LA VIDA NO MUERE

Comentario al evangelio del domingo 9 noviembre 2025

Lc 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Jesús les contestó: “En esta vida hombres y mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles de Dios, porque participan de la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

LA VIDA NO MUERE

El mecanismo psicológico de la proyección, que ha llevado al ser humano a crear dioses a su propia medida, le ha hecho igualmente configurar un “más allá” de la muerte, de acuerdo a sus propias expectativas. De este modo, el cielo o paraíso parecían ser una mera continuación de esta existencia, liberada por fin del sufrimiento.

Un mayor conocimiento de nosotros mismos y de nuestros modos mentales de funcionar nos hace necesariamente más cautos, desconfiando de aquello que guarde parecido con lo que es (o puede ser) obra del mecanismo proyectivo.

En ese sentido, me parece importante distinguir entre lo que es mera proyección, nacida del deseo -o de la otra cara de este, el miedo-, y el Anhelo que nos habita y que, a diferencia de aquel, se caracteriza por la desapropiación.

En realidad, el Anhelo no busca nada para el yo, ni siquiera su propia perpetuación. Tampoco cae en la trampa de crear narrativas que lo tranquilicen. El Anhelo no es sino la voz de la vida que se expresa en nuestro interior, recordándonos que somos vida, y que la vida no muere. Todo lo demás no pasan de ser constructos mentales carentes de fundamento real.

El sujeto de la proyección, creador de expectativas y fabricante de mundos imaginarios, es solo el yo -necesitado y asustado-, en su afán de asegurar su propia pervivencia. Por eso, en la medida en que nos desidentificamos de él, porque hemos comprendido que no constituye nuestra verdadera identidad, el miedo desaparece y dejamos incluso de plantearnos preguntas sobre qué hay después de la muerte.