Semana 11 de febrero: SUPERACIÓN DEL ETNOCENTRISMO

Cuando somos capaces de tomar distancia –la observación desapegada es principio de la sabiduría–, no es difícil apreciar la inconsistencia  e incluso el infantilismo que se esconde en cualquier actitud etnocéntrica.

          Frente a la ignorancia que nos mantiene enjaulados en “lo nuestro” –en la propia tribu-, es urgente reconocer (caer en la cuenta, comprender) que no somos una bandera, no somos una creencia, no somos un país, no somos nuestro pensamiento, no somos nuestro sentimiento, no somos el yoSomos la misma y única Plenitud que en todo se manifiesta y expresa. Y cada vez que busco afirmarme a través del contraste y de la contraposición con los otros, he caído en las redes del narcisismo y en la ignorancia radical que me desconecta de lo que realmente soy (somos).

          Es solo la ignorancia la que nos hace encerrarnos en nuestra “jaula” particular y creernos separados de los demás. Por eso mismo produce aún más tristeza comprobar que grandes corrientes ideológicas que presumen de “progresistas” confundan qué significa exactamente “progreso” y, creyendo avanzar, no hagan sino aferrarse a niveles de consciencia que tendrían que ser superados.

          Me parece una verdadera tragedia olvidar que la verdadera revolución es aquella que transforma nuestro “modo de ver”, sacándonos de la estrecha y encapsulada visión egoica y abriéndonos a la comprensión de la unidad que somos.

       La sabiduría invita a quitar fronteras, soltar banderas y dejar caer creencias. Al caer las creencias, nos abrimos a la verdad; al abandonar las banderas, es posible reconocer la misma y única realidad compartida; al quitar las fronteras, empezamos a habitar la misma y única “casa” que constituye nuestra identidad.

      ¿Significa esto una invitación a la resignación, la pasividad o la indolencia? ¿Hay que renunciar a la defensa de lo propio, quizás con frecuencia postergado, ignorado o incluso aplastado? En absoluto. Más allá del “mecanismo acción–reacción”, entre la reactividad egoica que separa y enfrenta y la claudicación que paraliza y aletarga, emerge el camino de la sabiduría que consiste en la defensa irrefrenable de lo propio desde la comprensión de que nuestro horizonte y nuestra meta es la unidad, porque esa es precisamente nuestra identidad. 

      El camino de la sabiduría no es un camino de autoafirmación narcisista –ese el camino del ego, individual y colectivo–, sino de apertura empática y reconocimiento de aquello que somos y que trasciende las diferencias. Porque, en definitiva, tal como afirmaba recientemente el que fuera vicepresidente del primer gobierno sandinista de Nicaragua Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, “la mayor revolución es ver el mundo como lo ve el otro”.

Semana 11 de febrero: EN EL «MEETING» DE LA HUMANIDAD (J. Benavente)

Jacinto Benavente (1866-1954)

 

 

En el «meeting» de la Humanidad,
millones de hombres gritan lo mismo:
¡Yo, yoo, yo, yo, yo, yo…!
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo…!
¡Cu, cu, cantaba la rana;
cu, cu, debajo del agua…!

¡Qué monótona es la raza humana!
¡Qué monótono es el hombre mono!
¡Yo, yo, yo, yo, yo!
Y luego: A mí, para mí;
en mi opinión, a mi entender.
¡Mi, mi, mi, mi!

¡Y en francés hay un «Moi»!
¡Oh!, el «Moi» francés, ¡ese sí que es grande!
«¡Monsieur le Moi!».
La rana es mejor.
¡Cu, cu, cu, cu, cu!

Solo los que aman saben decir ¡Tú!

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Musicalizado por Alberto Cortez: https://www.youtube.com/watch?v=lb84VIvXUwA

Semana 4 de febrero: ETNOCENTRISMO Y TALANTE SUPREMACISTA

Creo no exagerar al afirmar que todo etnocentrismo es supremacista, por cuanto coloca lo propio por encima de los demás. Sin duda, caben grados e intensidades diferentes, pero ese talante se halla siempre presente.

