INTRODUCCIÓN

 

 

         Toda lectura humana es, inexorablemente, una lectura situada. Ello resulta particularmente frustrante para nuestro ego –y para todas las estructuras montadas sobre él-, que alimenta la pretensión engañosa y nociva de poder apresar mentalmente la verdad. Tarea vana.

         Ocurre que el yo –identidad correspondiente a los niveles mentales de conciencia-, necesitado de seguridad, pretende poseer e incluso imponer la verdad. Al hacerlo, lo que busca es alejar el demonio de la inseguridad y –tal como certeramente describió A. Sajarov la intolerancia- “la angustia de no tener razón”.

         Este funcionamiento, siendo característico del estadio mítico –que, en la historia de la humanidad empieza, más o menos con el Neolítico, y que en el ser humano individual va de los tres a los siete años-, perdura, aunque sea atenuado, en el estadio racional, en tanto en cuanto nos hallamos identificados con la mente.    

Decir que nuestra lectura de lo real es situada significa reconocer que nuestro modo de acercarnos a la realidad es deudor de un determinado paradigma, del estadio de conciencia en que nos hallamos y del modelo de cognición adoptado.

         Si nos ceñimos a la lectura del hecho religioso, podemos percibir la evolución que se produce en el modo humano de pensar a Dios, desde el paradigma premoderno al moderno y postmoderno. Una evolución que todavía es más notable si comparamos lo que ocurre en los diferentes estadios de conciencia: la magia, el mito, la razón, la Conciencia testigo… Y que guarda una cierta similitud con lo que se produce cuando pasamos de operar con un modelo dual o mental de cognición a otro no-dual o transpersonal[1].      

 

         Estas breves referencias pueden servir para contextualizar la lectura del evangelio de Marcos que aquí se propone. Nos hallamos dentro del paradigma postmoderno y, aunque todavía inmersos en el estadio egoico, parece atisbarse el emerger paulatino del nivel transpersonal de conciencia. En él, tras el agotamiento del modelo mental-representacional, se está abriendo paso, en prácticamente todos los ámbitos del saber, el modelo no-dual de cognición[2].

         El modelo mental –dual, egoico o cartesiano- ha entrado definitivamente en crisis. No existe tal cosa –nos lo ha hecho ver incluso la misma física cuántica- como un sujeto “frente a” un objeto que estuviera “ahí fuera”. Lo que es, constituye una red en la que todo se halla interrelacionado. Y esa realidad no-dual no puede pensarse, porque no es un “objeto” que la mente pudiera aprehender. Únicamente se puede ser; y sólo cuando se es, entonces se la conoce. Es decir, para frustración de quienes habían puesto toda su confianza en la razón, se nos empieza a hacer patente que el acceso a la verdad del Ser acontece sólo en y a través de la realización experiencial de dicho conocimiento. Ser y conocer se reclaman mutuamente: ser es conocer y conocer es ser.

         Aquí se inserta precisamente la intuición quizás más revolucionaria de la postmodernidad: la que sostiene que sujeto y objeto, hombre y mundo constituyen una unidad indisoluble. De ese modo, frente al dualismo separador, emerge el holismo integrador, en el que el Todo es lo prioritario, un Todo que, para más asombro, es “consciente”.

Si el modelo cartesiano era irreductiblemente mental y, por ello mismo, dualista, el nuevo modelo es transmental. Integra la mente –no estamos hablando de un nivel irracional, sino transracional[3]-, pero la trasciende; no se deja atrapar por ella: sabe de un modo de conocer que va más allá del pensamiento. Eso requiere aprender a acallar la mente, para que, de esa forma, se supere el dualismo al que parecíamos estar irremisiblemente condenados. La no-dualidad seguirá afirmando las diferencias, pero no la separatividad. Porque éste es, precisamente, el rasgo característico y distintivo del nuevo modelo de cognición: la no-dualidad.

 

         Pues bien, lo que aquí propongo es una lectura del evangelio de Marcos dentro de estos nuevos parámetros, consciente de que se trata de una perspectiva (transpersonal y no-dual), no sólo válida, sino incluso exigida por el momento que nos ha correspondido vivir. No sólo es nuestro “idioma cultural”, sino que parece más capaz de dar razón de lo real que el anterior modelo dualista.

