TENTACIÓN E IGNORANCIA

Domingo I de Cuaresma 

1 marzo 2020

Mt 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él le contestó diciendo: “Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»”. Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece en las piedras»”. Jesús le dijo: “También está escrito: «No tentarás al Señor tu Dios»”. Después, el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto»”. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”.

TENTACIÓN E IGNORANCIA

       En principio, parece claro que nos tienta todo aquello que promete seguridad y autoafirmación del yo. Mientras nos percibamos como seres separados –identificados con el “yo”– no podremos sino buscar cualquier cosa que fortalezca esa supuesta identidad, porque algo nos dice que en ello nos va la vida. Y dado que ese yo se descubre esencialmente frágil y vulnerable, se comprende que persiga a toda costa todo aquello que le ofrezca seguridad.

   El relato evangélico señala con agudeza las tres tentaciones que acechan al ser humano y que pueden resumirse en tener, poder y aparentar. Tres palabras que apuntan hacia aquello que, supuestamente, le permite mantenerse seguro y en pie.

      En cuanto vacío, el yo necesita ansiosamente bienes a los que llamar “míos” para sostener la ilusión de que él es “alguien”.

     Frente al miedo que acompaña inexorablemente a todo yo separado, necesita el poder, no solo para sostener la ilusión de que es inmune al peligro, sino como medio de autoafirmarse por encima de los demás. Es sabido que el yo se afirma gracias al contraste, la comparación y la prepotencia.

    Y ante el pánico que le supone ser un “don nadie” o desaparecer, el cultivo de la imagen parece otorgar al yo una aureola de grandeza a toda prueba.

     Así planteado, parece evidente que las tentaciones se anclan en una doble fuente: en la necesidad psicológica de seguridad y en la ignorancia espiritual acerca de nuestra verdadera identidad.  

    Por tanto, si queremos comprender de dónde vienen nuestras tentaciones –trampas– y, a la vez, deseamos hallar el camino de superación de las mismas, tal vez sería bueno plantearnos una doble cuestión: ¿cómo me percibo a mí mismo? y ¿dónde pongo mi seguridad?

  Resulta obvio que ambas preguntas se hallan íntimamente relacionadas ya que, según me perciba a mí mismo, pondré la seguridad en una cosa u otra. O mejor todavía, depositaré la seguridad en algún objeto –del tipo que sea– o comprenderé que la seguridad no es algo añadido a lo que realmente soy.

     En síntesis, cuando comprendemos qué somos de una manera experiencial o vivencial, la inquietud por la seguridad desaparece. Y podremos vivir las tentaciones como oportunidad para afianzarnos en la comprensión de que somos aquello que no necesita seguridades ajenas porque se halla siempre a salvo. Tal comprensión es la fuente de la libertad.

    Y eso es lo que se pone de manifiesto en las respuestas del sabio Jesús. A cada tentación, él se remite –eso parece significar que cite palabras de la Escritura judía– a su verdadera identidad, a Aquello donde es uno con Dios.

¿Dónde pongo mi seguridad?

Semana 23 de febrero: LAS CREENCIAS IRRACIONALES // Albert ELLIS

LAS 11 CREENCIAS IRRACIONALES BÁSICAS, según Albert ELLIS

Albert Ellis, es el creador de la Terapia Racional Emotiva (TRE). Su método terapéutico intenta descubrir las irracionalidades de nuestros pensamientos y con ello sanar las emociones dolorosas, dramatizadas y exageradas que son consecuencia de los esquemas mentales distorsionados. Ellis parte de la hipótesis de que no son los acontecimientos (A) los que nos generan los estados emocionales (C), sino la manera de interpretarlos (B). No es A quien genera C, sino B. Por tanto, si somos capaces de cambiar nuestros esquemas mentales (D) seremos capaces de generar nuevos estados emocionales (E) menos dolorosos y más acordes con la realidad, por tanto, más racionales y realistas.
Creencia Irracional Porqué es irracional Alternativas racionales
Idea irracional nº 1:

 

«Es una necesidad extrema para el ser humano adulto el ser amado y aprobado por prácticamente cada persona significativa de la sociedad»

El exigir ser aprobado por todos es una meta inalcanzable. Si se necesita de forma extrema la aprobación siempre se generará una preocupación por el cuánto le aceptarán a uno. Es imposible que uno sea siempre simpático o agradable cara a los demás.

