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APORTACIONES   PARA   EL  DIÁLOGO

 

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA   

“OTRA” REFLEXIÓN CRISTIANA

 

            A muchos cristianos, la postura expresada por la Conferencia Episcopal con respecto a la nueva asignatura de “Educación para la Ciudadanía” nos produce desconcierto, inquietud y malestar. No nos sentimos en absoluto representados en ella y  consideramos necesario seguir avanzando para que no se identifique el pensamiento de la “Iglesia” con las “declaraciones de los obispos”. Sobre todo, si son declaraciones -como en este caso- que confunden a mucha gente y crean división innecesaria.

            Personalmente, esa postura me ha provocado las siguientes reacciones.

 

            Me resulta dolorosa la cada vez mayor distancia entre los obispos y la sociedad, entre el discurso “oficial” de la Iglesia y la gran mayoría de la población, incluso la católica. Me resulta doloroso que la gente vea a la Iglesia como una institución que “va a la suya” y, lo que es peor, que actúa como factor de crispación en una sociedad ya demasiado crispada. No sé si no nos falta inteligencia y amor, lucidez y humildad, para ser conscientes de que estamos perdiendo una oportunidad histórica de ser ámbito de apertura, encuentro, diálogo, servicio… En una palabra, algo similar a lo que supo vivir la Iglesia en la época de la transición política. Me entristece comprobar que posturas como éstas no consigan sino que la Iglesia pierda cada vez más credibilidad en el conjunto de la sociedad.

            Me resulta penoso ver a los obispos en una confrontación radical y absolutamente beligerante con el gobierno de la nación en una cuestión que es, cuanto menos, opinable.

            Me resulta patético y hasta escandaloso que, después de haber impuesto su particular visión moral a toda la sociedad durante siglos -y entre nosotros de un modo impositivo durante el régimen franquista-, se muestren ahora tan celosos de la pluralidad. Y estoy a favor de la pluralidad, pero me hace sospechar el modo como ellos la defienden en este momento.

            Me resulta sospechosa esa postura de una -no confesada, e incluso tal vez inconsciente- búsqueda de poder o añoranza del status perdido.

            Me resulta cuestionador el hecho de que no haya voces episcopales discrepantes cuando la toma de postura es tan radical que no parece admitir ningún tipo de diálogo. Sobre todo, cuando hay datos confirmados de que los obispos, a nivel interno, mantienen posturas enfrentadas, también en esta cuestión.

            Me resulta, finalmente, preocupante que muchos cristianos de buena fe se puedan sentir confundidos e incluso manipulados por estas declaraciones que contienen todavía un inocultable sabor nacionalcatólico.

 

            Ante todo ello, me pregunto. ¿A qué se debe este posicionamiento  tan cerrado? Martínez Camino ha expresado sus motivos. Según él, hay que oponerse frontalmente a esta nueva asignatura porque se basa en la “ideología de género”, en el “relativismo” y “porque no se nombra ni una sola vez la verdad”. La consecuencia que él mismo extrae es clara: ¿Cómo se puede formar la moral si no se parte de la verdad?

            De este modo, nos vamos acercando al verdadero motivo de la declaración episcopal, a su gran argumento: El Estado no puede formar la conciencia moral. Lástima que esta afirmación es absolutamente engañosa, por demagógica. Y es demagógica, porque se trata sólo, a mi modo de ver, de una media verdad. Y ya sabemos que las “medias verdades” suelen convertirse en las peores mentiras, precisamente porque disimulan su carácter de falsedad.

            ¿Qué quiere decirse al afirmar que “el Estado no puede formar la conciencia moral”? Si eso significa que el Estado no puede adoctrinar, la afirmación sería absolutamente válida. Sólo adoctrinan los estados y las instituciones totalitarias. Y esto conecta con lo que decía más arriba, en el sentido de que me resulta patética la postura episcopal, por cuanto ha sido la institución eclesiástica la que ha usado, sin ningún escrúpulo, el adoctrinamiento masivo e lo ha impuesto incluso por la fuerza. ¿Será necesario citar ejemplos? Desde personas que fueron multadas por trabajar en domingo hasta niños que fueron aterrorizados por la amenaza del infierno eterno si no se dejaban adoctrinar… ¿No podríamos haber aprendido a ser más humildes en nuestra tomas de posición?

