueden vivir».

(J.F. MORATIEL, Desde el silencio, Desclée De Brouwer, Bilbao 22011, p.77-78).

Semana 11 de diciembre: ¿QUÉ ES UNA PERSONA?

¿Qué es una persona? He aquí la cuestión más fundamental a la que se enfrentan todas las psicologías. Las diferentes psicologías suponen perspectivas diferentes y subrayan diferentes dimensiones. A partir de ellas construyen lo que con frecuencia parecen imágenes radicalmente diferentes de la naturaleza humana. Por lo común se considera que tales puntos de vista son opuestos; pero es más probable que representen partes de una compleja totalidad multidimensional. El modelo transpersonal que aquí presentamos no se propone negar otros modelos, sino más bien enmarcarlos en un contexto más amplio, que incluya estados de consciencia y niveles de bienestar que no tienen cabida en los modelos psicológicos anteriores.

Las dimensiones principales de este modelo son la consciencia, el condicionamiento, la personalidad y la identidad. Bajo estos encabezamientos resumiremos lo que nos parece representativo de los principios básicos de un modelo transpersonal, y compararemos con ellos los supuestos tradicionales de Occidente.

La consciencia

Este modelo transpersonal considera que la consciencia es la dimensión central que sirve de base y de contexto a toda experiencia. Respecto de la consciencia, las psicologías tradicionales de Occidente han mantenido diferentes posiciones, que van desde el conductismo, que prefiere ignorarla, dadas las dificultades que plantea su investigación objetiva, hasta los enfoques psicodinámicos y humanistas, que la reconocen pero que generalmente prestan más atención a los contenidos que a la consciencia per se, como contexto de la experiencia.

Un modelo transpersonal considera nuestra consciencia habitual como un estado restringido por una actitud defensiva ante la vida. Este estado habitual se encuentra inundado, en medida tan notable como poco reconocida, por un flujo continuo de pensamientos y fantasías, en gran parte incontrolables, que responden a nuestras necesidades y defensas. En palabras de Ram Dass: “Todos somos prisioneros de nuestra mente. Darse cuenta de esto es el primer paso en el viaje de la liberación”.

La consciencia óptima se considera como un estado considerablemente más amplio y potencialmente accesible en cualquier momento, a condición de que se pueda relajar la contracción defensiva. Por lo tanto, la perspectiva fundamental en crecimiento señala la necesidad de abandonar esa contracción defensiva y apartar los obstáculos que se oponen al reconocimiento de esa potencialidad de expansión siempre presente, aquietando la mente y reduciendo la deformación perceptiva.

La tarea fundamental que da la clave de muchas realizaciones es el silencio de la mente. En verdad, cuando se detiene el mecanismo mental se hacen toda clase de descubrimientos, y el primero es que si la capacidad de pensar es un don notable, la capacidad de no pensar lo es aún más.

Desde la perspectiva transpersonal se afirma que existe un amplio espectro de estados ampliados de consciencia, que algunos son potencialmente útiles y funcionalmente específicos (es decir, que poseen algunas funciones no accesibles en el estado habitual, pero carecen de otras) y que algunos de ellos son estados verdaderamente superiores. “Superior” se usa aquí en el sentido de que poseen todas las propiedades y potencialidades de los estados inferiores, más algunas adicionales. Además, una vasta bibliografía proveniente de diversas culturas y disciplinas del crecimiento da testimonio de que tales estados superiores son alcanzables. Por contra, el punto de vista tradicional en Occidente sostiene que no existe más que una gama limitada de estados, por ejemplo, la vigilia, el sueño, la embriaguez, el delirio. Aparte de ello, a casi todos los estados alterados se los considera nocivos y se ve en la normalidad la situación óptima.

Si nuestro estado habitual se considera a partir de un contexto expandido, de ello resultan algunas implicaciones inesperadas. El modelo tradicional define la psicosis como una percepción de la realidad que, además de estar deformada, no reconoce la deformación. Visto desde la perspectiva de este modelo, el nuestro habitual satisface esta definición en tanto que es sub-óptimo, ofrece una percepción deformada de la realidad y no alcanza a reconocer esa deformación. De hecho, cualquier estado de consciencia es necesariamente limitado y solo relativamente real. De aquí que, desde esa perspectiva más amplia, se pueda definir la psicosis como un estar apegado a -o encontrarse atrapado en- un solo estado de consciencia, cualquiera que sea.

