Semana 31 de julio: EDUCACIÓN EMOCIONAL

Educación emocionalEDUCACIÓN EMOCIONAL

Pensando en los niños: meditación y aprendizaje

 

Entrevistas de Eduard Punset con Linda Lantieri, experta en aprendizaje social y emocional, y con Mark Greenberg, psicólogo del Penn State’s College de Salud y Desarrollo Humanos.

«La facultad de traer voluntariamente de vuelta una y otra vez la atención dispersa es el origen del juicio, el carácter y la voluntad» (William James).

 Eduard Punset:

Linda, esta vez estamos en Washington. Ya habíamos coincidido en Europa y fue maravilloso. Me encanta tu libro y tu experiencia en el aprendizaje social y emocional. Y me pregunto, ¿sabes? Ahora que se celebra en Washington este congreso increíble, esta conferencia llamada Educando a los ciudadanos del mundo para el siglo XXI, ¿hay alguna primicia en relación con tu trabajo, el de Dan Goleman y los demás expertos? ¿Cuáles son las novedades respecto al sistema de educación social y emocional? ¿Qué podemos esperar de esta conferencia?

Linda Lantieri:

Ante todo, ¡es fabuloso estar de nuevo contigo!

Eduard Punset:

¡Muchas gracias!

Linda Lantieri:

Estoy muy contenta de que participes en este acto con nosotros y nos ayudes a documentar lo que está pasando. Se trata de una conferencia histórica, uesto que en ella se reúnen los neurocientíficos y los contemplativos, los que han realizado mucho trabajo interior con la comunidad educativa. Y cada grupo puede aportar información nueva para que aprendamos los unos de los otros. Es lo que esperamos que suceda en la conferencia. En cuanto a tu pregunta sobre qué novedades hay en el aprendizaje social y emocional, cabe decir, ante todo, que este trabajo con prácticas contemplativas para enseñarles a los profesores y a los jóvenes a entrenar la mente y controlar las emociones no es algo nuevo para la educación social y emocional, pero formar a las personas para que lo hagan intencionadamente sí que es nuevo y lo apasionante es que muchos de los que empezamos a realizar este tipo de trabajo con los niños tenemos la sensación de que puede acelerar su capacidad de ser más afectuosos y compasivos.

Eduard Punset:

¿Se ha podido evaluar lo poco que se ha realizado en la aplicación del pensamiento contemplativo a la educación de los niños?

Linda Lantieri:

Sí, justo ahora empezamos a hacerlo. En primer lugar, hay que decir que, en el ámbito de las prácticas contemplativas y de sus beneficios potenciales, la mayor parte del trabajo hasta la fecha se ha llevado a cabo con adultos. Sin embargo, algunos de nosotros hemos realizado pequeños estudios, como el trabajo en la ciudad de Nueva York, por ejemplo, tras el 11 de septiembre de 2001. Me pidieron que ayudara a las escuelas de la Zona 0 a recuperarse, ¡y fue una tarea enorme! Me percaté de que necesitaban mucho trabajo interior para empezar. Por eso empecé a abrirme a la idea de que tal vez necesitábamos añadirle algo al aprendizaje social y emocional que nos ayudara.

 Eduard Punset:

Cuando hablas de trabajo interior, ¿a qué te refieres? ¿A mirar en nuestro interior, a contemplar?

 Linda Lantieri:

No exactamente. Entre los componentes de la inteligencia emocional está la conciencia de uno mismo, y también el control de las emociones, la relación con los demás y la capacidad de tomar buenas decisiones. Todo eso ya está incluido. A lo que me refiero es a ayudar a las personas para que entrenen voluntariamente la mente, ya sea mediante algo como la meditación, o bien a través de lo que denominamos «el rincón de la paz» en las aulas, un sitio al que los niños puedan ir para estar en calma, apaciguar la mente y empezar a centrar la atención.

 Eduard Punset:

Y, para el futuro, ¿en qué estáis pensando?

 Linda Lantieri:

Creo que lo importante es que ahora sabemos que el cerebro tiene mucha, mucha plasticidad. Y estamos aprendiendo que nuestras experiencias lo moldean.

 Eduard Punset:

Es verdad.

 Linda Lantieri:

Así que nos planteamos lo siguiente: ¿qué pasa con las experiencias para calmar la mente y centrar la atención? ¿Qué sucedería si lo cultiváramos en los niños, si aumentáramos la repetición de esa experiencia en sus vidas mediante la práctica regular, por ejemplo? ¿Acaso cambiaría su manera de aprender, su manera de dominar las emociones durante el resto de su día a día?

