Semana 3 de septiembre: ATENCIÓN Y ESTADO DE PRESENCIA

No es fácil describir lo que ocurre en un “despertar espontáneo”, vaya o no precedido de un tiempo prolongado de práctica meditativa. Sin embargo, me parece indudable que esas experiencias empiezan a ser cada vez más frecuentes. Lo cual no significa que haya que “buscarlas” –tal actitud es propia de un ego que ansía apropiarse de algo que considera “especial” y en lo que proyecta, equivocadamente, su bienestar-; se trata, sencillamente, de reconocer lo que se da.

         Lo que ocurre, en esos casos, podría expresarse, aunque pobremente, de este modo: emerge en la persona una atención exquisita que introduce en un estado de presencia, en el que esta –la Presencia- lo ocupa todo. Ella misma se revela, sin margen de duda, como lo único Real. Y todo lo demás –todo lo que sucede, todas las formas, incluido el yo o la propia personalidad- queda como en un “segundo plano” –o “nivel aparente”-, en el que todo aparece y desaparece, como si fueran figuras o personajes de un teatro en constante movimiento.

         Nada de lo que aparece empaña la luminosidad de la Presencia, ya que también las formas -por «extrañas» o dolorosas que nos parezcan- están “naciendo” de ella. Ella es lo único estable frente a la transitoriedad e impermanencia de todo lo demás.

      Cuando la experiencia es genuina, no hay apropiación, ya que el propio yo queda también en aquel mismo “segundo plano”, como una “forma” más. Cae incluso el interés por el “bienestar”. Todo es Presencia que, sencillamente, se manifiesta y fluye.

         La Presencia puede nombrarse y experimentarse también como Silencio o Nada, en cuanto estado de consciencia que está más allá (más acá) de todo el mundo de las formas. Presencia, pues, que es Silencio y Nada y, sin embargo, Plenitud.

         Solo requiere una cosa: entregarse definitivamente a ella, con “determinada determinación” –diría Teresa de Jesús-, en la certeza de que en ello nos va la vida. Cuando eso ocurre, el yo deja de buscar el protagonismo y de girar en torno a sus intereses. Se vive una desegocentración en favor de la Presencia que ocupa todo el espacio.

      Cuando el yo “grita” o reclama algo “suyo”, simplemente se le observa desde la Presencia hasta que se silencia. En esa etapa, la persona ya sabe que no es el yo, sino esa misma Presencia, ante la que todo lo demás, sea lo que sea, palidece y queda necesariamente en un segundo plano.

Semana 3 de septiembre: COMPRENSIÓN

En el camino espiritual, como en cualquier otra dimensión de nuestra existencia, es habitual que nos topemos con numerosas dificultades. Desde mi experiencia particular, de aquello que me ha tocado vivir hasta ahora, lo poco que he sido capaz de superar con sensación de crecimiento personal ha venido siempre acompañado de momentos de comprensión –una comprensión honda que se regala y que va más allá del mero entendimiento mental-.

He podido percatarme de que los conflictos más dolorosos guardaban un denominador común: trataba de vivir y resolver los problemas y preguntas desde un determinado nivel de conciencia –el mental-, cuando lo cierto es que únicamente pueden resolverse desde otro diferente. En concreto, trataba de abordar desde la mente –en lo que vamos a denominar nivel de conciencia mental o estado mental- dilemas que no es que se resuelvan cuando tomamos distancia de ella -en lo que podríamos designar como nivel transmental o estado de presencia-, sino que en este nivel directamente están desprovistos de “sustancia”, por lo que más que resolverse, me parece más ajustado decir que se disuelven. El secreto, o incluso el arte, consiste, a mi juicio, en discernir desde dónde estoy respondiendo a eso que la vida me plantea, a la par que crecer en comprensión acerca de cómo funciona la mente, cuáles son sus límites y cuándo es conveniente que operemos con ella y cuándo no.