Como cada estado de consciencia no revela más que su propia imagen de la realidad, de ello se sigue que la realidad tal como la conocemos (y esa es la única forma en que la conocemos) también es solo relativamente real. Dicho de otra manera, la psicosis es el apego a cualquier realidad aislada. En palabras de Ram Dass: “Crecemos con un plano de existencia al cual llamamos real. Nos identificamos totalmente con esa realidad como algo absoluto y desechamos las experiencias que no son congruentes con ella”.

Lo que Einstein demostró en física es igualmente válido en todos los demás aspectos del cosmos: toda realidad es relativa. Cada realidad es válida solo dentro de determinados límites; no es más que una versión posible de la manera de ser de las cosas. Hay siempre múltiples versiones de la realidad. Despertarse de cualquier realidad aislada es reconocer que su realidad es relativa.

De tal modo, la realidad que percibimos refleja nuestro propio estado de consciencia, y jamás podemos explorar la realidad sin hacer al mismo tiempo una exploración de nosotros mismos, no solo porque somos, sino también porque creamos, la realidad que exploramos.

El condicionamiento

Respecto del condicionamiento, el enfoque transpersonal sostiene que la gente está mucho más encerrada y atrapada en su condicionamiento de lo que se da cuenta, pero que es posible liberarse de él. El objetivo de la psicoterapia transpersonal es esencialmente sacar a la consciencia de esa tiranía condicionada de la mente, una meta que se describe con más detalle en el epígrafe dedicado a la identidad.

Una de las formas de condicionamiento que las disciplinas orientales han estudiado en detalle es el apego. El apego se vincula íntimamente al deseo y significa que el resultado del no cumplimiento del deseo será dolor. Por consiguiente, el apego desempeña un importante papel en la causa del sufrimiento, y para la cesación de este es fundamental la renuncia al apego. La asociación con él trae desdicha interminable. Mientras seguimos apegados, seguimos poseídos; y estar poseído significa la existencia de algo más fuerte que uno mismo.

El apego no se limita a los objetos o personas externos. Además de las formas familiares de apego a las posesiones materiales, a determinadas relaciones y al status quo dominante, puede haber apegos igualmente intensos a una determinada imagen de sí mismo, a un modelo de comportamiento o a un proceso psicológico. Entre los apegos más fuertes que observan las disciplinas de la consciencia están los que nos ligan al sufrimiento y a la sensación de indignidad. En la medida en que creamos que nuestra identidad se deriva de nuestros roles, de nuestros problemas, de nuestras relaciones o del contenido de la consciencia, el apego resultará reforzado por la zozobra de la supervivencia personal. Si renuncio a mis apegos, ¿quién seré y qué seré?

La personalidad

La mayor parte de las psicologías anteriores han concedido un lugar central a la personalidad y, de hecho, muchas teorías psicológicas sostienen que las personas son su personalidad. Es interesante señalar que el título que más comúnmente han recibido libros sobre la salud y el bienestar psicológico ha sido The Healthy Personality (“La personalidad sana”). Por lo común se ha considerado que la salud es algo que implica principalmente una modificación de la personalidad. Sin embargo, desde una perspectiva transpersonal, a la personalidad se le concede relativamente menos importancia. Se la ve más bien como un solo aspecto del ser, con el que el individuo puede identificarse pero sin que sea necesario que lo haga. En cuanto a la salud, se considera que implica principalmente un distanciarse de la identificación exclusiva con la personalidad, más que una modificación de ella.

De manera semejante, el drama o la historia personal que cada uno, hombre o mujer, puede contar de sí mismo se enfoca también desde un ángulo diferente. De acuerdo con Fadiman, los dramas personales son un lujo innecesario que se introduce en un funcionamiento pleno y armónico. Son parte de nuestro bagaje emocional y generalmente para una persona es benéfico alcanzar cierto grado de desapego o desidentificación respecto de sus propios dramas y de los dramas personales ajenos.

