Semana 18 de febrero: EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL» (I)

1.  Una experiencia personal y la primera paradoja: Vulnerabilidad / Acogida

           La Vida ha querido que, en los días en que estaba preparando este escrito sobre el “problema” del mal, para enviarlo en el Boletín semanal en varias entregas, tuviera una caída hacia atrás, con consecuencias muy dolorosas y, durante varios días, incapacitantes.

          La caída afectó a la columna, en la zona lumbar, una zona que ya con anterioridad había sufrido un accidente de coche y había sido intervenida de una hernia discal. Así que las noticias no eran “buenas»: el golpe había repercutido sobre un traumatismo anterior y en una columna afectada de “deterioro degenerativo”.

          ¿Qué estoy viviendo en este tiempo? Una profunda paradoja. De hecho, he querido relatar lo ocurrido para compartir, al empezar el escrito sobre el “mal”, algunas palabras –vehículos de sentimientos y actitudes– que se me han hecho particularmente presentes durante este tiempo de inmovilidad y convalecencia.

          Me ha llamado la atención que se hacían presentes en forma de polaridades, como paradojas. Y entre ellas, las que más destacan son las siguientes: vulnerabilidad / acogida, cavilación / silencio, resistencia / aceptación, dependencia / gratitud, impermanencia / consistencia, frustración / paz, impotencia / fluir, soledad / plenitud, desconcierto / comprensión, yo / Testigo… Deseo referirme brevemente a cada uno de esos pares, y así lo iré haciendo a lo largo de las próximas semanas.

          La primera en aparecer fue la sensación de extrema vulnerabilidad: dolorido, inmóvil, incapacitado, era testigo de sentimientos de soledad, miedo difuso, angustia…, que aparecían en oleadas desde un lugar no del todo consciente. Frente a esa sensación, no cabía hacer nada, sino detener la mente y vivir un sentimiento profundo de acogida y compasión hacía mí mismo…, que abrazaba también a toda persona que, por diferentes motivos, se sintiera así de vulnerable. La vulnerabilidad te conduce al límite de todo, donde solo cabe la rendición a lo que es. Y, en el mismo rendirte, emerge la capacidad de acogida gratuita y de compasión amorosa hacia ti mismo y hacia todos los seres vulnerables.

          Como paradoja que es, por momentos emerge con más fuerza la vulnerabilidad; en otros, crece la acogida y la compasión, hasta ocupar todo el espacio. Personalmente, me parece bueno dejar vivir ambos polos, sin reprimirlos, hasta poder llegar a vivir conscientemente la vulnerabilidad desde la acogida.

          Ahora bien, siendo las “dos caras” de la misma realidad, no tienen la misma “sustancia”. Por decirlo brevemente: tenemos vulnerabilidad, pero somos acogida y compasión. Cualquier paradoja que pueda presentarse en nuestra existencia no es sino reflejo de la paradoja fundamental, fruto de los “dos niveles” que nos constituyen: la personalidad (el personaje, el yo) y la identidad (una y compartida con todos los seres).

          La primera es algo que tenemos –la forma concreta en la que nos experimentamos–; la segunda es lo que realmente somos. La sabiduría abraza ambos niveles invitando a vivir la personalidad desde la identidad. En este caso concreto –en la primera paradoja a la que he hecho alusión–, la acogida que soy abraza y sostiene a la vulnerabilidad que tengo.

Semana 18 de febrero: CANCIÓN DE AMOR PARA MÍ MISMO (J. Foster)

Tú eres aquel con quien me despierto cada mañana. Aquel con el que respiro, aquel cuyo latido siento como mío.

          Tú eres aquel con el que camino, aquel con el que hablo y canto, aquel que se queda conmigo en cada momento de despertar de cada día sagrado.

          Tú eres aquel con el que me enfermo, con el que lloro, aquel cuya ira y alegría y duda surge a través mío como fuego.

