Semana 7 de enero: NI REYES NI MAGOS

Con su relato evangélico, parece que Mateo, el autor de nuestro primer evangelio, busca mostrar a Jesús como aquel que cumple las esperanzas, no ya únicamente del pueblo de Israel, sino de toda la humanidad, representada en los “Magos (sabios) de Oriente”.

          La narración, que solo se encuentra en este evangelio, pretendería universalizar la figura y el mensaje de Jesús, que se manifiesta (ese es el significado de “epifanía”, la fiesta que la Iglesia celebra el día 6 de enero) a “magos” (sabios) provenientes de lejos. La buena noticia desvelada en Jesús –viene a decir el evangelista- se extiende a toda la humanidad. El único requisito es “seguir la estrella” que conduce hasta el lugar adecuado.

          Hasta aquí, la lectura religiosa del texto, lectura que con el paso del tiempo habría de desarrollarse y enriquecerse con otros añadidos -referidos, por ejemplo, al número de los «magos»- y con tantas tradiciones que universalizaron a estas figuras, en innumerables representaciones (“cabalgatas”), como portadoras de regalos y haciendo las delicias de los sueños infantiles.

         El texto, en realidad, no dice que fueran “tres” (sino “unos”; fue en siglos posteriores cuando se empezó a hablar de «tres», debido sin duda al número de regalos que menciona el texto evangélico: oro, incienso y mirra), ni “reyes”, ni tampoco “magos”, al menos en el sentido que hoy se otorga a esa palabra. Se refiere más bien a “sabios” –así los nombra- que, precisamente por su condición, constituían los testigos más adecuados del acontecimiento que se pretendía universalizar: los pobres (pastores) reciben el anuncio; los sabios lo descubren.

         En una lectura espiritual, parece que el texto remite a una actitud de apertura y de sabiduría o comprensión. El “recién nacido” buscado por los Magos es símbolo de nuestra verdadera identidad, lo que constituye el “tesoro” que andamos anhelando, al haber olvidado que ya lo somos. Somos, pues, Eso que vamos buscando. Pero, debido a nuestra ignorancia, necesitamos “ponernos en camino” y seguir la luz de la “estrella”.

          La “estrella” no es otra cosa que nuestro anhelo que, en forma de dinamismo y de luz, nos empuja hacia adelante, nos llama a ver en profundidad, hasta que podamos salir de la ignorancia y encontrar nuestra “casa”. La estrella no elimina la oscuridad, pero cuando le prestamos atención sabe conducirnos con seguridad…, aunque sea en medio de una noche oscura, como nos recuerdan místicos y poetas: “Sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía”, reconocía Juan de la Cruz. Y lo reproducía Luis Rosales: “De noche iremos, de noche; sin luna iremos, sin luna; que para encontrar la fuente solo la sed nos alumbra”. La “sed” que arde en nuestro corazón constituye al mismo tiempo la luz. Pero es tenue, o quizás mejor, respetuosa, y basta nuestra indiferencia hacia ella para que se desvanezca.

         Con todo, el Anhelo no cesa. A poco que nos escuchemos percibiremos su voz. En una experiencia de plenitud o en medio de una crisis podremos experimentar que “Algo” nos llama a conectar con lo que realmente somos. La voz nace del Silencio y será justamente en el Silencio (de la mente o del yo) donde el experimentaremos el encuentro.

Semana 7 de enero: EL SILENCIO ES AUSENCIA DE EGO

“El silencio no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego”.

Entrevista de Lluís Amiguet a Javier Melloni, en La Contra, de La Vanguardia, 21.03.2016.

Xavier Melloni, antropólogo, teólogo y eremita en la Cova de Sant Ignasi de Manresa. Tengo 53 años: sin la experiencia de Dios no tendrían sentido. Nací en Barcelona. Casado con la vida. ¿Hijos? Hay muchas maneras de engendrar. La política debe conjugar lo imposible. Un poco de ciencia te hace ateo; mucha ciencia te hace creyente. El místico experimenta lo que la ciencia demostrará.