La identidad

Es un concepto al que se asigna importancia decisiva y que conceptualmente se extiende más allá de los límites que son tradicionales en Occidente. Las psicologías tradicionales han reconocido la identificación con los objetos externos y la han definido como un proceso inconsciente en el cuál el individuo se asemeja a alguna cosa o siente como alguna otra persona. Las psicologías transpersonales y las orientales también reconocen la identificación externa, pero sostienen que la identificación con procesos y fenómenos internos (intrapsíquicos) es aún más importante. Aquí se define la identificación como el proceso en virtud del cual algo es vivenciado como el sí mismo. Además, este tipo de identificación pasa inadvertido para la mayoría de nosotros, incluyendo psicólogos, terapeutas y estudiosos de la conducta, dada la gran medida en que nos afecta a todos. Es decir que estamos tan identificados que jamás se nos ocurre siquiera cuestionar aquello que con tal claridad nos parece que somos. Las identificaciones consensualmente validadas pasan inadvertidas porque no se ponen en tela de juicio. Es más, cualquier intento de cuestionarlas puede chocar con considerables resistencias. Los intentos de despertarnos antes de tiempo suelen ser castigados, especialmente por quienes más nos aman. Porque ellos, a quienes Dios bendiga, están dormidos. Piensan que cualquiera que se despierte, o que se dé cuenta de que lo que se toma por realidad es un sueño, se está volviendo loco.

El proceso de desidentificación es de muy amplias proyecciones. La identificación de la consciencia con el contenido mental hace que el individuo no llegue a percatarse del contexto más amplio de la consciencia que abarca este contenido. Si la consciencia se identifica con el contenido mental, este contenido se convierte en el contexto a partir del cual se contempla cualquier otro contenido y experiencia mental. Así, el contenido convertido en contexto interpreta ahora otro contenido y determina el significado, la percepción, la creencia, la motivación y el comportamiento, todo de manera que sea congruente con ese contexto y lo refuerce. Además, el contexto moviliza procesos psicológicos que a su vez lo refuerzan.

Por ejemplo, si el individuo acierta a pensar “estoy asustado”, y al observar ese pensamiento lo ve como lo que es, o sea nada más que otro pensamiento, entonces ejerce poca influencia sobre él. Sin embargo, si se identifica con él, entonces la realidad en ese momento es que el individuo está asustado y es probable que genere toda una serie de ideas y emociones de miedo y se identifique con ellas, que interprete como miedo sentimientos todavía inciertos, que perciba el mundo como atemorizante y que actúe de manera temerosa. Es decir que la identificación moviliza un proceso profético que se autorrealiza, en virtud del cual la vivencia y los procesos psicológicos validan la realidad de aquello con lo cual el sujeto estaba identificado. A la persona identificada con la idea de “estoy asustado” le parece que todo demuestra la realidad y la validez de su miedo.

Recuérdese que la identificación hace que la persona no se percate del hecho de que su percepción emana de la idea de “estoy asustado”, porque ahora esta idea no es algo que se puede ver, sino más bien aquello a partir de lo cual se ve y se interpreta todo lo demás. La consciencia, que podría ser trascendente y estar más allá de cualquier toma de posición, se ha visto ahora restringida a considerar el mundo desde una única perspectiva que se autovalida. Es similar al proceso que se da con los modelos no reconocidos, tal como lo describimos antes. Estamos dominados por todo aquello con lo cual nuestro ser se identifica. Podemos dominar y controlar todo aquello de lo que nos desidentificamos. En tanto que estamos identificados con un objeto, eso es servidumbre.

Es probable que las ideas y creencias constituyan los operadores o algorritmos que construyen, median, guían y mantienen la restricción identificatoria de la consciencia y actúan como modelos limitadores de quienes creemos ser. Como tales, deben estar abiertos a la identificación con el fin de permitir el crecimiento. Es posible que las creencias sean adoptadas como decisiones estratégicas y defensivas referentes a quiénes y qué debemos ser para sobrevivir y funcionar de manera óptima.

Cuando se recuerda que por lo común la mente está llena de ideas con las que nos identificamos sin saberlo, se hace obvio que nuestro estado de consciencia habitual es un estado en el que nos encontramos, literalmente, hipnotizados. Como en cualquier estado hipnótico, no es necesario que haya reconocimiento alguno del trance ni de la restricción de la consciencia que lo acompaña, ni tampoco recuerdo de la sensación de identidad previa a la hipnosis. Mientras estamos en trance, lo que pensamos que somos son las ideas con las que nos identificamos. O dicho de otra manera, los pensamientos de los que todavía no nos hemos desidentificado, crean nuestro estado de consciencia, nuestra identidad y nuestra realidad.

