LA   REVOLUCIÓN   CUÁNTICA   (3) 

 

 

UNA  SÍNTESIS  PROVISIONAL

EN  DOCE  PUNTOS

 

 

 

En esta nueva (y última) entrega sobre el mismo tema, trato de ofrecer una “síntesis provisional”, en algunos puntos que considero de mayor interés. Para ello, sigo preferentemente tres libros, sobre todo el último de ellos:

 

         En el último punto, intento explicar el “lugar” de la práctica meditativa para experimentar y vivir las enseñanzas de los místicos, que resultan ser “convergentes” con las intuiciones a las que apunta la física cuántica.  

  

 

1.  Primera afirmación básica y desafío al sentido común

 

Todo está interrelacionado con todo: así se formula la primera conclusión fundamental a la que llegó la física moderna, en su estudio de las partículas elementales, unidades discretas de energía que, sin embargo, presentaban una característica muy extraña: unas veces se comportaban como partículas; otras, como ondas.

Aquella primera conclusión viene a constatar la unidad e interacción de todos los fenómenos, y la naturaleza intrínsecamente dinámica del universo. Todo influye en todo; todo –nosotros incluidos- constituye una gran Red.

Las partículas subatómicas no pueden entenderse como entidades aisladas, sino como una especie de interconexiones que se producen entre la realización de un experimento y su medida. A medida que penetramos en la materia, aparece una inmensa red de conexiones entre las partes de un conjunto. Por eso, la física no se interesa ya por los objetos, sino por el binomio inseparable sujeto-objeto. Como ya dijera Platón, “estamos dentro de una realidad que también está dentro de nosotros”.

Ervin Schrödinger, uno de los padres de la física cuántica, lo ha expresado de este modo: “Mi mente y el mundo están compuestos de los mismos elementos. El mundo me viene dado de una sola vez: no hay el mundo que existe y el que es percibido. El sujeto y el objeto son solamente uno. No puede decirse que se haya derrumbado la barrera entre ambos como resultado de recientes experiencias en el campo de las ciencias físicas, porque esa barrera no existe”.

Por otro lado, la moderna teoría de los sistemas (K.L. Bertalanffy) viene a decirnos que, cuanto más complejo es un sistema, las relaciones entre sus partes son más significativas que sus partes mismas. Por lo que, en los sistemas complejos, el todo abarca mucho más que la suma de sus partes, porque la información que contiene es mayor que la suma de la información que contienen sus partes consideradas individualmente.

 

Desde esa primera conclusión, gran parte de los descubrimientos de la nueva física constituyen un inquietante y significativo desafío al sentido común. Que –como se decía más arriba- las unidades subatómicas sean de naturaleza dual y que, en función de como las veamos, se manifiesten a veces como partículas y a veces como ondas, parece una contradicción: ¿cómo algo puede, al mismo tiempo, ser una partícula localizada en un espacio y un momento determinado, y una onda que se esparce por una extensa región? Y, sin embargo, ocurre. El principio de identidad aristotélico, por el cual un elemento es igual a sí mismo, y el mismo principio de no contradicción, por el cual una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo, quedan en entredicho.

Al igual que una onda, la luz produce interferencias, pero un fotón de luz también rebota de todo electrón, igual que una partícula. Esto quiere decir que está en dos sitios al mismo tiempo, que se mueve a velocidades extremadamente altas y se desplaza simultáneamente en diferentes direcciones. Parece una contradicción intolerable, pero es así.

Por otro lado, no es difícil “extrapolar” estas conclusiones a nuestra vida cotidiana. Como las partículas, también nosotros podemos percibirnos como “localizados” en un sitio, o como en un estado de expansión ilimitado…, algo a lo que accedemos gracias a la expansión de la conciencia, en cuanto trascendemos la mente.

 

 

2.  Conciencia y materia. El contraste entre la física clásica y la física cuántica

 

         Para la física mecanicista –y para la “cultura general” a la que dio lugar, y en la que todavía nos movemos-, las cosas parecían claras. La moderna física cuántica echa por tierra, uno a uno, todos esos postulados.

 

 

FÍSICA  CLÁSICA

FÍSICA  CUÁNTICA

  • Existe una “realidad objetiva”, “ahí fuera”, que todos podemos observar de la misma manera, porque es independiente de nuestras observaciones.

