UN MUNDO AL REVÉS

Fiesta de Todos los Santos

1 noviembre 2020

Mt 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

UN MUNDO AL REVÉS

   Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad. 

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Semana 25 de octubre: LA MUERTE NO EXISTE // Luján COMAS

Entrevista de Ima Sanchís a Luján Comas, licenciada en medicina, especializada en anestesiología y reanimación, en La Contra, de La Vanguardia, 29.09.2018.

https://www.lavanguardia.com/lacontra/20180929/452070048190/entender-que-no-existe-la-muerte-cambia-nuestra-vida.html

“Considero que la muerte es el momento más importante de la vida. Aquí se queda todo lo denso, te llevas tu conciencia”.

 69 años. Barcelonesa. Viuda, tengo tres hijos. Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron 32 años y ahora lo hago en una consulta privada de medicina integrativa. Soy apolítica, pero creo que las mujeres pueden cambiar las cosas. En la vida todo tiene sentido, estamos aquí para evolucionar.

 Amiga de la muerte

Ejerciendo su especialidad, anestesiología y reanimación, se preguntó qué pasa con la conciencia mientras nuestros parámetros vitales son una linea inexpresiva. Pero el empujón final para dedicarse a investigar sobre la muerte y las ECM (experiencias cercanas a la muerte) fue cuando a su marido le diagnosticaron una enfermedad terminal. Es cofundadora de la asociación sin ánimo de lucro Merry Human Life Society (Merrylife) para la evolución de la conciencia, y coautora del libro ¿Existe la muerte? junto a Anji Carmelo. Será ponente de una jornada sobre la continuidad de la consciencia más allá de la muerte que tendrá lugar el sábado 6 de octubre en la Facultad de Psicología de la Blanquerna y organiza Merrylife.

¿Cuál es su experiencia con la muerte?

Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron durante 32 años, de ellos 18 como anestesióloga en cirugía cardiaca.

¿Muerte y reanimación han sido su pan de cada día?

He estado en contacto con la muerte desde dos vertientes. Una es personal: yo nací tras la muerte de una hermana, recuerdo ir al cementerio desde muy pequeña. También viví tres abortos tardíos de mi madre, la muerte de un hermano a los 26 años y la muerte de mi marido.

¿A qué edad enviudó?

A los 48 años. Fue entonces, con el diagnóstico de enfermedad terminal de mi marido, médico reumatólogo, cuando empecé a investigar la muerte y la posibilidad de un más allá para ayudarle en ese tránsito.

¿Y en lo profesional?

Debido a mi especialidad he reanimado muchos paros cardiacos y he asistido a operaciones muy graves. Fui parte del equipo del primer trasplante bipulmonar de España y el primer unipulmonar de Catalunya. Todo esto me acerca mucho a la muerte y hace que me haga muchas preguntas.

Hablemos de ellas.

Había un tipo de operaciones que hacíamos en cirugía cardiaca bajo hipotermia profunda. Casos en los que la aorta se rompe en la zona de la que salen las arterias que irrigan el cerebro. Para que el cirujano pudiera coser teníamos que parar la circulación sanguínea, el corazón y la respiración.

¿Y eso no es la muerte?

Sí, aparentemente la persona está muerta. Luego, a través del calentamiento, el oxígeno y los fármacos, su actividad vuelve a la vida. Yo no podía evitar preguntarme: ¿dónde está la conciencia mientras tanto? Si la conciencia está en el cerebro, cuando este no recibe oxígeno, ¿qué pasa con ella?

¿Qué entendió?

Que la conciencia no es un producto de nuestro cerebro sino que utiliza a nuestro cerebro. Dediqué mucho tiempo a investigar las ECM (experiencias cercanas a la muerte).

Ha colaborado usted con el cardiólogo holandés Pin Van Lommel.

Sí; desde 1988 se ha dedicado a documentar casos incuestionables de ECM. En el 2001, en The Lancet, publicó un estudio clínico prospectivo con 344 pacientes en el que participaron diez hospitales holandeses.

¿Sobre vivencias de ECM?

Sí, pacientes que mueren clínicamente, es decir, que corazón y cerebro dejan de funcionar, y aun así pueden explicar sus percepciones sensoriales como si fueran un ser completo (las personas ciegas ven como si tuvieran vista, los sordos oyen…), y pueden sentir, recordar y pensar. Pero su cerebro no tiene rastro de actividad porque simplemente está “muerto”.

¿Y qué cuentan?

Las situaciones más comunes descritas son que han podido verse a sí mismos y lo que pasaba en aquel momento en su entorno; han revisado toda su vida en el pasado y también en el futuro y comprendido el sentido de su existencia. Han sentido una paz y un amor incondicional indescriptible.