          Tú eres aquel con el que moriré, aquel a cuyos brazos regresaré. Tú eres aquel que veo en cada rostro, brillando a través de cada par de ojos, resplandeciendo a través de los silencios, los senderos de polvo y los espacios en el follaje.

          Tú eres mi constante compañía, mi hogar, mi razón, mi alegría, mi vida. No podemos ser separados, no podemos ser dos, e incluso “Uno” es demasiado para nosotros.

          Entono esta canción para mí mismo, desapareciendo en ella, y nunca estoy solo. 

Jeff Foster

Semana 11 de febrero: SUPERACIÓN DEL ETNOCENTRISMO

Cuando somos capaces de tomar distancia –la observación desapegada es principio de la sabiduría–, no es difícil apreciar la inconsistencia  e incluso el infantilismo que se esconde en cualquier actitud etnocéntrica.

          Frente a la ignorancia que nos mantiene enjaulados en “lo nuestro” –en la propia tribu-, es urgente reconocer (caer en la cuenta, comprender) que no somos una bandera, no somos una creencia, no somos un país, no somos nuestro pensamiento, no somos nuestro sentimiento, no somos el yoSomos la misma y única Plenitud que en todo se manifiesta y expresa. Y cada vez que busco afirmarme a través del contraste y de la contraposición con los otros, he caído en las redes del narcisismo y en la ignorancia radical que me desconecta de lo que realmente soy (somos).

          Es solo la ignorancia la que nos hace encerrarnos en nuestra “jaula” particular y creernos separados de los demás. Por eso mismo produce aún más tristeza comprobar que grandes corrientes ideológicas que presumen de “progresistas” confundan qué significa exactamente “progreso” y, creyendo avanzar, no hagan sino aferrarse a niveles de consciencia que tendrían que ser superados.

          Me parece una verdadera tragedia olvidar que la verdadera revolución es aquella que transforma nuestro “modo de ver”, sacándonos de la estrecha y encapsulada visión egoica y abriéndonos a la comprensión de la unidad que somos.

       La sabiduría invita a quitar fronteras, soltar banderas y dejar caer creencias. Al caer las creencias, nos abrimos a la verdad; al abandonar las banderas, es posible reconocer la misma y única realidad compartida; al quitar las fronteras, empezamos a habitar la misma y única “casa” que constituye nuestra identidad.

      ¿Significa esto una invitación a la resignación, la pasividad o la indolencia? ¿Hay que renunciar a la defensa de lo propio, quizás con frecuencia postergado, ignorado o incluso aplastado? En absoluto. Más allá del “mecanismo acción–reacción”, entre la reactividad egoica que separa y enfrenta y la claudicación que paraliza y aletarga, emerge el camino de la sabiduría que consiste en la defensa irrefrenable de lo propio desde la comprensión de que nuestro horizonte y nuestra meta es la unidad, porque esa es precisamente nuestra identidad. 

      El camino de la sabiduría no es un camino de autoafirmación narcisista –ese el camino del ego, individual y colectivo–, sino de apertura empática y reconocimiento de aquello que somos y que trasciende las diferencias. Porque, en definitiva, tal como afirmaba recientemente el que fuera vicepresidente del primer gobierno sandinista de Nicaragua Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, “la mayor revolución es ver el mundo como lo ve el otro”.

Semana 11 de febrero: EN EL «MEETING» DE LA HUMANIDAD (J. Benavente)

Jacinto Benavente (1866-1954)

 

 

En el «meeting» de la Humanidad,
millones de hombres gritan lo mismo:
¡Yo, yoo, yo, yo, yo, yo…!
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo…!
¡Cu, cu, cantaba la rana;
cu, cu, debajo del agua…!

¡Qué monótona es la raza humana!
¡Qué monótono es el hombre mono!
¡Yo, yo, yo, yo, yo!
Y luego: A mí, para mí;
en mi opinión, a mi entender.
¡Mi, mi, mi, mi!

¡Y en francés hay un «Moi»!
¡Oh!, el «Moi» francés, ¡ese sí que es grande!
«¡Monsieur le Moi!».
La rana es mejor.
¡Cu, cu, cu, cu, cu!