  • No puede existir el “observador” neutral, dado que, inexorablemente, el observador altera lo observado (W. Heisenberg). Por ello, sería preferible llamarlo “participante” (J. Wheeler).

  • Esa “realidad objetiva” es determinista: se mueve por el inexorable principio de causalidad.

  • El final del determinismo. A nivel cuántico, no existe nada parecido a la causalidad. Lo que rige las cosas es el principio de la indeterminación (W. Heisenberg, 1927): hemos pasado de un universo causalista a un universo probabilístico (o estadístico). La física clásica consideraba que las partículas y los objetos eran seres independientes que, cuando interaccionaban, producían un choque que provocaba una cadena causal de sucesos. La física moderna niega las cadenas causales y secuenciales de hechos. Es un mundo holístico, donde todo está interconectado, y a veces las conexiones manifiestan correlaciones implícitas por debajo de las superficies, que modifican los sistemas.

  • A partir de Galileo, Kepler o Newton, el universo es percibido como un diagrama en el que los fenómenos se describen en términos matemáticos y mecánicos. Se lo concibe como la maquinaria de un gran reloj, que se podría descomponer y componer a partir de esas partes descompuestas. El mundo constituye un sistema en equilibrio. En esta visión, el caos es solamente una complejidad todavía no desentrañada porque el orden y la estabilidad del universo pueden ser explicados por las leyes del movimiento de Newton.

  • El caos y la autoorganización. A partir de los trabajos de Ilya Prigogine, parece indudable la tendencia autoorganizadora global del universo. Clásicamente, se asociaba el orden al equilibrio, y el desorden al no equilibrio. Ahora sabemos que la turbulencia es un fenómeno altamente estructurado, en cuyo seno millones de partículas se insertan en un movimiento extremadamente coherente. La conclusión es la siguiente: La producción de entropía contiene siempre dos elementos dialécticos: un elemento creador de desorden y otro creador de un orden “mayor”. Los dos elementos están siempre ligados.

 

 
  • Esa realidad objetiva consta de dos elementos: objetos sólidos y vacío.

 
  • El vacío y la materia. Un modelo de átomo muy aceptado por los físicos consiste en imaginarlo como el de un núcleo y una nube externa de electrones. La dimensión proporcional entre el núcleo y el conjunto del átomo es aproximadamente del orden de diez mil veces. Es decir, si el núcleo fuera de un centímetro de diámetro, la nube de electrones más externos estaría a una distancia de un kilómetro.

Pero, si en último término, todo es vacío, ¿cómo se explica que no se funda todo con todo? Por el “Principio de exclusión” (W. Pauli, 1925): Dos fermiones idénticos no pueden encontrarse en un mismo estado físico, así que cada uno tiene que ocupar su lugar específico. Este “principio de exclusión” es responsable de la estabilidad de la materia a gran escala. Las moléculas no se aproximan arbitrariamente entre sí, porque los electrones de cada una no pueden entrar en el mismo estado que los electrones de las demás moléculas vecinas. Pero no todas las partículas son fermiones. Hay otras, denominadas bosones, que no responden al principio de exclusión y pueden estar en un mismo estado cuántico. En estos condensados, todos los átomos son absolutamente iguales. No hay ninguna medida que pueda diferenciar uno de otro.

 
  • Esa realidad es fundamentalmente material y sus elementos básicos son los átomos.

 
  • No existe ninguna realidad “ahí fuera”, independiente de la conciencia. La misma materia consta básicamente de vacío. En último término, la materia no existe; sólo existe la conciencia.

 
  • La mente no es sino el resultado de un proceso de complejificación de la materia (del cerebro).

 
  • La mente es capaz de crear materia. La conciencia tiene dominio sobre el mundo físico.

 
  • Oposición materia – conciencia (mente)

 

 
  • Todo es conciencia: hasta los electrones “saben” y “se dan cuenta” de su entorno (experimento de Aspect, 1982). Por lo que, “el Universo, tal y como lo vamos descubriendo, se parece cada vez más a un gran pensamiento, en vez de a una gran máquina” (James Jeans).

 
  • La conciencia es relegada al ámbito de lo “espiritual”, y considerada como un epifenómeno (ilusorio) de lo material.

