"UN  CAMINO  DE  UN  SOLO  PASO"

 

  

Teresa Guardans

(Revista 21, abril 2011, p.23).

 

 

         Confundir la vida con el escenario protagonizado por el yo y sus juegos de necesidades, conduce a una frustración asegurada: una rueda de deseos, expectativas, miedos… Temor a perder lo que se tiene, deseo de lo que todavía no se tiene; la mente y el sentir atrapados en esa incesante inquietud: luchar por llenar un colador siempre será motivo de insatisfacción e infelicidad.

 

         El colador es nuestro yo. El “yo” es una sabia función de la vida al servicio de la necesidad. A diferencia de las demás especies, el viviente humano no tiene genéticamente determinado cómo hacer para alimentarse, defenderse y asegurarse descendencia. Esa entidad psíquica que es el ego, el yo, formada e informada culturalmente, nos permite poner orden a las necesidades, procesarlas y darles respuesta adecuada en los distintos entornos socioculturales. Gracias a es invento de la vida, la especie humana cuenta con unos mecanismos de adaptabilidad infinitamente más rápidos y amplios que cualquier otra especie. Pero no hay que olvidar que el yo, para poder realizar su función, será siempre un pozo sin fondo, una sed insaciable.

 

         De ahí aquella máxima: “El camino de la felicidad es de un solo paso: salir de sí mismo”. Cuántas veces habremos podido constatar ese dulce sabor de felicidad que tienen los momentos de gratuidad, de interés gratuito, de estar gratuito, aun en las dificultades, incluso en el dolor. Aquellos instantes en los que, olvidándonos de nosotros mismos, amamos, nos ocupamos, compartimos, somos…, momentos en los que somos capaces de ser con el ser del otro.

 

         ¿Cómo avanzar en esa dirección? Como pista, son especialmente sugerentes estas palabras del profeta Mahoma: “Actúa en favor del bien como si hubieras de vivir para siempre, pero vive cada día como si fuera tu último día sobre esta tierra”. Es decir, una vida que en la acción, en el pensar y el sentir, en las relaciones y ocupaciones, se siente responsable de la marcha de la vida “como si hubiera de vivir para siempre”. Pero… con aquella presencia de ánimo de quien acoge el día como una oportunidad única de saborear la vida, de pisar esta asombrosa Tierra, con los ojos y el corazón abiertos a la infinidad de rostros, luces, colores, sonidos, vientos, nubes…, la oportunidad de acariciar, momento a momento, el infinito, misterioso, bello e inabarcable despliegue de la existencia.

 

         Reflexiones todas éstas que valen para situaciones de normalidad; ahí es donde habría que ensayarlas. Pero, cuando el mazazo del paro sitúa a muchos en circunstancias tan duras y difíciles como las presentes, sólo queda desear encontrar formas de brindarles un apoyo sincero. Independientemente de que alcancemos o no la felicidad, que cada persona pudiera saber que no está sola en su dolor.