 Antes que la ciencia.
Los lamas y los místicos trascendieron la religión al experimentar en su conciencia la energía del universo que Einstein describiría siglos después en fórmula y que hoy podemos verificar en el GPS. El jesuita Melloni, coautor con Josep Cobo de “Dios sin Dios” (Fragmenta), se dispone a recorrer en la Cova de Sant Ignasi la vía mística para trascender las religiones y anticipar su síntesis, porque cree, con Teilhard de Chardin, que la humanidad evoluciona hacia un estadio de conciencia armónico, que superará su división en naciones e iglesias. Algunos se empeñan en retroceder hacia el Dios tribal y terrible de las ejecuciones, pero acabarán uniéndose –anuncia– a quienes avanzamos hacia la luz.

 ¿Le molestó la blasfemia de aquella poetisa en el Ayuntamiento de Barcelona?

Mucho, pero no por Dios, porque a Dios la blasfemia no le llega, sino por lo que tenía de agresión contra las personas creyentes. Me sorprendió su rabia y me gustaría que me explicara la razón y el sentido de esa rabia.

¿De dónde cree usted que viene?

Es la reacción contra el residuo de la imposición del antiguo Dios autoritario. Hoy se blasfema menos, porque ese Dios impuesto está desapareciendo de nuestro imaginario.

La blasfemia en una sociedad libre sale barata, gracias a Dios.

En Irán la hubieran lapidado. Cierto.

¿Por qué en nuestra era postreligiosa cada vez hay menos curas y más artistas?

Porque ese ateísmo infantil bloquea la irrenunciable aspiración a trascender y muchos la buscan en el arte. Ese ateísmo del Dios autoritario es la fase purificadora en el proceso de la fe hacia el encuentro interreligioso.

Otros regresan hacia el Dios medieval.

Tras el ateísmo de ese Dios arcaico hay una forma progresiva de recuperar a Dios y otra regresiva: el fundamentalismo reaccionario.

¿Cuál es nuestro fundamentalismo?

Un narcisismo paradójicamente adicto a todo. Su expresión más ridícula son las redes sociales y las selfies: ya sólo nos interesa vernos y fotografiarnos a nosotros mismos.

Y nos enganchamos a cualquier cosa: drogas, el móvil, las series televisivas…

Por eso necesitamos ejercicio espiritual para superarlo. Y ahora… ¡Silencio!

¡…!

¿…?

El silencio no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego. En los colegios laicos más avanzados del planeta se practica la meditación. Es un indicio esperanzador de que todos convergemos hacia un nuevo estadio.

Deme un consejo para Semana Santa.

Póngase una alarma y deténgase cada hora en ese silencio del ego. Deje que irrumpa el momento en toda su densidad en su conciencia. Pase así de ser mero okupa del espacio y el tiempo a integrarse en ellos. Y vivirá más. Cada instante es irrepetible: repítalo cada hora.

¡Magnífico! ¿Alguna otra sugerencia?

Renuncie a algo. La renuncia no quita; la renuncia da. Da libertad. Experiméntela. Libérese de algo de lo que cree depender.

¿Librarme de algo que necesito?

Progresará: el narcisismo y la adicción son estancamientos, fijaciones. Cuando los supere tendrá una autoestima sana. El siguiente paso es convertirla en realización y después en trascendencia. Es un proceso de superación personal –ontogénesis– que luego se repite –filogénesis– en toda la especie.

¿De verdad cree que progresamos?

Como las personas, los pueblos y las religiones también se estancan en el narcisismo. Para superarlo, deben morir en ese estadio primario y reaparecer en uno superior.

¿Cómo?

Las palabras condensan significado y energía: designan el mundo, pero también capturan cuanto designan, lo encierran. Por eso, hasta que sustituyes una palabra por otra, no puedes percibir el mundo de otro modo: no progresas. Para llegar al mar de la nueva conciencia, tal vez el río de cada religión deba perder su nombre. Y adoptar el nuevo.

¿Qué nueva fase?

Hoy los humanos entre fases de progreso estamos entre el miedo a esa evolución espiritual y la audacia de la ciencia. En ciencia sí hemos sido audaces hasta trascender la materia y llegar a la energía.

Usted dice que ya lo hacían los místicos.

