INTRODUCCIÓN

Transformar el sufrimiento en oportunidad de Vida

 

 

Si no vives situaciones críticas, es que estás muerto” (Álex Rovira).

Casi todas las cosas no son lo que parecen a primera vista” (Gangaji).

La sabiduría no es otra vida en la que de repente todo iría bien

–en su pareja, en el trabajo, en la sociedad-,

sino otra manera de vivir esta misma vida, tal como es” (André Comte-Sponville).

 

 

El presente texto nace de un pre-texto autobiográfico y en un con-texto de intenso trabajo interior. Incluso me pregunto si no empecé a escribirlo como un modo de ayudarme a mí mismo a salir del “pozo” y elaborar constructivamente la crisis que estaba en su origen.

Pero soy consciente de que no interesa mi “anécdota personal” –las peripecias de mi yo, ni siquiera la intensidad de la vivencia-, sino lo aprendido en ella. Será en esto último en lo que me centraré.

     En aquella experiencia, que viví no hace demasiado tiempo, aparte del apoyo de personas amigas y de la inigualable fortaleza recibida en el Silencio de la práctica meditativa y fraguada en la consciencia[1] del momento presente, hubo algunos materiales que me ayudaron de un modo profundamente eficaz.

A cada cual nos aportan luz y fuerza aquellos textos con los que conectamos, porque despiertan en nuestro interior “ecos” o “resonancias” que nos asientan en fundamentos más sólidos. Eso suele depender de varios factores: nuestro peculiar perfil psicológico, el momento que estamos viviendo, los propios intereses y necesidades, el “color” incluso de nuestra identidad más profunda… Consciente de toda esa diversidad, quiero citar con gratitud, ya desde esta introducción, a aquellos autores que me ayudaron, verdaderos “guías” que pueden también acompañar el camino de posibles lectores. Me refiero a Eckhart Tolle[2], Mario Alonso[3] y Vicente Simón[4].

 

Al ocurrir la crisis que está como trasfondo de todo este escrito, y aunque el dolor parecía ocuparlo todo, me vino a la memoria el conocido dicho sufí: “Cuando el corazón llora por lo que ha perdido, el espíritu ríe por lo que ha ganado[5]. Si traducimos “corazón” como “ego”, y “espíritu” como nuestra “identidad verdadera”, puede entenderse mejor: El dolor es una oportunidad de desapropiación del propio yo. En la medida en que lo aceptamos y lo sentimos, sin evitarlo y sin reducirnos a él…, vamos tomando distancia de nuestro ego y dejamos espacio a lo que realmente somos, la Presencia ecuánime, la Quietud o Identidad no-dual, transpersonal y compartida. En cualquier caso, constituye en sí mismo una invitación a ir más allá del propio yo.

         Y es entonces, en la medida en que podemos asentir a esa invitación, cuando tiene lugar el milagro de la transformación, para el que no encuentro analogía mejor que lo que le ocurre al gusano de seda. Encerrado en el espacio oscuro que es el capullo, el gusano solo siente muerte; sin embargo, la realidad es que saldrá de esa oscuridad transformado en mariposa. Justo cuando el gusano creía que se acababa el mundo, fue cuando comenzó su transformación más importante. Y el motor de todo ese proceso habrá sido, no la inteligencia ni el esfuerzo del propio gusano, sino la Sabiduría mayor de la Vida. El gusano únicamente tiene que aguardar pacientemente, sin huir y sin querer entender…, permaneciendo y confiando en una sabiduría que lo trasciende.

         De la misma manera, siempre que aceptamos el dolor y lo vivimos de un modo constructivo, aun en medio de su inevitable amargura y a pesar del miedo que lo acompaña, están comenzando a desplegarse nuestras alas.

         Las crisis –del tipo que sean- constituyen así, para nosotros, la fase de incubación –el estado de crisálida, en el que acontece el “paso” de gusano a mariposa; por cierto, “crisálida” participa de la misma etimología que “crisis”- que posibilita que seamos transformados paradójicamente en aquello que, aunque no lo sabíamos, siempre habíamos sido. El yo sufrirá la experiencia como una “muerte” –y lo es así para él, como para el gusano que “desaparece” en el proceso-, pero solo gracias a ella, podrá nacer y vivir nuestra verdadera Identidad –el reconocimiento y la vivencia de lo que realmente somos-. Caer en la cuenta de ello es despertar, saliendo de la ignorancia o del sopor en que nos encontrábamos. La crisis habrá hecho de “despertador”.