 
  • Se ha acabado la contradicción entre materia y energía. De Broglie planteó que la luz participa de la naturaleza de las ondas. Pero, a su vez, desde Einstein, sabemos también que se comporta como una partícula. Las consecuencias fueron “definitivas”: se abolió para siempre la división entre materia y energía: son lo mismo. La materia es luz condensada (un quantum –en plural quanta, de donde viene el nombre de la nueva física- es la unidad más pequeña que constituye la luz); cada uno de nosotros somos un sistema de energía en vibración continua. Nuestra alma es nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo es nuestra alma. Es la conciencia la que crea materia, expresándose a través de ella.

  • En cualquier caso, mente (conciencia) y realidad material constituyen dos realidades nítidamente separadas y diferenciadas, si bien la segunda posee un estatuto más firme.

 
  • No existe una división estricta entre la realidad objetiva y subjetiva; la conciencia y el universo físico están conectados por algún mecanismo fundamental. Esta relación entre mente y realidad no es ni objetiva ni subjetiva, sino “omnijetiva”.

  • En último término, para la ciencia clásica sólo interesa lo que se puede medir empíricamente. Para este paradigma, la realidad "espiritual" no cuenta.

 
  • El orden implicado. Para la física moderna, lo que se ve no es sino es el despliegue de lo que no se ve, la “explicación” del “orden implicado” (David Bohm). La obra de Bohm es una cosmovisión dinámica que integra la conciencia en una unidad de energía, mente y materia. Según él, la conciencia es el elemento integrador que dota de unidad a cada organismo.

  Bohm concibe los fenómenos como manifestaciones de un holomovimiento que relaciona todo lo existente en un proceso de pliegue y despliegue el que subyace un “orden implicado”. Todos los fenómenos están interrelacionados en una red espacio-temporal. Lo que nosotros percibimos, de entrada, es el “orden explicado” (desplegado), que se manifiesta como campos y partículas separadas con sus leyes propias, pero la realidad más profunda, el potencial cuántico es lo que permite la interconexión, y forma el sistema en el que se desenvuelve toda la realidad. “El orden del todo está implícito en el movimiento de cada parte”.

     Es decir, nos habían condicionado para creer que el mundo externo era más real que el mundo interno. La física cuántica dice justo lo contrario.

  • La parte prima sobre el todo: dualismo separador.

 
  • El Todo es lo prioritario: holismo integrador: Todo se halla interrelacionado con todo.

 

 

3.  Sincronicidad y campos morfogenéticos

 

El psicólogo C. Jung y el físico W. Pauli coinciden en afirmar la existencia, en la naturaleza, de un principio de vinculación no causal: es la sincronicidad, que no puede ser explicada por la ley de la causalidad. La explicación parece venir de la mano de la existencia de “campos mórficos” o “morfogenéticos”, de que habla Sheldrake.

El biólogo Rupert Sheldrake propone que la naturaleza maniobra mediante campos mórficos o morfogenéticos, una especie de campos informativos que poseen la memoria de lo que acontece: cuando se produce algún suceso, se debe a que la forma activa tiene una resonancia con el campo que actualiza el hábito natural que está implícito en el acontecimiento. Eso mismo parece suceder con la memoria cultural. A ese fenómeno lo denomina “resonancia mórfica”. Esto explicaría sincronicidades curiosas, como el hecho de que un mismo descubrimiento se realice simultáneamente, de modo independiente, en diferentes lugares del planeta. Por decirlo en palabras sencillas, sería la Conciencia común y compartida la que se “expresaría” en y a través de personas, objetos y acontecimientos.

El campo cuántico es considerado como una realidad física fundamental, un medio continuo que está presente en todas las partes del espacio; las partículas son sólo simples condensaciones locales del campo, concentraciones de energía que va y viene, perdiendo su carácter individual y disipándose en el campo.

Para los físicos cuánticos, algo parece claro: El universo se mueve regido por la dialéctica de los opuestos. Y en todo hay sincronía: dos relojes colocados en una misma habitación, acompasarán automáticamente sus ritmos (aunque sean a propósito desacompasados); igualmente, dos mujeres que conviven regularán al mismo tiempo su ciclo menstrual; también los generadores colocados en paralelo… Los átomos cantan al mismo tiempo: hay una formulación matemática que organiza los ritmos.