En lo que coloquialmente suelen llamarse “ambientes espirituales”, no es extraño que se persigan objetivos como la aceptación, el cese del juicio, el desapego etc. Sin embargo, cuando la vida nos trae algo que nos desagrada, que nos altera o que simplemente desearíamos que fuera de otra manera, es común que nazca en nosotros un sentimiento de malestar al vernos así; nos decepcionamos al considerar que, después de llevar ya algún trecho recorrido, no deberíamos haber sido alterados de esa forma, y nuestra autoestima decae. Para no deteriorar nuestra propia autoimagen es habitual que tratemos de “forzarnos” a aceptar, a decir que “todo está bien” para eludir nuestro rechazo a nuestra propia reacción o incluso que busquemos culpables fuera de nosotros. Todo ello no hace sino incrementar aún más nuestro sufrimiento y frustración, haciéndonos entrar en un círculo vicioso. Lo digo desde la experiencia de haberlo vivido muchas veces y con la seguridad de que son unas cuantas las que me quedan aún por vivir.

¿Cómo salir entonces de este callejón sin salida? En mi opinión, lo que sucede es que “le pedimos peras al olmo”. La naturaleza de la mente es juzgar; ordenar la realidad separándola, analizándola y estableciendo etiquetas en ella. Cuando nos encontramos en el estado mental -en mi caso, a día de hoy, la mayor parte del tiempo-, a los ojos de la mente todo será vivido inevitablemente como “bueno” o “malo” en función de nuestras creencias y de nuestro sentido de identidad. Desde ahí todo nos afirma o nos debilita. Si habíamos construido una identidad ideal en la que nos visualizábamos aceptando y sin juzgar, la mente habrá etiquetado la reacción de la que hablaba antes como negativa, ya que resulta contraria a la idea que me había hecho de mí mismo, quedando, pues, mi identidad y mi sentido del yo actual en entredicho.

Sin embargo, si tomamos distancia de la mente y en ese estado de presencia nos entregamos a atestiguar (observar) nuestra reacción, hablar de juicio o etiquetas carece de sentido; desde ahí todo es aceptado sin esfuerzo, incluida nuestra reacción, porque ahí somos aceptación, y lo que la mente catalogaba como bueno o malo es abrazado en un Silencio mental donde las etiquetas se han desvanecido.

Observar desde qué nivel estamos reaccionando y, sobre todo, comprender lo que podemos pedirle a cada nivel se torna a mi manera de entender, por tanto, crucial. En definitiva, la comprensión. Siempre la comprensión.

Javier Prieto Mateos.

Semana 27 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (y IV)

Dos anotaciones finales y una bibliografía básica

  1. La no-dualidad –si bien es más característica de tradiciones orientales como el taoísmo o el vedanta advaita- recorre la sabiduría de todas las grandes religiones, incluido lógicamente el cristianismo en su vertiente mística. Pero no solo eso. Me resulta profundamente significativo el hecho de que la no-dualidad aparezca, de modo tan inesperado como sorpresivo, en dos ámbitos concretos: por un lado, quienes han vivido una experiencia cercana a la muerte (ECM), al relatarla, se ven impelidos a hablar en esa clave, anteriormente desconocida para ellos; por otro, la física cuántica, al constatar la inextricable interrelación de todo, se ve igualmente llevada a una formulación no-dual de lo real: existe una única Realidad –llámese “campo cuántico” o de cualquier otro modo- que se “despliega” en formas variadas e ilimitadas, por lo que existen diferencias innegables, pero no separación.
  1. A algunos filósofos y teólogos de nuestro entorno les resulta llamativo –en palabras de uno de ellos- el “relativo éxito que [estas afirmaciones de la no-dualidad] tienen en el Occidente racional y tecnificado”. A mí, lo que me sorprende son precisamente las resistencias que manifiestan, tanto el academicismo filosófico y teológico, como la religión institucional. Comprendo que deban “proteger” los cimientos sobre los que se apoyan, pero me cuesta entender un rechazo tan intenso ante lo que, desde ámbitos bien diferentes del saber, va adquiriendo un consenso cada vez más generalizado. Si solo fueran discusiones teóricas, no me importaría tanto. Pero lo decisivo es que, en todo ello, se ventila nada menos que la respuesta ajustada a la única pregunta que vale la pena: “¿quién soy yo?”. A mi modo de ver, esa es la pregunta espiritual –en esa comprensión, y no en creencias, consiste la espiritualidad- y de la respuesta a la misma depende que continuemos en la confusión y el sufrimiento o que hallemos la luz que nos libera del mismo.