            Ni el Estado ni la Iglesia pueden “adoctrinar”. Pero lo que esa asignatura pretende no es adoctrinar, sino “formar”, es decir, aportar elementos que favorezcan que los niños y adolescentes puedan debatir en torno a valores que son absolutamente imprescindibles para crecer como personas, para posibilitar una positiva convivencia y para ir trabajando por un mundo más humano. En ese sentido, el Estado no sólo puede, sino que debe ofrecer esa formación. Los niños y adolescentes no deben aprender únicamente matemáticas e idiomas -mal que le pese a algún dirigente político-; necesitan aprender también “valores”, actitudes y comportamientos cívicos. Por otro lado, eso es lo que están haciendo la mayoría de los Estados de nuestro entorno geográfico y político. Y, al hacerlo, no pueden ser acusados de pretender formar una “conciencia única y uniformada”.

            Otra cosa diferente es que todos debamos aportar nuestra opinión en el debate de los temas que se aborden en esa asignatura. Pero ése es el lugar del diálogo en una sociedad laica y civilizada. Diálogo del que los obispos ni siquiera hacen mención. Pero diálogo que no sólo no niega sino que reconoce y apuesta por la primaria e insustituible responsabilidad educativa de los padres, y que está muy lejos de otorgar, en este campo, un cheque en blanco al gobierno de turno.

 

            Después de todo esto, sigo preguntándome: ¿Cuál puede ser el motivo último de la posición episcopal frente a esta asignatura que, por otra parte, ha recibido el reconocimiento positivo de intelectuales cristianos especialistas en el campo de la ética y la filosofía moral, e incluso su aceptación honesta por parte nada menos que de la FERE?

            Y creo que no es difícil encontrar la respuesta. El citado Martínez Camino declaraba: “Si no se nombra la verdad, ¿cómo podrá formarse la conciencia?”. Aquí está, en mi opinión, la clave de todo este asunto: la cuestión de la verdad. Sólo clarificándonos en este punto, podremos comprender su postura y -lo que es más importante- podremos desactivar un planteamiento tremendamente nocivo para la convivencia y el pluralismo.

            Me refiero a lo que podemos designar como “ideología de la verdad absoluta”, a la que en alguno de sus libros se refiere José A. Marina. Personalmente, esto es lo que me resulta más preocupante: da toda la impresión de que los obispos se creen poseedores de la verdad absoluta, en lugar de aceptar el camino del diálogo. Es cierto que vienen de una formación que les aseguraba tener la posesión de la verdad, hasta el punto de llegar a creerse la voz de la misma. Pero una tal postura nos resulta hoy insostenible.

            Y no porque -como no se cansan de repetir monótonamente- hayamos caído en el relativismo, sino por el propio modo humano de conocer. Me explico. Toda aproximación humana a la verdad es siempre situada; es decir, relacional -dice relación a un tiempo y un espacio-; es decir, relativa. Y eso, repito, no significa caer en un insostenible relativismo gnoseológico ni moral: porque hay cosas más verdaderas que otras y hay cosas mejores que otras. Pero nuestro acercamiento a las mismas siempre será situado y relativo. No hay una verdad caída del cielo, más allá del tiempo y del espacio. Eso sencillamente no sería humano. El modo humano de conocer es situado, relativo. Por eso, nadie puede creerse jamás en posesión de la verdad (cuando mucho, estaría en posesión de una idea de la verdad). Nadie posee la verdad; en todo caso, es la Verdad la que nos puede poseer a nosotros, si nos abrimos desde la humildad de nuestra condición.

            Con esos presupuestos, puede entenderse la postura episcopal. Su planteamiento aparece entonces en forma de un silogismo elemental: la moral tiene que apoyarse en la verdad; la verdad (eterna) la tenemos nosotros; sin nosotros, no hay posibilidad de formación moral. O en forma negativa: el Estado no puede saber qué es la verdad; sin referencia a la verdad no hay principios morales seguros; luego el Estado no puede formar la conciencia.