Aunque uno pudiera alcanzar la aprobación de los demás, eso exigirá una enorme cantidad de esfuerzo y energía. El intentar se aprobado por los demás generaría un servilismo donde se tendría que abandonar las propias necesidades.

La incertidumbre de no conseguir la aprobación de los demás generaría un comportamiento inseguro y molesto perdiéndose con ello el interés de los demás.

Es preferible que no intentes erradicar todos tus deseos de aprobación, sino las necesidades excesivas de aprobación o de amor.

Es adecuado que busques más la aprobación por tus hechos, actividades y comportamientos que por tí mismo.

El no ser considerado por los demás es algo frustrante pero no horroroso o catastrófico. Es bueno que te preguntes: ¿Qué quiero hacer en el curso de mi relativamente corta vida?, más que ¿Qué creo que les gustaría a los demás que hiciera?

Para conseguir el amor de los demás, una de las mejores formas es darlo.

Idea irracional nº 2:

 

«Para considerarse uno mismo valioso se debe ser muy competente, suficiente y capaz de lograr cualquier cosa en todos los aspectos posibles».

Ningún ser humano puede ser totalmente competente en todos los aspectos o en la mayor parte de ellos.

Intentar tener éxito está bien, pero el exigirse que se debe tener éxito es la mejor manera de hacerse sentir incompetente e incapaz. Forzarse más de la cuenta acarrea estrés y enfermedades psicosomáticas.

El individuo que lucha por el éxito total está en continua comparación con otros ante los que se siente invariablemente inferior. El ambicionar el éxito conlleva el querer ser superior a los demás, con lo que invariablemente se entra en conflicto con los otros.

El buscar el éxito distrae al individuo de su auténtico objetivo de ser más feliz en la vida.

La preocupación por el éxito acarrea el miedo al fracaso y a cometer errores, con lo que es fácil generar un disgusto por el trabajo y una tendencia al fracaso real en éste.

Concéntrate en disfrutar más del proceso de actuar más que del resultado.

Cuando intentes actuar bien es más para tu propia satisfacción, que para agradar o ser mejor que los demás.

Debes cuestionarte con frecuencia si estás luchando para alcanzar un objetivo propio, o para agradar a otros.

En la lucha por alcanzar tus objetivos debes aceptar tus propios errores y confusiones en vez de horrorizarse por ellos.

Debes aceptar la necesidad de practicar y practicar las cosas antes de conseguir el éxito.

Te debes forzar a hacer de vez en cuando aquello en lo que temes fracasar, aceptando el hecho que los seres humanos no somos perfectos.

Idea irracional nº 3:

 

«Cierta clase de gente es vil, malvada e infame y que deben ser seriamente culpabilizados y castigados por su maldad».

Las personas somos seres limitados que la mayoría de las veces actuamos de manera automática e inconsciente sin una «maldad consciente».

El individuo que actúa mal en la mayoría de los casos, es una persona ignorante o perturbada que no es consciente de las consecuencias de sus comportamientos para los demás y para si misma.

El castigar o culpabilizar severamente al que comete errores normalmente le conduce a seguir cometiéndolos, por el contrario una actitud más tolerante y racional a la hora de considerar sus errores le favorece más el cambio positivo.

El culpabilizarse uno genera depresión, angustia o ansiedad, y el culpabilizar a los demás rabia y hostilidad, todo esto no conduce a otra cosa más que al conflicto personal o social.

No debes criticar o culpar a los otros por sus fallos, sino comprender que éstos son cometidos por simpleza, ignorancia o perturbación emocional.

Cuando alguien te culpabilice de algo, deberás preguntarte si realmente lo hiciste mal, y si es así, intentar mejorar tu conducta, pero si no lo has hecho, comprender que la crítica de los demás es un problema de ellos, por algún tipo de defensa o perturbación.

Es positivo comprender el porqué la gente actúa como lo hace desde su punto de vista, y si hay una manera calmada de hacerle entender sus errores, practicarla. Si no es posible tendrás que decirte «esto es malo, pero no necesariamente catastrófico».

Deberás intentar comprender que tus propios errores como los de los demás son el resultado de la ignorancia o de la perturbación emocional.

