JUICIO O ACOGIDA

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario 

3 noviembre 2019

Lc 19, 1-10

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Él bajó enseguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le contestó: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

JUICIO O ACOGIDA

          El yo tiende a moverse según las “etiquetas” que constantemente asigna a las cosas y a las personas. Etiquetas que constituyen un filtro mental que impide la visión directa –debido a ellas, no vemos a las personas como son, sino como pensamos que son– y que resulta muy difícil modificar. Como han demostrado recientes investigaciones neurocientíficas, el cerebro tiende a aferrarse a sus propios prejuicios antes que cambiar su modo de ver, porque no le importa en absoluto la verdad, sino lo que él piensa que es la verdad. Por eso tiende a convertir lo aparente en evidencia para ofrecernos un presente apetecible y coherente, y por la misma razón se aferra a sus propias etiquetas que ha identificado como “la verdad”. Por sorprendente que parezca, la imagen mental inicial –la etiqueta– rara vez se rectifica. Ese es el motivo por el que, como escribe David del Rosario (El libro que tu cerebro no quiere que leas, Urano, Madrid 2019, p.168), un científico que ha estudiado estas cuestiones, “un prejuicio limita más que un gen”.

          De la etiqueta brota siempre un juicio que estará coloreado por aquella. Por ejemplo, quienes consideraban como “pecador” a un publicano rico que extorsionaba a los pobres no podrían entender que Jesús, no solo se dirigiera a él de manera amistosa, sino que además le pidiera alojarse en su casa. El prejuicio se había colocado por encima de la persona.

          Lo que percibimos en Jesús es la actitud contraria: no-juicio (ausencia de prejuicios o etiquetas),  proximidad y acogida, que nacen de la capacidad de ver con una mirada limpia: la expresión “lo vio” aparece intencionadamente cargada de interés sincero.

          El relato concluye mostrando el efecto que la acogida produce en Zaqueo y la motivación última de Jesús. El publicano vive una conversión, que consiste en un cambio en su modo de ver: en virtud de ello, es capaz de mirar a los pobres y a aquellos de quienes se había aprovechado acogiéndolos; el corazón egocentrado da paso a un corazón que sabe compartir.

          La motivación de Jesús, que explica su comportamiento provocativo e incluso “escandaloso” a los ojos de la sociedad biempensante, se halla en su mirada, en su capacidad de ver a la persona en su valor incondicional. “Condena el pecado, pero no al pecador”, decía un antiguo aforismo. Sin que eso signifique justificar cualquier acción, es claro que toda persona puede ser comprendida en toda situación…, a condición de que tomemos distancia de nuestros propios mapas mentales y seamos capaces de ver la realidad como la propia persona, fruto de sus condicionamientos, la está viendo. Si no puedo comprender al otro, ello no es debido a que sea incomprensible, sino a mi propio narcisismo que me impide tomar distancia de lo que es mi perspectiva particular.

          Es precisamente la actitud que vive hacia las personas –hecha de amor incondicional y de no juicio– la que explica la misión con la que se ha identificado: “buscar y salvar lo que estaba perdido”. Lo cual está afirmando implícitamente que todo puede ser salvado.

¿Vivo más en el juicio o en la acogida comprensiva e incondicional?

Semana 27 de octubre: CEREBRO Y EMOCIONES // John HITZIG

Dr. John Hitzig, profesor de la Universidad Maimónides, destacado gerontólogo que ha estudiado las causas de la longevidad saludable.

  • El cerebro es un músculo fácil de engañar; si sonríes, piensa que estás contento y te hace sentir mejor.
  • El pensamiento es un evento energético que rápidamente se transforma en emoción (de “e-movere”, movimiento), un movimiento neuroquímico y hormonal que, cuando es negativo, hace colapsar a nuestro organismo en forma de malestar y disfunciones de todo tipo.

Alfabeto emocional

Las conductas con R:
resentimiento,
rabia,
reproche,
rencor,
rechazo,
resistencia,
represión.
Son generadoras de cortisol, una potente hormona del estrés.
 

Generan actitudes D:
depresión,
desánimo,
desesperación,
desolación.
 

Las conductas con S:
serenidad,
silencio,
sabiduría,
sabor,
sueño,
sonrisa,
sociabilidad.
Son generadoras de serotonina, la hormona que favorece la serenidad.
 

Generan actitudes A:
ánimo,
aprecio,
amor,
amistad,
acercamiento,
agradecimiento.
 

Lo que siempre se llamó “hacerse mala sangre” no es más que un exceso de cortisol y una falta de serotonina en la sangre.

