GRATITUD

Domingo XIV del Tiempo Ordinario

5 julio 2020

Mt 11, 25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis agobiados y cansados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

GRATITUD

      La gratitud es una actitud admirablemente terapéutica, capaz de sostener el “tono vital” de la persona. Por un lado, nos aleja del funcionamiento de la queja; por otro, constituye el mejor antídoto frente al desaliento o el desánimo.

          En la medida en que la ejercitamos, nos va transformando interiormente y enriqueciendo nuestro modo de vivir la relación con los otros. En cierto sentido, podría decirse que ensancha el propio corazón, favorece la alegría de vivir y facilita poderosamente la convivencia.

          A poco que observemos, podremos advertir que la gratitud genuina no depende tanto de lo que nos sucede, cuanto del modo como recibimos lo que nos sucede. Si únicamente damos gracias cuando nos ocurre algo que consideramos “agradable”, no hemos salido aún de nuestro egocentrismo.

          La gratitud auténtica es una con la vida, fluye con ella. Nace y se apoya en la comprensión de que, más allá de los juicios que pueda hacer nuestra mente, en el fondo, todo es gracia. Por eso, cuando sabemos ver, la gratitud aflora sin obstáculos. Por el contrario, si permanecemos aferrados a nuestras expectativas –“la vida debe responder a lo que yo deseo”–, la frustración inevitable traerá consigo la resistencia y el sufrimiento, el enfado, la queja y el victimismo.

         La gratitud, como fuerza que nos desegocentra, nos hace tomar distancia de nuestros pequeños intereses y nos abre a la comprensión profunda de que, en último término, todo es don.

        Como el amor, como la alegría…, como tantas cosas, la gratitud es un arte. Y en cuanto tal, necesita ser ejercitada en un entrenamiento cotidiano, en el que, conscientemente, damos gracias por todo.

    En la medida en que crece la comprensión, reconocemos que, vista desde el plano espiritual, la gratitud no es simplemente una actitud o cualidad –algo que podemos vivir con mayor o menor intensidad–, sino otro nombre de nuestra identidad profunda: somos Gratitud. Por eso, al vivirla conscientemente, experimentamos encaje, unificación y plenitud: estamos viviendo lo que somos.

        Si se entiende bien, podría decirse que la existencia entera de una persona sabia se vive entre dos palabras: “gracias” y “sí”. Por todo lo que ha sido, ¡gracias!; a todo lo que sea que venga, ¡sí!

¿Soy una persona agradecida? ¿Qué me hace decirlo?

Semana 28 de junio: MILES DE CIENTOS // Magdalena MORIN

Yo no sé si les pasó,

pero hoy siento que no soy esto,

no soy el cuerpo, ni soy la mente

que tiene estos pensamientos.

Soy miles de partes mías

que viajan y emprenden vuelo,

revolotean, bailan, se expanden

muy lejos del firmamento.

Y cuánto más intento frenar,

atarme a un punto quieto,

me enredo en miles de hilos

que me conectan con otros vuelos.

Y así descubro que soy,

soy esto, soy movimiento.

Y este yo que también sos vos,

son ustedes y también ellos,

danza y recorre este cielo

multiplicado en miles de cientos.

Magdalena Morin.

PARADOJA

Domingo XIII del Tiempo Ordinario

28 junio 2020

Mt 10, 37-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta, y quien reciba a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Y todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa”.

 PARADOJA

        La paradoja constituye, sin duda, una “seña de identidad” de lo profundo. Todo lo profundo -y, por tanto, lo humano- es paradójico. Lo cual se traduce en el reconocimiento de que las cosas no son lo que parecen.

               ¿A qué se debe la paradoja? Al hecho de que lo real tiene «dos niveles». En el caso humano, esos dos niveles son la «personalidad» y la «identidad». Tampoco nosotros somos lo que parecemos ser.

         La mente lee la paradoja como una contradicción, pero en realidad es una contradicción solo aparente. Los «dos niveles” no se excluyen, sino que se complementan, hasta el punto de hacer posible este mundo fenoménico que percibimos.

         “Vacuidad es forma y forma es vacuidad”, se afirma en el budista Sutra del corazón. Todas las formas se hallan sostenidas en la vacuidad –son vacuidad, en su realidad última– y la vacuidad se hace presente en todas ellas.

       La ignorancia consiste en ver solo la forma, sin percibir la vacuidad que es en su núcleo más profundo, o en imaginar una vacuidad ilusoria separada de las formas. Es lo que hace nuestra mente, al ser incapaz de manejarse en la paradoja. Por el contrario, la comprensión descubre ese “doble nivel”, estrecha e indisolublemente abrazado en la no-dualidad. Vacuidad y forma, forma y vacuidad, todo es no-dos.

       Jesús de Nazaret expresa nuestra paradoja en aquella expresión tan conocida como frecuentemente malinterpretada: “El que encuentre su vida, la perderá; el que la pierda por mí, la encontrará”.

         “Encontrar la vida” significa aquí reducirse a aquello que la mente percibe, es decir, identificarse con la forma (el yo). Quien se identifica con su yo, pensando que esa es su identidad, se ha “perdido” en la ignorancia y en la confusión. Ha perdido lo más valioso: la vida.

       Por el contrario, “perder la vida” significa tomar distancia del yo, verlo en lo que es –solo una “forma” transitoria– y reconocerse en la vida que somos. El “mí” del texto es una forma de expresar lo que realmente somos. De ahí que la expresión “perder su vida por mí” no significa alienarse a otro, sino reconocerse en esa identidad profunda –el evangelio de Juan la nombra como “Yo soy”– que nos constituye. Por decirlo de modo más sencillo: no se trata de seguir a Jesús ­–a partir de una creencia que fácilmente fomenta una vivencia heterónoma e incluso infantilizante–, sino de “seguir” a –vivir en conexión con– aquello que somos todos –Jesús incluido–, superada la trampa de la identificación con el yo.