Déjame explicarte brevemente un pequeño estudio que ya hemos realizado en Nueva York a través del Inner Resilience Program. El estudio contó con la participación de unos 855 estudiantes de hasta 11 años, y fue un estudio aleatorizado y controlado, con un grupo de tratamiento y un grupo de control, así como 57 profesores. Lo primero que descubrimos es que se produjeron cambios significativos en los profesores. Acabaron menos estresados… Los profesores que están menos estresados son más felices y más conscientes de los niños y de sus necesidades. ¿Y qué descubrimos con los estudiantes? Pues dos cosas: por un lado, una disminución de los niveles de frustración y, por otro, un aumento de una sensación que en este estudio llamamos «autonomía», es decir, los niños sentían que tenían voz en la clase, que el aula era una comunidad de aprendizaje democrática donde su opinión contaba y se les escuchaba. Ambas cosas, la menor frustración y la mayor autonomía, sin duda aumentan las posibilidades de que nuestros niños aprendan en general, tanto si educamos el corazón como la mente.

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 Eduard Punset:

Mark, trabajas en el campo de la prevención de problemas. Y mi primera pregunta sería la siguiente: en la educación, ¿qué intentáis prevenir?

 Mark Greenberg:

Pues bien, en la investigación preventiva con niños, lo que intentamos es evitar un conjunto de problemas comunes que pueden presentarse en los niños: la agresividad, el mal rendimiento en las aulas, la falta de atención… Cuando alguien es agresivo, no presta atención y, a menudo, no obtiene muy buenos resultados en lectura o matemáticas. Pero pensamos en la prevención no solamente como una manera de prevenir un problema, sino especialmente de reforzar el desarrollo del niño e instaurar una serie de factores protectores. Por eso, nos interesa empezar con los niños de 3 ó 4 años y ayudarles a calmarse cuando se alteren, incluso a conocer sus sentimientos, saber cuándo están disgustados y desarrollar una sensación de autoconciencia.

 Eduard Punset:

¿Y cómo se puede ayudar a un niño a que se calme cuando está alterado?

 Mark Greenberg:

Pues se puede hacer de muchas maneras, pero con los niños más pequeños, si empezamos sobre los 3 ó 4 años, lo hacemos contándoles una historia sobre una pequeña tortuga. La tortuga tiene muchísimos problemas para llevarse bien con sus amigos, tiene problemas de disciplina en clase, y a veces se pone muy nerviosa por algo que le dice su madre o su profesor. Pero aprende a meterse dentro de su caparazón y a respirar profundamente y calmarse. Utilizamos la metáfora de la tortuga y, cuando los niños se alteran, les pedimos que hagan esto. Si un alumno tiene problemas en la escuela cuando estoy allí de profesor, le puedo decir al niño que está empezando a descontrolarse «tal vez es un buen momento de hacer la tortuga». Esto significa que cruce los brazos y que respire profundamente, y que luego me diga cómo se siente. De esta manera, enseñamos a los niños cosas sobre el cuerpo, sobre cómo pueden utilizarlo junto con la respiración para aprender a calmarse.

 Eduard Punset:

¡Nadie lo ha hecho antes!

 Mark Greenberg:

No, no se ha hecho. Y hemos demostrado, mediante una serie de estudios aleatorizados durante 30 años, en Estados Unidos, Suiza, Países Bajos y varios lugares que, cuando se les enseña a los niños estas habilidades para calmarse, y se les enseña cómo identificar sus sentimientos, pero también cómo hablar adecuadamente sobre cómo se sienten, mejoran de un modo natural sus habilidades para relacionarse con los demás, y también mejoran sus habilidades académicas. Porque el niño no es más que uno, el cerebro no es más que uno, no hay un cerebro emocional y un cerebro cognitivo, y cuando la capacidad de prestar atención, calmarse y hablar eficazmente de los sentimientos se combina en el desarrollo de un niño, todo funciona mejor.

 Eduard Punset:

Hablas de la enseñanza como una manera de cambiar la manera de ser del niño, su manera de sentir sobre la agresión o la compasión. ¿Crees que todo esto evolucionará y, al final, cambiará la sociedad para siempre?

 Mark Greenberg:

Creo que sí, me parece que hay una transformación que ya está en marcha, la vemos en varios países. Por ejemplo, en algunos estados de Estados Unidos (Illinois, por poner un caso) todas las escuelas deben elaborar ahora un plan para el aprendizaje social y emocional de los niños, del mismo modo que tienen un plan para la lectura o las matemáticas.