          En el caso de las religiones, se expresa en la afirmación de que la propia es “la única verdadera”, con lo cual se está descalificando y degradando automáticamente a todas las demás. Desde esa perspectiva, se tilda de herejes a los discrepantes y se asumen actitudes victimistas cuando quienes se creen en posesión de la verdad se sienten criticados.

          En el caso de los nacionalismos radicalizados o patriotismos trasnochados, se mantiene permanente la idea de algún tipo de “superioridad” sobre otros pueblos. Se estigmatiza con descalificaciones a quienes no lo reconocen y se recurre al victimismo con el que se tiende a justificar todo. ¿No se encuadraría aquí, tanto el triunfo de Trump con su “America first”, como el resultado del Brexit o cierta propaganda del nacionalismo, sea catalanista o españolista, que incluye mensajes explícitos de desprecio hacia el que no es de los “nuestros”?

          La pretendida “superioridad” (moral) da lugar a un tipo de discurso que, con frecuencia, no solo constituye un insulto a la inteligencia, sino un atropello de la verdad de los hechos. Visto desde fuera, resulta patético; sin embargo, como suele ocurrir en el trastorno narcisista, queda oculto al propio interesado.

          David Foster Wallace describió esta trampa con lucidez: “El problema de los dogmáticos [de aquellos que, en cualquier campo, absolutizan su creencia confundiéndola con “la verdad”] es la certidumbre ciega, una mente cerrada que equivale a un aprisionamiento tan absoluto donde el mismo prisionero ignora que está encerrado”.

          El narcisismo es contagioso, tal vez porque despierta al pequeño narcisista que todos llevamos dentro. Pero, como acabo de decir, se trata de un rasgo que se suele ocultar a los ojos de quien lo padece. Con todo, desde un mínimo de distancia, no es difícil advertir cómo, detrás de proclamas solemnes y de afirmaciones rimbombantes, hay una personalidad narcisista que no ve más allá de sus propios intereses (si bien, previamente, los ha identificado con los de “su” pueblo, “su” iglesia o “su” partido).      

          El supremacismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es la expresión cumbre del narcisismo y revela, de manera nítida, lo que es el funcionamiento egoico. Es el ego quien ha tomado el mando: desde él se hacen las lecturas de la realidad –de ahí que suelan resultar tan dolorosamente deformadas y tan alejadas de la unidad- y de él nacen también los comportamientos y las conductas que generan enfrentamiento y fractura, hasta extremos insoportables, en particular cuando son igualmente egoicas las dos partes en conflicto.

          Donde hay identificación con el ego –que se plasmará siempre en narcisismo (religioso, político, cultural…)–, habrá confusión y sufrimiento. Todas las tradiciones sapienciales, de todo tiempo y latitud, han mostrado que la liberación viene de la mano de la comprensión de quienes realmente somos. Son ellas las que han advertido que la causa de todo el mal que nos hacemos y hacemos a otros nace de la ignorancia, entendida como inconsciencia acerca de nuestra verdadera identidad. El problema original del narcisismo es la ignorancia –que se traduce rápidamente en ceguera–: ha quedado amarrado en un nivel egoico de consciencia y, con ello, en un estado hipnótico, que le lleva a tomar como real la perspectiva limitada que ese mismo nivel permite ver. Y como de cualquier otro problema, no será posible salir de él nada más que gracias a la comprensión de lo que realmente somos.

Semana 4 de febrero: ESPIRITUALIDAD Y CAMBIO SOCIAL

“No hay que divorciar el aspecto espiritual del revolucionario. El mindfulness puede ayudar a cambiar el mundo”.
 Entrevista a Michael Schwammberger.

Chan Phap Son, nombre espiritual de Michael Schwammberger, fue durante 15 años monje en Plum Village -Francia-, la sede y comunidad del Maestro zen Thich Nhat Hanh. Ahora se dedica a enseñar libremente en Inglaterra y España.

¿Qué es el mindfulness? ¿En qué nos beneficia el estar presentes? ¿Cómo podemos mejorar nuestra vida y el mundo?

¿Qué es el mindfulness y qué nos puede aportar a los ciudadanos con vidas ocupadas?

