EXPERIENCIAS DE COMPRENSIÓN

Fiesta del Bautismo de Jesús 

12 enero 2020

Mt 3, 13-17

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

EXPERIENCIAS DE COMPRENSIÓN

          Para algunos exegetas, lo vivido por Jesús al ser bautizado por Juan fue una experiencia de comprensión (iluminación), en la que habría comprendido vivencialmente su identidad de “Hijo amado”. El conjunto de símbolos que acompañan el relato –“cielo abierto”, “paloma”, “voz del cielo”– parecen apuntar en esa dirección. No tenemos datos de lo ocurrido en sus años anteriores –tal vez hubiera sido discípulo del Bautista– pero, a partir de aquella experiencia, inicia decididamente lo que se conoce como su “vida pública”, que lo habría de llevar de Galilea a Jerusalén.

       La comprensión de que hablamos aquí no es mental o conceptual, sino experiencial o vivencial. Cuando ocurre, la mente queda silenciada y se abre ante la persona una “visión” inédita, que queda grabada en ella de manera definitiva. Es como si, por un momento, se hubiera descorrido un velo y se hubiera hecho manifiesto lo que realmente es, detrás de todo el universo de formas que percibimos a través de los sentidos y que modula la mente.

          Se trata de experiencias transpersonales (transmentales), que se hacen presentes de manera imprevista y modifican radicalmente el “modo de ver” al que la persona estaba habituada. Pueden ser fugaces –como chispazos de luz– o más duraderas, pueden situar a la persona definitivamente en esa “nueva consciencia” o no ser estables. En cualquier caso, marcan un punto de inflexión, un antes y un después, en la vida de quien las ha vivido.

          Me parece que lo habitual es que, tras la experiencia, sigan pesando las inercias mentales –la idea de ser un yo separado, los mecanismos anteriores…– y los condicionamientos psicológicos –que recluyen en el egocentrismo y narcisismo–. Pareciera como si, a pesar de la comprensión luminosa, siguiéramos siendo movidos por el cableado neuronal que arrastrábamos anteriormente.

          Ante ello, se impone la necesidad de comprometerse en un proceso de reeducación, gracias al cual podamos integrar en el cuerpo y en la mente, en las células y en las neuronas, la comprensión que se nos regaló vivir. Tal proceso implica adiestrarse en el “paso” de la creencia de lo que pensamos ser –un yo separado– a la certeza de lo que realmente somos: uno/una con la Vida.

          Del mismo modo que recurrimos a la reeducación corporal (rehabilitación) o psicológica, para “ajustar” nuestro cuerpo o nuestro psiquismo, parece sabio adiestrarse, de modo constante, en vivir en conexión con lo que se nos ha regalado vivir.

¿Me ejercito en salir de la inercia mental que me mantiene en la creencia de ser un yo separado para vivir en conexión con la vida que realmente soy?