UNA  

            PRÁCTICA  

                                MEDITATIVA  

                                                    INTEGRAL

************************************

 

        Parece claro que una práctica meditativa transformadora ha de tener en cuenta todas las dimensiones del ser humano. De otro modo, corremos el riesgo de edificar sobre cimientos frágiles.

        Ahora bien, hablar de “dimensiones” no significa renunciar a una antropología unitaria. Quedaron atrás los tiempos en que se entendía a la persona como una suma de "alma" y "cuerpo", en la que éste siempre llevaba las de perder. Porque se veía como “estuche” que contenía lo más valioso –el alma-, cuando no como “cárcel” o incluso como “enemigo”. Aquella visión dualista ha sido superada. Hoy reconocemos que no tenemos cuerpo, sino que somos cuerpo. Por eso, todo nos afecta psíquica y somáticamente: cuerpo y psiquismo constituyen las dos caras inseparables de una única realidad, si bien lo que llamamos “cuerpo” no pueda ser directamente identificado con las células que en un momento dado lo componen físicamente. 

        Las tradiciones espirituales, por su parte, han preferido hablar de tres realidades constitutivas de la persona: el cuerpo, el alma (psique) y el espíritu. Con ello, tampoco querían destruir la unidad del ser humano, aunque no siempre han sabido sortear ese riesgo de desvalorizar lo corporal.

         Pero, si tomamos esos tres niveles simplemente como dimensiones que faciliten la comprensión de esa realidad compleja que somos, pueden resultarnos de mucha ayuda, para comprendernos ajustadamente. Aun reconociendo que somos una unidad, nuestra mente necesita nombrar las “piezas” diferentes que la constituyen. Pues bien, de acuerdo con nuestra compleja realidad, la práctica meditativa también deberá tener en cuenta cada uno de esos niveles.

         Una práctica meditativa integral incluirá el cuerpo, el alma (psiquismo) y el espíritu. Por lo que, en este sentido, podría afirmarse que la práctica conoce tres momentos, que pueden designarse como relajación, integración psicológica y meditación: el cuerpo se silencia, el yo psicológico se integra y unifica, para finalmente quedar trascendido, al acceder a una percepción más profunda de nuestra verdadera identidad.

         En un esquema, lo representaría de este modo:

1. Relajación

2. Integración psicológica

3. Meditación

Cuerpo

Respiración profunda y escucha de las sensaciones corporales

Cuerpo sereno

Alma (psiché: psiquismo)

Sentirse a sí mismo positivamente, con aceptación y aprecio

Yo integrado

 

Espíritu

Vacío, No-algo, Presencia consciente e intensa

Testigo trans-egoico

 

        En la medida en que vamos practicando este camino, percibimos su coherencia. Progresivamente, la persona va quedando integrada y trascendida, sin que haya nada negado ni olvidado.

        Al llegar al final, nos haremos más conscientes de que somos más que el “yo integrado”, a la vez que atisbaremos un “doble nivel” en el que vivirnos: el nivel habitual –del yo-, que ha sido para nosotros el único hasta de ahora, y otro nivel más hondo, en el que nos descubrimos como pura presencia y libertad.

        Este segundo nivel –transpersonal- podemos vivirlo, pero no podemos pensarlo, precisamente porque es lo que somos. Del mismo modo que el ojo, que ve todo, no puede verse a sí mismo, el perceptor puede percibir todo, excepto a él mismo. Percibimos nuestro cuerpo, porque somos más que nuestro cuerpo; percibimos nuestra mente –o yo psicológico- porque somos más que ella: eso que somos es lo que percibe, pero que no puede ser percibido. Por eso, lo experimentamos como “Vacío”, Presencia sin objetos, Conciencia sin forma…

         Ofrezco, a continuación, una posible guía para una práctica meditativa que incluya expresamente aquella triple dimensión. Cada cual podrá encontrar el modo de ajustarla a sus necesidades, según el momento en que se encuentre.

  

 

GUÍA   PARA   LA   PRÁCTICA   MEDITATIVA   INTEGRAL

  

 Relajada/o, sin ninguna expectativa, sin ningún esfuerzo, sin ninguna prisa, sin ninguna tensión, vas a vivir este tiempo como descanso, como aprendizaje de dejarte descansar, dejarte ser y conducir…

         Para eso, comienza tomando conciencia del anhelo que hay en lo profundo de ti. No pienses en él, siéntelo. Entra en tu interior y acércate, no sólo al anhelo que hay, sino al anhelo que eres: anhelo de vida, anhelo de ser, anhelo de plenitud, anhelo de unidad, anhelo de Dios. Siente sólo tu anhelo.

Toma conciencia ahora de tu respiración. Respira dos o tres veces profundamente. Puedes empezar comprimiendo suavemente la pared abdominal para, de ese modo, expulsar el aire desde lo hondo de tu cuerpo, suavemente, por la boca. A continuación, también con suavidad, inspiras por la nariz, acompañando todo el recorrido del aire hasta lo profundo de tu cuerpo. Ahí, lo mantienes un momento, sintiendo esa parte de tu cuerpo. Seguidamente, vuelves a expirar suavemente por la boca. Cuida particularmente que la respiración sea profunda, pausada y atenta: toda tu atención debe estar puesta en ella, como si en este momento no existiera ninguna otra cosa en el universo. Haz este ejercicio dos o tres veces.

Acércate ahora a tu cuerpo. Toma conciencia de él, escuchándolo, sintiéndolo. Vamos a recorrerlo de los pies a la cabeza, sintiendo cómo está. No pienses en él, siéntelo de un modo directo, “estando” en cada una de las partes que vas a recorrer. Y, al tiempo que lo escuchas, permite que se vaya aflojando, relajando.