Sostenemos el mundo con nuestro diálogo interno. Los mecanismos generales subyacentes en la naturaleza hipnótica de nuestro estado habitual son probablemente similares en todos nosotros, aunque el contenido varíe entre uno y otro individuo y entre una y otra cultura. Dentro de las culturas se tiende a inculcar enérgicamente y a compartir las creencias y las realidades.

Lo que es inconsciente y lo que es consciente depende de la estructura de la sociedad y de las pautas de sentimientos y de pensamientos que ésta produce. La sociedad no se limita a atiborrarnos la consciencia de ficciones, sino que además nos impide percatarnos de la realidad. Cada sociedad determina las formas de percatación. Este sistema funciona, por así decirlo, como un filtro socialmente condicionado; no puede haber percatación de la vivencia a menos que esta pueda atravesar el filtro.

Visto desde este ángulo, parece que el ego cobrase existencia desde el momento en que la percatación se identifica con el pensamiento, que representa la constelación de pensamientos con los que tendemos a identificarnos y que fuera fundamentalmente una ilusión producida por una percatación limitada. Es una idea que da que pensar, tanto respecto de sus implicaciones personales como si consideramos que nuestras psicologías tradicionales de Occidente son psicologías del ego, y por consiguiente, estudios de la ilusión.

La trascendencia de la desidentificación

La tarea del despertar puede considerarse, pues, desde cierta perspectiva, como una desidentificación progresiva respecto del contenido mental en general y de los pensamientos en particular. Esto se evidencia en prácticas tales como la meditación interiorizadora, en la que se adiestra al estudiante para que observe e identifique con rapidez y decisión todo su contenido mental. Para la mayoría, se trata de un proceso lento y arduo, en el cuál un refinamiento gradual de la percepción da como resultado que la percatación se vaya despojando de capas o niveles de identificación cada vez más sutiles.

Finalmente, la percatación ya no se identifica exclusivamente con nada. Esto representa un cambio de consciencia radical y duradero conocido con diversos nombres, como iluminación o liberación. Como ya no existe ninguna identificación exclusiva con nada, queda trascendida la dicotomía yo/no-yo, y la persona se auto-vivencia a la vez como nada y todo. Es a la vez pura percatación (nada) y el universo entero (todo). Al estar identificada al mismo tiempo con ningún sitio y con todos los sitios, en ninguna parte y en todas partes, su vivencia es la de haber trascendido el espacio y la ubicación.

Una trascendencia similar se da con el tiempo. La mente está en un fluir constante. En los niveles de percepción más sensibles que es dable alcanzar mediante un adiestramiento perceptivo como la meditación, se ve la totalidad de la mente, y, por lo tanto, la totalidad del universo fenoménico, en movimiento y cambio continuos; cada objeto de la percatación emerge del vacío, entra en la percepción y vuelve a desaparecer en ínfimas fracciones de segundo. Tal es el reconocimiento fundamental de la enseñanza budista de la impermanencia, esto es, que todo cambia, que nada sigue siendo lo mismo. Darse cuenta de ello puede convertirse en una de las principales fuerzas que estimule a los meditadores avanzados a trascender todos los procesos mentales y alcanzar el estado, inmutable e incondicionado, del nirvana.

En este estado final de percatación pura, como ya no hay identificación con la mente, no hay sensación de estar identificado con el cambio. El tiempo es una función del cambio, y de esto resulta una experiencia de estar fuera del tiempo, o de trascenderlo, que se vivencia como eternidad, la eternidad del ahora inmutable, y a partir de esta perspectiva se percibe al tiempo como un producto ilusorio de la identificación.

Los contenidos y los procesos mentales se dan en buena medida como resultados del condicionamiento, hecho que reconocen tanto las psicologías de Occidente como las no occidentales. La identificación con tales contenidos da por resultado la experiencia de un sí mismo que está controlado por el condicionamiento. Una vez que esta identificación queda trascendida, lo están igualmente los efectos del condicionamiento. Por la mente pasan aún emociones y pensamientos condicionados, pero al no identificarse con ellos ahora se puede vivenciar la percatación como incondicionada.