 

 

4.  La conciencia que crea la realidad: fenómenos “paranormales” verificados

 

Dentro de los parámetros de la física clásica, resulta absolutamente imposible explicar fenómenos que, por otra parte, no pueden ser contestados, ya que han sido sometidos a exigentes pruebas de verificación.

         El hecho de poder caminar descalzos sobre el fuego y no quemarse (y el poder hacerlo incluso cualquier persona, por escéptica que sea, con tal que tome la mano del fakir); de secar sábanas empapadas en agua con el calor del cuerpo desnudo, en medio de la nieve, en una noche de invierno; o de crear tulpas, “visiones”, que pueden llegar a ser vistos incluso por otras personas…

En este último punto, la experiencia vivida y relatada por Alexandra David-Neel sigue resultando inquietante. En su obra clásica Magos y místicos del Tibet (Espasa-Calpe, Madrid 1971; editada posteriormente por Índigo, Barcelona 1988) narra una experiencia propia de creación de formas de pensamiento. A los pocos meses de realizar los ritos y la concentración prescritos por sus maestros tibetanos, comenzó a captar imágenes de un monje fantasma, su pretendido tulpa. La ilusión era fundamentalmente visual, aunque a veces llegaba incluso a sentir su roce. Pero hay más: hasta un pastor llegó a ver el lama creado por el pensamiento. Es sabido que, para el misticismo tibetano, todos los fenómenos que percibimos son espejismos nacidos de nuestra imaginación. Y que, con la práctica adecuada, la mente puede llegar a crear “imágenes mentales” o tulpas, que tendrían el mismo estatus de “realidad” que aquéllas a las que está habituado el “sentido común”.

         A partir de lo que ha descubierto la física moderna, los primeros hechos a los que hacía referencia pueden explicarse porque la conciencia interviene en la vibración acelerada de las moléculas, deteniendo procesos que consideramos “normales”.

         Esto significa que la conciencia se mete en los entresijos del mundo físico, afectándolos. Más aún, parece abrirse camino la certeza de que la conciencia es tal vez el único fenómeno que efectivamente existe: toda la matriz materia-espacio-tiempo debe a ella su existencia. Por lo que no puede hablarse del mundo físico como algo “ahí fuera”. Todo es creación de la conciencia. La materia-espacio-tiempo es un aspecto de la misma.

         Esto nos lleva a reconocerla como todopoderosa. Lo cual no significa que nosotros seamos todopoderosos, por la sencilla razón de que no tenemos un control total de la conciencia.

En cualquier caso, aquí radica la transformación más asombrosa de la visión del mundo, a partir de los descubrimientos de la nueva física: La conciencia juega un indudable papel en el llamado universo físico.

 

 

5.  El mito de una realidad que existe “ahí fuera”

 

Habitualmente, en nuestra visión de la realidad, hemos venido funcionando con un mito, al que hemos dado por absolutamente válido: Al acercarnos al exterior, todos percibimos lo mismo.

Es fácil, sin embargo, reconocer el presupuesto en el que dicho mito se ha mantenido (y todavía se mantiene para la gran mayoría de la gente). Ese presupuesto no es otro que la creencia en que hay un universo físico “ahí fuera”. Y nos hemos enseñado a nosotros mismos a estar de acuerdo sobre ello y sobre los “objetos” de ese mundo “exterior”.

Sin embargo, la física moderna viene a asegurarnos que no existe algo “ahí fuera” de nosotros. Todo se halla inextricablemente interrelacionado con todo, por lo que el universo no es algo que exista “ahí fuera”, y del que el observador se encontraría separado. Más bien al contrario, es un universo participativo.

Por un lado, sabemos que el observador altera lo observado por el mero acto de su observación. Por lo que algunos científicos, como se ha dicho más arriba, abogan por reemplazar el término “observador” por el de “participante” (J. Wheeler). Porque lo cierto es que no “observamos” el mundo; participamos en él. 

Y, por otro, sabemos también que eso que llamamos “ahí fuera” no es como nuestros sentidos y nuestra mente creen que es. “Ahí fuera” no hay ni luz ni color, sino solamente ondas electromagnéticas; “ahí fuera” no hay sonido ni música, sino solamente variaciones periódicas en la presión del aire; “ahí fuera” no hay calor ni frío, sino solamente moléculas que se mueven con mayor o menor energía cinética media…, y así sucesivamente. Lo que hay, tanto “fuera” como “dentro”, es un torbellino vertiginoso de ondas/partículas en diferentes intensidades de vibración.