         Termino sugiriendo alguna lectura, para quien quiera avanzar en toda esta cuestión. Afortunadamente, son cada vez más los libros que pueden servir de estímulo para la propia búsqueda. Por hacerlo simple, remito a los siguientes: 

  • CAVALLÉ, Mónica, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Kairós, Barcelona 2011. 
  • CORBÍ, Marià, El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana (Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans), Fragmenta, Barcelona 2016.
  • DÍEZ FAIXAT, José, Siendo nada, soy todo. Un enfoque no dualista sobre la identidad, Dilema, Madrid 2007.
  • MARTÍN, Consuelo, La revolución del silencio. El pasaje a la no-dualidad, Gaia, Madrid 2002.
  • MARTÍNEZ LOZANO, Enrique, Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad, Desclée De Brouwer, Bilbao 2014.
  • MARTÍNEZ LOZANO, Enrique, La dicha de ser. No-dualidad y vida cotidiana, Desclée De Brouwer, Bilbao 2016.

Semana 27 de agosto: NO-DUALIDAD

El Tao [también podría decirse: el Misterio, el Ser, la Vida, Dios] es lo que vive en nosotros, lo que respira en nuestra respiración y pulsa en el rítmico fluir de nuestra sangre; aquello que ríe cuando reímos y danza cuando danzamos; lo que arde en nuestra ira y en nuestro deseo. Es lo que mira por nuestros ojos, piensa en nuestro pensamiento y nos inspira palabras cuando hablamos.

Es el vigor que late en la semilla, que asciende como savia y se celebra en el fruto y en la flor. Es la matemática armonía del cielo nocturno, de la estructura del cristal, de los arabescos del mundo subatómico, réplica analógica de las galaxias celestes. Es aquello que nos fascina en el andar alerta y grácil del tigre, en la creatividad y elegancia insuperables del color de los peces y del plumaje de las aves. Lo que une a estos peces y aves en bandadas. La voluntad única que los hace moverse y danzar al unísono, formando un solo cuerpo…

Es la hermandad invisible que nos permite adivinar lo que sintió algún hombre del pasado, y compartir el dolor que adivinamos en la mirada de otro ser humano o en la mirada afligida de un perro… Es la insólita belleza de la música y lo que se conmueve en aquel que la escucha. La misteriosa armonía que, enlazando lo más sutil y lo más grosero, permite que nuestro espíritu necesite de la materialidad del oído para sentir esa mística familiaridad. Lo que hace acordar el alma con lo que solo son ondas sonoras…

Es la inteligencia ilimitada e insondable que todo lo rige y en todo se manifiesta. ¿Qué hay de abstracto o de “otro” en todo ello?

Mónica CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Kairós, Barcelona 2011.

Semana 20 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (III)

“Hay una sola Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.

         Con estas palabras, Antonio Blay sintetizaba una de las claves fundamentales de la llamada filosofía perenne, en la que se reconocen tradiciones sapienciales y místicos de todos los tiempos: lo Real es Uno. (Incluso la mente, separadora por su propia naturaleza, no puede dejar de reconocer que “todo lo que es” –por mucho que sea- tiene que participar de lo que “es”).