         Pero es necesario e imprescindible pasar por ella, como pone de relieve un experimento –llevado a cabo precisamente con gusanos de seda-, tal como lo describe Álex Rovira:

 

Como es sabido, el gusano de seda construye un capullo para luego liberarse de él y renacer como mariposa tras la metamorfosis. El proceso de transformación es extremadamente complicado, porque la crisálida tiene que aplicar una enorme cantidad de fuerza con sus apenas formadas alas para romper la cáscara de seda que la ha protegido durante su transformación. Los científicos estaban intrigados acerca de qué pasaría si ayudaban a la mariposa en este proceso e intentaron asistirla para ver qué ocurría. Así, cuando llegó el momento de la liberación abrieron artificialmente desde el exterior una serie de capullos. Las mariposas ilesas empezaron a hormiguear liberadas de la seda, pero fueron incapaces de emprender el vuelo. No se pudieron alimentar y murieron, porque no podían ni sabían volar. Ninguna de ellas fue capaz de elevarse por los aires y, como en aquel estado no podían acceder al néctar de ninguna flor, murieron de inanición. De esta prueba científica se desprende que el sobreesfuerzo, la gran cantidad de energía desplegada por las mariposas para agrietar el capullo, es necesario para que estas confíen luego en la fuerza de sus alas. Pero si no pasan por la experiencia de hacerlo de forma autónoma, si no lo experimentan en carne propia, no tienen ningún recuerdo ni sentido de seguridad, algo que podemos trasladar fácilmente al mundo humano. No se atreven a abandonar la seguridad que ofrece el suelo y mueren sin más…

Completar el periodo de duelo desencadenado por una grave crisis, por una gran pérdida, podría ser leído como la metamorfosis tras la cual nos liberaremos de la coraza de dolor que nos contenía pero que lentamente ha ido cayendo en el ejercicio del reconocimiento de la nueva realidad, de asumir el dolor, de encontrar un sentido para este y de constatar que a pesar de todo la vida merece la pena ser vivida con entrega y gratitud. Así es como podemos vencer la cáscara de la angustia, la tristeza y la desazón: utilizando las alas del espíritu[6]. 

 

         Por un lado, al aceptar el dolor, creo un espacio a su alrededor, que me permite observarlo en la distancia y, de ese modo, empiezo a percibir que no soy él: tengo una sensación dolorosa, pero no soy ella.

         Por otro, al constatar el sufrimiento que nace del yo, empieza a abrirse en mí una luz que me hace ver que no soy tampoco ese “yo” inestable e impermanente, generador de sufrimientos inútiles que se vuelven contra él, zarandeándolo y desestabilizándolo.

         Y, poco a poco, desde esa otra sabiduría más profunda, me voy haciendo consciente de que no soy nada de lo que percibo, pienso, siento o experimento: en nada de eso puedo encontrarme a mí mismo. No soy nada de lo que puedo observar. Soy la Consciencia ecuánime, en la que aparecen y desaparecen pensamientos, sentimientos, experiencias… Es innegable que todo esto tiene un cierto poder para afectarme, pero no ya de un modo absoluto. En cuanto soy capaz de asentarme en mi verdadera identidad, sintiendo mi Ser esencial, todo aquello que pueda ocurrirle a mi yo quedará muy relativizado.  

¿Qué es necesario tener en cuenta para, al menos, no obstaculizar o abortar el proceso? Mejor aún, ¿cómo podemos favorecerlo? En otro lugar, he analizado las “actitudes constructivas” en medio de experiencias dolorosas[7]. Aquí querría plantear un “marco” básico de comprensión de lo que en esos momentos suele ocurrir, a la vez que ofrecer las “claves” que nos permitan equivocarnos lo menos posible y favorecer lo que la Vida quiere vivir en cada uno de nosotros, particularmente en los momentos de crisis.

Es sabido que el término crisis proviene del griego κρυνειν (krínein), que significa “separar” o “decidir”[8]. En cuanto “separación” o “rompimiento”, la crisis constituye una encrucijada que nos obliga a repensar y replantear los hechos, porque nada volverá a ser como era antes.

         Por otro lado, tengo entendido que el ideograma chino de crisis está compuesto de dos signos básicos: uno de ellos significa “peligro”, y el otro “oportunidad”. Así, aunque atravesar un estado de crisis suele ser difícil y producir temor, también conlleva un potencial enormemente evolutivo y curativo: nos movemos en una situación “peligrosa”, pero al mismo tiempo muy prometedora.

 

El presente texto quiere ser eminentemente práctico. Presentaré, aun a riesgo de ser reiterativo –a estas alturas ya he asumido que ese “afán repetitivo” forma parte de mi propia pedagogía o modo de enseñar-, diversas “herramientas” que nos permitan transformar el dolor en aprendizaje vital, y de ese modo nos capaciten para reconocer y vivir lúcidamente lo que ya somos.

Deseo profundamente que, sea lo que sea lo que nos ocurra, sepamos vivirlo como oportunidad –incluso como bendición- para avanzar en el doble objetivo que, tal como yo lo veo, persigue toda crisis: crecer en unificación psicológica y en desidentificación del yo (es decir, integrar y trascender la identidad egoica). En la medida en que seamos capaces de vivir así las crisis, se operará el milagro de la transformación y el gusano se descubrirá mariposa: habremos crecido en consciencia de nuestra identidad más profunda. Para ello, necesitaremos la aportación convergente y complementaria de la psicología y de la espiritualidad, que nos ofrezcan claves de comprensión y recursos prácticos con los que afrontar constructivamente lo que la vida nos depare.