En lo que se refiere a “nosotros”, podría decirse que somos, a la vez, una expresión más de ese mismo torbellino y la Conciencia que lo está provocando o de la que está emergiendo. Y todo ello, de una forma no-dual.

 

        Lo que ocurre, en todo caso, es que la mente humana no percibe lo que está “ahí”, sino lo que cree que debería estar ahí.

Sin embargo, tal como insiste la nueva física, hay una conclusión que parece irrebatible: no observamos el mundo físico, participamos con él. Nuestros sentidos no están separados de lo que llamamos “ahí fuera”, sino íntimamente implicados en un proceso de realimentación notablemente complejo, cuyo resultado final es crear efectivamente lo que está “ahí fuera”. 

La conciencia es una parte integrante de la realidad; eso significa que co-crea lo que observa. Si vemos un árbol, en vez de un cúmulo de átomos desorganizados, es porque la conciencia humana concede a la realidad física estas características particulares.

Por eso, mirado de cerca, el concepto de “ahí fuera” resulta ridículo. Sólo podemos esperar encontrar un “ahí fuera”, porque creemos que existe. Por eso, todas nuestras nociones acerca del carácter absoluto del universo físico son erróneas.

¿A qué se debe entonces ese engaño que nos lleva a afirmar la existencia de algo “ahí fuera”? Al modo de operar de la mente, por su propia naturaleza separativa. Para poder funcionar, la mente debe forzosamente separar. A partir de la primera dicotomía sujeto/objeto, para la mente, toda la realidad queda fraccionada. Todo lo que no es “yo”, está “fuera”. Y puesto que pensar es delimitar o “establecer fronteras”, a la mente le resulta fácil marcar un límite entre lo que llama “sujeto” y todo lo demás: es sencillamente el límite o frontera de la piel. Por eso, en cuanto la mente hace su aparición en la historia humana, con ella aparece también la idea de un “mundo exterior”, de una realidad “ahí fuera”, separada y marginal.

Sin embargo, eso es sólo un engaño de la mente, que se realimenta por el simple hecho de que lo hemos creído a pie juntillas. Lo que llamamos “mundo exterior” no está separado de nosotros y, de hecho, basta detener el pensamiento para percibirlo así.

Todo constituye un conjunto unificado, sin separaciones mentales, arbitrarias y artificiales, en un universo participativo en el que todo interactúa en una interferencia constructiva, en la que la Conciencia se va desplegando en innumerables formas, como olas “únicas” y hermosas en el océano común y compartido.

(Una vez más, la física nos lleva a la espiritualidad y a la filosofía. Para quienes estén interesados en la “revisión” de los planteamientos filosóficos que han perpetuado y fortalecido el engaño dualista, desde Aristóteles hasta Descartes, recomiendo la lectura de los libros de M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona 2006; y La sabiduría de la no-dualidad. Una reflexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger, Kairós, Barcelona 2008).

 

 

6.  El cerebro percibe lo que quiere percibir

 

Del punto anterior, se deriva una conclusión patente: como ha quedado dicho, la mente humana no percibe lo que está “ahí”, sino lo que cree que debería estar ahí. Los neurólogos empiezan a decirnos que el cerebro humano sólo ve lo que quiere ver. La conclusión de la nueva física apunta en la misma dirección: el cerebro percibe lo que quiere percibir. Por eso, tal como les ocurrió a los indígenas ante las carabelas de Colón que llegaban a sus costas, no podemos “ver” todo aquello que escapa a “nuestro mundo”.

Eso significa que no nacemos al mundo; nacemos a algo que convertimos en el mundo. “El Entorno tal como lo percibimos es invención nuestra” (H. von Foerster).

Acabamos de ver que nuestros sentidos no están separados de lo que llamamos “ahí fuera”, sino íntimamente implicados en un proceso de realimentación notablemente complejo, cuyo resultado final es crear efectivamente lo que está “ahí fuera”.

Precogniciones, visiones colectivas… acontecen. Son realidades no menos “reales” que otras que aceptamos como “razonables”. J. Pearce lo expresó con claridad: “La mente del hombre refleja un universo que refleja la mente del hombre”.