 Eduard Punset:

¿Ya tienen que hacerlo?

 Mark Greenberg:

Tienen que hacerlo por ley. Y en la Columbia Británica, en Canadá, el objetivo de responsabilidad social se considera al mismo nivel que el objetivo de desarrollo académico. En Inglaterra, se reserva un rato cada semana (por lo menos dos veces por semana) para el desarrollo social y emocional de los niños, como parte del plan de estudios nacional.

 Eduard Punset:

¿Y disponemos de los profesores adecuados para eso?

 Mark Greenberg:

Pues sí, la siguiente pregunta es: ¿cómo podemos formar a los profesores para que lo enseñen bien? No existe ni una sola universidad en el mundo (por lo menos que yo sepa) que exija que los profesores, durante su formación, reciban clases sobre desarrollo social y emocional. Por no hablar de que muchos profesores, por lo menos según lo que sabemos en Estados Unidos e

Inglaterra. Alrededor del 50% de profesores dejan la profesión durante los primeros cinco años, y eso es porque enseñar es muy…

 Eduard Punset:

¿Cuántos?

 Mark Greenberg:

Alrededor del 50%.

 Eduard Punset:

¡¿El 50%?! La mitad…

 Mark Greenberg:

La mitad de los profesores. Tenemos ahí una gran pérdida de capital social: estamos formando a muchísimos profesores que no permanecerán en la profesión. Y, entre otras cosas, se debe a que es un trabajo muy difícil: muchos profesores se agotan emocionalmente y acaban quemándose. Creemos que uno de los motivos es que ellos mismos no aprenden muchas de las habilidades sociales y emocionales que pueden ayudar a crear el tipo de cultura en el aula que calme a los niños, les enseñe a llevarse bien entre sí y a ser más compasivos.

 Eduard Punset:

Ahora los expertos como tú nos decís que es muy importante hacer algo para impartir una clase que ayude al niño a desarrollar sus propias actitudes, sus propios puntos fuertes, su propia vida. Pero esto no es nada fácil, ¿no?

 Mark Greenberg:

Bueno, no es tan difícil como parece. Hasta ahora lo que hacíamos con los profesores era presionarlos, muchas veces, para que se centraran únicamente en lo académico, solamente en la lectura, las matemáticas y las ciencias. Y en eso se han convertido: en profesores de lectura, de matemáticas y de ciencias. Pero la mayoría de profesores eligieron la profesión porque querían llevarse bien con los niños. Les gustan los niños y quieren pasar tiempo con ellos, educarlos, prepararlos para la vida. Y conforme se lo vamos permitiendo y les brindamos más habilidades para hacerlo, descubren que disfrutan mucho más enseñando.

 Eduard Punset:

Y que quizá pueden ayudar al niño a desarrollar su propia vocación o sus cualidades.

 Mark Greenberg:

Eso es. Por ejemplo, en uno de nuestros proyectos, hemos trabajado con profesores para enseñar un plan de estudio a los niños sobre emociones y autocontrol, y hemos descubierto que los profesoras enseñan mejor en un estudio aleatorizado comparado con otros profesores, enseñan más eficazmente, pero también hemos visto que la conducta de los niños mejora… y no solamente mejora su conducta, sino también sus habilidades cognitivas. Todo esto va de la mano. Cualquier director de escuela te hablará de los niños que los profesores mandan a su despacho, y no son niños que necesariamente tengan un nivel bajo de inteligencia, pero sí son problemáticos, son un problema en el aula. Con el tiempo, estos niños se volverán más y más difíciles, y muchos de ellos dejarán los estudios sin terminar. Sin embargo, los problemas de estos niños no son cognitivos, radican en su capacidad de hacer una cosa muy simple (porque, si lo pensamos, es simple): calmarse cuando están alterados, tener buenas amistades y pensar en los sentimientos y las necesidades de los demás. Y, conforme vamos enseñando estas habilidades, descubrimos que se pueden enseñar, igual que se puede enseñar la lectura o las matemáticas, y vemos que los niños mejoran espectacularmente.

Programa “REDES”. Título: “Meditación y aprendizaje” – emisión 50 (20/12/2009, 21:00 hs) – temporada 14;
http://www.redesparalaciencia.com/1799/1/redes-50-meditacion-y-aprendizaje

Semana 24 de julio: LA PRIMERA CREENCIA ERRÓNEA

Quien soy yoCUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?

5. La primera creencia errónea: la creencia sobre «mí»

¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí- condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás.

         Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”. Quien soy yo.3

Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí.

         Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quien soy y accedo a mi (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo- “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí.

¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye.

En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres.

Quien soy yo.4Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?).

Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto.

Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera- del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada.

Quien soy yo.2Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello. 

Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es.

Camino AmezketaDescubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad.

Semana 24 de julio: ¿QUIÉN SOY: «YO»… O LA VIDA?

Confusión[La pregunta decisiva, de la que depende todo lo demás:
¿Quién soy: “yo”… o la Vida?
La respuesta inadecuada es fuente de confusión y sufrimiento;
la respuesta adecuada aporta sabiduría, comprensión y liberación del sufrimiento. Así puede leerse el siguiente texto de Jeff Foster].

 
La vida no siempre resulta «a mi manera».
Sin embargo, «yo» nunca entorpezco el camino de la vida queriéndolo hacer «a mi manera».
Entonces, la vida siempre resulta a mi manera.

Yo soy el camino de la vida.
Cualquier camino que tome la vida, lo tomo.
No existe ningún camino en el que pueda yo
separarme del camino de la vida.
La vida ES el camino.
Entonces, no hay «camino».

La vida no siempre resulta «a mi manera».
Pero «yo» nunca entorpezco ese camino.
Entonces, la vida siempre resulta a mi manera.
Incluso cuando no es así.

¿El camino de quién?
Exactamente.

Jeff Foster

 

Semana 17 de julio: SALIR DEL HECHIZO MENTAL

Bosque y lagoCUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?

4. ¿Cómo salir del hechizo mental?

La realidad no es lo que parece. Y tampoco tenemos acceso a ella de un modo inmediato. Por lo que no es exagerado decir que “el cerebro nos engaña”, como indica el título de uno de los libros del profesor Francisco José Rubia. (En una entrevista, publicada hoy mismo (17.07.2016) por El Diario Vasco, el reconocido físico cuántico Juan Ignacio Cirac -premio Príncipe de Asturias de investigación científica, director del Instituto Max Planck de Óptica Cuántica y una de las figuras más importantes de la computación cuántica en todo el mundo- afirma que «la naturaleza es más distinta de lo que imaginamos, que lo que está más allá de nosotros tiene unas propiedades  muy extrañas… Somos las sombras ⌈en alusión al mito de la caverna, de Platón⌉ y no la realidad. Vemos algo que no es directamente lo que existe»).

El engaño de la mente es doble: por un lado, porque lo que vemos no es la realidad en sí misma, sino la interpretación que de ella hacen nuestros órganos neurobiológicos; por otro, porque las formas que llegan a través de nuestros sentidos corresponden únicamente a un solo nivel o dimensión de lo real.

Lo real no es “algo” que estuviera “ahí fuera”, que nosotros pudiéramos observar desde el “otro lado”. Nosotros mismos formamos parte de esa misma y única realidad –por más que la mente se empeñe en hacernos creer lo contrario-, a la que solo percibimos –no puede ser de otro modo- a través de la mediación de nuestros sentidos y de nuestro cerebro que, sin advertirlo, la están “creando” en la forma en que llega hasta nosotros.

Si las neurociencias nos hacen ver hasta qué punto el cerebro nos engaña, la física cuántica nos lleva a reconocer el carácter multidimensional de lo real. Es decir, no solo distorsionamos la realidad que somos capaces de percibir, sino que eso que nuestra mente llama “realidad” es solo una “apariencia”, en el sentido de que se trata únicamente del nivel aparente o más superficial.

Por debajo del mismo existe el nivel cuántico de las partículas elementales y de las corrientes electromagnéticas, donde la materia se revela a sí misma como pura energía: esta es la “sustancia” del universo. Para la física moderna es claro que aquello que nos parece sólido, no lo es en absoluto.

Y son cada vez más los científicos que, desde diferentes ámbitos del saber –mecánica cuántica, astrofísica, biología…-, empiezan a hablar de un “tercer nivel” de profundidad, al que nombran como “punto cero” o “campo unificado de conciencia”, que sería pura información o consciencia, como “código de instrucciones” de donde estaría brotando en permanencia, tanto el nivel cuántico como el aparente.

Para David Bohm, uno de los padres de la física cuántica, el universo es un sistema unificado de la naturaleza, en el que existen niveles más sutiles de realidad, que son los que dan origen a nuestro mundo físico. En su reconocida e influyente obra La totalidad y el orden implicado, habla de “dos niveles” de realidad: el implicado y el desplegado; este segundo sería “lo aparente”; el primero constituye la dimensión profunda y originante.