SOMBRA, ORGULLO NEURÓTICO Y VERDAD

Domingo XXX del Tiempo Ordinario 

27 octubre 2019

Lc 18, 9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo». El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

SOMBRA, ORGULLO NEURÓTICO Y VERDAD

          He aquí una joya de sabiduría psicológica y espiritual. Y para evitar el juicio apresurado, será bueno ver que los dos personajes de la parábola representan dos actitudes que seguramente habitan en cualquiera de nosotros.

          El “fariseo” simboliza el ego que vive de la comparación, el juicio y la descalificación. La comparación permite afirmarse, separándose, frente a los otros; el juicio es inevitable en el estado mental, ya que pensar equivale a juzgar, es decir, a colocar “etiquetas” a todo y a todos; la descalificación del otro supone afirmar la propia “superioridad” moral o personal.

          La imagen del “publicano”, por su parte, alude a la consciencia de nuestra propia vulnerabilidad, con su carga de debilidad, error, mentira e incluso maldad: lo que, genéricamente, se ha entendido como “pecado”.

          El primero vive instalado en el orgullo neurótico y, desde él, condena en el otro todo aquello que en sí mismo ni acepta ni quiere ver. En ese sentido, vive en la mentira, porque es incapaz de reconocer y aceptar su propia sombra. Y, al no verla, se ve forzado a proyectarla en el otro, sin advertir que, con toda probabilidad, aquello que condena es lo que, en su inconsciente –eso es la sombra–, desearía vivir. De modo que, mientras está presumiendo de no ser “como los demás: ladrones, injustos, adúlteros” –“dime de qué presumes y te diré de qué careces”–, sin que él lo advierta, su inconsciente está susurrando: “no soy como los demás…, pero me encantaría serlo”. ¿Resultado? Es un hombre no reconciliado consigo mismo –no “justificado”, en el lenguaje de la parábola-.

          A diferencia de quien se refugia en su imagen idealizada, el segundo reconoce sencillamente su verdad y se acepta con ella. No hay comparación, ni juicio ni descalificación de otros. Hay aceptación de la propia verdad, sin maquillarla –eso es humildad–, que produce un resultado diametralmente opuesto al anterior: termina “justificado”, es decir, unificado y pacificado.

          ¿Cómo puedo reconocer en mí el orgullo neurótico y la sombra inconsciente? Por sus síntomas en mi vida cotidiana: la comparación con los otros, el juicio y la descalificación, la crispación que experimento ante determinadas personas, actitudes, comportamientos… Evidentemente no todo aquello de lo que discrepo constituye una sombra mía, pero lo que me crispa de los otros me está señalando algo negado en mí.

¿Vivo reconciliado/a con toda mi verdad?

Semana 20 de octubre: LA VIDA DUELE… // Inma NOGUÉS

“LA VIDA DUELE Y NO SE TRATA DE ANESTESIARLA”

 Entrevista de Ima Sanchís a Inma Nogués, médico de familia, en La Contra, de La Vanguardia, 4 de octubre de 2019.

58 años. Barcelonesa. Soltera y sin hijos. Licenciada en Medicina y Cirugía y máster en Medicina Naturista. La política es un servicio al bien común, pero en este país ningún político lo cree, eso tiene que cambiar. Espíritu y materia forman una unidad. Estamos en el mundo para espiritualizar la materia.

Mente y corazón

Profesora del máster de Medicina Naturista (COMB) y del máster de Terapia Neural (Universidad de San Juan de Dios), médica de familia en el ambulatorio de la Segu­ridad Social de Esplugues de Llobregat, imparte cursos y conferencias sobre la constitución fí­sica y energética del ser humano. Preside Merry Life, asociación sin ánimo de lucro dedicada a la expansión de la conciencia que desarrolla actividades de autocrecimiento. El 12 de octubre la jornada versará sobre: ¿Es el amor el reto de nuestro tiempo? Es autora de De lo físico a lo sutil y coautora de Medicina natural basada en la evidencia. “Necesitamos una mente y un corazón abiertos para seguir avanzando en el conocimiento del milagro de la vida”.

Cuando me estaba formando como médica de familia, ver tanto dolor, enfermedad y sufrimiento me llevó a buscar más allá de lo físico, de lo obvio.

¿Por qué?

Tenía la sensación de que algo se nos estaba escapando, que las personas tenemos un desconocimiento muy profundo de nosotros mismos, y esa falta de conocimiento, del propósito de la vida, nos enferma.

¿Y se puso a buscar?