 

 

7.  La realidad (y la conciencia) como un holograma: Cada parte está contenida en el todo… y el Todo se halla en cada una de las partes

 

La física cuántica ha encontrado que las unidades básicas (las partículas subatómicas) no pueden ser aisladas como unidades o bloques individuales. Su comportamiento posee propiedades de campo, al venir determinado por la colectividad de las partículas. El universo es semejante a un gran holograma.

Por otro lado, estudios neurológicos han revelado que algo parecido ocurre en el cerebro. El proceso implicado en la interconexión de todas las regiones del cerebro no es químico ni electroquímico. El cerebro se asemeja también un holograma.

Un holograma es una representación o imagen de tipo transparente, creada con la ayuda del láser, en donde la imagen contenida no es bidimensional, sino tridimensional. Lo más intrigante es que, cuando se corta por la mitad, resultan dos imágenes, cada una de las cuales contiene la imagen entera. El todo está contenido en cada parte. Eso significa que esa imagen posee propiedades semejantes a las de un “campo”.

La nueva física nos asegura que el universo es un holograma, en el sentido de que se trata de un tejido dinámico de acontecimientos correlacionados, en los que cada parte del tejido determina la estructura del todo. Los experimentos con partículas subatómicas no dejan lugar a dudas: todo está interrelacionado con todo, y es precisamente esa interrelación la que posee y funciona como un “campo” que organiza el conjunto.

Si la conciencia es un campo y no es más que una vibración en el continuum de campos que organizan la materia, ello nos proporciona una explicación para la interacción entre la mente y la materia.

 

 

8.  Existe una realidad más allá del tiempo-espacio

 

Hasta Einstein, se creía que el tiempo y el espacio eran realidades inamovibles y separadas. Aquella creencia ha quedado radicalmente superada. No sólo son aspectos de un “algo” único, sino que son totalmente relativos al observador.

La nueva física ha dado un paso más, al afirmar que hay “regiones” que literalmente no existen ni en el espacio ni en el tiempo. 

Cualquiera sabe que todo lo que ocurre, ocurre en el presente: incluso cuando recordamos el pasado o proyectamos el futuro, no podemos hacerlo sino desde el presente.

Pero todavía es más radical la afirmación de la atemporalidad. Lo que llamamos presente, si dejamos de percibirlo mentalmente como un “tiempo intermedio” entre el pasado y el futuro, se manifiesta como lo que es: no-tiempo, atemporalidad. La física viene a decirnos algo que los místicos siempre habían experimentado: que existen “regiones” de nuestro universo y de nuestra conciencia fuera del tiempo y del espacio.

En concreto, la sabiduría espiritual de Oriente ha dicho siempre que nuestras percepciones de un universo que existe en el tiempo son erróneas. Por encima y más allá de esta realidad ilusoria, está el vacío: una región donde el concepto mismo del tiempo deja de tener ningún significado.

 

 

9.  La realidad última del universo: el “lugar” que han experimentado los místicos

 

Para la física moderna, la materia y el espacio-tiempo vacío aparecen como una y la misma cosa. Las tres dimensiones aparentes del espacio son virtualmente inexistentes en el nivel de la espuma cuántica. Lo que ahí se da es una “interconexión cuántica” (J. Wheeler), en la que cada punto en el espacio está interconectado con todos los demás puntos del mismo. De un modo similar, podemos sospechar que cada punto en el cerebro humano está conectado, por medio de la espuma cuántica, con todos los demás puntos del universo.

Para el físico cuántico es claro que la materia carece de base física. Tras la solidez aparente de la silla, se esconde en realidad el superholograma de un torbellino de ondas/partículas. A ese nivel, la conciencia es capaz de crear materia. Y eso constituye la prueba final de que lo no físico, la conciencia, tiene dominio sobre el mundo físico.

Einstein nos enseñó que la materia y la energía pueden convertirse la una en la otra: E = mc2, la materia es energía altamente condensada. No existe la materia; solamente existe la interferencia constructiva del universo interpenetrante. Frente a la idea mecanicista del universo, la física moderna nos dice que el átomo está compuesto por vastas regiones de espacio vacío; la materia consta principalmente de espacio vacío. (Si una pelota de béisbol alcanzara el tamaño de la tierra, sus átomos se verían del tamaño de una cereza. Y en ese átomo del tamaño de una cereza, todavía no podríamos ver su núcleo a simple vista. Si ese átomo aumentara hasta tener el tamaño de la cúpula de la Basílica de san Pedro en Roma, su núcleo solamente tendría el tamaño de un grano de sal).

