Semana 13 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (II)

Los sabios han hablado de dos modos de conocer: conocimiento-representación versus re-conocimiento; conocimiento por análisis y reflexión versus conocimiento por identidad. En el primer caso hablaríamos de modelo mental de conocer; en el segundo, de modelo no-dual.

       El primero de esos modelos funciona admirablemente en el mundo de los objetos pero, aun reconociendo que nos dota de una imprescindible razón crítica, se muestra radicalmente incapaz de acceder a la verdad.

         La verdad no “cabe” en la mente. De ahí que el acceso a aquella requiera aprender a silenciar esta. Lo cual se logra cuando aprendemos a pasar del pensar al atender. Si el primer modelo se rige por el pensamiento, el segundo únicamente se activa gracias a –y a través de- la atención

         Tal como escribe Marià Corbí, “quien silencia la lectura de sujetos y objetos [podríamos decir: quien silencia el pensamiento y permanece en la atención desnuda] se encuentra con Eso no-dos que todo es. El camino del silencio es el camino hacia la verdad”.

         Y concluye: “La noción de conocimiento silencioso es una noción clave para comprender las tradiciones religiosas del pasado en su diversidad y en su unidad”. Por lo que se refiere a la tradición cristiana, nos vienen inmediatamente al recuerdo los nombres del Maestro Eckhart, el anónimo autor de La Nube del no-saber en el siglo XIV, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos…

          En el paso del modelo mental al modelo no-dual se resuelve la paradoja: la verdad no puede ser pensada –jamás cabrá en la mente-, pero se la conoce cuando se la es. Y se es uno con ella cuando se descubre aquel Fondo del que hablaba el citado Maestro Eckhart, que es el mismo Fondo de todo lo que es.

         Hablamos, entonces, de un re-conocimiento (de lo que somos) o de un conocimiento por identidad: conocemos algo porque ya lo somos. ¿Cómo no recordar aquí aquellas admirables palabras, llenas de la más genuina sabiduría, que dijera el místico cristiano Angelus Silesius en el siglo XVII?: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”

       Esto no significa demonizar la mente ni negar el ego –entendido ahora como el centro psíquico que regula la vida mental y emocional de la persona-, sino dejar de identificarnos con ellos. El ego, la necesidad y la dualidad son formas también de Eso no-dual. El ego no está amenazado como función de vida; está amenazada únicamente la interpretación que hace de sí mismo como entidad separada. No es obstáculo el ego, sino el hecho de identificarse con él.

       La matización anterior me lleva a insistir en algo que, con demasiada frecuencia, se ignora o descuida, tanto por quienes se posicionan a favor de la no-dualidad como por quienes lo hacen en contra. Me refiero a lo siguiente: se suele hablar de “no-dualidad” como si fuese lo opuesto a “dualidad”. Sin embargo, en la vivencia no-dual se aprecia nítidamente que no es así; tal contraposición es fruto solo de la mente que, debido a su naturaleza dual, no puede hacerlo de otro modo. Aquí se percibe la diferencia que hay entre la vivencia no-dual y la no-dualidad pensada, o si se prefiere, entre la vivencia y el concepto.

     Quien lo ha visto, sabe bien que la no-dualidad no conoce opuesto: abraza también a la dualidad, que emerge en su seno. Y en ello reside la belleza de la Realidad: es tan abierta que permite lecturas diferentes, siendo todas ellas “expresiones” o formas que se despliegan de Eso no-dual original y originante. “Verdadero” o “falso”, “bueno” o “malo” son solo etiquetas mentales que tienen su valor dentro del propio nivel mental, pero que carecen de significado cuando se mira desde la no-dualidad, ya que todo ello no es sino un “disfraz” más que Eso no-dual adquiere.

         El modelo no-dual que, como decía, está cobrando cada vez más relevancia en campos bien diferentes del saber, no tiene nada que ver con la idea que muchos de sus críticos transmiten sobre él; de la misma manera que la vivencia no-dual no tiene nada que ver con el concepto de no-dualidad. Por mi parte, estoy convencido de que nos hallamos en la emergencia de lo que bien podría denominarse la revolución de la no-dualidad que –junto con la revolución cuántica y la revolución neurocientífica (no me parece casualidad que hayan emergido prácticamente de un modo simultáneo, junto igualmente con la llamada teoría transpersonal)- va a suponer una trasformación radical en nuestro modo de comprendernos y de comprender la realidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.

Semana 13 de agosto: LA VERDAD

LA   VERDAD

¿Tu verdad?
No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela
(Antonio Machado).

La verdad que condena no es verdad.
La verdad solo libera.

La verdad que somete no es verdad.
La verdad solo desata las cadenas.

La verdad que excluye no es verdad.
La verdad solo reúne.

La verdad que se pone por encima no es verdad.
La verdad solo sirve.

La verdad que desconoce la verdad de otros no es verdad.
La verdad es solo reconocimiento.

La verdad que no mira a los ojos a otras verdades no es verdad.
La verdad es solo acogimiento sin temor.