En la universidad me hicieron experta en enfermedad, en el máster de Medicina Naturista aprendí cómo mantenernos en salud, y también profundicé en el conocimiento del ser humano de la sabiduría antigua oriental. Todo eso cambió mi enfoque como médica.

Integró.

Sí, desde el conocimiento espiritual hasta la física cuántica. Recetar un pensamiento le puede cambiar la vida a una persona.

Ahora imparte cursos sobre la constitución física y energética del ser humano.

Cuando nos introducimos en las partículas subatómicas ya nos dicen los físicos que todo es pura energía. Hay aspectos de nuestra constitución sumamente importantes que no vemos.

Como las emociones.

Sí, y los pensamientos, que son un impulso motor. Entender cómo nos condicionan nuestras creencias y poder cambiar lo que pienso y lo que siento modifica mi realidad.

Lo que es consustancial a la física de partículas no es aplicable a la física clásica.

Que no hayamos sido capaces todavía de unirlo no quiere decir que estén separadas. Cuando inventamos el microscopio electrónico pudimos ver lo que pasaba dentro de las células, la vida molecular, y ahí nos hemos quedado.

¿El paso siguiente?

Electrones y partículas subatómicas: nuestra esencia. El mundo cuántico nos va a hacer cambiar de paradigma.

¿Cuál cree que será ese nuevo paradigma?

Los físicos dicen que estamos inmersos en un mar cuántico de energía, y la sabiduría antigua, que ese mar cuántico es una energía de amor, creadora, expansiva: la energía de la vida que fluye en tus células y por todo el universo y lo mantiene todo cohesionado.

¿Y?

Entenderlo nos hace salir de la competición para entrar en la cooperación. Es un cambio de visión que nos da claridad. Y todo lo que le estoy diciendo está reflejado en nuestra fisiología.

Cuénteme.

Las glándulas suprarrenales fabrican adrenalina y noradrenalina que se disparan cuando nos sentimos amenazados.

Las hormonas del estrés.

Sí, y vivimos sumergidos en esta fisiología. Cuando participa la fisiología del corazón, un segundo cerebro que emite un campo magnético, el miedo se transforma en amor.

¿…?

Cuando nos conectamos con la solidaridad, cuando salimos de la lucha por la supervivencia, cuando salimos del yo, que está en la zona visceral, y subimos a la zona cardiaca, el otro importa y entramos en el altruismo.

Valiente afirmación.

Hoy sabemos que cuando meditamos la coherencia cardiaca se armoniza con la coherencia cerebral y las personas entramos en un mayor bienestar y claridad mental.

Usted ha ido de lo físico a lo sutil.

La psiconeuroinmunología nos ha permitido comprender que todos nuestros sistemas, que creíamos separados, están interconectados, de manera que las dolencias de los pacientes deben ser tratadas de acuerdo con esa conexión.

Entiendo.

Y la plasticidad neuronal nos demuestra que tenemos una gran capacidad de evolucionar, y lo podemos hacer a cualquier edad; eso me permite decirle a mis pacientes que tienen un potencial enorme como seres humanos para comprender y transformar su vida.

¿Todo eso ocurre en su ambulatorio?

A menudo el dolor de cabeza se debe a un problema emocional. El paracetamol elimina el síntoma pero no la causa. La mayoría de los problemas con que me encuentro son psicosomáticos, porque la vida duele, y no se trata de ir anestesiándola.

La OMS nos dice que en el 2020 la segunda causa de enfermedad y de baja laboral serán la depresión y la ansiedad. Despertar la conciencia, intentar comprender, es el gran remedio. Y esa es mi idea de ayudar, con toda humildad y como médica de cabecera al pie del cañón viendo 30 pacientes al día desde hace más de 25 años.

¿Qué le han enseñado sus pacientes?

Que muchas enfermedades se deben a la pér­dida de sentido en la vida.

¿Y cuál es el sentido de su vida?

Realizar esa unión entre espíritu y materia.

La ciencia no contempla el espíritu.

La ciencia solo puede afirmar lo que ya se ha materializado, lo demás es experiencia, la que nos explican tantos grandes sabios, la de una conciencia que se expresa.

¿Y usted ha tenido alguna experiencia?

Sí, he tenido la experiencia fugaz de formar parte del todo y de que todo está en mí; y en ese momento he sentido un amor tan grande que no puedo explicar… Y me voy a poner a llorar. Lo que vivimos es un pálido reflejo de lo que somos y de lo que es el amor.

¿ORAR TODAVÍA?