La “realidad última”, en opinión de la nueva física, se asemeja más a un gran Vacío primordial, un “lugar” más allá del tiempo y el espacio, del que brotan, en un  proceso increíblemente complejo y hermoso, todas las formas que existen. En pocas palabras: las piedras y las estrellas son meramente ondulaciones en la nada.

Ése es, precisamente, el “lugar” de la experiencia mística, el lugar del Silencio, de la Presencia, del Absoluto, de la Unidad… Un “lugar” conocido y frecuentado por los místicos de todos los tiempos; un “lugar” incluso en el que las mismas religiones han dicho que se podía vivir la “experiencia de Dios”.

Es profundamente significativo el hecho de que esta frase: “El tiempo, el espacio y la causalidad son como el cristal por el que se ve el absoluto y cuando es visto aparece como el universo”, del matemático H. Minkowski, pueda encontrarse en la sabiduría de la tradición Advaita.

 

 

10.  El mito hindú

 

¿Qué es entonces el universo, y qué sentido tiene toda esta historia? Pareciera que, a la nueva física, no le desagrada el antiguo mito hindú, para el que toda la existencia es un juego (lila), el juego del Absoluto.

El Yo supremo es todo lo que existe, todo lo que hay, pero no tiene a nadie con quien jugar. Eso le lleva a jugar al escondite consigo mismo. En este juego, puede experimentar diez mil millones de vida, ver a través de diez mil millones de ojos, vivir y morir diez mil millones de veces.

Finalmente, el Yo se despierta de sus  muchos sueños y recuerda su verdadera identidad. Es el Yo único y eterno del cosmos. El juego comienza. El juego acaba.

 

 

11.  En el umbral de una etapa nueva

 

Como ha quedado dicho, puede afirmarse que la transformación más asombrosa de la visión del mundo, a partir de los descubrimientos de la nueva física, es ésta: La conciencia juega un indudable papel en el llamado universo físico. Hasta el punto de que, para la nueva física, el universo se parece más a un gran pensamiento que a una gran máquina.

Las implicaciones que contiene una tal afirmación nos llevar a concluir que nos hallamos en el umbral de una época sumamente notable. Los físicos nos están diciendo que hay que reconsiderar el papel de la conciencia. El mundo es omnijetivo. Todos los objetos, con respecto a la conciencia, son como las olas en relación al mar.

En las próximas generaciones, nuestras vidas pueden cambiar radicalmente, de forma sobrecogedora. La vida se transformaría en algo tan distinto que su descripción cae fuera de las posibilidades de nuestro lenguaje.

Debido a que todo es una proyección de la mente, la existencia o no existencia de dioses y diosas depende de nuestros respectivos metaprogramas. Incluso la idea de que existe un mundo “ahí fuera” no es sino otro metaprograma.

Por eso, es razonable la afirmación de J.S. Mill: “No son posibles los grandes cambios en el destino de la humanidad hasta que tenga lugar un gran cambio en la constitución fundamental de su modo de pensar”.

Las aportaciones de la física moderna pueden abrir nuestras mentes y favorecer aquellas prácticas espirituales que hagan posible ese cambio. 

 

 

12.  Y, en todo ello, el lugar de la práctica meditativa

 

         Coherente con la antigua “visión del mundo”, la religión –no podía ser de otro modo-, había enseñado a los humanos a relacionarse con el Dios de “ahí fuera”, objetivando lo Absoluto, separándolo del resto de lo real y desembocando en una actitud y comportamiento marcadamente heterónomos. En lógica “coherencia”, la religión llegó a la conclusión de que ese “dios exterior” habría creado/fabricado el mundo como una realidad también “exterior” y ajena a él. 

         La Modernidad, apoyada en el reconocimiento de la racionalidad y de la autonomía, se había empezado a rebelar contra esa visión: no podía haber ningún Dios “ahí fuera” o “separado” que, en la práctica, supusiera la eliminación de la autonomía y libertad humanas.

