«OBLIGADOS» A BUSCAR

Domingo II del Tiempo Ordinario

17 enero 2021

Jn 1, 35-42

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.

«OBLIGADOS» A BUSCAR

  Los sabios no imponen creencias ni exigen sumisión. Exigencias de ese tipo provienen de personas que, de un modo u otro, necesitan sentirse reconocidas, por lo que van en busca de aplauso, admiración o, simplemente, de “seguidores”.

  La persona sabia es consciente de que cada cual tiene su camino, su tiempo y su ritmo. Vive un respeto profundo y ha aprendido a confiar en la vida y a fluir con la realidad. En lugar de exigir adhesiones, invita a cada persona a indagar por sí misma y a encontrar su propio camino.

 Lo que suele provocarse, al encuentro con alguna persona que vive con sabiduría, es un cuestionamiento y una atracción profunda. Nos sentimos, de pronto, ante alguien cuya presencia despierta en nosotros “algo” que nos remueve y que nos lleva a preguntarle, como en el texto del evangelio: “¿Dónde vives?”, es decir, ¿cuál es el secreto de tu vida? Pero el camino habremos de hacerlo cada uno porque, queramos o no, no podemos dejar de buscar.

 De entrada, nos percibimos a nosotros mismos como “buscadores”. En un nivel superficial, nos percibimos como seres absolutamente carenciados, lo cual dispara nuestra búsqueda ansiando encontrar “fuera” algo que nos complete, nos alivie o incluso nos sacie. Sin embargo, no tardamos mucho en descubrir que la búsqueda no va a dar los frutos anhelados y empezamos a sospechar que es necesario modificar el rumbo, de acuerdo con el dicho según el cual “la salida es hacia dentro”.

 Pero no es solo nuestra necesidad la que nos impulsa a buscar. En un nivel más profundo, podemos experimentar, no el deseo que busca saciarse, sino el Anhelo que nos dinamiza desde dentro. Al hacernos consciente de ello, la búsqueda se modifica por completo, adquiriendo dos rasgos característicos.

 En primer lugar, pierde su componente ansioso y se convierte en un consentir al propio Anhelo que nos mueve y a lo que la vida nos va presentando. Sencillamente, nos vamos haciendo dóciles al impulso interior, para permitir que la dinámica del crecimiento haga su camino en nosotros. Hemos descubierto que, en este camino, todo empieza a conjugarse en pasiva: no nos hacemos, somos hechos.

 En segundo lugar, se abre paso en nosotros la certeza de que, visto en profundidad, la búsqueda carece de sentido. No hay nada que buscar porque somos ya todo aquello que buscamos.

 Y aquí es donde se hace patente nuestra naturaleza paradójica. En el plano profundo somos plenitud; en el plano de las formas, nos percibimos como un yo que busca “construirse”. La paradoja se resuelve cuando acogemos nuestra persona, con todas sus características, desde la comprensión de lo que somos en profundidad. A partir de ahí, entendemos la vida como un “juego” o representación, en el sentido más limpio y profundo de las palabras.   

¿Dónde estoy en mi búsqueda?

Semana 10 de enero: SONREÍR CAMBIA LA ACTITUD

Tomado de Deia, 17 agosto 2020.
https://www.deia.eus/vivir-on/salud/2020/08/17/estudio-evidencia-acto-sonreir-engana/1058985.html

Un estudio evidencia que el acto de sonreír «engaña» a la mente para que sea más positiva.

Según la universidad de Australia del Sur, la actividad de los músculos faciales no solo altera el reconocimiento de las expresiones faciales sino también de las corporales.

Una innovadora investigación de la Universidad de Australia del Sur ha evidenciado que el acto de sonreír puede engañar a la mente para que sea más positiva, simplemente moviendo los músculos faciales.

El estudio, publicado en la revista ‘Experimental Psychology’, evaluó el impacto de una sonrisa en la percepción de las expresiones faciales y corporales. En ambos escenarios, se hizo que los participantes sostuvieran un bolígrafo entre sus dientes, forzando así a sus músculos faciales a reproducir el movimiento de una sonrisa.

La investigación descubrió que la actividad de los músculos faciales no solo altera el reconocimiento de las expresiones faciales sino también de las corporales, y que ambas generan emociones más positivas.

El investigador principal, Fernando Marmolejo-Ramos, apunta que el hallazgo tiene importantes implicaciones para la salud mental. «Cuando los músculos te dicen que eres feliz, es más probable que veas el mundo que te rodea de forma positiva. En nuestra investigación descubrimos que cuando practicas la sonrisa a la fuerza, se estimula la amígdala –el centro emocional del cerebro– que libera neurotransmisores para fomentar un estado emocionalmente positivo», detalla el científico.

Según el investigador, el trabajo tiene «implicaciones interesantes» para la salud mental. «Si podemos engañar al cerebro para que perciba los estímulos como ‘felices’, entonces podemos usar potencialmente este mecanismo para ayudar a impulsar la salud mental», apunta.

El estudio replicó los hallazgos del experimento de la sonrisa ‘encubierta’ evaluando cómo las personas interpretan una gama de expresiones faciales (desde el ceño fruncido hasta la sonrisa) usando el mecanismo del bolígrafo en los dientes; luego lo extendió usando imágenes de movimiento de luz puntual (desde videos de caminatas tristes hasta videos de caminatas felices) como estímulos visuales.

«En resumen, los sistemas perceptivo y motor se entrelazan cuando procesamos los estímulos emocionales. Un enfoque de ‘fingir hasta que lo consigas’ podría tener más crédito del que esperamos», concluye Marmolejo-Ramos.

HIJOS AMADOS, HIJAS AMADAS, SIEMPRE

Fiesta del Bautismo de Jesús

10 enero 2021

Mc 1, 7-11

En aquel tiempo proclamaba Juan: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, mi predilecto”.

HIJOS AMADOS, HIJAS AMADAS, SIEMPRE

  En su brevedad, el relato que hace Marcos del bautismo de Jesús se halla repleto de símbolos elocuentes, que buscan presentar la identidad de Jesús como “el Hijo amado de Dios”.

  El cielo que se rasga simboliza la comunicación que se restablece entre el cielo y la tierra, entre Dios y la humanidad; la paloma parece significar el “aleteo” del Espíritu suave y fuerte, a la vez; la voz del cielo expresa el contenido último de todo el pasaje.

  Para la fe de aquella comunidad, es en Jesús, y gracias a él, donde todo eso ocurre: en él, cielo y tierra quedan unificados, y establecida de manera definitiva la comunión de Dios con la humanidad.

  Una lectura espiritual del texto ve al “Hijo amado” como metáfora que habla de todos nosotros. El término “hijo” contiene, al menos, dos significados inseparables: por un lado, el hijo es el que está naciendo del padre; por otro, es de su misma sangre. ¿Qué significa eso para nuestra comprensión?       

 Somos de la misma “sangre” que el Fondo del que surgimos. Más aún, en nuestra identidad profunda, somos ese Fondo innombrable, al que nos referimos con términos como Vida, Consciencia, Ser, Dios, Padre… Y, a la vez, somos una forma concreta –una persona– en la que aquel Fondo se despliega, en cierto modo una “criatura”.

 La metáfora del “Hijo amado” –así, con mayúscula– viene a decirnos que somos uno con el “Padre” –que nuestra identidad última es una con todo lo que es– y que nuestro yo particular (“hijo”) –nuestra personalidad– está siendo constantemente “sostenido” por el Fondo que es y somos. Lo que brota de ahí es confianza, gozo y comunión efectiva con todos los seres.

¿Dónde se apoya mi confianza?