         Desde la nueva perspectiva, la visión dualista queda radicalmente modificada, porque cambia, precisamente, el “modo de ver”, la conciencia que percibe, en definitiva, el propio perceptor. Dios deja de pensarse como un Ser separado –como si fuera un “Objeto”-, para ser percibido (intuido) como el Misterio último de Lo que es, que hace que todo sea, y que en todo se expresa –y aquí está la clave- de un modo no-dual. Jesús, lejos de ser objetivado como un Ser celeste, aparece como el hombre que “ha visto” y, por ello mismo, es Manifestación del Misterio y Expresión de lo que somos, espejo en el que podemos vernos reflejados; todo ello, también, de un modo no-dual. El evangelio, superada una lectura historicista que apenas nos afectaba, se nos muestra como un mensaje de sabiduría que habla de nosotros mismos, desvelándonos lo Real y facilitando el despertar a nuestra verdadera identidad. Estas son las claves de lectura del comentario del evangelio que tienes en tus manos. Unas claves que nacen de la “nueva conciencia” transpersonal y no-dual –más exactamente, de lo que la conciencia hoy nos permite percibir-, que se asientan en la certeza de la interrelación de todo y que usan como imagen la gran Red de todo lo que es[4].

         Tengo la convicción de que, en esta nueva “traducción” –y cada cultura tiene que hacer la suya-, no sólo no se pierde nada valioso, sino que todo aparece enriquecido y cargado de frescor, aportando luz, sentido, liberación, dicha, plenitud. También hoy el Espíritu sigue actuando, iluminando, inspirando… No reconocerlo así y quedarse en la literalidad del texto, supone fosilizarlo, absolutizando una lectura que –por humana- era relativa, privarlo de inteligibilidad y, en último término, de vida. Con ello, se termina siendo infiel al mismo texto que, en realidad, estaba apuntando más allá de lo que decían sus propias palabras.              

         Por si fuera poco, una lectura atenta del evangelio permite percibir que el propio Jesús se vivió en este nivel de conciencia transpersonal, tal como he tratado de mostrar en otro lugar[5]. De ahí que, al acercarnos desde esta clave, podamos lograr una mayor “sintonía” con el texto evangélico.

         La nueva mirada, al quitar el velo de la mente objetivadora y separadora –dualista-, permite reconocer la no-dualidad de todo lo real, en el holismo integrador al que más arriba hacia referencia, y en el que nada se halla separado de nada. Lo que tocamos y lo que no podemos tocar, la forma y el vacío, son únicamente las “dos caras” de la misma Realidad, expresión toda ella del “Yo soy” universal.

        

         En el presente comentario, tomamos el texto del evangelio tal como ha llegado hasta nosotros. Con el bagaje que nos ofrecen las nuevas investigaciones exegéticas, enriquecidas por las aportaciones venidas desde ángulos bien diversos, como la arqueología, las ciencias sociales o la perspectiva feminista, avanzaremos en la lectura continuada del evangelio, desde esta nueva clave.

         El objetivo no es otro que el de acoger la sabiduría que contiene y conocer más la persona de Jesús, hombre sabio y compasivo, desegocentrado y anclado en la Conciencia unitaria (o transpersonal), para experimentar que –parafraseando a F. Rosenzweig- “el evangelio y nuestro corazón dicen la misma cosa”.

        

         El evangelio de Marcos –objeto de este comentario- fue, en cierto modo, relegado durante siglos. Parco en palabras, su estilo parecía demasiado elemental. Se prefería el de Mateo, jalonado de amplios discursos de Jesús y, aparentemente, mucho mejor estructurado.

         Las cosas, sin embargo, empezaron a cambiar en el siglo XX. De pronto, se descubre que Marcos fue el primero en escribirse, el que “inventó” incluso el género “evangelio” –que pasó de ser una “buena noticia” proclamada a un texto escrito- y que sirvió de base para los otros dos sinópticos. Al mismo tiempo, se fue captando mejor la profunda teología que encierra, así como la cuidadísima elaboración, en la que todo encaja admirablemente, como tendremos ocasión de ir comprobando a lo largo de la lectura.

Para empezar, resulta llamativo el carácter simbólico del relato, en el que el autor juega constantemente en el doble nivel histórico y alegórico. Hasta el punto de que, como ha escrito Secundino Castro, “es difícil encontrar un dato que no transparente una realidad simbólica[6].

Por otro lado, se trata de un relato de acción rápida e intenso dramatismo, marcado por el conflicto. En la base del mismo, late una idea típica del paradigma premoderno: la historia humana es una lucha cósmica entre Dios y Satanás. No hay barreras impenetrables entre el ámbito sobrenatural y el ordinario: la voz de Dios suena desde el cielo; el Espíritu desciende en forma de paloma; Satanás pone a prueba a Jesús y trata de manipular su voluntad; los ángeles le sirven; los demonios gritan cuando ven a Jesús; éste se ve envuelto en conflictos con ellos... Todo ello resulta chocante al lector moderno, pero era habitual para nuestros antepasados.

Influido por su visión apocalíptica de la existencia, el autor plantea el relato dentro de un marco en el que los espíritus del bien y del mal han trasladado su enfrentamiento a este mundo. No es extraño que la acción de Jesús sea presentada, desde esa clave, como una lucha contra los demonios.