         Con la nueva comprensión que se deriva de los datos aportados por la física cuántica, aquella crítica se hace todavía más radical. En el mismo instante en que “caemos en la cuenta” de que no existe un mundo “ahí fuera”, venimos también a hacernos conscientes de que “ahí fuera” tampoco puede haber ningún dios separado. Ese dios no sería sino una “creación” de nuestra mente (hemos hecho alusión antes el enorme poder creador de la misma).

         Sin embargo, esa “creación” –sobre la que se han asentado, por otra parte, la totalidad de las religiones- no es ni arbitraria ni “falsa”. Fue el modo habitual en el que los humanos, en el nivel de conciencia en que se encontraban, podían “dar nombre” al Misterio de lo Real, creativo y en constante despliegue. Un Misterio, sin embargo –y esto constituye la mayor “novedad” frente al planteamiento típico de la religión-, no-dual.

 

Por eso, en la visión que se desprende de la nueva comprensión, si bien es cierto que caen definitivamente por tierra las visiones religiosas tomadas en su literalidad, no se pierde nada valioso. Al contrario, lo que venimos a descubrir es la admirable y asombrosa “convergencia” de la nueva comprensión con lo que afirma la más genuina espiritualidad. Hasta el punto de que, no solamente no hay conflicto, sino que parecen reclamarse mutuamente: las afirmaciones de los físicos cuánticos convergen con las de los maestros espirituales.

En cierto modo, podría decirse que la nueva física es no-dual. A partir de experimentos contrastados en el reino de las partículas elementales, viene a concluir tajantemente que todo se halla interrelacionado con todo, que no hay nada “separado” de nada. Y que todo lo que percibimos, más allá de lo que nos hagan creer nuestros sentidos y nuestra mente, no es sino “forma” o “expresión” que remite a una Realidad primordial, que algunos no dudan en nombrar como Conciencia.

El hecho de que todo lo real sea, efectivamente, no-dual nos permite comprender el dato de que, progresivamente, los diferentes campos del saber vayan también asumiendo ese mismo carácter: desde la filosofía hasta la psicología transpersonal, desde la hermenéutica hasta la espiritualidad…, y que vayan decayendo todas aquellas formas duales –tanto filosóficas como religiosas-, porque empiezan a ser percibidas como incapaces de dar razón de la realidad tal como empezamos a experimentarla.

Pues bien, en todo este cambio sin precedentes, que puede llegar a remover todo lo conocido, ¿qué lugar ocupa la práctica meditativa?

En una primera respuesta, hay que decir que dicha práctica viene a aquietar y silenciar la mente. De ese modo, nos permite salir de la trampa de la propia mente dual, objetivadora y separadora, abriéndonos a una visión transmental, en la que se nos da percibir la naturaleza no-dual de lo real.

En segundo lugar, al anclarnos en el presente –toda práctica meditativa consiste precisamente en atender a lo que está aconteciendo “aquí y ahora”-, nos introduce en ese “lugar”, que es en realidad un “no-lugar”; en ese “tiempo”, que es en realidad lo “atemporal”. En definitiva, en la “región” que se halla más allá del espacio-tiempo, donde acontece la experiencia de lo Absoluto, de Lo Que Es.

Y, en tercer lugar, es esa práctica la que nos ayuda a percibir nuestra identidad última, más allá del yo con el que nos habíamos identificado. Al acallar la mente, se diluye el yo, y emerge, en un primer momento, el Testigo que todo lo observa, sin reducirse a nada de ello; para dar paso, posteriormente, a la percepción de sí mismo como el “Yo universal” que se está expresando y viviendo en esta forma concreta, que llamamos “identidad psicológica”.

No deja de ser admirablemente sabio que, tanto estudiando la física cuántica como meditando, somos conducidos a experimentar lo Real como Misterio luminoso, omniabarcante y no-dual, rompiendo definitivamente la prisión egoica en la que la identificación con nuestra mente nos ha mantenido atrapados. Del mismo modo que somos más que la mente, el Universo es más que un conjunto o suma de átomos. Se abre ante nosotros un horizonte pleno de novedad y, en último término, de Vida. Horizonte para el que nuestra mente carece de palabras y de conceptos adecuados y que, a falta de términos más apropiados, nombramos como Misterio, Vacío, Conciencia, Presencia, Plenitud… 

    

 

Teruel, 26 octubre 2009