Idea irracional nº 4:

 

«Es tremendo y catastrófico el hecho  de que las cosas no vayan por el camino que a uno le gustaría que fuesen».

No hay razón para pensar que las cosas deberían ser diferentes a lo que realmente son, otra cosa es que nos agrade o no.

El estar abatidos por las circunstancias no nos ayudará a mejorarlas, y sí es posible que de esta forma las empeoremos.

Cuando las cosas no nos salen, está bien luchar por cambiarlas, pero cuando esto es imposible, lo más sano es aceptar las cosas como son.

Aunque nos veamos frustrados o privados de algo que deseamos, el sentirnos muy desdichados es sólo consecuencia de considerar erróneamente nuestro deseo como una necesidad fundamental.

Debes discernir si las circunstancias son realmente negativas, o si estás exagerando sus características frustrantes.

El sentido catastrófico se lo das a veces con estas expresiones: ‘Es terrible’, ‘Dios mío’, ‘No puede soportarlo’. Haz de aprender a cambiar estas expresiones por otras más racionales y realistas: ‘Son negativas pero no catastróficas’, ‘Estoy convencido de que puedo soportarlo’.

Haz de intentar tomar las situaciones difíciles como un desafío del que tienes que aprender.

Idea irracional nº 5:

 

«La desgracia humana se origina por causas externas y la gente tiene poca capacidad o ninguna de controlar sus penas y perturbaciones»

Los ataques verbales de los demás nos afectarán sólo en la medida en que con nuestras valoraciones e interpretaciones le hagamos caso.

La expresión «me duele que mis amigos no me hagan caso» esta mal dicha, ya que lo que me duele es que yo me lo diga dándole una valor de terrible o insoportable.

Aunque la mayoría de la gente pueda creer que las emociones negativas no se pueden cambiar y simplemente hay que sufrirlas, la experiencia demuestra que es factible el poderlas cambiar.

Cuando experimentes una emoción dolorosa, debes reconocer que eres el creador de dicha emoción, y que como la originas, también puedes erradicarla.

Cuando observes de forma objetiva tus emociones dolorosas descubre los pensamientos y frases ilógicas que están asociados con esa emoción.

Y cuando eres capaz de cambiar tus propias verbalizaciones de forma radical, podrás transformar las emociones autodestructivas.

Idea irracional nº 6:

 

«Si algo es o puede ser peligroso o temible, se deberá sentir terriblemente inquieto por ello y deberá pensar constantemente en la posibilidad de que esto ocurra»

Si se está muy preocupado por un asunto de riesgo, el nerviosismo impide ver realmente la gravedad del asunto.

La ansiedad intensa ante la posibilidad de que un peligro ocurra, impide afrontarlo con eficacia cuando realmente ocurre.

El preocuparse mucho de que algo suceda no solo no evita que ocurra, sino que a menudo contribuye a su aparición. El inquietarse por una situación peligrosa conlleva el exagerar las posibilidades que ocurra, aunque sea esto muy improbable.

Cuando han de venir acontecimientos inevitables como la enfermedad o la muerte de nada sirve el preocuparse anticipadamente por ellos.

La mayoría de los hechos temidos y peligrosos (como las enfermedades) son mucho menos catastróficos cuando ocurren de verdad, pero la ansiedad o el miedo de que sobrevengan si constituye algo incluso más doloroso que la propia situación temida.

Debes comprender que la mayoría de las preocupaciones no las causan los peligros externos, sino la manera que tienes de hablarte a tí mismo.

Te tienes que dar cuenta que los miedos no nos ayudan a evitar los peligros, más bien todo lo contrario.

Debes comprender que la mayoría de los miedos tienen en su origen el miedo a lo que los demás piensen de mí. Por tanto date cuenta de lo irracional de este argumento.

Deberás, de vez en cuando, hacer las cosas que más miedo te dan (como hablar en público, defender tus derechos o mostrar tus puntos de vista con superiores) para demostrarte que no son tan terribles esos miedos.

No deberás afectarse de que miedos que parecían ya superados vuelvan a aparecer de nuevo, deberás trabajar para erradicarlos afrontándolos hasta que ya no te afecten.