Jesús es el “Hijo de Dios”. Pero, aunque señalado como tal en el mismo título del escrito –“Comienzo del evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios” (1,1)-, el autor impondrá lo que se conoce como el “secreto mesiánico”, que trata de “ocultar” temporalmente la identidad del Mesías, para evitar el riesgo de que fuera interpretada en clave nacionalista o de poder. Por eso, a lo largo del relato queda siempre abierta la pregunta “¿quién es éste?”; pregunta que sólo obtendrá una respuesta adecuada al pie de la cruz, una vez que ya no existe riesgo de confusión, y en boca de un pagano: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15,39). Pero, al mismo tiempo, este evangelio –a diferencia, por ejemplo de Lucas, que lo presenta como el “héroe” griego, caracterizado por la apatheia- será el que más subraye la humanidad de Jesús.

 

La estructura del presente comentario es deliberadamente sencilla: siguiendo el orden de los capítulos del propio evangelio, tras enmarcar el texto evangélico, se hace el comentario correspondiente. Por otro lado, he creído oportuno introducir algunos contenidos temáticos, que llamo “transversales” en los que, a partir de alguna cuestión suscitada por el texto, trato de ofrecer una visión más amplia del tema en cuestión. Estos contenidos se enumeran en el Índice y aparecerán señalados como “Aportación transversal”, con la numeración y el título correspondientes. Se ha utilizado también un tipo distinto de letra para diferenciarlos de lo que es el comentario en sí mismo.

Y quiero terminar esta introducción, invitando al lector a dejarse entrar en diálogo con el texto evangélico. Porque, en realidad, toda lectura e interpretación es un “diálogo” entre autor y lector. Y la crítica literaria sabe que cualquier texto un poco profundo dice más de lo que el propio autor fue consciente. Mi trabajo se limita a ofrecer humildemente una “clave” de lectura, que considero característica de nuestro momento sociocultural –el “idioma” en el que entendernos- y, al mismo tiempo, cargada de posibilidades.

 

 

 


 

[1] Sobre este “triple nivel” (paradigma – estadio de conciencia – modelo de cognición), referido al cambio religioso que estamos viviendo, remito al estudio que he hecho en dos libros anteriores: E. MARTÍNEZ LOZANO, ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso, Desclée de Brouwer, Bilbao 22009; y La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual, Desclée de Brouwer, Bilbao 22009.

[2] Sobre la perspectiva transpersonal, K. WILBER, Más allá del Edén. Una visión transpersonal del desarrollo humano, Kairós, Barcelona 22001; ID, Breve historia de todas las cosas, Kairós, Barcelona 1997; ID., Sexo, ecología, espiritualidad. El alma de la evolución, Madrid, Gaia 22005; ID, Espiritualidad integral. El nuevo papel de la religión en el mundo actual, Kairós, Barcelona 2007. Sobre el modelo no-dual de cognición, J. FERRER, Espiritualidad creativa. Una visión participativa de lo transpersonal, Kairós, Barcelona 2007; y M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Martínez Roca, Barcelona 2006; ID., La sabiduría de la no-dualidad. Una reflexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger, Kairós, Barcelona 2008.

[3] K. WILBER ha planteado con gran claridad la confusión que se genera cuando no se sabe detectar lo que ha llamado “falacia pre/trans”, que conduce a identificar lo pre-perpersonal con lo trans-personal, siendo así que el único “punto de contacto” entre ambos es que ninguno de los dos es “personal”; fuera de ahí, se trata de estadios radicalmente diferentes. Como ha escrito su traductor español, “confundir ambos estadios sería tan necio como equiparar a un preescolar con un postgraduado por el hecho de que ninguno de los dos va a la escuela”: D. GONZÁLEZ RAGA, Ken Wilber: una visión personal, en R. TORRENT (ed.), Evolución integral. Visiones sobre la realidad desde el paradigma emergente, Kairós, Barcelona 2009, p.40. K. WILBER, Los tres ojos del conocimiento, Kairós, Barcelona 1991, p.174; también, F. VISSER, Ken Wilber o la pasión del pensamiento, Kairós, Barcelona 2004, p.142.

[4] Para una fundamentación de estas afirmaciones, me veo obligado a remitir a mis libros anteriores, fundamentalmente a los siguientes: Qué Dios y qué salvación…, La botella en el océano… y Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal, todos ellos editados por Desclée de Brouwer.

[5] E. MARTÍNEZ, El hombre sabio y compasivo. Una aproximación transpersonal a Jesús de Nazaret, en Transpersonal Journal of Research 1 (2009) 48-71. Puede leerse en http://www.transpersonaljournal.com/pdf/vol1-jul09/Martinez%20Lozano%20Enrique.pdf;

ID., Recuperar a Jesús. Una mirada transpersonal, Desclée de Brouwer, Bilbao 2010.

[6] S. CASTRO, El sorprendente Jesús de Marcos. El evangelio de Marcos por dentro, Desclée de Brouwer, Bilbao 2005, p.19.