Mindfulness es la cualidad de estar presente, de ser más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor. Con mindfulness tenemos unas referencias mucho más positivas. Al ser más consciente de mi mismo esa conciencia me ayuda a esclarecerme, a tener claridad de mi experiencia, a saber dónde tengo que poner energía y saber cómo responder a los retos.

¿Es más fácil practicar el mindfulness en un monasterio que en el día a día trabajando?

Para entender la función de mindfulness es bueno hacer un curso o equivalente, así sabremos lo que es exactamente. Una vez tenemos esa experiencia ya podemos aplicarla a la vida cotidiana. La finalidad del monasterio es apoyar primero la “estructura mindfulness”, para poder después introducirla en vida cotidiana.

Con “la que está cayendo”, ¿el mundo necesita más mindfulness o más revolución activa?

La imagen que me viene a la cabeza es de Gandhi. Sin su componente espiritual difícilmente hubiera podido emprender cambios con la repercusión y profundidad que tuvo. No hay que divorciar el aspecto espiritual del revolucionario. La cuestión es qué clase de revolución queremos. No es necesariamente suficiente ser consciente de una injusticia. Tenemos que tener una perspectiva mucho más amplia en la que se basa nuestra acción.

La plena conciencia nos ayuda a saber cómo está todo esto conectado. Nos ayuda a saber que hay una injusticia pero que está conectada a una estructura mucho más amplia. Esa es la finalidad de la plena conciencia: quizá hay una injusticia particular, pero la causa de esa injusticia es mucho más amplia. Todo llega al mismo sitio. Mindfulness no es lineal, no es “voy a hacer una acción para cambiar algo”, sino que se identifican todas las causas. El aspecto espiritual es importante que esté vivo cuando hablamos de una revolución, de una acción social más expresiva, porque es el contexto general el que quieres arreglar, no una cosa particular.

Para que nos entendamos, propongo este ejemplo: las acciones de Greenpeace ayudaron años atrás a concienciar sobre los problemas de los vertidos en el mar del norte, y eso es muy importante. Pero todavía más importante es saber porqué consumimos tanto.

¿Cómo sería la sociedad si casi todos practicásemos esta conciencia plena?

No sería perfecta, pero habría más condiciones para crear armonía. Para mejorar lo que se puede mejorar, para nuestro crecimiento personal a un nivel más profundo. Ese conocimiento ya nos hace sentir mucho más felices. A veces la infelicidad viene porque no sabemos quiénes somos. Nos dejamos llevar por estructuras mentales superficiales, como la rabia.

¿Desde qué edad podemos inculcar esto a nuestros hijos?

Cualquier edad. Pero no se trata de inculcar, es más bien una cualidad que incluye amor, paciencia, benevolencia, compasión, cualidades que automáticamente podemos sentir. Cualquier niño puede sentirse conectado con esas cualidades. No son un adoctrinamiento, son estar en contacto con cualidades que nutren nuestro espíritu.

¿Es optimista Thich Nhat Hanh sobre el futuro? Porque en sus últimas declaraciones augura una extinción.

Un buen maestro siempre nos va a decir cuáles son los problemas que tenemos que afrontar, va a definir la situación de peligro. Él siente que si no cambiamos pronto, el futuro no es predecible, y como lo siente lo tiene que decir. No para causar pánico, sino para que podamos asumir responsabilidades. Para que no dejemos que la situación empeore y nos veamos forzados a actuar.

Thay dice que lo peor es la desesperanza. Hay una frase que me gusta mucho de Martin Luther, y que viene a decir: “Aunque yo supiese que el mundo se acabará acaba mañana, aun así hoy plantearía un árbol”. Si emprendo una acción positiva, va a tener una resonancia. Si tengo en mi cualidades de “no miedo”, hay una resonancia que va a ayudar a no crear pánico, miedo, etc. Debemos cultivar cualidades de “no miedo” para no caer en la depresión.

¿Cuáles serían tus 10 consejos para mejorar nuestras vidas?