Los místicos experimentaban por vía espiritual lo que después la ciencia recorrería con la razón empírica en el laboratorio. Sentían la energía que luego demostraría la física.

Visionarios de la energía del universo.

La mística solo anticipaba el camino de la ciencia. Por eso, un poco de ciencia te hace ateo, mucha ciencia te hace creyente. Las religiones orientales son la aceptación del ya es, y las occidentales añaden su rebeldía profética: la ascensión hacia lo que todavía no es.

¿Y hacia dónde vamos?

Vamos a la síntesis de las religiones. Y digo síntesis, porque es la superación de lo anterior con una unión armónica, y no sincretismo, que es su degradación en la mezcla.

¿Cómo y por qué ahora?

La densidad de conocimiento nos lleva a un cambio cualitativo de conciencia. El esfuerzo místico debe lograr que la experiencia mística vuelva a ser de nuevo anticipación del camino que recorrerá la ciencia.

¿Y usted va a intentarlo: ser místico?

Quiero dar un paso más allá del estudio al que he dedicado 15 años.

¿Cilicios, ayuno, mortificación?

Para nada. Solo vida normal y concentración.

Está usted muy delgado.

Porque estoy muy ocupado. La mística no es una experiencia religiosa, sino que intenta trascender lo religioso.

¿Cómo?

La globalización está aquí, pero debemos evitar que provoque traumas y violencia. Yo intentaré modestamente hacer lo posible para que haya lucidez hacia la síntesis.

Semana 31 de diciembre: FIN DE AÑO: «GRACIAS» Y «SÍ»

El cambio de año suele ser época de balances y de propósitos: analizar y evaluar lo acontecido para programar el futuro o proponerse metas a alcanzar. En este sentido, podría hablarse de balances económicos, informativos, psicológicos, de imagen…

          Sin negar la validez de cada uno de ellos en el campo en que se realice, la comprensión sabia de lo que somos -la “mirada espiritual”- otorga una visión de la realidad caracterizada por dos palabras: “Gracias” y “Sí”.

          Son las palabras con las que terminaba el diario de un amigo, quien me lo entregó para que lo leyera días antes de que él mismo falleciera en un accidente de tráfico.

          Tras hacer un recorrido por lo que consideraba más significativo de su existencia, este hombre joven cerraba su relato en esa fecha con estas palabras: “Por todo lo que ha sido, gracias; a todo lo que venga, sí”.

     Esas expresiones revelan, a mi parecer, la comprensión de la que hablaba. El pasado ha sido exactamente como tenía que ser; del mismo modo, el futuro será como tenga que ser. De ahí que la actitud sabia no pueda ser otra que la aceptación profunda, que consiste en alinearse con lo que es. De esa actitud brotará siempre gratitud y aceptación.

          Ahora bien, esto no es accesible para el yo ni para la lectura que la mente hace de los acontecimientos. La mente alberga siempre la pretensión de que las cosas sean como ella desea y el yo se afirma justamente en la resistencia a lo que es.

          Y parece que, aun siendo conscientes de que aquella pretensión –“las cosas deberían ser diferentes de lo que son”- y aquella resistencia generan siempre sufrimiento inútil, nos cuesta reconocer el error sobre el que se basan y seguimos manteniéndolas activas.

           Una y otra se apoyan, en realidad, en una doble creencia errónea: que somos “algo” separado o desgajado de la vida (lo Real), y que llevamos las riendas de lo que sucede. Sin embargo -las mismas ciencias modernas apuntan en esta dirección- parece que no es cierto ni lo uno ni lo otro. No somos el yo separado que nuestra mente piensa, sino la Vida misma que se expresa en esta forma concreta que llamamos “yo” o “personalidad”. Y tampoco somos, por tanto, portadores de una supuesta libertad individual o libre albedrío, capaz de modificar la realidad a nuestro antojo.

          Si nuestra verdadera identidad es una con la totalidad, es claro que somos libertad. Pero el sujeto de la misma no es el yo que, erróneamente, se cree libre, sino la misma totalidad que somos. Ni hay separación ni hay libre albedrío, aunque nuestra mente nos haga tener la sensación subjetiva de que es así.