Ese nivel profundo constituiría el fondo común de todo lo real, la “sustancia última” de la realidad, la verdadera identidad de todo lo que es. Y resulta profundamente significativo que tal hipótesis científica converja con lo que, desde siempre, han afirmado sabios y místicos: lo verdaderamente real se halla más allá de la materia y de la mente, en un “vacío” o “nada” originarios, que sustenta lo que se muestra ante nuestros sentidos como realidad aparente.

En cualquier caso, lo que resulta claro, hoy también para la ciencia más rigurosa, es que las cosas no son lo que parecen. Por ello es necesario aprender a ver más allá de la mente, no porque reneguemos de ella, sino porque comprendemos que somos más que ella; es decir, no por irracionalidad, sino por una exigencia de trans-racionalidad.

Ahora bien, para superar el hechizo mental –que conduce a absolutizar lo que la mente puede percibir-, necesitamos salir del primer engaño, que condiciona todos los demás. Se trata, nada menos, que de la creencia acerca del yo. En efecto, la creencia (mental) sobre mí va a condicionar absolutamente mi modo de ver la realidad completa, a la que estaré contemplando desde una perspectiva errónea: no es extraño que todo lo que ocurra a partir de ahí lleve la marca de lo parcial y, en último término, sea engañoso.

Semana 17 de julio: ¿NO TE DAS CUENTA?

Montaña en la niebla¿No te das cuenta?
ese gorrión está trinando para ti,
ese jirón de sol viene a visitarte a tu cuarto,
hasta esa campana insiste en llamarte,
el aire se mueve por entre tus cabellos,

¿no te das cuenta de que esa alegría espontánea que te brota
es un ángel que te visitaba en la niñez?
¿ya no te acuerdas?

¿no te das cuenta de que esa tristeza que te invade
es un juicio que alguien dejó en tu alma vulnerable?
pero eso ya pasó…
tu alma ahora es una montaña florecida entre la niebla.

Gregorio Dávila: www.grego.es

Semana 10 de julio: LAS CENIZAS DEL AMOR

Camera 360     Rupert SPIRA.

INTRODUCCIÓN

Desde el punto de vista convencional, se cree que la experiencia está compuesta por dos elementos esenciales: un sujeto –el cuerpo mente- y un objeto –las cosas, los demás y el mundo-. Por este motivo, podríamos llamar a esta visión de la experiencia Dualidad Convencional, en la cual está implícita la relación sujeto-objeto.

En la Dualidad Convencional, se cree que el cuerpo-mente (el sujeto de la experiencia) conecta con las cosas, los demás y el mundo –los objetos de la experiencia- mediante un acto de conocer, sentir o percibir. De ese modo, se considera que el cuerpo-mente es consciente, y que “las cosas, los demás y el mundo” son aquello de lo cual “yo” –el cuerpo mente- soy consciente. Esta creencia es la asunción fundamental en la cual está basada nuestra cultura mundial y es encumbrada en nuestro lenguaje con frases como “yo conozco esto y lo otro”, “yo te quiero”, “yo veo el árbol”. En todos los casos, hay un sujeto, “yo”, que conoce, siente o percibe un objeto –“tú” o “ello”-. De hecho, esta creencia está tan integrada en nuestra cultura que la mayoría de la gente no lo considera en absoluto una creencia, sino que lo asume ciegamente como una verdad absoluta.

Como un primer paso hacia la comprensión de la verdadera naturaleza de la experiencia, las enseñanzas no duales señalan que no es el “yo”, el cuerpo-mente, el que es consciente de las cosas, de los demás y del mundo, sino que es el “Yo-Consciencia” el que es consciente del cuerpo y de la mente, así como de las cosas, de los demás y del mundo. De este modo, el cuerpo y la mente son entendidos como objetos de la experiencia, no como el sujeto.

En este caso, se entiende que el sujeto o el conocedor de la experiencia no está hecho de nada objetivo, como pudiera ser un pensamiento, una imagen, un sentimiento, una sensación o una percepción; está simplemente presente y consciente, y por lo tanto nos referimos a él como “Consciencia”.

Al no tener ninguna característica objetiva, se dice que el sujeto de la experiencia -pura Consciencia- está inherentemente vacío: vacío de pensamientos, imágenes, sentimientos, sensaciones y percepciones; transparente, sin color, sin forma, imperceptible y, en última instancia, inconcebible; sin embargo, si queremos poder hablar o escribir sobre la naturaleza última de la experiencia, no nos queda más remedio que hacer una concesión y concebirlo provisionalmente.