 ¿Pierdo o encuentro la vida?

Semana 21 de junio: EPIDEMIA DE FELICIDAD // Anónimo

SÍNTOMAS DE LA EPIDEMIA DE FELICIDAD

  1. Tendencia a guiarse por la intuición personal en lugar de actuar bajo la presión de los miedos, ideas preconcebidas y condicionamientos del pasado.
  2. Falta total de interés en juzgar a los demás, juzgarse a sí mismo y estar interesado en cualquier cosa que genere conflicto.
  3. Pérdida completa de la capacidad de preocupación (este es uno de los síntomas más graves).
  4. Constante placer de apreciar las cosas y los seres tal y como son, que lleva a la desaparición del hábito de querer cambiar a los demás.
  5. Intenso deseo de transformarse para gestionar positivamente los pensamientos, las emociones, el cuerpo físico, la vida material y el entorno para desarrollar constantemente su potencial de salud, creatividad y amor.
  6. Repetidos ataques de sonrisa, esa sonrisa que dice «gracias» y expresa un sentimiento de unidad y armonía con todos los seres vivos.
  7. Apertura creciente sin cesar hacia el espíritu de la infancia, hacia la simplicidad, la risa y la alegría.
  8. Momentos cada vez más frecuentes de comunicación consciente con la propia profundidad y de vivencia de la no-dualidad…, con la sensación de plenitud y felicidad que la acompaña.
  9. Placer de comportarse como un sanador que trae alegría y luz, en lugar de crítica o indiferencia.
  10. Capacidad de vivir sol@, en pareja y en sociedad, con fluidez e igualdad, sin jugar a ser víctima, verdugo o salvador.
  11. Responsabilidad de ofrecer al mundo sus sueños de un futuro justo, armonioso y pacífico.
  12. Aceptación total de la propia presencia en la tierra y disposición a elegir en cada momento, lo bello, lo bueno y lo verdadero.

Si quiere seguir viviendo con miedo, dependencia, conflicto, enfermedad y conformidad, evite todo contacto con personas con estos síntomas. ¡Esta enfermedad es extremadamente contagiosa! Si ya tiene síntomas, debe saber que su condición es probablemente irreversible. No existe una vacuna contra la enfermedad.

Dado que esta enfermedad de la felicidad causa una pérdida del miedo a morir, que es uno de los pilares centrales de las creencias de la sociedad materialista moderna, es probable que se produzcan disturbios sociales, como huelgas de la mente belicosa y de la necesidad de tener razón.

CONFIANZA

Domingo XII del Tiempo Ordinario

21 junio 2020

Mt 10, 26-33

En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: “No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”.

 CONFIANZA

              El miedo es lo opuesto a la confianza. Y aseguran los neurocientíficos que ambos usan las mismas redes neuronales. Lo cual implica que alimentar el miedo –consciente o inconscientemente– significa socavar la posibilidad misma de confiar.

          El miedo es una emoción importante que nos permite detectar las amenazas y protegernos ante ellas. Forma parte, por tanto, de nuestro equipamiento biológico. El problema surge cuando la amenaza no es real, sino fabricada por nuestra mente, como consecuencia de miedos “heredados” generacionalmente, de experiencias infantiles más o menos traumáticas o de la ignorancia acerca de lo que realmente somos.

          Con tales condicionamientos, no es extraño que la mente vea peligros por doquier, instalándonos en el miedo de manera habitual, incrementando la ansiedad y encerrándonos en una cárcel interna que cada vez oprimirá más. El miedo acobarda y constriñe, aísla y obliga a vivir a la defensiva en permanente estado de alerta.

          Frente a tales miedos-fantasmas –creados y alimentados por una mente temerosa e ignorante–, el mensaje de las personas sabias aparece indefectiblemente coloreado por la confianza. Es lo que percibimos, por ejemplo, en Jesús de Nazaret quien, de manera constante, insiste: “No tengáis miedo”, confiad.

          La confianza brota de la comprensión, de la certeza de que aquello que somos se halla siempre a salvo. En palabras del propio Jesús: “pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Experimentaremos dolor y muerte en nuestra forma vulnerable, pero lo que somos realmente permanece siempre inafectado. Por decirlo de manera simple: somos aquello que no puede ser dañado.

          Y habla Jesús de “gorriones” y de “cabellos”… Todo, absolutamente todo, hasta lo más insignificante, responde a un designio sabio. Vivimos confundidos porque percibimos solo una apariencia muy limitada de la realidad. Si pudiéramos apreciarla en su conjunto, advertiríamos que, en lo profundo, todo está bien, todo tiene su lugar. Y que la vida no se equivoca cuando cae un pájaro del cielo o un cabello de nuestra cabeza.

          Si lo quiero analizar desde mi mente analítica, no entenderé nada, me sublevaré ante ese tipo de afirmaciones y, con toda probabilidad, añadiré sufrimiento. Si comprendo que soy (somos) la misma vida expresándose, superada la consciencia de separatividad, viviré en la confianza. Porque quien percibe su (nuestra) verdadera identidad vive ecuánime e imperturbable en toda situación.

          De una forma que puede sonar escandalosa tanto a la mente analítica como a la ortodoxia religiosa, la mística beguina del siglo XIV, Juliana de Norwich, proclamaba gozosa: “El pecado es necesario, pero todo acabará bien, y todo acabará bien, y cualquier cosa, sea cual sea, acabará bien”.

¿En mi día a día, alimento más el miedo o la confianza?