La vivencia de la percatación pura incondicionada es evidentemente una vivencia de beatitud, que la tradición hindú describe como integrada por sat-chit-ananda: existencia, consciencia y beatitud. Si no hay identificación con emociones y pensamientos dolorosos, no hay vivencia del sufrimiento. Así, vista desde esta perspectiva, la causa del sufrimiento es la identificación.

Liberada de las identificaciones y contextos inconscientes que la deforman y limitan, la percatación es ahora capaz de una percepción clara y precisa. De aquí que en el budismo tibetano se diga de ella que es un espejo cristalino, porque refleja clara y fielmente la realidad. Además, al no haber identificación exclusiva, el espejo y lo que este percibe, el sujeto y el objeto, son percibidos como una y la misma cosa. La percatación se percibe ahora como aquello que antes miraba, porque el observador o ego, que era un producto ilusorio de la identificación, no es ya vivenciado como una entidad separada.

Además, como una persona en este estado se auto-vivencia como pura percatación en unidad con todo, sin ser con todo cosa alguna, cada persona se auto-vivencia también como exactamente lo mismo que, o idéntica a, todas las demás personas. Si se parte de este estado de consciencia, las palabras con que los místicos proclaman que somos uno tienen perfecto sentido como experiencia literal. Si no hay nada que exista, salvo el propio sí mismo, la idea de hacer daño a otros no tiene sentido alguno y se dice que una ocurrencia tal ni siquiera se da. En lo que se refiere a los otros, las expresiones naturales de este estado son más bien el amor y la compasión.

Las descripciones de la vivencia de este estado aclaran que para la mayoría de nosotros estas experiencias solo son conocidas en momentos de visión interior trascendente que se dan en las experiencias cumbre. Así pues, nuestra capacidad de comprensión se halla limitada por las restricciones de la comunicación entre estados y por la falta de experiencia directa. De aquí que las descripciones de estos estados hayan de ser parcialmente incomprensibles para el resto de nosotros y resulten imposibles de interpretar a partir de los marcos de referencia de la psicología tradicional. Entonces es muy fácil desdeñar superficialmente tales fenómenos como algo disparatado o hasta patológico, error que han cometido incluso algunos de los profesionales de la salud mental más destacados de Occidente. Pues bien, el modelo transpersonal intenta, por primera vez, ofrecer un marco de referencia psicológico capaz de abarcar las vivencias y las disciplinas espirituales.

En la medida en que las personas que se encuentran en el estado de consciencia conocido como iluminación se auto-vivencian como pura percatación, como todo y nada, como el universo entero, incondicionado, inmutable, eterno y en unidad con todos los otros, se auto-vivencian también en su unidad con Dios. Aquí, Dios no implica ninguna persona o cosa que esté fuera, sino más bien la vivencia directa de ser todo lo que existe. En las profundidades más hondas de la psique humana, cuando se han abandonado todas las identificaciones limitadoras, la percatación no encuentra límites a la identidad y se auto-vivencia directamente como aquello que trasciende los límites del tiempo o del espacio, aquello a lo que la humanidad ha llamado tradicionalmente Dios. Para mí, “Dios” es una palabra que se usa para señalar nuestra subjetividad inefable, los inimaginables potenciales que hay dentro de cada uno de nosotros.

Así pues, en los más altos niveles del bienestar psicológico, el modelo transpersonal solo puede señalar aquello que está más allá de ambos modelos y de lo personal.

Roger Walsh y Frances Vaughan, en R. WALSH – F. VAUGHAN (eds.), Más allá del ego. Textos de psicología transpersonal, Kairós, Barcelona 61994, 75-88 (original: 1980).

Semana 4 de diciembre: ANTE EL DOLOR DEL MUNDO

refugiadosEl dolor del mundo, en todas sus variadas formas, y de un modo particular la injusticia contra los inocentes, nos descoloca. ¿Qué sentido tiene tanto sufrimiento? ¿Qué podemos hacer frente a ello?

         Lo que deseo compartir en estas líneas no es tanto lo que tengamos que hacer frente a él –cada cual verá a qué se siente llamado-, sino el que me parece ser el modo adecuado de acoger y vivir esa realidad innegable.

         Para empezar es bueno hacerse consciente de aquello que la presencia del dolor despierta o provoca en mí. Hacerlo consciente implica también aceptar y acoger todos esos sentimientos: son involuntarios y tienen una razón de ser. Solo después de esa aceptación primera podré abrirme a cuestionarme acerca de los mismos: ¿los siento ajustados o coherentes con la realidad? Y ahí puedo disponerme a escuchar la respuesta que –inmediata o no- pueda aparecer.