          Cundo comprendes que eres uno con la totalidad -la totalidad misma que se despliega en todas las formas y en lo que percibimos como secuencia espacio-temporal-, desde esa profunda unidad radical, y en la certeza de que aquello que eres está más allá de todas las formas y siempre a salvo de toda circunstancia, de tu interior solo pueden brotar dos palabras: por todo lo que ha sido, gracias; a todo lo que ha de venir, sí.

Semana 31 de diciembre: EL VALIOSO TIEMPO DE LOS MADUROS

 

Mario de Andrade, poeta y musicólogo brasileño (1893-1945).

Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hasta ahora…


Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.

 

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.


Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.


No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.


No tolero a manipuladores y oportunistas.


Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.


Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.


Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.


Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…


Sin muchos dulces en el paquete…


Quiero vivir al lado de gente humana…, muy humana.


Que sepa reír de sus errores.


Que no se envanezca con sus triunfos.


Que no se considere electa antes de la hora.


Que no huya de sus responsabilidades.


Que defienda la dignidad humana.


Y que desee tan solo andar del lado de la verdad y la honradez.

 

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.


Quiero rodearme de gente que sepa tocar el corazón de las personas…


Gente a quienes los golpes duros de la vida le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.


Sí…, tengo prisa… por vivir con la intensidad que solo la madurez puede dar.


Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…


Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.


Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.


Tenemos dos vidas…, y la segunda comienza cuando te das cuenta que solo tienes una…

Semana 24 de diciembre: LECTURAS DE LA NAVIDAD

Parece innegable que, en nuestro entorno sociocultural, y más allá de creencias religiosas, la fiesta de “Navidad” ha ocupado durante siglos (y aún sigue ocupando) un lugar privilegiado. Diferentes factores la convirtieron en una fecha popular e incluso entrañable, aunque no faltaran nunca sus detractores. Resortes psicológicos básicos, religiosidad sentida, escenas de la infancia cargadas de emoción, reuniones familiares, e incluso, cada vez más, intereses comerciales, lograron que esas fechas aparecieran revestidas de un atractivo especial, a tenor de las experiencias e incluso de las creencias de cada cual.

Sin embargo, acerca de la Navidad caben diferentes lecturas:

Lectura histórica:

La fiesta de Navidad se institucionalizó a partir del siglo IV; su reconocimiento oficial se produjo el año 354, por parte del papa Liberio. En su origen, en esa fecha se celebraba en Roma el “Dies Natalis Solis invicti”, el nacimiento del sol, siempre invicto, que acontecía cada año en el solsticio de invierno, justo cuando los días empiezan a alargar.

El cristianismo asumió la festividad pagana, datando en esa fecha el nacimiento de Jesús, considerado como el verdadero “Sol” por el que había llegado la luz a este mundo.

Sin embargo, este no fue un caso aislado, sino que algo similar había ocurrido en muchas mitologías: en Persia, Mitra, dios de la Luz; en Roma, Apolo; en Egipto, Horus; en las culturas germánicas y escandinavas, Frey, dios del sol naciente; entre los mexicas, antiguo pueblo precolombino, Huitzilopochtli, dios del sol… Tomando al sol como símbolo de lo divino, las diferentes culturas fijaron como fecha del nacimiento de sus respectivas divinidades el solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargarse, cuando el sol “vuelve a nacer”.

Lectura religiosa:

La lectura religiosa se basa en la creencia, es decir, en el dogma. Para el credo cristiano, en Navidad acontece el hecho central de la historia: Dios se hace hombre en la persona de Jesús de Nazaret.

Dicha lectura se apoya en los textos legendarios que aparecen en los evangelios de Mateo y de Lucas -no así en los de Marcos y Juan- y presenta el acontecimiento como la “buena noticia” por excelencia, que será presentada con estas palabras puestas en la boca del ángel: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador; el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

Según esta lectura, Dios se hace hombre. No es difícil imaginar las “resonancias” que tal creencia habría de encontrar en los seres humanos, despertando o avivando sensaciones de seguridad, sentido, confianza…, acompañadas todas ellas de la imagen tierna e indefensa de un bebé recién nacido.