El proceso mediante el cual descubrimos que no es el “yo” como cuerpo-mente el que es consciente de las cosas, de los demás y del mundo, sino que es el “Yo” como Consciencia el que es consciente del cuerpo y la mente, así como de las cosas, los demás y el mundo, es denominado en ocasiones neti-neti: “no soy esto, no soy aquello”. No soy mis pensamientos; soy consciente de mis pensamientos. No soy mis sentimientos; soy consciente de mis sentimientos. No soy mis sensaciones corporales; soy consciente de mis sensaciones corporales. No soy mis percepciones –visiones, sonidos, sabores, texturas y olores-; soy consciente de mis percepciones.

Así, el neti-neti es un procedimiento de discriminación o exclusión, mediante el cual vamos de la creencia de que soy “algo” –una mezcla de un cuerpo y una mente- a la comprensión de que soy “nada” (ninguna cosa)- ningún pensamiento, imagen, sentimiento, sensación o percepción.

De este modo, la culminación del camino del neti-neti –el Camino de la Exclusión– es conocer nuestro Yo como pura Consciencia. Sin embargo, este proceso aún no nos dice nada sobre cuál es la naturaleza de la Consciencia, más allá de que está simplemente presente y consciente. Y en ese sentido, no es esto lo que se ha entendido tradicionalmente por despertar o iluminación. El despertar o iluminación no es tan solo la revelación de la presencia de la Consciencia –aunque este sea el primer paso- sino la revelación de su naturaleza

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Para poder avanzar desde el entendimiento de que la Consciencia está presente y es consciente a la comprensión de su verdadera naturaleza, es necesaria, en la mayoría de los casos, una cierta exploración. Sin embargo, ¿quién o qué podría explorar o conocer la Consciencia? Únicamente ella es consciente y, por lo tanto, es tan solo ella la que puede saber algo sobre sí misma. Por este motivo explorar la Consciencia significa ser consciente de la Consciencia. No obstante, para ser consciente de sí misma, la Consciencia no necesita conocer nada nuevo; simplemente siendo ella misma, la Consciencia ya es siempre, de un modo natural y sin esfuerzo, consciente de sí misma, de igual modo que el sol, de forma simple y natural, se ilumina a sí mismo simplemente siendo él mismo.

Por lo tanto, investigar verdaderamente nuestra naturaleza esencial, aunque casi siempre se inicia razonando, reflexionando y cuestionando, es, en última instancia, simplemente permanecer conscientemente como nuestro Ser esencial de pura Consciencia. En este proceso, la mente queda privada de su objeto y, al no tener nada en lo que enfocarse o a lo que aferrarse, retorna de una forma natural, espontánea y sin esfuerzo a su fuente de pura Consciencia, permaneciendo como tal de manera consciente.

Es en este permanecer como nuestra naturaleza esencial de pura Consciencia donde el recuerdo de nuestra naturaleza ilimitada y eternamente presente comienza a surgir el recuerdo de nuestro eterno e infinito Ser. Por supuesto, no es un recuerdo de “algo”. Sin embargo, el término recuerdo es apropiado porque este conocimiento de nuestro propio Ser –su conocimiento de sí mismo como esencialmente es- siempre ha estado con nosotros y, por lo tanto, no es algo nuevo que se conozca. Tan solo estuvo aparentemente perdido, velado, pasado por alto u olvidado.

Este recuerdo de nuestra naturaleza ilimitada y eternamente presente es designado de formas variadas en las distintas tradiciones espirituales: despertar, iluminación, satori, liberación, nirvana, resurrección, moksha, bodhi, rigpa, kenhso, etc. En todas estas denominaciones se hace referencia a la misma experiencia: el abandono de la identificación con todo lo que previamente considerábamos que era inherente y esencial en nuestro Yo. En la tradición zen se refieren a ello como La Gran Muerte y en la religión cristiana se representa mediante la crucifixión y la resurrección –la disolución de los límites que el pensamiento ha sobreimpuesto en nuestro Yo y la revelación de su naturaleza eterna e ilimitada-.

Este despertar a nuestra naturaleza esencial de Consciencia ilimitada y eternamente presente puede tener o no un efecto drástico e inmediato en el cuerpo y en la mente. De hecho, en muchos casos, este reconocimiento puede darse de un modo tan silencioso y sosegado que incluso puede que a la mente le pase desapercibido.