         Si entre ellos aparece dolor, es probable que ese sentimiento tenga una tarea importante que cumplir en mí. Acogido tal como lo sienta, sin añadir ninguna historia mental a su alrededor, el dolor puede ir haciendo espacio en mi interior, generando un hueco cada vez mayor que, desalojando al ego, será ocupado por la compasión. Entonces será posible que sea la compasión quien reoriente mis actitudes y mi comportamiento.

         Con todo, dadas las inercias mentales, me parece importante proponer alguna cautela.

         La primera de ellas consiste en mantener la lucidez para no convertir el dolor en sufrimiento. Cuando eso ocurre, ya no es el dolor del mundo el que me duele, sino lo que –consciente o inconscientemente- he proyectado sobre él. Incluso con la mejor intención, puedo pensar que sufro intensamente por los otros, cuando en realidad tal sufrimiento lo está creando mi mente, a partir de material inconsciente no resuelto.

         Eso ocurre cuando me niego a aceptar la realidad sencillamente porque no “casa” con mis esquemas o porque me frustra el modo como se presenta. Puede acontecer también cuando el dolor que percibo en el mundo toca algo herido o no elaborado en mi interior. Es mi propio problema activado lo que puede introducirme en una espiral de sufrimiento, que incluso soy capaz de enmascarar creyendo que está causado por el dolor ajeno. El sufrimiento siempre es por uno mismo…, y siempre es producido por la ignorancia básica acerca de quienes somos.

         Frente a una trampa, tan frecuente como peligrosa, es urgente reconocer que todo sufrimiento –frente al “hecho bruto” del dolor, este va acompañado de resistencia y de cavilación mental- es provocado por la mente no observada; nace como consecuencia de las interpretaciones o etiquetas mentales que sobreimponemos a la realidad.

         Si acallamos la mente, notaremos que el sufrimiento también se silencia. Y afrontaremos el dolor, propio y ajeno, de modo diferente. Tal vez nos venga bien recordarnos que –en contra de cierta tendencia “sensiblera”- nuestro sufrimiento no beneficia a nadie ni alivia a quien padece cualquier tipo dolor.

         Frente a la realidad del dolor del mundo, acogido nuestro genuino sentimiento de compasión y de solidaridad para vivirnos desde él, me parece importante señalar otra cautela. Es la que se refiere a la tentación de omnipotencia, tan del gusto del ego. Tentación que, en ocasiones, suele ir acompañada de sentimientos de culpabilidad o auto-reproche, como consecuencia de aquel mensaje mental que nos advierte que no hemos hecho todo lo que “deberíamos hacer”.

         Desactivado el sufrimiento estéril y desenmascarada cualquier culpabilidad arraigada, recuperamos la lucidez para situarnos conscientemente ante la realidad. Y sabedores también de que el dolor del mundo es “reflejo” de nuestros “desajustes” internos, nos comprometeremos en nuestra propia transformación. Solo de un interior pacificado nacerá un mundo en paz; de un  interior “ajustado” surgirá un mundo regido por la justicia.

Semana 4 de diciembre: EL HURACÁN Y LA PAZ

huracan-hermine-2016La imagen cedida por el Observatorio de la Tierra, de la NASA, del 1 de septiembre de 2016, recoge desde un satélite al huracán Hermine aproximándose a la costa occidental de Florida (EE.UU.).

         Vivimos tiempos de huracanes y turbulencias: políticos, sociales, personales. En medio de esas circunstancias es fácil participar de una sensación difusa de angustia, a la que se une la invasión de una chismosa mente que nos torpedea. ¿Puedo así ser feliz o al menos estar en paz?

         El día en que ves claro que tú no eres el personajillo que se debate en los quehaceres cotidianos de bien y mal, amor y desamor, alegría y tristeza, noticias malas y buenas, sino que eres el Yo real que reside en tu interior, la vida se realiza y sobreviene la paz.

         Pero eso no significa que cese el sufrimiento.

         Mientras vivamos en la relatividad del espacio y el tiempo, vendrán historias luctuosas, días buenos y malos, el sube y baja de la limitación.

         La diferencia es que podrás mirar el dolor como desde un palco.