Solo los que aman saben decir ¡Tú!

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Musicalizado por Alberto Cortez: https://www.youtube.com/watch?v=lb84VIvXUwA

Semana 4 de febrero: ETNOCENTRISMO Y TALANTE SUPREMACISTA

Creo no exagerar al afirmar que todo etnocentrismo es supremacista, por cuanto coloca lo propio por encima de los demás. Sin duda, caben grados e intensidades diferentes, pero ese talante se halla siempre presente.

          En el caso de las religiones, se expresa en la afirmación de que la propia es “la única verdadera”, con lo cual se está descalificando y degradando automáticamente a todas las demás. Desde esa perspectiva, se tilda de herejes a los discrepantes y se asumen actitudes victimistas cuando quienes se creen en posesión de la verdad se sienten criticados.

          En el caso de los nacionalismos radicalizados o patriotismos trasnochados, se mantiene permanente la idea de algún tipo de “superioridad” sobre otros pueblos. Se estigmatiza con descalificaciones a quienes no lo reconocen y se recurre al victimismo con el que se tiende a justificar todo. ¿No se encuadraría aquí, tanto el triunfo de Trump con su “America first”, como el resultado del Brexit o cierta propaganda del nacionalismo, sea catalanista o españolista, que incluye mensajes explícitos de desprecio hacia el que no es de los “nuestros”?

          La pretendida “superioridad” (moral) da lugar a un tipo de discurso que, con frecuencia, no solo constituye un insulto a la inteligencia, sino un atropello de la verdad de los hechos. Visto desde fuera, resulta patético; sin embargo, como suele ocurrir en el trastorno narcisista, queda oculto al propio interesado.

          David Foster Wallace describió esta trampa con lucidez: “El problema de los dogmáticos [de aquellos que, en cualquier campo, absolutizan su creencia confundiéndola con “la verdad”] es la certidumbre ciega, una mente cerrada que equivale a un aprisionamiento tan absoluto donde el mismo prisionero ignora que está encerrado”.

          El narcisismo es contagioso, tal vez porque despierta al pequeño narcisista que todos llevamos dentro. Pero, como acabo de decir, se trata de un rasgo que se suele ocultar a los ojos de quien lo padece. Con todo, desde un mínimo de distancia, no es difícil advertir cómo, detrás de proclamas solemnes y de afirmaciones rimbombantes, hay una personalidad narcisista que no ve más allá de sus propios intereses (si bien, previamente, los ha identificado con los de “su” pueblo, “su” iglesia o “su” partido).      

          El supremacismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es la expresión cumbre del narcisismo y revela, de manera nítida, lo que es el funcionamiento egoico. Es el ego quien ha tomado el mando: desde él se hacen las lecturas de la realidad –de ahí que suelan resultar tan dolorosamente deformadas y tan alejadas de la unidad- y de él nacen también los comportamientos y las conductas que generan enfrentamiento y fractura, hasta extremos insoportables, en particular cuando son igualmente egoicas las dos partes en conflicto.

          Donde hay identificación con el ego –que se plasmará siempre en narcisismo (religioso, político, cultural…)–, habrá confusión y sufrimiento. Todas las tradiciones sapienciales, de todo tiempo y latitud, han mostrado que la liberación viene de la mano de la comprensión de quienes realmente somos. Son ellas las que han advertido que la causa de todo el mal que nos hacemos y hacemos a otros nace de la ignorancia, entendida como inconsciencia acerca de nuestra verdadera identidad. El problema original del narcisismo es la ignorancia –que se traduce rápidamente en ceguera–: ha quedado amarrado en un nivel egoico de consciencia y, con ello, en un estado hipnótico, que le lleva a tomar como real la perspectiva limitada que ese mismo nivel permite ver. Y como de cualquier otro problema, no será posible salir de él nada más que gracias a la comprensión de lo que realmente somos.