 

            Hemos llegado, pues, al punto decisivo, para éste y para otros tantos asuntos. Y, a mi modo de ver, la solución pasa por abandonar la arrogante pretensión de poseer la verdad absoluta, para percibirnos todos como buscadores de la misma. ¿Esto provoca inseguridad? Sólo a quien se aferra a una seguridad cerebral. Pero, por otro lado, ¿no es necesariamente insegura la condición humana? Bajemos de los púlpitos, para empezar a descubrir que la verdad no es algo que se tiene en la cabeza -en fórmulas aprendidas y en dogmas repetidos- sino algo que se vive en un comportamiento humano de calidad.

            Los versos de Machado siguen encerrando una sabiduría que nos cuesta aceptar:

¿Tu verdad? No, la verdad.

Y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela”.

 

Como ejemplo de lo que puede ser otro modo de abordar estas cuestiones, transcribo a continuación el texto de la Junta Directiva de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE), que apareció en Eclesalia, 2l pasado 6 de julio.

 

¡NO TEMÁIS, HERMANOS!... ¡NO TEMÁIS, HERMANAS!...

¡No temáis!, decía Jesús a quienes, en lugar de reconocerle, lo consideraron un fantasma.

¡No temáis!, es lo que, hoy, queremos decir a nuestros hermanos obispos y a quienes padecen ?temor? por un fantasma actual: La educación para la ciudadanía y los derechos humanos.

¡No temáis!, porque hablar de ciudadanía es hablar de ética y la ética no es patrimonio de ninguna religión, sino de la dignidad del ser humano. Educar para la ciudadanía y los derechos humanos no lleva al relativismo moral, es un ejercicio de responsabilidad como sujetos adultos, autónomos, iguales y plurales, a quienes, en primer lugar, compete ordenar este mundo nuestro y buscar los caminos para hacerlo más humano. Una ciudadanía que ni necesita ni admite la tutela de nadie.

¡No temáis! la separación del Estado y la Iglesia o, como reconoció el Vaticano II, la autonomía de lo temporal.

Es cierto que, a lo largo de la historia, la ciudadanía ha anotado en su ?haber? barbaridades e inhumanidades (¿la paja en el ojo ajeno?). Precisamente, por eso, necesitamos educarnos en y para la ciudadanía y los derechos humanos. Por eso, urge, para que no las sigamos cometiendo y, por el contrario, continuemos en el camino de los logros, como han sido los reconocimientos de los derechos humanos.

¡No temáis!, es sólo un fantasma. Mirad los contenidos del Ministerio de Educación. ¿Que con ellos se puede ?adoctrinar?? Ciertamente, pero no será por la materia, sino por el afán manipulador de quien la imparta. Lo mismo que se puede hacer con la filosofía, las matemáticas, la historia o la química, por ejemplo.

¿Algunos habéis hecho un llamamiento a la objeción de conciencia? y no parece que tiene mucho sentido. Como su nombre indica, la objeción ha de partir de la conciencia de cada cual y no, de hacer lo que desde fuera le dicen. Además, en las cosas de conciencia ?neque Ecclesia (ni la Iglesia)?.

¡No temáis! a que la ciudadanía busque los medios para que las personas piensen, analicen, critiquen y elijan por sí mismas. Su logro sería una riqueza para nuestro mundo, un triunfo para la humanidad y, en nuestros términos, un gran paso en el plan de Dios. Porque Dios nos llama a ser sujetos y no, súbditos ni menores de edad.

¡No temáis!, tampoco, a lo que llamáis ?ideología de género?, su nombre verdadero es ?igualdad entre mujer y varón?. Eso que tanto se empeñó Jesús en decirnos, que tan claro está en el Evangelio, aunque algunos adulteran su interpretación, y que tendría que ser distintivo de los cristianos. No tengáis miedo a que nuestros jóvenes se eduquen en la igualdad entre los seres humanos y en el mutuo respeto; a que aprendan que ?cualquier forma de discriminación por razones de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión? es abominable (y, como dice la Gaudium et Spes 29, contraria al plan de Dios). Alegraos, más bien, porque aprendan a descubrir y denunciar tantos dogmatismos e ideologías u otros tipos de educación, que han inculcado la inferioridad de la mujer, su exclusión y su ser ?para? el varón, con las gravísimas consecuencias que vemos cada día. Porque eso sí es atentar contra la dignidad de las personas y, en otra dimensión, es uno de los pecados de inhumanidad más graves.

Por todo ello, hermanas, hermanos, ¡No temáis!, es sólo un fantasma

06/07/2007 22:05