¿Pese a que su cerebro está muerto?

Sí, por tanto esa consciencia que continúa durante este trance no se encuentra en el cerebro. Es una energía, y como energía no se crea ni se destruye, se transforma y perdura.

¿Se da algún cambio en esas personas?

La mayoría modifican su escala de valores, pierden el miedo a morir y afrontan la vida de una forma radicalmente diferente: empiezan a dedicarse a trabajos que dan sentido a sus vidas, de servicio y ayuda a los otros…

Hay médicos que afirman que esas experiencias son meras alucinaciones.

Sí, debidas a la falta de oxígeno que todos sufrimos en ese momento, pero no todos tenemos un ECM, tan solo un 20%. También dicen que son causadas por el exceso de anhídrido carbónico o por una epilepsia del lóbulo temporal, pero todas son rebatibles.

¿Cómo se lo explica usted?

En 1990, Stuart Hameroff, psicólogo en la Universidad de Arizona, y Roger Penrose, físico matemático en la de Oxford, propusieron que los microtúbulos, las unidades más pequeñas del citoesqueleto de las células, actúan como canales para la transferencia de información cuántica responsable de la consciencia.

¿Somos como aparatos de radio?

Exacto, y cuando morimos el contenido de los microtúbulos vuelve a esa conciencia cuántica y si te reaniman se puede recuperar.

¿Me está diciendo que en nosotros hay una conciencia universal?

Sí, y cuando mueres esa conciencia a la que se suman tus experiencias pasa a la conciencia cuántica, pero no se pierde la información.

¿Se trata de una conciencia que está continuamente aprendiendo?

Sí, continuamente, y que está conectada a todo. El mundo de las subpartículas de las que todo está hecho, están interconectados, usted, yo, los árboles, la mesa, todo el universo… Puede ser una explicación. Lo que está claro es que si entendiésemos que no existe la muerte, no tendríamos miedo y viviríamos de otra manera.

AMOR, DEFENSAS Y SUSTITUTOS

Domingo XXX del Tiempo Ordinario

25 octubre 2020

Mt 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Él le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”.

 AMOR, DEFENSAS Y SUSTITUTOS

          La pregunta que los fariseos formulan a Jesús no era ociosa: por una parte, se trataba de una cuestión debatida entre ellos y, por otra, parecía necesario establecer una cierta jerarquía entre la jungla de normas que los propios fariseos habían desarrollado al comentar la Torá.

   La respuesta de Jesús se enmarca dentro de la ortodoxia tradicional: el primer mandamiento para un judío es el famoso Shemá Israel (“Escucha, Israel”), tal como fue recogido en el Libro del Deuteronomio (6,4-9). En su respuesta, Jesús une el Shemá Israel con el amor al prójimo. Lo que hace es anudar dos textos de la Torá: Deut 6,4-5 y Lev 19,18. Sin embargo, tampoco esta unión sería completamente original de Jesús, ya que su propio interlocutor –otro rabino– la reconoce del mismo modo.

     No es casual que diferentes tradiciones sapienciales, de un modo u otro, establezcan el amor como “el mandamiento más importante”. Porque tal “mandamiento” no depende de alguna voluntad arbitraria, sino que es expresión de la naturaleza de lo real. Al afirmar que el amor es “lo más importante” no se hace sino reconocer la unidad profunda de lo real, la no-separación de todo lo que es. Porque eso es el amor, no un sentimiento o emoción, sino la certeza de que no existe nada separado de nada, por lo que todo lo que hago a alguien o a algo me lo estoy haciendo a mí. Y es aquí justamente donde se enraíza la llamada regla de oro, presente en todas las tradiciones espirituales: “No hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti” o “trata a los demás como desearías que ellos te tratasen a ti”.

   Lo que ocurre es que, al querer amar, solemos encontrar no pocas resistencias. Por un lado, el amor humano es reactivo. Eso significa que, cuando no nos hemos sentido amados de un modo incondicional, nuestra propia capacidad de amar ha podido quedar bloqueada y nosotros mismos atrapados en diferentes mecanismos de defensa, al tratar de protegernos del sufrimiento generado por aquella carencia. Por otro, el miedo a darnos o entregarnos suele hacer que nos defendamos del amor, prefiriendo permanecer en nuestra zona de confort.

    A raíz de una parábola de Jesús, hace unas semanas comentaba que, en el nivel profundo, la realidad es como la fiesta de un banquete de bodas. Sin embargo, al no verla así –porque estamos alejados de aquella profundidad–, podemos pensarla como un castigo, un absurdo ­–“pasión inútil” la llamó algún filósofo existencialista–, una prueba o un aprendizaje. Y al alejarnos de aquella misma profundidad que es plenitud, buscamos sustitutos de la fiesta, para entre-tenernos –necesita entretenerse el que no se “tiene” a sí mismo–, en un intento desesperado de evitar la superficialidad y el vacío. 