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario 

20 octubre 2019

Lc 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: “Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara»”. Y el Señor respondió: “Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

¿ORAR TODAVÍA?

          No podemos saber con certeza si este relato –la parábola del “juez inicuo”– salió de los labios de Jesús o, por el contrario, con mayor probabilidad –se trata de un texto que no aparece en los otros evangelios–, fue una creación de Lucas, en su interés catequético por insistir en la necesidad de orar incesantemente.

          Sea como fuere, no se podía haber elegido una comparación más desafortunada, al comparar a Dios con un juez sin escrúpulos, que cede únicamente para que dejen de importunarlo.

        Parece claro que, a medida que crece en consciencia, el ser humano se ve llevado a desechar la llamada “oración de petición”. Y ello no desde una actitud arrogante, sino gracias a una mayor comprensión de lo que se halla en juego.

          La oración de petición yerra en dos sentidos: por un lado, falsea la imagen de Dios, al dar por supuesto que podría portarse mejor de lo que lo hace y, por otro, nos mantiene en el engaño acerca de nuestra verdadera identidad.

          Esa forma de oración –y más allá de la intención del orante–, transmite la imagen de un Dios avaro de sus dones, un tanto arbitrario e incluso caprichoso a la hora de otorgarlos, a la vez que insensible –como el juez de la parábola–, ya que necesita que se le insista incesantemente para conseguir que doblegue su voluntad. ¿Qué dios sería ese, sino una mera proyección antropomórfica, fruto de una mente infantil?

          Pero hay más. Esa forma de oración identifica al orante como carencia, que necesita “algo” de fuera que lo complete: orar, desde esta perspectiva, significa implorar todo aquello que podría liberarnos de la carencia, otorgándonos un estado de mayor bienestar. Es innegable que la persona en la que nos experimentamos es sumamente frágil y vulnerable, pero es un error tomarla como si fuera nuestra identidad. Somos plenitud. Y lo único que necesitamos es tomar consciencia de ello, de una forma experiencial, para vivirnos en coherencia con lo que somos.

          Con este planteamiento, ¿deja de tener sentido la oración? Si se refiere a la oración de petición, la respuesta solo puede ser afirmativa. Sin embargo, ello no significa dejar de vivir otras actitudes orantes como el sobrecogimiento, la admiración, la gratitud y, sobre todo, el Silencio.

          La oración va tomando la forma de alineamiento con lo real, de unificación con la Vida –“Que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”–, hasta comprender que somos uno con ella. Hemos comprendido que el Dios al que nos dirigíamos no es un Ente separado, sino el Fondo último de todo lo real, también de nosotros mismos.

          Al comprenderlo, la oración se torna silencio contemplativo que nos conduce desde el estado mental –que nos identificaba con el yo separado– hasta el estado de presencia, en el que nos descubrimos como plenitud.

¿Qué “oración” vivo?

Semana 13 de octubre: ORACIÓN JUDÍA

ORACIÓN JUDÍA DE ROSH HASHANÁ
(Año Nuevo judío)

 Que tus despertares te despierten.

Y que, al despertarte, el día que comienza te entusiasme.

Y que jamás se transformen en rutinarios los rayos del Sol

que se filtran por tu ventana en cada nuevo amanecer.

Y que tengas la lucidez de concentrarte y de rescatar lo más positivo de cada persona que se cruce en tu camino.

Y que no te olvides de saborear la comida, detenidamente, aunque «solo» se trate de pan y agua.

Y que encuentres algún momento durante el día, aunque sea corto y breve, para elevar tu mirada hacia lo Alto y agradecer, por el milagro de la salud, ese misterioso y fantástico equilibrio interno.

Y que logres expresar el amor que sientes por tus seres queridos.

Y que tus brazos, abracen.

Y que tus besos, besen.

Y que los atardeceres te sorprendan, y que nunca dejen de maravillarte.

Y que llegues cansado y satisfecho al anochecer por la tarea satisfactoria realizada durante el día.

Y que tu sueño sea calmo, reparador y sin sobresaltos.

Y que no confundas tu trabajo con tu vida, ni tampoco el valor de las cosas con su precio.

Y que no te creas más que nadie, porque, solo los ignorantes desconocen que no somos más que polvo y ceniza.

Y que no te olvides, ni por un instante, que cada segundo de vida es un regalo, un obsequio, y que, si fuésemos realmente valientes, bailaríamos y cantaríamos de alegría al tomar conciencia de ello.

Como un pequeñísimo homenaje al misterio de la vida que nos acoge, nos abraza y nos bendice.