En cierta ocasión escuché una historia en la que un estudiante de un reconocido maestro zen le preguntaba: “¿Por qué nunca hablas de tu experiencia de iluminación?”. En este punto la esposa del maestro zen se levanta en el fondo de la sala y dice a voces: “¡Porque nunca la ha tenido!”. Otros cuentan que el simple reconocimiento de su Ser esencial los dejó tan desorientados que, por ejemplo, ¡se pasaron los dos años siguientes sentados en un banco del parque acostumbrándose a él!

En cualquier caso, el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza es tan solo una etapa intermedia: la verdadera naturaleza de nuestro Yo –pura Consciencia- ha sido reconocida como el sujeto eterno e infinito de toda experiencia, pero los objetos del cuerpo, la mente y el mundo aún han de ser incorporados en esta nueva comprensión.

En esta etapa, se ha comprendido que nuestra verdadera naturaleza es la Consciencia trascendente; la presencia testigo de la Consciencia en el trasfondo de toda experiencia; el espacio eternamente presente e ilimitado en el que aparecen los objetos temporales y limitados del cuerpo, la mente y el mundo, y mediante el cual son conocidos; el vacío en el que surge la totalidad de la experiencia.

Sin embargo, desde este punto de vista, la experiencia aún consiste en un sujeto –si bien se trata de un sujeto iluminado- y un objeto. El sujeto –la Consciencia eterna e infinita- se equipara en ocasiones a un espacio abierto y vacío como el cielo, en el que los objetos de la experiencia –pensamientos, imágenes, sentimientos, sensaciones corporales y percepciones- aparecen y desaparecen como las nubes. En ese sentido, la Consciencia aún es un (algo), aunque sea un (algo) transparente y vacío. Todavía estamos en el terreno de la dualidad –que podríamos denominar Dualidad Iluminada- en la que un sujeto eterno e infinito parece conocer objetos temporales y finitos.

Es en este contexto en el que la palabra Consciencia se usa en este libro: Las cenizas del amor.

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Para que la paz y la felicidad que son inherentes al conocimiento de nuestro propio Ser –su conocimiento de sí mismo- puedan ser plenamente sentidas y vividas en todos los aspectos de la vida, nuestra comprensión iluminada ha de incorporarse en todos los ámbitos de la experiencia, es decir, en el modo en que pensamos, sentimos, actuamos, percibimos y nos relacionamos.

Por lo tanto, hay una segunda etapa –el Camino de la Inclusión o Camino Tántrico- en la que el modo en que pensamos, sentimos, actuamos y nos relacionamos se readapta gradualmente a nuestra nueva comprensión. En este Camino de la Inclusión –o, como es denominado en la tradición zen, El Gran Renacimiento y en la tradición cristiana, la transfiguración- descubrimos que nuestra naturaleza esencial de pura Consciencia no está tan solo presente como testigo de toda experiencia, sino que además constituye la mismísima sustancia o realidad de la experiencia. Como tal, no es tan solo el trasfondo de la experiencia, sino también lo que está presente en primer plano; no es tan solo trascendente, sino que también es inmanente.

En esta comprensión, la dualidad, es decir, la distinción entre el sujeto –la pura Consciencia- y los objetos del cuerpo, la mente y el mundo, se ha colapsado. De hecho, ni siquiera puede decirse que se haya colapsado, dado que para empezar nunca estuvo ahí realmente. Más bien, se ha visto con claridad que la dualidad es y siempre ha sido completamente inexistente: en realidad, no hay ningún yo –ya sea temporal y limitado o eternamente presente e ilimitado- que conozca, ni tampoco ningún objeto, ser o mundo limitado que sea conocido. Lo único que hay es puro Conocer –una totalidad íntima, continua, indivisible, eternamente presente e ilimitada-.

Es en este sentido en el que los términos Conocer o la luz del puro Conocer se usan en Las cenizas del amor; para describir ese sentir y conocer que toda distinción entre un sujeto aparente y un objeto, ser o mundo aparente se ha disuelto, al contrario que los términos Consciencia o pura Consciencia, en los que aún están presentes un sujeto aparente y un objeto.

Y, del mismo modo que utilizamos como metáfora para la relación de la Consciencia con la experiencia el cielo abierto y vacío, en el que los objetos del cuerpo, la mente y el mundo flotan como nubes, para el puro Conocer, en el que no hay sujeto ni objeto, emplearemos la metáfora de la pantalla y la imagen o película.

Sin embargo, la pantalla en esta metáfora es una pantalla consciente; está viendo o conociendo las imágenes que en ella aparecen, y es, simultáneamente, la sustancia de la que están hechas. De este modo, las conoce como sí misma, no como objetos o como otros.

