Semana 17 de septiembre: RETIRARSE ES BENEFICIOSO

Retirarse siete días tiene positivos efectos neurofisiológicos.
Un estudio descubre que la experiencia impacta en la dopamina y la serotonina.

        Un retiro espiritual de siete días tiene un impacto a corto plazo en la dopamina del cerebro y en la función de la serotonina, ha descubierto un estudio. Estos efectos neurofisiológicos explican las poderosas emociones positivas que se viven en estas experiencias y la creciente búsqueda de estos espacios de paz para mejorar el bienestar.

        En la actualidad, cada día más personas acuden a retiros espirituales, meditativos y religiosos como una manera de restablecer su vida cotidiana y mejorar el bienestar. Para comprender lo que pasa en el cerebro de las personas que acuden a estas prácticas, investigadores del Instituto Marcus de Salud Integrativa en la Universidad Thomas Jefferson estudiaron de cerca los comportamientos y reacciones de un grupo de voluntarios que participaron en un retiro controlado de siete días. Los resultados se han publicado en Religion, Brain & Behavior.

         El estudio se basó en la experiencia de 14 participantes cristianos con edades comprendidas entre los 24 y los 76 años. El estudio utilizó la tomografía computarizada de emisión de fotón único de DaTscan (SPECT) de los participantes durante el experimento. Y después del retiro, los participantes respondieron a una encuesta.

         El retiro que se usó para el experimento se llama ignaciano, y está basado en los ejercicios espirituales desarrollados por San Ignacio de Loyola, el fundador de la orden católica de los jesuitas. Después de una misa de la mañana, los participantes pasaron la mayor parte del día en contemplación silenciosa, oración y reflexión y asistieron a una reunión diaria con un orientador espiritual.

          El estudio descubrió que se producen cambios en los niveles de dopamina y de serotonina en los cerebros de los participantes en un retiro de siete días. Más concretamente, se observaron disminuciones significativas en la unión del transportador de dopamina en los ganglios basales y disminuciones significativas en la unión del transportador de serotonina en el mesencéfalo después del retiro. Asimismo, la participación en el retiro también implicó en cambios significativos en una variedad de medidas psicológicas y espirituales.

          El estudio muestra por primera vez los efectos neurofisiológicos, en particular los relacionados con la dopamina y la serotonina, que un retiro de siete días desencadena en los participantes. 

            La dopamina suele ser descrita como la responsable de sentimientos como el amor y las adicciones, por lo que se la considera la intermediaria del placer. Por su parte, la serotonina es fundamental para el equilibrio psicológico, ya que el sentimiento de soledad e incluso la depresión son respuestas químicas a su carencia.

 Más preguntas que respuestas

        «Dado que la serotonina y la dopamina forman parte del sistema de recompensa y de los sistemas emocionales del cerebro, este descubrimiento nos ayuda a entender por qué estas prácticas resultan experiencias emocionalmente poderosas y positivas» para las personas que las viven, explica Andrew Newberg, MD, Director de Investigación del Instituto Marcus de Salud Integrativa, en un comunicado. 

        Exploraciones posteriores realizadas a los participantes en el retiro revelaron disminuciones en el enlace transportador de dopamina (5-8 por ciento) y en el transportador de serotonina (6,5 por ciento), lo que podría hacer que más neurotransmisores estuvieran disponibles para el cerebro.

          Esto se asocia con emociones positivas y sentimientos espirituales. En particular, la dopamina es responsable de mediar en la cognición, la emoción y el movimiento, mientras que la serotonina está involucrada en la regulación emocional y el estado de ánimo. 

          Después de regresar del retiro, los participantes en el estudio respondieron a una serie de encuestas que mostraron mejoras significativas en su percepción de salud física, tensión y fatiga. También informaron de un aumento de los sentimientos de auto-trascendencia que se correlaciona con el cambio en la dopamina vinculante.

       Los resultados, aunque preliminares, sugieren que participar en un retiro espiritual puede tener un impacto a corto plazo en la dopamina del cerebro y en la función de la serotonina, y que esto podría relacionarse con diversas reacciones emocionales y espirituales. 

         «De alguna manera, nuestro estudio plantea más preguntas de las que responde», dijo Newberg. «Nuestro equipo está intrigado respecto a qué aspectos del retiro causaron los cambios en los sistemas de neurotransmisores y si diferentes retiros producirían resultados diferentes. Espero que los estudios futuros puedan responder a estas preguntas», concluyó.

Fuente: http://www.tendencias21.net/Retirarse-siete-dias-tiene-positivos-efectos-neurofisiologicos_a43825.html

Semana 10 de septiembre: EL SÍNDROME DE LA RANA HERVIDA

Olivier Clerc, especialista en bienestar y desarrollo personal, nacido en Ginebra y afincado hoy en Borgoña, escribió en el año 2005 un libro titulado «La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida». En la introducción dice el autor que «todo es lenguaje, que todo nos habla».

Imaginen una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando la cazuela a fuego lento. Al cabo de un rato el agua está tibia. A la rana esto le parece agradable, y sigue nadando.