Idea irracional nº 7:

 

«Es más fácil evitar que afrontar ciertas responsabilidades y dificultades en la vida»

Aunque a veces resulta cómodo abandonar determinadas actividades por considerarlas desagradables, esto trae grandes consecuencias negativas, por ejemplo el dejar de estudiar, de trabajar o de realizar cualquier actividad que requiere esfuerzo físico o psíquico.

El proceso de tomar la decisión de no hacer algo que se considera difícil pero provechoso, habitualmente es largo y tortuoso y suele conllevar más sufrimiento que el hacer la actividad desagradable.

La confianza en uno mismo sólo proviene de hacer actividades y no evitarlas. Si se evitan, la existencia se hará más fácil pero a la vez aumentará el grado de inseguridad y desconfianza personal.

Aunque mucha gente supone que una vida fácil, evasiva y sin responsabilidades es algo apetecible, la experiencia demuestra que la felicidad del ser humano es mayor cuando está comprometido en un objetivo difícil y a largo plazo.

Deberás esforzarse en realizar las cosas desagradables que sea necesario hacer y terminarlas lo más pronto posible.

No debes suponer que detrás de cada evasión de nuestros problemas existe una actitud indolente ‘por naturaleza’, sino suponer que ésta es el resultado de creencias irracionales que debes descubrir y cambiar.

No deberás imponerte una autodisciplina rígida ni exagerada pero sí planificar las actividades y objetivos de un modo razonable, estableciendo metas a corto, medio y largo plazo.

Un individuo racional acepta la vida con lo que ésta conlleva de dificultades, el descansar o evitar los problemas sólo sirve para agradarlos.

Idea irracional nº 8:

 

«Se debe depender de los demás y se necesita a alguien más fuerte en quien confiar»

Aunque en normal el tener un cierto grado de dependencia de los demás, no hemos de llegar al punto de que los demás elijan o piensen por nosotros. Cuanto más se depende de los demás, menos se elige por uno mismo y más se actúa por los demás con lo que se pierde la posibilidad de ser uno mismo. Cuanto más se dejan las decisiones en los demás, menos oportunidad tiene uno de aprender. Por lo que actuando así se genera más dependencia, inseguridad y pérdida de autoestima. Cuando se depende de los demás se queda uno a merced de ellos, y esto implica que la vida toma un cariz incontrolable ya que los demás pueden desaparecer o morir. Debes aceptar el hecho de que estás solo en el mundo, y que no es tan terrible apoyarte en ti mismo y tomar decisiones. Comprende que no es terrible el fracaso en la consecución de los objetivos, y que los fracasos no tienen que ver con la valía como ser humano. Es preferible arriesgarse y cometer errores por elección propia que vender el alma por una ayuda innecesaria de los demás. No debes, de forma rebelde o defensiva, rechazar cualquier ayuda de los demás, para probar lo ‘fuerte’ que eres. Es positivo que aceptes la ayuda de los demás cuando sea necesaria.
Idea irracional nº 9:

 

«La historia pasada de uno es un determinante decisivo de la conducta actual, y que algo que le ocurrió alguna vez y le conmocionó debe seguir afectándole indefinidamente»

Aunque una persona haya tenido que sufrir los excesos y condicionamientos de otros, por ejemplo ser excesivamente complaciente con los padres, eso no quiere decir, que por ejemplo 20 años después haya que seguir siéndolo.

Cuanto mas influenciado se está por el pasado , más se utilizan soluciones a los problemas que fueron utilizadas entonces pero que hoy pueden ser ineficaces y por tanto se pierde la oportunidad de encontrar otras actuales y más útiles.

El pasado se puede utilizar de excusa para evitar enfrentarse a los cambios en el presente y de esa manera no realizar el esfuerzo personal requerido.

Se exagera la importancia del pasado cuando en vez de decir «por mi pasado me resulta difícil cambiar», se dice «por mi pasado me resulta imposible cambiar».

Un individuo racional acepta el hecho de que el pasado es importante y sabe de la influencia de éste en el presente, pero sabe a la vez que su presente es el pasado del mañana y que esforzándose en transformarlo, puede conseguir que su mañana sea diferente, y presumiblemente más satisfactorio.

En lugar de realizar los mismos comportamientos del pasado de forma automática, deberás parar y desafiar esos comportamientos tanto verbal como activamente.