Ahora bien, junto con ello, la creencia religiosa ofrecía la base para su propia absolutización: si Dios se hace hombre en Jesús, esto significa que nos hallamos ante la única religión verdadera, aquella en la que Dios, no solo ha hablado, sino que ha sancionado de manera indubitable.

Lectura espiritual:

Más allá de la creencia y de los relatos legendarios que la sostienen, es muy fácil acceder a la verdad profunda -a veces inconsciente, incluso para los autores de esos mismos relatos- que late en ese “mapa” concreto.

Tal lectura es simple: lo humano es divino. Aquello a lo que los humanos se han referido con el término “Dios” -en sánscrito dev, cuyo significado es sencillamente “luz” o “luminosidad”- está “naciendo” constantemente en todo lo que percibimos a través de los sentidos.

Todo, empezando por lo más pequeño -un bebé en pañales acostado en un pesebre-, es manifestación de lo divino. Todo es Dios manifestado.

Más allá incluso de los términos que han vehiculado contenidos religiosos, la lectura espiritual de lo que se celebra en Navidad podría tal vez expresarse de este modo: La Realidad última, el Fondo único, Lo que es -inalcanzable para nuestros sentidos y nuestra mente- se está manifestando en todas las formas que aparecen ante nosotros. Y ese mismo Fondo constituye nuestra verdadera identidad.

Místicos sufíes gustaban decir que “lo único real es Dios; todo lo demás son “disfraces” en los que Dios se oculta”. Todo es Eso inefable -lo Real solo puede ser uno-; las formas no son sino “despliegues”, en una admirable no-dualidad. No existe Eso inefable más las formas que advertimos: todo es uno. Y nosotros mismos somos, al mismo tiempo, una forma vulnerable -nuestra personalidad tan frágil- y Eso que es plenitud. Comprenderlo es sabiduría, vivirlo es liberación.

Semana 24 de diciembre: EL CONOCIMIENTO SILENCIOSO

Ningún viviente ha venido a este mundo. Nosotros tampoco. Somos un momento, como una pequeña ola de la inmensidad que forman la tierra y los cielos y todo lo que contienen. Somos hijos de la inmensidad de los mundos. Somos un momento de Eso.

Todos los vivientes, nacidos de estas inmensidades, modelan, construyen las realidades en las que viven, a la medida de sus necesidades. Hay tantos mundos como especies vivientes.

Nosotros estamos sometidos a esa misma legalidad animal. Según sea nuestro sistema de supervivencia cultural, modelamos un mundo u otro a la medida de nuestras necesidades, de nuestra capacidad cerebral, de nuestros sensores y de nuestra de acción.

Los mundos de los vivientes y nuestros mundos no están ahí fuera, están en los sistemas nerviosos, perceptivos y activos de cada uno de los vivientes. Nuestro mundo de humanos tampoco está ahí, tampoco es una descripción de lo que hay, es también una modelación a nuestra medida.

Supuesto esto, el silencio no es una mera pacificación, un medio de serenarse; es muchísimo más. Es silenciar nuestra modelación de la realidad, construida desde la necesidad, cuyo operador son los deseos que son también temores, expectativas y recuerdos.

La necesidad y el deseo son los constructores de nuestros mundos; son como el filtro desde el que construimos todas nuestras realidades. Si silenciamos la necesidad y el deseo, con todos sus acompañantes, silenciamos los mundos que construye.

El yo es el gestor del deseo. Si se le silencia, no si se le mata, sino si se le pone al lado, si no se hace de él el centro de nuestra vida, podemos tener noticia de esa inmensidad que hay detrás de todas nuestras modelaciones y que es el ser de nuestras modelaciones.

Comprendemos que nuestras modelaciones de lo real, como las modelaciones de los animales nuestros hermanos, no son lo que realmente hay: la realidad no es como la pensamos, la concebimos, la representamos.

Comprendemos que lo que hay es la inmensidad de los mundos, no las modelaciones que nosotros hacemos de ellos, ni siquiera las que hacen nuestras ciencias. Las construcciones que hacen nuestros mitos y nuestras ciencias parten del cerebro, de los perceptores, de las capacidades de concebir de un viviente terrestre, y de los instrumentos que desde esa capacidad cerebral y perceptiva los humanos hemos construido.