  1. Parar y descansar más.Necesitamos saber parar para saber cómo actuar desde un sitio de mayor claridad y amor. Parar y descansar son cruciales.
  2. Debemos simplificar nuestras vidas. Llenarlas tanto crea un vacío interior en el que sentimos el impulso de querer llenar; cuanto más lo intentamos llenar (este vacío) más vacíos nos sentiremos. La simplicidad nos ayuda a reconocer lo que ya está presente en nuestras vidas…y siempre ha estado presente, simplemente no lo vemos.
  3. Nutrir nuestras mentes de cosas positivas.
  4. Evitar consumir cosas negativas: ideas, alimentos, conversaciones, ambientes, etc. No es cuestión de evitar, es cuestión de usar nuestra inteligencia para saber lo que nos hace bien y lo que no nos ayuda.
  5. Practicar la generosidad. Esto ayuda a los demás y nos ayuda a estar en contacto con los demás.
  6. Pasar más tiempo con personas sanas y que nos hacen sentir bien tanto intelectual como emocionalmente e incluso espiritualmente.
  7. Practicar una disciplina mental: yoga, meditación, etc.
  8. Cuidar nuestra nutrición.
  9. Contribuir a una concienciación social positiva. No nos quedemos en casa, salgamos a expresar nuestros sentimientos. No dejemos que sean los políticos, economistas, etc., los únicos que dicten qué clase de sociedad queremos.
  10. No destruir, minimizar todo acto que cause daño, que cause destrucción.

Semana 28 de enero: FUNDAMENTALISMO Y MANIQUEÍSMO

Toda creencia fundamentalista -propia de quien se cree en posesión de la verdad- conlleva la descalificación de quienes discrepan, y se plasma en una visión maniquea que divide a los humanos en dos bloques radicalmente diferenciados: “nosotros” frente a “ellos”. “Nuestros” son todos aquellos que afirman y sostienen lo propio; “ellos” son quienes no alcanzan ni siquiera a verlo. Con “nosotros” están la bondad y la verdad; con “ellos”, la maldad y la mentira; de nuestra lado, la honradez, frente a la falsedad de los otros…

          La misma creencia fundamentalista, que lleva a una visión maniquea de la realidad y a la descalificación de todos aquellos que no la comparten, se plasma en dos actitudes características: el victimismo y el simplismo de los análisis.

          Quien se cree en posesión de la verdad vive la discrepancia como una ofensa. Por ello, fácilmente se sentirá víctima ante cualquier posicionamiento que no contemple sus propios postulados: la lectura victimista brota de manera automática ante el hecho simple de actuaciones que cuestionan la “verdad” que dan por supuesta e incuestionable.

          Del mismo modo, las creencias fundamentalistas no admiten matices y, mucho menos, análisis críticos. Para todo fundamentalista, las cosas son simplemente como él las ve, o quizás mejor, como el filtro de su creencia le permite verlas. Lo cual casa con el maniqueísmo al que hacía referencia. El “con  nosotros o con ellos” se traduce aquí en “la verdad contra la mentira”. ¿Para qué habrían de ser necesarios análisis críticos? Es la creencia la que ya ha decidido la verdad o el error de las cosas: “verdadero” es aquello que la sostiene; “error”, lo que la cuestiona.

          En este sentido, es significativamente reveladora la anécdota según la cual, cuando Galileo pidió al cardenal que presidía la comisión que lo estaba juzgando que observara el firmamento a través del telescopio para comprobar el movimiento de los planetas, este respondió: “No necesito mirar por ningún sitio; yo sé bien cómo son las cosas”.

          Si se observa con cuidado, no es difícil advertir, detrás de ello, un sentimiento etnocéntrico, Característico de la consciencia mítica, el etnocentrismo conlleva la creencia de que solo su grupo es portador de la verdad (y de la salvación). Pero es justamente ese lema –“Estamos en la verdad”– el que, explícito o latente, constituye el postulado básico del fundamentalismo, de donde se derivan el conjunto de actitudes y comportamientos que son asumidos acríticamente y justificados apriorísticamente por el propio grupo.

          Por lo que, en ningún contexto como en este, se muestra especialmente sabia la advertencia de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”.