La verdad que engendra dureza no es verdad.
La verdad es solo amabilidad y ternura.

La verdad que desune no es verdad.
La verdad solo unifica.

La verdad que se liga a fórmulas, por escuetas que sean, no es verdad.
La verdad es solo libre de formas.

Si la verdad se liga a fórmulas,
tiene que condenar, excluir, desunir,
tiene que ponerse por encima,
dar por falsas otras verdades.

La verdad reside en formas, pero no se liga a ellas.

Por eso, en las nuevas sociedades globales, la espiritualidad no puede pasar por creencias que se proclaman exclusivas poseedoras de la verdad.

(Marià Corbí, Hacia una espiritualidad laica.
Sin creencias, sin religiones, sin dioses,
Herder, Barcelona 2007, pp. 321-322).

Semana 6 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (I)

Al leer lo que escriben los críticos de la no-dualidad, tanto si provienen del ámbito filosófico, como del psicológico o del religioso (teológico), una y otra vez, vuelvo a la misma constatación: es imposible, desde el razonamiento, captar la no-dualidad, por el motivo simple de que la mente es dual. Cuando esta quiere acercarse a la no-dualidad, inevitablemente la deforma y, caricaturizándola, la despacha alegremente sin haberla siquiera comprendido en toda su hondura y sutileza.

          En efecto y paradójicamente, el concepto de no-dualidad es –como todo concepto- dual, y constituye una creencia más, opuesta a otras que afirmarían lo contrario. De tal manera que es posible elaborar sesudos discursos sobre la no-dualidad -tanto para afirmarla como para combatirla-, sin saber qué es en realidad. Sin embargo, más allá de todo razonamiento, más allá incluso de la mente, la No-dualidad no conoce opuesto, porque es una con todo lo Real. Pero es fácil comprender que, a falta de una vivencia o comprensión experiencial, no se hable sino de un concepto y, dado que este choca con los propios, se lo ridiculice y descarte.

   De entrada, según estudios neuro-psicológicos recientes, en un mecanismo conocido como disonancia cognitiva, la mente siempre tiende a rechazar todo aquello que ponga en peligro sus creencias previas que, para ella, resultan absolutamente “obvias”.

       Piénsese en el geocentrismo: ¡era tan “evidente” que el sol giraba alrededor de la tierra –bastaba solo con mirar los amaneceres y atardeceres- que la alternativa era considerada como una teoría disparatada! Con razón escribió Arthur Schopenhauer que “toda verdad pasa por tres fases: primero es ridiculizada; luego, recibe una violenta oposición; finalmente, es aceptada como evidente”.

         Para acceder a la comprensión de la no-dualidad, se requiere, o bien haber vivido lo que habitualmente se llama un despertar espontáneo, o bien aprender a silenciar la mente para poder “ver” más allá de ella.

         De cara a silenciar la mente, pueden servir alguna de estas dos “puertas de entrada”.

  1. Pregúntate: “Antes de que ponga algún pensamiento, ¿qué hay?”. Notarás que, previo a cualquier pensamiento o idea, lo que hay es pura atención, capacidad de “darse cuenta”, consciencia… Tal comprensión hace ver la inadecuación del principio cartesiano “Pienso, luego existo” –incuestionable para quienes se hallan, consciente o inconscientemente, instalados en la mente- y pone de relieve lo que, a mi modo de ver, constituye el error más grave de Occidente: la absolutización de la mente y, en el mismo movimiento, el olvido de la consciencia como realidad fundamental. En cuanto se reconoce, por experiencia directa, la consciencia, el postulado de Descartes bien podría reformularse de este modo: “Soy. Luego, pienso”. Somos consciencia y tenemos mente; esta es una herramienta preciosa, pero no define nuestra identidad.
  1. Hablaba de “puertas de entrada”. Aquí va otra: permite que tu mente divague por un tiempo. A continuación, pregúntate: “¿En qué he estado pensando?”. Y, en un paso más, vuelve a preguntarte: “¿Qué hay más allá de los pensamientos?”. Seguramente notarás que la respuesta solo es una: “Nada”. Pero esa “nada” solo es tal para la mente –que necesita “objetos” delimitables-; en realidad, esa Nada es Plenitud de atención o consciencia. Y es previa a cualquier movimiento mental.

         A partir de esta comprensión directa de la diferencia entre mente y consciencia, se abre el camino de acceso a la verdad. Un acceso vedado a la mente, que es incapaz de desenvolverse en el mundo de lo que no es objeto, pero que se manifiesta a quien es capaz de atender. Volveré sobre ello en la próxima entrada.

Semana 6 de agosto: SOY ARMONÍA

Esta foto de la Vía Láctea tomada una noche de verano en la localidad de Salgotarjan, a 109 kilómetros al noroeste de Budapest (Hungría), nos evoca a Pitágoras, el filósofo y matemático de Samos, que unos 400 años de Cristo, enseñaba:

         “Si se os pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía. ¿Y la virtud?, en la armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es Dios? Responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el orden, la armonía, por lo que existe y se conserva el Universo”.