La temperatura empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que suele gustarle a la rana. Pero ella no se inquieta y además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia.

Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más. La temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, nunca de una manera acelerada, hasta el momento en que la rana acaba hervida y muere sin haber realizado el menor esfuerzo para salir de la cazuela.

Si la hubiéramos sumergido de golpe en un recipiente con el agua a cincuenta grados, ella se habría puesto a salvo de un enérgico salto. «Es un experimento rico en enseñanzas, dice el autor. Nos demuestra que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía».

Pueden ponerse varios ejemplos para aplicar esta conclusión que ofrece Oliver Clerc. Uno de ellas es lo que sucede con el deterioro del amor inicial, tan intenso y emocionante muchas veces. Poquito a poco, detalle a detalle, se va desvaneciendo hasta desaparecer. ¿Cómo es posible, se preguntan los amantes, que hayamos llegado a este punto?

Ese punto es la indiferencia  más absoluta o la agresión más violenta que uno pueda imaginar. Se han ido acumulando silencios, displicencias, rencores, incomprensibles, malas contestaciones, pequeñas agresiones…, hasta llegar a ese momento en que la convivencia resulta imposible. Nadie podría decir que esa pareja empezó a funcionar mal a las tres de la tarde del día 24 de enero.

Lo mismo sucede en la salud, que llega deteriorarse de forma tan lenta e invisible como segura. La enfermedad es una consecuencia de la alimentación desvitalizada e industrializada, cargada de grasas y tópicos. Lo cual se une a la falta de ejercicio, al estrés y a una gestión  desafortunada de las emociones.

El síndrome de la rana también se puede aplicar al ámbito social. Hay sociedades en las que, en un tiempo, se vivía en función de valores acendrados. Pero, poco a poco, se van perdiendo las referencias éticas y un ciudadano de la primera época no se podría reconocer en la situación a la que sin pensarlo se ha llegado. Año tras año, día tras día, hora tras hora prosigue la degradación. Una creciente proliferación de la vulgaridad, de la grosería, de la falta de respeto, de falta de normas, de búsqueda de culpables hace que nos sumerjamos en un clima éticamente irrespirable.

Para evitar la somnolencia y, finalmente, la “muerte”, necesitamos poner atención en todo, vivir con consciencia. Y, de un modo particular, tendremos que ejercitarnos en tomar distancia de la mente, para que sea siempre una mente observada. La mente que “funciona por libre” hace las veces de la temperatura que va subiendo sin apenas percatarnos. Y con frecuencia, cuando queremos darnos cuenta, nos vemos ya “derrotados” o sin fuerzas para afrontar lo que nos ocurre.

Semana 3 de septiembre: ATENCIÓN Y ESTADO DE PRESENCIA

No es fácil describir lo que ocurre en un “despertar espontáneo”, vaya o no precedido de un tiempo prolongado de práctica meditativa. Sin embargo, me parece indudable que esas experiencias empiezan a ser cada vez más frecuentes. Lo cual no significa que haya que “buscarlas” –tal actitud es propia de un ego que ansía apropiarse de algo que considera “especial” y en lo que proyecta, equivocadamente, su bienestar-; se trata, sencillamente, de reconocer lo que se da.

         Lo que ocurre, en esos casos, podría expresarse, aunque pobremente, de este modo: emerge en la persona una atención exquisita que introduce en un estado de presencia, en el que esta –la Presencia- lo ocupa todo. Ella misma se revela, sin margen de duda, como lo único Real. Y todo lo demás –todo lo que sucede, todas las formas, incluido el yo o la propia personalidad- queda como en un “segundo plano” –o “nivel aparente”-, en el que todo aparece y desaparece, como si fueran figuras o personajes de un teatro en constante movimiento.

         Nada de lo que aparece empaña la luminosidad de la Presencia, ya que también las formas -por «extrañas» o dolorosas que nos parezcan- están “naciendo” de ella. Ella es lo único estable frente a la transitoriedad e impermanencia de todo lo demás.

      Cuando la experiencia es genuina, no hay apropiación, ya que el propio yo queda también en aquel mismo “segundo plano”, como una “forma” más. Cae incluso el interés por el “bienestar”. Todo es Presencia que, sencillamente, se manifiesta y fluye.

         La Presencia puede nombrarse y experimentarse también como Silencio o Nada, en cuanto estado de consciencia que está más allá (más acá) de todo el mundo de las formas. Presencia, pues, que es Silencio y Nada y, sin embargo, Plenitud.

         Solo requiere una cosa: entregarse definitivamente a ella, con “determinada determinación” –diría Teresa de Jesús-, en la certeza de que en ello nos va la vida. Cuando eso ocurre, el yo deja de buscar el protagonismo y de girar en torno a sus intereses. Se vive una desegocentración en favor de la Presencia que ocupa todo el espacio.

      Cuando el yo “grita” o reclama algo “suyo”, simplemente se le observa desde la Presencia hasta que se silencia. En esa etapa, la persona ya sabe que no es el yo, sino esa misma Presencia, ante la que todo lo demás, sea lo que sea, palidece y queda necesariamente en un segundo plano.