         Aquella clave, básica en las tradiciones orientales, aparece también en Occidente, a pesar del dualismo que se adueñó de la filosofía académica. Ya en el siglo VI a.C., Anaximandro intuyó que tenía que haber un “principio” común a toda la realidad, que se hallara en el núcleo de cada una de las formas que nombramos. Y lo nombró como “ápeiron”, es decir, «lo no-distinto» o lo no-diferenciado. En todo lo que podemos llegar a percibir alienta un núcleo “realmente real” que lo sostiene y del que brota. (Se trata, sin duda, de la misma intuición que llevó al teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el siglo XV, a expresarse de este modo: “Dios no es otro de nada. Dios, en tanto que no-otro, no es otro respecto a la criatura. Nada es otro para el no-otro”).

         La mística cristiana –aun nacida en el marco de una religión netamente teísta, “personalista” y dualista- siempre atestiguó la existencia de un único principio de lo real, como base de la experiencia de Unidad que vivieron tantos hombres y mujeres que consideramos místicos. Entre ellos merece destacarse, por su rotundidad, el testimonio del Maestro Eckhart, para quien “el Fondo de Dios y mi Fondo son el mismo Fondo”: Todo lo real no puede “tener” sino un único “Fondo”.

         Pero hay algo más, profundamente llamativo: es ahora la misma física cuántica la que llega a afirmar que la realidad está hecha de una sola “sustancia”. Desde Demócrito se había venido diciendo que la realidad estaba compuesta por vacío y átomos. En la física de Newton se habla de espacio, tiempo y partículas. Einstein nos hizo ver que tiempo y espacio son un tejido inseparable y constituyen solo otra dimensión más de la misma realidad (en realidad, el espacio-tiempo no es sino el mismo campo gravitatorio). Y la más moderna física cuántica afirma con solvencia que todo lo real está brotando continuamente de los llamados “campos cuánticos”, que apuntan a su vez –aunque esto no puede ser medido por la ciencia, constituye una intuición compartida por no pocos científicos modernos- a un “fondo” u “océano original” –vacuidad originaria– que es información, consciencia o inteligencia creativa.

         Lo Real es Uno. Es solo la mente la que introduce la separación, a partir de la tríada –observador, observado, acción de observar-, que ella genera. Desenmascarado el engaño, no es difícil advertir que todo es consciencia que se observa a sí misma. Pero, gracias al mecanismo de la apropiación, la mente se constituye en un “yo” que observa y así, como expresaba Blay en el texto antes citado, fracciona lo real en compartimentos separados haciéndonos creer que se trata de “realidades” diferentes.

         Con esta clave, no es difícil comprender que las religiones teístas –nacidas en un nivel mítico-mental- hayan hablado de “Dios” como de un ser separado, frente al mundo y a los seres humanos, igualmente separados. Era su modo de expresarse. Como bien dijera Ramana Maharshi, todas las religiones empiezan hablando de la existencia del individuo, del mundo y de Dios. Y mientras dure el ego, aquellos tres se percibirán como separados. Sin embargo, cuando se trasciende el ego –y la visión egoica- todo se modifica radicalmente: lo que somos es uno con lo que es.

         La conclusión es clara: la sabiduría invita a silenciar la mente. Porque, dado que es solo ella la que crea la (ficticia e ilusoria) separación, únicamente cuando la acallamos, se nos regala percibir Eso que está ahí, sin “etiquetas” o interpretaciones mentales. Y Eso, Lo que es –previo a nuestro pensamiento-, nos sostiene y nos constituye.

      Las personas religiosas piensan que esta comprensión de lo real significa rechazar la fe en un Dios “personal”, con el que dicen vivir una relación fundamental. Tal actitud es comprensible y merece todo el respeto. Sin embargo –más allá de la legitimidad de ese modo “personal” de “relacionarse” con el Misterio-, la experiencia nos dice que, en ese cambio, no solo no se pierde nada sino que todo se enriquece. Hay quienes, dentro del ámbito religioso teísta, se sublevan cuando ven cuestionar el carácter “personal” de Dios, temen que lo divino se reduzca a una energía impersonal. Parecen no haber advertido que es precisamente esa caracterización “personalista” la que lo reduce y empobrece. El Misterio es plenitud de Amor y de Relación, pero de un modo que trasciende por completo lo que (mentalmente) estamos acostumbrados a percibir.