En último término, toda crisis trae consigo la promesa de una emergencia progresiva de nuestra verdadera identidad; en la medida en que las afrontamos constructivamente se va modificando en profundidad, no nuestra identidad –siempre lo hemos sido-, sino la percepción que tenemos de la misma. Así puede entenderse la frase de Viktor Frankl, rememorando la crueldad de los campos de concentración: “El sufrimiento tiene sentido si tú mismo te cambias en otro[9].



[1] En todo el trabajo usaré, preferentemente, el término consciencia, y no conciencia, a pesar de que habitualmente se hace al revés. El motivo es –valga la redundancia- hacernos más conscientes de su significado, que remite a capacidad de percepción, comprensión, información…, certeza inmediata y autoevidente de ser.

[2] E. TOLLE, Todos los seres vivos somos uno, Debolsillo, Barcelona 2009. (Se trata de una serie de textos extraídos de su otro libro, más amplio y argumentado: Un nuevo mundo, ahora, Grijalbo, Madrid 2006; como se sabe, la obra más conocida de Tolle es El poder del ahora, Gaia, Madrid 2001).

[3] M. ALONSO PUIG, Reinventarse. Tu segunda oportunidad, Plataforma, Barcelona 2010.

[4] De V. SIMÓN me parecen interesantes las prácticas de meditación que propone, y a las que se puede acceder en: http://www.mindfulnessvicentesimon.com/audios.html  

Es autor, además, de los libros Aprender a practicar mindfulness, Sello Editorial, Barcelona 2011, y Vivir con plena atención. De la aceptación a la presencia, Desclée De Brouwer, Bilbao 2011.

Vicente Simón es psicobiólogo, médico psiquiatra, fundador y presidente de la Asociación Mindfulness y Salud (AMyS: www.amys.es). Ha sido de los primeros en introducir, en España, el método de la atención plena (mindfulness) dentro del trabajo psicológico, siguiendo la estela de autores como J. KABAT-ZINN, La práctica de la atención plena, Kairós, Barcelona 2007; también Z. SEGAL – M. WILLIAMS – J. TEASDALE, Terapia cognitiva basada en la consciencia plena. Un nuevo abordaje para la prevención de las recaídas, Desclée De Brouwer, Bilbao 2006; con María Teresa Miró, han editado una obra centrada específicamente en esta cuestión: M.T MIRÓ – V. SIMÓN (eds.), Mindfulness en la práctica clínica, Desclée De Brouwer, Bilbao 2011.

 

[5] Max Scheler afirma lo mismo desde una perspectiva filosófica: “Un bien de orden inferior es entregado a cambio de un bien de orden superior”. Ese sería, además, el sentido originario de “sacrificio”: M. SCHELER, El sentido del sufrimiento, Goncourt, Buenos Aires 1979 (edición original de 1916), pp.26 y 31. Y añade: “¡El sacrificio es como una especie de cabeza de Jano cuyos rostros ríen y lloran al mismo tiempo! Mira al mismo tiempo hacia el valle de las lágrimas y hacia el valle de las alegrías… Solo en los más bajos y periféricos estados de nuestra existencia sensorial se separan tanto el dolor y el placer. A medida que más penetramos en la hondura de nuestro yo…, tanto más se compenetran”: Ibid., pp.32 y 33.

[6] A. ROVIRA, La Buena Crisis, Aguilar, Barcelona 2009, pp.87-89.

[7] E. MARTÍNEZ LOZANO, Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino, Desclée De Brouwer, Bilbao 42009, pp. 79-122: “Vivir constructivamente lo que nos hace sufrir”.

[8] De ese mismo término griego provienen las palabras castellanas: crítica, criterio, discriminación, discernimiento…

[9] V.E. FRANKL, Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia, Herder, Barcelona 2003, p.37. Parece evidente el sentido de estas palabras: no se trata de una “huida” a otro modo de ser, sino de un ahondamiento en la comprensión de quien se es, a niveles antes desconocidos. Desde mi perspectiva, sería el paso de la “identidad egoica” a la “identidad transpersonal”: la crisis es la oportunidad de avanzar en ese descubrimiento. Todavía puede expresarse de otro modo: si, cuando se presenta una crisis, nos conformamos sencillamente con recuperar el “bienestar”, antes o después sobrevendrá otra similar. De lo que se trata no es de eliminar el malestar, sino de modificar aquellas “creencias”, ideas o comportamientos desajustados que nos abocaron a ella o generaron sufrimiento inútil. Solo en este caso es cuando se dará la transformación real, el “cambio” de que hablaba Viktor Frankl.