 

Lleva la atención a tu pie derecho. Siente el talón, la planta, los dedos, la parte superior; nota el peso de tu pie derecho sobre el suelo, su temperatura, sus roces.

Percibe, de abajo a arriba, la pierna derecha..., hasta la rodilla; nota los latidos de las arterias en tu pierna derecha. Percibe el muslo. Al expulsar el aire, invita a tu pierna derecha, aflojarse, soltarse, relajarse.

Percibe ahora tu pie izquierdo. Siente el talón, la planta, los dedos, la parte superior; nota el peso de tu pie izquierdo sobre el suelo, su temperatura, sus roces.

Percibe, de abajo a arriba, tu pierna izquierda... la rodilla; nota los latidos de las arterias en tu pierna izquierda. Percibe el muslo. Al expulsar el aire, invita a tu pierna izquierda a aflojarse, soltarse, relajarse.

Percibe tu abdomen, la suave sensación de calor debajo del ombligo, en tu vientre, un calor que irradia y penetra en tus vísceras, un calor saludable, sosegado.

Percibe ahora el tórax, los latidos de tu corazón.

Lleva la atención a tu espalda, de abajo a arriba, siguiendo tu columna, en aquellos puntos donde la experimentas, donde la notes.

Ahora a tus hombros. Desde el hombro derecho, desciende hacia el codo y hacia la mano derecha, hasta cada uno de los dedos de la mano derecha. Tu atención va descendiendo por el brazo derecho, enterándote de cómo te sientes ahí. Al expulsar el aire, invita a tu brazo derecho a aflojarse, soltarse, relajarse.

Percibe ahora tu brazo izquierdo, desde el hombro al codo, hasta la mano, hasta cada uno de los dedos de la mano izquierda. Tu atención va descendiendo por el brazo izquierdo, enterándote de cómo te sientes ahí. Al expulsar el aire, invita a tu brazo izquierdo a aflojarse, soltarse, relajarse.

Lleva tu atención al rostro: los labios, las mandíbulas, la lengua, las mejillas, los ojos, los párpados, la frente, deteniéndote el tiempo que sea preciso para que tu rostro cambie de expresión, se vaya aflojando, soltando, relajando. Deja que tu rostro se vaya suavizando, dulcificando, hasta que se insinúe en él una sonrisa.

Toma ahora conciencia de todo tu cuerpo; siéntelo.

Trata de percibirte a ti misma/o como una unidad, como un todo.

                     

         Acércate ahora a ese lugar en lo profundo de tu cuerpo de donde nace la respiración profunda, a tu centro vital, en la zona del vientre. Siente ese lugar. Y, a medida que lo acoges y lo sientes, percibe la calma que te habita ahí. Ése es tu lugar de paz, tu lugar de serenidad. Ahí todo está en calma. Siéntela.

         También en ese mismo lugar, ábrete a sentir la vida que te habita, la vida que eres. Puedes sentirla, en lo profundo de tu cuerpo, como ensanchamiento, como calor, como fuerza, como densidad. Ábrete a sentir la vida que te sostiene. En ese lugar eres siempre vitalidad.

         En ese mismo lugar, ábrete a acoger tu propia identidad, a sentirte a ti misma/o. Si te ayuda, puedes pronunciar interiormente tu nombre y, a medida que lo pronuncias, puedes reconocerte y sentirte a ti misma/o en lo profundo y lo íntimo de ti.

         Al pronunciar interiormente tu nombre, favorece que emerja un sentimiento cálido de cariño, de aprecio hacia ti. Un sentimiento vivo y sostenido. Un sentimiento de cariño que pueda ir creciendo y te pueda ir envolviendo. A la vez que pronuncias interiormente tu nombre, puedes añadir: “Te quiero tal como estás, te quiero tal como eres”. No necesitas ser diferente para poder quererte; puedes amarte tal como estás, tal como eres.

         Ahí mismo, deja que viva tu amor hacia todas las personas, conocidas o no, acogiendo las presencias que vayan apareciendo dentro de ti y envolviéndolas amorosamente. Deja que ese mismo amor alcance e incluya a todos los seres. Es el “lugar” del amor universal.

         Y, desde ese sentimiento vivo de amor hacia ti y hacia todo ser, ábrete a la Presencia con mayúscula, a la Presencia que te habita, al Misterio, a Dios. No quieras tener ninguna idea, ningún concepto, ninguna imagen. Ábrete, sencillamente, a ese Misterio que es más tú que tú mismo, el Misterio que te habita en el centro íntimo de ti y que te hace Ser.

         Al abrirte así a esa Presencia, consiente en dejarte amar, en sentirte amada/o por el Fondo amoroso que llamamos Dios. No tienes que hacer nada, sino consentir a la realidad de que estás siendo amada, y descansar en ella. Irá pareciendo un Silencio cada vez mayor…

  

         Siente ahora la vida de tu cuerpo, tu “cuerpo interno”, viniendo completamente al instante presente, aquí y ahora. Si realmente estás en este instante, notarás que los pensamientos se han detenido, queda únicamente una intensa y simple sensación de ser, y se abre un espacio vacío, que es Presencia consciente sin objeto.

         No caigas en la trampa de querer pensarlo, ni de llenarlo con objetos mentales. Permanece descansadamente en ese No-algo, el Vacío sin forma, hasta que, progresivamente, te vayas acostumbrando a él. Ésa es tu identidad… 

          Si aparecen pensamientos o distracciones, no luches ni te enfades; vuelve, suavemente, una y otra vez, al instante presente, a la simple sensación de ser, al espacio vacío que has experimentado, y déjate estar, en una atención relajada. Todo se te irá dando…

 

          

Teruel, 15 junio 2008