En vez de rebelarte con rencor contra todas y la mayoría de las influencias pasadas, debes valorar, cuestionar, desafiar y rebelarte sólo con aquellas ideas adquiridas que son claramente perjudiciales.

Idea irracional nº 10:

 

«Uno deberá sentirse muy preocupado por los problemas y las perturbaciones de los demás»

Los problemas de los demás con frecuencia nada o poco tienen que ver con nosotros y no hay ninguna razón por la que debamos estar preocupados por ellos.

Aunque los demás realicen comportamientos que nos perturban, nuestro enojo no proviene de su conducta sino de lo que nos decimos a nosotros mismos.

Por mucho que nos disgustemos por la conducta de los demás, esto probablemente no la cambiará, hemos de aceptar que no tenemos el poder de cambiar a los demás. Y si acaso lo conseguimos, hemos pagado un alto precio con nuestra perturbación, y hemos de buscar otras formas menos destructivas de intentar, sin alterarnos, que los demás corrijan sus errores.

El involucrarnos en los problemas de otros a menudo se usa como una excusa sutil para no afrontar nuestros propios problemas.

Debes preguntarte si realmente merece la pena preocuparte por los comportamientos de los demás, y debes interesarte sólo cuando te preocupen lo suficiente, cuando pienses que puedes ayudar a cambiar o que tu ayuda puede ser útil realmente.

Cuando aquellos que te preocupan estén actuando erróneamente, no debes preocuparte por sus comportamientos y hacerles ver de forma tranquila y objetiva sus errores.

Si no puedes eliminar la conducta autodestructiva de otros, debes al menos no estar enojado contigo mismo por no conseguirlo y renunciar a la ideas de mejorar esa situación.

Idea irracional nº 11:

 

«Invariablemente existe una solución precisa, correcta y perfecta para los problemas humanos, y que si esta solución perfecta no se encuentra sobreviene la catástrofe»

No existe ni seguridad ni perfección ni verdad absoluta en el mundo. La búsqueda de seguridad sólo genera ansiedad y expectativas falsas.

Los desastres que la gente imagina que le sobrevendrán si es que no consiguen una solución correcta a sus problemas, no tienen una existencia objetiva sino que son desastres creados en su mente, que en la medida en que se los crean le ocurrirá algo catastrófico (como un intenso estado de pánico o de desesperanza).

El perfeccionismo induce a resolver los problemas de forma mucho menos «perfecta» que si no se fuera perfeccionista.

Un individuo racional no comete la estupidez de decirse que se debe conocer la realidad totalmente, o tiene que controlarla, o deben existir soluciones perfectas a todos los problemas.

Cuando se enfrenta a un problema, un individuo racional pensará en varias soluciones posibles a elegir, y elegirá la más factible y no la ‘perfecta’, sabiendo que todo tiene sus ventajas e inconvenientes.

Deberás buscar entre las opciones extremas (blanco o negro) los puntos intermedios y moderados (grises).

Debes saber que errar es de humanos y que tus actos no tienen nada que ver con tu valor como ser humano.

Sabiendo que sólo aprendemos de realizar intentos y equivocaciones, deberás experimentar una y otra vez hasta dar solución a tus problemas.

Estas 11 creencias irracionales básicas fueron sintetizadas posteriormente por Ellis (1977a) en:

LAS 3 CREENCIAS IRRACIONALES BÁSICAS

Con respecto a Idea irracional
Uno mismo «Debo hacer las cosas bien y merecer la aprobación de los demás por mis actuaciones»
Los demás «Los demás deben actuar de forma agradable, considerada y justa»
La vida o el mundo «La vida debe ofrecerme unas condiciones buenas y fáciles para que pueda conseguir lo que quiero sin mucho esfuerzo y comodidad»

 

EL AMOR ES UNIVERSAL

Domingo VII del Tiempo Ordinario 

23 febrero 2020

Mt 5, 38-48

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente». Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pida, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?  ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

EL AMOR ES UNIVERSAL

           Una elemental ley psicológica nos recuerda que el amor humano es reactivo –aprendemos a amar en la medida en que nos hemos sentido amados– y que incluye, como condición, haber crecido en amor a sí mismo.

          Ahora bien, a veces ocurre que, aun nombrándolo como amor a uno mismo, lo que en realidad vivimos es un pseudo-amor narcisista que empieza y acaba en la propia persona.