         Una de las más recientes teorías físicas describe a las partículas elementales, no como corpúsculos, sino como vibraciones de minúsculas cuerdas, consideradas entidades geométricas de una dimensión. Sus vibraciones se fundan en simetrías matemáticas particulares que representan una prolongación de la visión pitagórica del universo y la recuperación, en la más moderna visión del mundo, de la antigua creencia en la Música de las Esferas.

         Pero no somos el centro de todo es, ni tan importantes como creemos desde el yo. Nuestra vida es un parpadeo del Universo, una nota musical de la sinfonía. Un parpadeo único, sí, irrepetible y cósmico en miles de años y espacios, pero un solo parpadeo.

         Cuando desaparece mi personaje, ese ego mental que creo ser, despierto.

         Escribe Willigis Jäger: “Una vez más se me ha permitido y se me sigue permitiendo experimentar que mi vida no representa otra cosa que un simple golpe de mar en ese acontecimiento cósmico, y que lo que yo soy verdaderamente retornará sin tiempo y sin forma a la infinitud de la que nació mi yoidad”.

         Somos pues una nota del pentagrama universal. Encontrar nuestra vibración en el universo nos devuelve nuestro sitio en el Ser.

         Cierra los ojos y sumérgete en el instante presente. Conectas con tu realidad sin tiempo. Te das cuenta de que eres uno con el cosmos y que todos los seres son pedazos de ti mismo. Que la muerte no es muerte, es una transición de forma… Por eso es un error convertir la santidad en otra forma de protagonismo para alimentar el ego.

         Perderse es encontrarse. Entonces te percibes uva de racimo, gota entre millones de gotas del mar, chispa de una sola luz, ínfimo lucero de un cielo estrellado. Y cambia tu ser y tu compromiso con el mundo. Como certeramente encesta el mejor baloncestista, da en la diana el arquero, crea el músico, cuando no es él, sino la naturaleza, el Ser, a través de él. La armonía es nuestra manera de reencontrarnos, y el Uno, mi olvidado apellido de familia.

Pedro Miguel LAMET, Soy armonía, en Revista 21, agosto-septiembre 2016, p.53.

Semana 30 de julio: SENSIBILIDAD Y SUSCEPTIBILIDAD

A veces parece confundirse sensibilidad con susceptibilidad. Así, por ejemplo, alguien dice que se siente fácilmente ofendido porque es “muy sensible”. Sin embargo, y más allá de algún punto de contacto entre ambas, se trata de realidades bien diferentes.

    Sensibilidad significa, en principio, capacidad de vibrar. Vibramos, en un registro agradable o desagradable, ante cualquier estímulo que llega a nosotros.

         Es claro que tal “vibración” depende del estado de la propia sensibilidad. Cuando está limpia, vibra suelta y ajustadamente. Pero conoce también otros estados en los que, como consecuencia de experiencias vividas y archivadas en el inconsciente, se ha endurecido, congelado o híper-excitado. Sea cual fuere, todo estado de la sensibilidad obedece a unos motivos, conscientes o no, que han condicionado y siguen condicionando su modo de vibrar o de reaccionar.

         En la medida en que está limpia, la sensibilidad nos permite “sintonizar” con los otros y con sus vivencias, sean del color que sean. En este sentido, se halla estrechamente relacionada con la empatía, en cuanto capacidad de sentir con el otro, poniéndonos en su piel.

         Así entendida, la sensibilidad es desegocentrada, porque es un sentir-con, que favorece una vivencia compartida.

         Por el contrario, la susceptibilidad gira siempre en torno al yo y reacciona en función de cómo este se siente. Se alimenta de las expectativas que mantiene frente a los otros y suele vivir pendiente de lo que nos dicen o hacen. En este sentido, puede afirmarse que sensibilidad y susceptibilidad no solo son diferentes, sino incluso actitudes contrapuestas.

         Mientras la primera vive y expresa empatía hacia los demás, empatía que nace de la comprensión de lo que viven, la segunda gira en todo momento en torno al ego y a sus expectativas. Eso explica que, mientras estamos instalados en la susceptibilidad, seamos incapaces de comprender a los otros y los juzguemos según como respondan o no respondan a nuestras exigencias o expectativas.

       Como decía antes, cualquier estado de la sensibilidad obedece a determinados porqués, aunque nos resulten desconocidos. En realidad, todo lo que hace una persona puede ser comprendido. Pero esta comprensión radical requiere de una condición básica: la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Implica un mínimo de apertura para reconocer que, en el lugar del otro –con su historia, su perfil psicobiográfico, sus condicionantes y sus “mapas” mentales-, yo hubiera hecho exactamente lo mismo que él. Esto es comprensión. Lo contrario –la actitud que juzga y condena- no es sino narcisismo, incapaz de ver la realidad desde otro ángulo que no sea el propio.

        En resumen, la sensibilidad nace de la comprensión; la susceptibilidad, del narcisismo. Aquella se plasma en empatía; este, en juicio y condena.