    Cuando desconectamos del amor –entendido como certeza de no separación–, nos alejamos de nosotros mismos y, en el mismo movimiento, de la vida que somos. Tal vez necesitemos recorrer el camino que nos permita mantener una cercanía amorosa con nosotros mismos y con toda la realidad, en la certeza de que somos uno con todo lo que es.

¿Amo o me distancio?

Semana 18 de octubre: NO NACIDOS // Thich Nhat Hanh

“Este cuerpo no soy yo, no estoy atrapado en este cuerpo, yo soy vida sin límites, nunca he nacido y nunca he muerto.

Sobre el vasto océano y el cielo pleno de galaxias, todo se manifiesta desde los fundamentos de la consciencia. Desde el sin principio de los tiempos he sido libre.

El nacimiento y la muerte son únicamente una puerta por la que entramos y salimos. El nacimiento y la muerte son solo un juego de “escondidillas.”

Así que sonriente, toma mi mano y dime adiós. Mañana nos encontraremos nuevamente, o tal vez antes.

Siempre nos encontraremos en el origen verdadero, siempre encontrándonos una y otra vez en los innumerables senderos de la vida”

Thich Nhat Hanh

 

«CÉSAR» Y «DIOS» EN CLAVE TRANSPERSONAL

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

18 octubre 2020

Mt 22, 15-21

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?”. Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto”. Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién son esta cara y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Entonces les replicó: “Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

«CÉSAR» Y «DIOS» EN CLAVE TRANSPERSONAL

    La pregunta de los fariseos era una trampa difícil de resolver, teniendo en cuenta la realidad sociopolítica y religiosa del pueblo judío, sometido al Imperio Romano. La respuesta de Jesús es una salida airosa, inteligente y astuta, que confronta a los fariseos con su propia mentira.

   En ocasiones, dicha respuesta ha servido como pretexto para fragmentar la realidad, de manera dualista, entre el “reino de Dios” y el “reino del César”, como si por un lado fuera “lo espiritual” y por otro “lo material”.

    Sin entrar ahora en ese debate, prefiero hacer una lectura “transpersonal” de aquella respuesta, refiriéndome a la “doble dimensión” o “doble nivel” de lo real (y de nosotros mismos).

   “Dar a Dios lo que es de Dios”: en una lectura teísta que piensa a Dios como un ser separado, tal expresión subraya la sumisión a Dios –mejor o peor entendida–, como Señor de la propia existencia.

  En la comprensión transpersonal, “Dios” –etimológicamente: “luz”– es otro nombre para referirnos al misterio último de lo real, la plenitud que constituye el fondo o identidad profunda de todos los seres. “Dar a Dios lo que es de Dios” podría traducirse, por tanto, por: “Vivid en conexión con vuestra verdadera identidad”

    Siempre dentro de esa clave de lectura, y utilizando los términos “César” y “Dios” como símbolos, cabría decir que el primero representa al “yo” o la “personalidad” –estamos en el nivel fenoménico o de las formas–, mientras que el segundo alude a nuestra verdadera identidad.

   Ahora bien, en contra de lo que cree la mente separadora, no hay ningún dualismo, ya que ambos niveles se hallan abrazados en una unidad mayor: hay polaridad –dos niveles–, pero no dualismo. La realidad es no-dual, lo Uno se manifiesta y despliega en lo múltiple.

    Se trata de “dar al yo” lo que le pertenece, lo cual significa reconocerlo en su nivel como expresión en la que se está experimentando lo que somos. Y de “dar a Dios” lo que es de Dios, reconocer nuestra identidad profunda y vivirnos desde ella.

     Al afirmar que la referencia última es “lo que somos”, no se está absolutizando el yo como criterio último de comportamiento. Porque “lo que somos” no es el yo, sino aquella identidad, más allá del yo –transpersonal– que compartimos con todos los seres. Dicho de otro modo: “dar a Dios lo que es de Dios” –vivir en conexión consciente con lo que somos– supone la mayor toma de distancia posible del ego, la liberación de aquella creencia que nos identificaba con él.

    En resumen, entendida simbólicamente y en esta clave, la respuesta de Jesús constituye una síntesis preciosa de toda la sabiduría. ¿Qué es vivir sabiamente? Atender el yo –el nivel de las formas– desde la conexión consciente con nuestra verdadera identidad: la consciencia, la vida, la plenitud de presencia.

¿Desde dónde me vivo y actúo?