         En la superficie el mar o la atmósfera estarán calmos o turbulentos, con olas suaves o encrespadas. Pero en el fondo el mar quedará siempre imperturbable, quieto, eterno, pleno; y allá arriba sigue el inmenso cielo estrellado. Las olas y el viento pueden zarandearte. Tú limítate a salir fuera de todo eso sin juzgar, permanece atento.

         Algunos místicos enseñaron que hay que despreciar el afuera, ese vaivén de las olas, el flujo y reflujo de la marea, la temporalidad.

         Pero las olas también son parte del mar. Es bella la quietud del mar ensangrentado del crepúsculo. Y también es bella, aunque dura, la tempestad y la galerna. Si conoces el juego y la variedad de colores, disfrutarás “a tope” de ambas.

         La clave es verlas desde el fondo, implicándote lo justo, como quien contempla la catástrofe del Titanic desde la butaca del cine. Se asusta, pero no del todo, pues sabe que no es más que un film. Estás y no estás. Mientras exista este universo existirá la turbulencia, que también es bella y tiene sentido si se mira desde el silencio del fondo, desde su función en el universo. Tendrás que luchar para cambiar lo cambiable, claro. Pero al final no puedes parar el huracán. Eso sí, puedes espiritualmente hacer surfing sobre él, o bucear más abajo, conectándote con la presencia que habita dentro, con su silencio, el mar y firmamento de energía sin apellido que lo origina y al que perteneces.

Pedro Miguel LAMET, El huracán y la paz, en Revista21, octubre 2016, p.53.

Semana 27 de noviembre: MEDITAR Y DESPERTAR

barca-en-lagoLa esencia del despertar consiste en ser conscientes, permanecer atentos –nuestro mayor problema es la inatención- y contemplar clara y directamente la verdad de nuestra experiencia, instante tras instante.

La contemplación de la verdad –la realidad tal como es- transforma. Deja que la lluvia del silencio caiga sobre la mente…, que limpie, que drene… Ver “lo que hay”, nos libera de ello. Lo visto se libera, lo no visto se repite. Soy esclavo de todo lo que no he visto interiormente y la libertad empieza cuando me doy cuenta, cuando soy consciente de lo que soy.

Contemplar  (meditar) es aprender a mirar sin pensar, sin interpretar, sin valorar; es permanecer serenamente atento a lo que sucede, exterior e interiormente. No evites lo que está, no traigas lo que no está, mantente presente. No se trata de reprimir, sino de ver, sin apego ni rechazo, sin darle fuerza.

El poder del amor es el poder del desapego. El apego deriva del miedo y enmascara el amor. Es necesario soltar todo para asumirlo sin aferramiento, sin miedo. El amor es la ley universal que soluciona todos los “problemas”. Se te dará en cada momento lo que necesites. Todo lo que te llegue será lo adecuado. La consciencia nos lleva adonde tenemos que ir. Sigue tu propia dirección, es única.

No es que las cosas no te vayan a afectar. Pero podrás reconocerte como un “recipiente” amplio, capaz de acoger todo lo que aparece, del mismo modo que el océano acoge todas las olas que surgen en él, o que el firmamento acoge todas las nubes que lo surcan.

La realidad no es como la pensamos, la concebimos o la representamos. Lo que llamamos “nuestro mundo” no es algo que esté “ahí fuera”, independiente de nosotros; eso es solo una modelación de lo real hecha a nuestra medida, de acuerdo con nuestras necesidades y deseos, y en función de nuestra capacidad cerebral, nuestros sensores y nuestra acción.

Tal como nos hace comprender la física cuántica, “yo” no soy yo, sino únicamente un cruce de caminos entre informaciones del universo, una red de vibraciones cuánticas; mi presunta identidad individual o mi separación del resto de la humanidad (o del universo) es tan solo una falacia de mi mente. “Somos –escribe el físico Carlo Rovelli- una red de interrelaciones… La sustancia primera de nuestros pensamientos es una riquísima información recogida, intercambiada, acumulada y continuamente elaborada”[i].

Nuestras personas no son “reales”, sino un simple momento de “Eso”, lo único que realmente es. Detrás de las apariencias que crea nuestra mente, lo que hay es Eso –la realidad de la realidad- que se halla más allá de todas nuestras modulaciones… y que, al mismo tiempo, constituye nuestra verdadera identidad.