          Como criterios distintivos del amor genuino señalaría dos rasgos que lo caracterizan: la humildad y la universalidad. El amor es siempre humilde, es decir, incondicional. A diferencia del pseudo-amor que se enamora de la “imagen” que queremos dar –ante los demás y ante nosotros mismos–, el amor auténtico abraza toda nuestra verdad con sus luces y sus sombras, aciertos y errores, éxitos y fracasos… Y es también universal: cuando una persona conecta con el amor genuino hacia sí misma notará que, en ese mismo movimiento, ama a todos los seres, incluidos los “enemigos”. Y no por un esfuerzo de voluntad, sino por la naturaleza misma del amor, que no conoce fronteras ni límites.

    La clave radica, por tanto, en conectar conscientemente con el Amor que somos, experimentar su carácter humilde y universal y vivirnos desde ahí. Notaremos entonces que el amor a los enemigos no es fruto de nuestra voluntad o de nuestra obediencia a una norma, sino que brota del amor mismo.

          Una vez más, todo se ventila en la comprensión experiencial de lo que somos, gracias a la cual es posible superar la trampa por la que nos reducimos al yo y vemos todo y a todos desde su limitada e interesada perspectiva.

          Cuando, por el contrario, en lugar de vivirme desde el yo, silencio la mente y me abro a conectar con el Amor que somos, todo se irá dando –irá fluyendo– desde su fuente.

Al amarme a mí mismo/a, ¿experimento que el amor es humilde y universal?

VIVIR DESDE EL CORAZÓN

Domingo VI del Tiempo Ordinario 

16 febrero 2020

Mt 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Os lo aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto. Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero al Abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al Abismo. Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio». Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer –excepto en caso de prostitución- la induce al adulterio, y el que se casa con la divorciada comete adulterio. Sabéis que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor». Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios, ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por su cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno”.

VIVIR DESDE EL CORAZÓN

          En medio de la tensión que vive su comunidad, en la que conviven discípulos procedentes del judaísmo –que reclaman el cumplimiento de la ley judía– y los que provienen del paganismo –que subrayan la “ruptura” que ha supuesto Jesús–, Mateo trata de buscar un equilibrio no siempre fácil. Así hay que entender la afirmación, favorable a los judeocristianos, según la cual Jesús no ha venido a “abolir la ley, sino a dar plenitud”. Pero a continuación, para resaltar la “novedad” del mensaje, tal como reclamaban quienes procedían del mundo helénico, remarca que “si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”.

          Más allá de esas muestras de “inestable equilibrio” con el que intenta mantener la paz en su propia comunidad, el texto apunta a algo de mucha mayor hondura y que toca una cuestión básica del camino espiritual: ¿Desde dónde vivo?

          Los códigos morales insisten en las acciones: “no matar”, “no cometer adulterio”, “no jurar”. Pero probablemente todos tenemos experiencia de que es posible no hacer nada de ello y, sin embargo, vivir con el corazón endurecido, desconectado de lo realmente importante.

          El mensaje de Jesús es radical, por cuanto quiere llegar a la raíz. Y por eso nos confronta con nuestra propia verdad: ¿Me vivo desde la norma o desde el corazón?

          Vivir desde el “corazón” significa vivir desde el amor que nace de la comprensión de la unidad que somos, y que se plasma en la “regla de oro”: trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti.

¿He interiorizado, desde la comprensión, la llamada “regla de oro”?

Semana 9 de febrero: LOS SEIS SENTIDOS: LA COMPASIÓN // Amelia VALCÁRCEL

Amelia VALCÁRCEL, en El País, 12 de octubre de 2019.
https://elpais.com/elpais/2019/10/10/ideas/1570727420_366150.html

 Si vemos cómo se golpea a un niño, sentimos algo parecido al vértigo. Es el “sentido moral”, tal que la vista o los oídos.

Cuando la Modernidad alboreó, allá por los finales del siglo barroco, hubo que volver a hacerse las viejas preguntas y las respuestas cambiaron. Por ejemplo, esta: “¿Por qué debemos ser morales?”. La respuesta admitida había estado clara más de un milenio: porque así lo quiere Dios Nuestro Señor y serlo evita las penas del infierno. Dios ha dado su ley, de una vez para siempre. Se debe cumplir y no hay más que contar. Si alguien duda de las llamas infernales, tenemos previstas llamas terrenales para que pierda cuidado.