En este caso, no existe un objeto con existencia real independiente en la pantalla que podamos llamar (una imagen). No hay dos cosas –Advaita significa (adual, no dos)-; no hay por un lado la pantalla y por otro la imagen; únicamente existe la pantalla. Es la pantalla la que, vibrando y creando modulaciones de sí misma, aparece como la imagen, pero nunca se convierte en nada diferente a sí misma.

De igual modo, el puro Conocer, vibrando dentro de sí mismo, toma la forma del pensar, sentir, percibir, ver, oír, tocar, gustar y oler, y así, parece convertirse en una mente, un cuerpo y un mundo, pero en realidad nunca se transforma en nada que no sea él mismo.

Por lo tanto, desde el punto de vista del puro Conocer, no hay (objetos). Tan solo hay objetos e individuos desde el punto de vista ilusorio de uno de los personajes de la película.

El nombre común que le damos a la ausencia de distinción entre un sujeto que conoce y un objeto, ser o mundo, que es conocido, es amor o belleza. El amor es la experiencia de que no hay otros; la belleza es la experiencia de que no hay objetos.

De hecho, no hay palabra que pueda ser legítimamente utilizada para describir la realidad de la experiencia, que permanece innombrable, por siempre más allá del alcance del pensamiento, y que, sin embargo, es total y absolutamente íntima. Es por este motivo por el que, cuando se intenta expresar esta Realidad, ¡es posible tanto no emplear ninguna palabra como utilizar muchísimas!

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El Camino de la Exclusión –no soy esto, no soy aquello- nos lleva de la creencia (soy algo) a la comprensión (soy nada). El Camino de la Inclusión –soy esto, soy aquello- nos lleva de la comprensión (soy nada) a sentir y comprender que (soy todo).

El Camino de la Exclusión está basado en la discriminación; en él hacemos una distinción entre lo que es esencial en nuestro Yo y lo que no lo es. El Camino de la Inclusión está basado en el amor; en él se ve que todas esas distinciones no tienen existencia real, y descubrimos nuestra intimidad innata con todos los aparentes objetos y seres. Este Camino del Amor lleva a lo que podría denominarse Iluminación Encarnada, en la que la comprensión de la verdadera naturaleza de Consciencia eternamente presente e ilimitada va impregnando gradualmente todas las facetas de la vida, penetrando y saturando el cuerpo, la mente y el mundo con su luz. Es un proceso que nunca termina.

Tomamos el Camino de la Exclusión para ir de la Dualidad Convencional a la Dualidad Iluminada; tomamos el Camino de la Inclusión o Tántrico, el Camino del Amor o la Belleza, para ir de la Dualidad Iluminada a la Iluminación Encarnada.

Estas tres etapas –Dualidad Convencional, Dualidad Iluminada e Iluminación Encarnada- se encuentran en todas las grandes tradiciones espirituales y religiosas; en el cristianismo son la crucifixión, la resurrección y la transformación; en el budismo, el samsara, después el nirvana y por último el samsara y el nirvana como equivalentes: primero la forma, luego el vacío, y por último la forma es vacío y el vacío es forma. Tal y como lo expresó Ramana Maharshi: “El mundo no es real; tan solo Brahman es real; Brahman es el mundo”.

En primer lugar, descubrimos que toda experiencia aparece en y es conocida por el espacio abierto y vacío de la Consciencia. Después, descubrimos que la Consciencia no es tan solo el contenedor y el conocedor, sino la mismísima sustancia o realidad de toda experiencia.

A medida que la distinción entre la Consciencia y los aparentes objetos del cuerpo, la mente y el mundo se colapsa o, dicho con más precisión, a medida que se percibe que esa distinción es completamente inexistente, se comprende que todo lo que siempre hemos conocido, todo con lo que alguna vez nos hemos relacionado, es únicamente el Conocer de la experiencia. De hecho, no es tan siquiera el Conocer de (la experiencia), porque nunca encontramos una experiencia independiente del Conocer de dicha experiencia.

Tan solo conocemos el Conocer. Sin embargo, el (nosotros) o el (yo) que conoce ese Conocer no está separado ni es distinto de él; el Conocer no es conocido más que por sí mismo.

Todo lo que en todo momento se conoce es Conocer, y es el Conocer el que se conoce a sí mismo.

Lo único que existe es la luz del puro Conocer.

 

Rupert SPIRA, Las cenizas del amor. Aforismos sobre la esencia de la no-dualidad, Sirio, Málaga 2016.