Eso está más allá de la mente y de sus construcciones. Podemos intuirlo, vislumbrarlo o incluso captarlo –porque lo somos-, pero para nuestra mente será siempre como un inmenso abismo inacotable. Nuestras personas son meras “formas” que adopta aquella inmensidad irrepresentable.

Para crecer en comprensión, necesitamos tomar distancia de nuestras propias construcciones mentales y, acallada la mente, acceder al “conocimiento silencioso” que nos introduce en lo realmente real, en esa “inmensidad abismal” que los místicos han nombrado como “Nada” -porque ahí nuestra mente y nuestro corazón no tienen dónde agarrarse- y que, para sorpresa de la mente, constituye nuestra verdadera identidad[ii].

Ahí acaban las preguntas –toda pregunta denota ignorancia, porque cualquier inquietud o interés se refiere, por necesidad, al reino de lo aparente y, por tanto, irreal e inexistente- para emerger un Silencio en el que todo se diluye en la Nada; en el aquí y ahora, que es siempre el eterno presente (el tiempo es una ficción más del mundo de la apariencia).

No quedan preguntas porque tampoco hay ya necesidad alguna de ver o de no ver, es decir, de ser o de no ser. Simplemente, todo es. Porque, en contra de la percepción de la mente, todo –el árbol, la piedra, la mesa…, la persona- es consciencia. Por lo que no vemos nunca otra cosa que no sea consciencia, en las infinitas formas que adopta. Consciencia plenamente consciente de sí, puesto que ya no se confunde con sus manifestaciones.

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[i] C. ROVELLI, Sette brevi lezioni di física, Adelphi, Milano 2014, p.76.
[ii] M. CORBÍ, El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana (Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans), Barcelona, Fragmenta 2016.

Semana 27 de noviembre: LA CIENCIA ANTE LA MUERTE

rio-de-lavaUn científico norteamericano afirma que no existe la muerte

 «La idea de morir es algo que siempre se nos ha enseñado a aceptar, pero en realidad solo existe en nuestras mentes», argumenta Robert Lanza.

El investigador norteamericano Robert Lanza afirma que tiene pruebas definitivas para confirmar que la vida después de la muerte existe y que de hecho la muerte, por sí misma, no existe de la manera en la que la percibimos.

Lanza argumenta que la respuesta a la pregunta «¿Qué hay más allá de la muerte?», cuestión sobre la cual los filósofos llevan siglos reflexionando, radica en la física cuántica, y en concreto en la nueva teoría del biocentrismo. Según este investigador norteamericano, de la Escuela de Medicina de la Universidad Wake Forest, de Carolina del Norte, la solución a esa cuestión eterna consiste en la idea de que el concepto de la muerte es un mero producto de nuestra conciencia, según relata la edición digital de The Independent.

Lanza afirma que el biocentrismo explica que el universo solo existe debido a la conciencia de un individuo sobre el mismo. Lo mismo sucede con los conceptos de espacio y tiempo, que este científico explica como «meros instrumentos de la mente».

En un mensaje publicado en su sitio web, Lanza argumenta que con esta teoría el concepto de la muerte como la conocemos «no existe en ningún sentido real», ya que no hay verdaderos límites según los cuales se pueda definir. 

«Esencialmente, la idea de morir es algo que siempre se nos ha enseñado a aceptar, pero en realidad solo existe en nuestras mentes», opina Lanza. Asimismo, evidentemente, creemos en la muerte porque nos asociamos con nuestro cuerpo y sabemos que los cuerpos físicos mueren. 

Lanza señala que el biocentrismo es similar a la idea de universos paralelos, la hipótesis formulada por físicos teóricos según la cual hay un número infinito de universos y todo lo que podría suceder ocurre en alguno de ellos. 

En términos de cómo afecta ese concepto a la vida después de la muerte, el investigador explica que, cuando morimos, nuestra vida se convierte en una «flor perenne que vuelve a florecer en el multiverso» y agrega que «la vida es una aventura que trasciende nuestra forma lineal ordinaria de pensar; cuando morimos, no lo hacemos según una matriz aleatoria, sino según la matriz ineludible de la vida».

La Vanguardia 15.04.2014.

http://www.lavanguardia.com/ciencia/20140415/54405837673/cientifico-norteamericano-afirma-no-existe-muerte.html