Pero ahora es distinto. Vamos a sacar del matraz a Dios, dada su enorme masa, y dejemos fuera también el temor a los fuegos infernales y quizás a los de aquí. Vamos a buscar otras respuestas. ¿Por qué debemos ser morales? Bueno… porque… ¿para evitar líos? ¿Porque somos seres racionales y la razón nos exige que lo seamos? Quizá somos morales para no contravenir a nuestra racionalidad. Descartes, el primer y mayor de los racionalistas, no lo apoyó. Fue más bien partidario de no buscarse problemas. Esto tardó su tiempo. Sin ir más lejos, un tipo tan evidentemente genial como Hume, un escocés, se permitió bromear de esta manera: del hecho de que yo prefiera que estalle el mundo siempre que a mí no se me estropee un dedo, no se sigue ninguna falta de lógica. Va a ser que el universalismo moral no depende de la calidad de nuestra razón.

Las mejores respuestas a una pregunta tan compleja vinieron de Inglaterra y de Escocia. Se macizaron así: debemos ser morales porque… no tenemos más remedio que serlo. Estamos diseñados para ello. Somos morales porque tenemos un sexto sentido. Cuando vemos una acción directamente contraria a lo que es bueno, se nos levanta un asco, un horror, se nos despierta algo en el fondo de nuestro cuerpo que nos dice que aquello no está bien. Es nuestro sexto sentido, el sentido moral. Si vemos cómo se golpea a un niño, a un animal indefenso, se viola, se calumnia con gusto…, sentimos algo parecido al vértigo. Eso es el “sentido moral”. Con tan buena guía es difícil equivocarse. Es tal que la vista o los oídos. Y, como ellos, puede muy bien suceder que alguien lo tenga flojo o carezca por completo de él. Pero eso no lo invalida. La mayoría lo poseemos en su modo corriente. A quien lo tenga deficiente difícilmente se lo podemos mejorar. Lo mejor es precaverse de ese tipo de gente… o gentuza.

Estas cosas, en filosofía, nunca se afirman sin que se desate una polémica, pero dejémosla ahora callada. Hutcheson lo bordó: los sentimientos benévolos son parte inalienable de la condición natural humana. Están ahí. Antes de hablar ya sonreímos. No somos buenos por naturaleza, pero somos morales por destino. Para hacer desaparecer a ese nuestro sexto sentido hay que trabajar bastante. Porque es más fuerte que la voz de la conciencia. Es terror y vómito a un tiempo.

¿Y qué pasa con la crueldad? Pues que resultaría ser un aprendizaje. Poco a poco, mediante sucesivas y al principio pequeñas crueldades, aprenderíamos a orillar y evitar ese sentimiento innato. Iríamos subiendo la dosis. Ensayaríamos a distanciarnos con los objetos, los animales, los débiles, subiendo y alargando la distancia hasta ensordecer a nuestra naturaleza. Practicaríamos la crueldad en gustos y espectáculos. Distancia, risa, chacota del dolor ajeno. Gusto por la crueldad o incluso el ensañamiento. Lo llevaríamos a término con ciertas excepciones… con cualquiera que no pudiera devolvérnosla. Porque esa precaución siempre, quien no fuera definitivamente idiota, la guardaría. Así que desde el siglo ilustrado la humanidad supo que tenía un sentido que añadir a los cinco corrientes. Cierto problema había en que nunca antes hubiéramos sabido nada de él. Pero no seamos gente puntillosa. Reconocemos lo que se nos quiere decir.

Ahora le solemos llamar “inteligencia emocional”, esto es, la capacidad de ponerse en el lugar de otro o de casi poder sentir lo que siente si a ello nos afanamos. Goleman, cuyos libros fueron tan visitados a principios de milenio, es lo que cuenta. Que hay gente más o menos lista en ver y captar la emoción base de los demás. Percibimos que en esas intuiciones brilla una chispa de verdad. Por lo mismo sabemos cómo se educa en la falta de compasión. Sabemos que muchas culturas definitivamente han hecho de esa senda cruel su fundamento de existencia. Nos basta con ver su pedagogía de presentación. Las reconocemos. Todavía las usamos.