Semana 6 de agosto: ESPIRITUALIDAD Y NO-DUALIDAD (I)

Al leer lo que escriben los críticos de la no-dualidad, tanto si provienen del ámbito filosófico, como del psicológico o del religioso (teológico), una y otra vez, vuelvo a la misma constatación: es imposible, desde el razonamiento, captar la no-dualidad, por el motivo simple de que la mente es dual. Cuando esta quiere acercarse a la no-dualidad, inevitablemente la deforma y, caricaturizándola, la despacha alegremente sin haberla siquiera comprendido en toda su hondura y sutileza.

          En efecto y paradójicamente, el concepto de no-dualidad es –como todo concepto- dual, y constituye una creencia más, opuesta a otras que afirmarían lo contrario. De tal manera que es posible elaborar sesudos discursos sobre la no-dualidad -tanto para afirmarla como para combatirla-, sin saber qué es en realidad. Sin embargo, más allá de todo razonamiento, más allá incluso de la mente, la No-dualidad no conoce opuesto, porque es una con todo lo Real. Pero es fácil comprender que, a falta de una vivencia o comprensión experiencial, no se hable sino de un concepto y, dado que este choca con los propios, se lo ridiculice y descarte.

   De entrada, según estudios neuro-psicológicos recientes, en un mecanismo conocido como disonancia cognitiva, la mente siempre tiende a rechazar todo aquello que ponga en peligro sus creencias previas que, para ella, resultan absolutamente “obvias”.

       Piénsese en el geocentrismo: ¡era tan “evidente” que el sol giraba alrededor de la tierra –bastaba solo con mirar los amaneceres y atardeceres- que la alternativa era considerada como una teoría disparatada! Con razón escribió Arthur Schopenhauer que “toda verdad pasa por tres fases: primero es ridiculizada; luego, recibe una violenta oposición; finalmente, es aceptada como evidente”.

         Para acceder a la comprensión de la no-dualidad, se requiere, o bien haber vivido lo que habitualmente se llama un despertar espontáneo, o bien aprender a silenciar la mente para poder “ver” más allá de ella.

         De cara a silenciar la mente, pueden servir alguna de estas dos “puertas de entrada”.

  1. Pregúntate: “Antes de que ponga algún pensamiento, ¿qué hay?”. Notarás que, previo a cualquier pensamiento o idea, lo que hay es pura atención, capacidad de “darse cuenta”, consciencia… Tal comprensión hace ver la inadecuación del principio cartesiano “Pienso, luego existo” –incuestionable para quienes se hallan, consciente o inconscientemente, instalados en la mente- y pone de relieve lo que, a mi modo de ver, constituye el error más grave de Occidente: la absolutización de la mente y, en el mismo movimiento, el olvido de la consciencia como realidad fundamental. En cuanto se reconoce, por experiencia directa, la consciencia, el postulado de Descartes bien podría reformularse de este modo: “Soy. Luego, pienso”. Somos consciencia y tenemos mente; esta es una herramienta preciosa, pero no define nuestra identidad.
  1. Hablaba de “puertas de entrada”. Aquí va otra: permite que tu mente divague por un tiempo. A continuación, pregúntate: “¿En qué he estado pensando?”. Y, en un paso más, vuelve a preguntarte: “¿Qué hay más allá de los pensamientos?”. Seguramente notarás que la respuesta solo es una: “Nada”. Pero esa “nada” solo es tal para la mente –que necesita “objetos” delimitables-; en realidad, esa Nada es Plenitud de atención o consciencia. Y es previa a cualquier movimiento mental.

         A partir de esta comprensión directa de la diferencia entre mente y consciencia, se abre el camino de acceso a la verdad. Un acceso vedado a la mente, que es incapaz de desenvolverse en el mundo de lo que no es objeto, pero que se manifiesta a quien es capaz de atender. Volveré sobre ello en la próxima entrada.

Semana 6 de agosto: SOY ARMONÍA

Esta foto de la Vía Láctea tomada una noche de verano en la localidad de Salgotarjan, a 109 kilómetros al noroeste de Budapest (Hungría), nos evoca a Pitágoras, el filósofo y matemático de Samos, que unos 400 años de Cristo, enseñaba:

         “Si se os pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía. ¿Y la virtud?, en la armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es Dios? Responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el orden, la armonía, por lo que existe y se conserva el Universo”.

         Una de las más recientes teorías físicas describe a las partículas elementales, no como corpúsculos, sino como vibraciones de minúsculas cuerdas, consideradas entidades geométricas de una dimensión. Sus vibraciones se fundan en simetrías matemáticas particulares que representan una prolongación de la visión pitagórica del universo y la recuperación, en la más moderna visión del mundo, de la antigua creencia en la Música de las Esferas.

         Pero no somos el centro de todo es, ni tan importantes como creemos desde el yo. Nuestra vida es un parpadeo del Universo, una nota musical de la sinfonía. Un parpadeo único, sí, irrepetible y cósmico en miles de años y espacios, pero un solo parpadeo.

         Cuando desaparece mi personaje, ese ego mental que creo ser, despierto.

         Escribe Willigis Jäger: “Una vez más se me ha permitido y se me sigue permitiendo experimentar que mi vida no representa otra cosa que un simple golpe de mar en ese acontecimiento cósmico, y que lo que yo soy verdaderamente retornará sin tiempo y sin forma a la infinitud de la que nació mi yoidad”.

         Somos pues una nota del pentagrama universal. Encontrar nuestra vibración en el universo nos devuelve nuestro sitio en el Ser.

         Cierra los ojos y sumérgete en el instante presente. Conectas con tu realidad sin tiempo. Te das cuenta de que eres uno con el cosmos y que todos los seres son pedazos de ti mismo. Que la muerte no es muerte, es una transición de forma… Por eso es un error convertir la santidad en otra forma de protagonismo para alimentar el ego.

         Perderse es encontrarse. Entonces te percibes uva de racimo, gota entre millones de gotas del mar, chispa de una sola luz, ínfimo lucero de un cielo estrellado. Y cambia tu ser y tu compromiso con el mundo. Como certeramente encesta el mejor baloncestista, da en la diana el arquero, crea el músico, cuando no es él, sino la naturaleza, el Ser, a través de él. La armonía es nuestra manera de reencontrarnos, y el Uno, mi olvidado apellido de familia.

Pedro Miguel LAMET, Soy armonía, en Revista 21, agosto-septiembre 2016, p.53.