Todas nuestras facultades y saberes parten de un viviente terrestre y están su servicio. El silencio calla todas esas construcciones y nos pone cara a cara con la inmensidad. Nos muestra que esa inmensidad es la realidad de todo lo que damos por real y que esa inmensidad es nuestra propia realidad y no la representación que nos hacemos de nosotros mismos, gestionada por el yo, sus deseos/temores, sus recuerdos y expectativas.

El conocimiento silencioso nos lleva a comprender lo que es la realidad de toda realidad, incluidos nosotros mismos. Esa realidad está más allá de todas nuestras modelaciones, de todas nuestras concepciones y representaciones. Está más allá de la capacidad de nuestra lengua de vivientes terrestres.

Según esto, ¿qué es el conocimiento silencioso? Es la noticia de que la realidad de la realidad, en la que vivimos y somos, no es como la concebimos, porque todo lo que concebimos, de una forma u otra, es a nuestra medida, y la inmensidad de los mundos no es a nuestra medida, no cabe en los cajoncitos de un insignificante viviente terrestre.

Para nosotros los humanos –dicen todas las tradiciones de sabiduría y todos los sabios de todas las épocas-, “Eso”, que es lo real de lo real, es inefable, no tiene nombre; aunque le hayan puesto diferentes nombres: Dios, Brahman, Vacío, Eso, Antepasado…

No es ni lo que dice nuestra ciencia cosmológica, porque también está construida desde nuestra medida. “Eso” de lo que tenemos solo noticia mental y sensitiva, pero no conocimiento, porque es inacotable, inobjetivable, es como una enorme “x”, como un abismo, porque en él nuestra mente y nuestro corazón no tienen dónde agarrarse.

Toda criatura, también nosotros mismos, somos formas de esa inmensidad irrepresentable. Todo ser es un abismo. La realidad de lo que somos es ese mismo abismo y fuera de “Eso”, nada añadido.

Si en “esto” hay mente y sentir, y todo son solo formas en “Eso” hay “como” mente y “como” sentir. Ese es el fundamento del teísmo.

Cuando por el silenciamiento llega esa noticia, todo se muestra no dual. Por esa razón los sabios dicen que mires donde mires, todo lo que veas, tú eres Eso. Dicen también que la gran incógnita de la inmensidad de los mundos es esto de aquí, y que esto de aquí es aquello. Vivimos en el seno de ese abismo y somos ese abismo.

El conocimiento silencioso es una noticia más cierta que cualquier otra certeza, rompe todas las fronteras, unifica lo que parecía separado, se reconcilia con todo, lo acepta todo como se acepta a sí mismo, lo ama a todo como a sí mismo, sirve a todo como se sirve a sí mismo, logra la paz y el no-temor ni siquiera de la muerte.

Quien comprende esto, entiende que toda la vida humana, todos nuestros proyectos de vida colectiva, deberían fundamentarse sobre esa base. Solo desde esa base será posible gestionar adecuadamente nuestras ciencias y tecnologías y su crecimiento acelerado. Si las gestionamos desde nuestra condición de depredadores, pondremos en riesgo a nuestra propia especie, a la vida en el planeta y a la habitabilidad misma del planeta. Ya lo estamos haciendo.

El conocimiento silencioso es la base de la cualidad humana, y la cualidad humana es la condición de la sobrevivencia en la tierra y de la habitabilidad del planeta mismo.

Para cultivar el conocimiento silencioso, individual y colectivamente, no se requiere ni ser creyente, ni ser religioso; se requiere únicamente indagar toda la realidad, cosa a cosa, y a nosotros mismos, con suma atención, respeto y veneración, con la mente y el corazón, libremente  y sin sumisión ninguna, como tiene que hacerse toda auténtica indagación.

Ese es nuestro quehacer más importante en la vida. Si cumplimos con ese quehacer, todo se transforma, todo es cualidad, reconciliación, reconocimiento, unidad, paz.

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Marià Corbí

Intervención en la presentación del libro “El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana (Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans), Barcelona, Fragmenta 2016.