GRATITUD   -   ALEGRÍA   -   PAZ

 ACTITUDES   PARA   EMPEZAR   EL   AÑO

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          Empecé el año con un largo paseo mañanero, en un día luminoso, donde el azul nítido del cielo se combinaba con el verde de los pinos y el blanco de la nieve. Resultaba muy fácil percibir una sensación envolvente de frescor y dejarte fundir en ella. Y eso es sencillamente lo que hice, al tiempo que me preguntaba qué actitudes brotaban en mí al inicio de este nuevo año 2008. Y apareció la gratitud, la alegría y la paz.

          Todo ello es regalo, todo es gracia. Todo remite constantemente a Dios, Fuente de lo que es. Pero requiere, de nuestra parte, un “poner las condiciones” para que todo ello pueda emerger, para que podamos “caer en la cuenta” de que eso es así y posibilitar que permanezca. ¿Cómo hacerlo?

 

 GRATITUD  

         La gratitud brota en cuanto caemos en la cuenta de que todo es recibido, desde el principio hasta el final. La gratitud nace de la experiencia de la gratuidad y remite a ella. Todo es regalo, y cuando lo agradecemos, crecemos en gratuidad.

          La gratitud es uno de los sentimientos más benéficos y terapéuticos que conoce el ser humano. Hasta el punto de que cada día deberíamos sacar un momento para preguntarnos: “¿De qué me nace dar gracias?”. Y no contestar enseguida, sino dirigir la pregunta hacia nuestro interior y esperar que la respuesta pueda sorprendernos. Cuando aparece la respuesta, la nombramos y nos dejamos sentir la gratitud, de modo que “ocupe” nuestro interior…, hasta que empiece a desbordarnos.

          La gratitud nos ensancha interiormente, nos pone en contacto con nuestra originalidad y nos abre a la comunión con todo lo que existe. La gratitud, también, previene contra el desaliento.

          Cuentan que, hace mucho tiempo, el demonio montó una exposición con todas las herramientas que utilizaba para engañar a los humanos. Vivía por aquel lugar un hombre de Dios que, enterado, quiso acercarse para conocer las trampas de Satanás. Llegado al lugar, observó que el espacio mayor de la sala lo ocupaba una única trampa y, al aproximarse a ella, lleno de curiosidad, vio un cartel que decía: “DESALIENTO”. Un tanto asombrado, se dirigió al demonio:

         -        ¿Tan eficaz es el desaliento?, le preguntó.

-        Es mi trampa más eficaz, respondió el demonio. Cuando consigo que una persona se desanime, hago de ella lo que quiero.

Preocupado, el hombre de Dios, volvió a preguntarle:

-        ¿Y cuál es el remedio contra él?

         El demonio se hizo de rogar, pero al final confesó:

-        El único remedio contra el desaliento es la gratitud. Una persona agradecida no se desalienta jamás.

  

ALEGRÍA

        La alegría –escribió H. Bergson- es señal inequívoca de que la vida triunfa”.  La alegría se halla tan unida a la vida como la flor a la planta. Cuando ésta no tiene nada que la bloquee, la flor y el fruto brotarán solos, sin ningún esfuerzo, como algo natural.

     De la misma manera, la alegría es, en primer lugar, alegría de vivir, y brota espontánea donde hay vida. Mientras un niño no ha sufrido reiteradamente, es vida y es alegría de vivir. Por el contrario, cuando la vida se bloquea y se contrae, la alegría tiende a desaparecer.

     Puede haber muchas cosas que nos den la sensación de que nuestra vida queda bloqueada. Hay sufrimiento, antiguo y nuevo, que llega a pesar en nosotros como losa que parece ahogarnos. En esos momentos, entramos en la “nube negra”, de que habla Sabina; parece esfumarse la alegría y desinflarse la vida.

     Eso es precisamente la depresión: no estar triste, sino padecer la sensación de no poder estar alegre. La tristeza es uno más de los sentimientos que los humanos podemos experimentar; “no poder conectar con la alegría” es signo de que la vida se halla aplastada, aun cuando no sepamos claramente por qué.

     Sin embargo, la vida es poderosa. Una vida mínimamente “cuidada” –con las ayudas que requiera- termina abriéndose paso a través de cualquier losa que pudiera obstruirla. Quizás necesitemos ayuda, pero siempre podemos salir adelante: ¡estamos bien hechos! En nuestro corazón somos –siempre lo hemos sido y siempre lo seremos- valiosos y buenos.

     Necesitamos vernos y sentirnos así, valiosos y buenos. Depositando en nosotros mismos una mirada bondadosa y un sentimiento cariñoso. Mirada y sentimiento que nos irán reconstruyendo interiormente, y que nos harán disponibles para ver y sentir también así a los otros.

     Necesitamos también conectar conscientemente con la vida en nosotros. Sentir la vida en lo profundo de nuestro cuerpo, a la vez que nos dejamos alcanzar por la vida que nos rodea: la vida de personas “vivas” y la vida de la naturaleza. Permitir que la vida nos entre por los cinco sentidos para que nuestra propia vida sea alcanzada y podamos sentirla con más fuerza…, hasta conectar con la Vida que nos envuelve, nos entreteje y nos constituye, que llamamos Dios.

 

 PAZ

          Paz es lo primero que aparece cuando silenciamos la mente y venimos al Presente. El presente es paz y ecuanimidad. “Nada te turbe –decía Teresa-, nada te espante”. Lo único que nos turba es nuestra mente alocada. Cuando aprendemos a aquietarla, cuando somos capaces de venir al instante, al “aquí y ahora”, la paz es. Necesitamos ejercitarnos en la práctica del silencio mental, en la práctica meditativa. Y no sólo por los beneficios psíquicos que reporta, sino para poder abrirnos al Misterio que Es.

          Desde el Silencio de la mente, todo se percibe de un modo nuevo: la vida, el dolor, los otros, uno mismo, Dios… La mente es un velo opaco que deforma la realidad y, a poco que nos descuidemos, nos quita la paz. Nada ni nadie tiene poder para quitarnos la paz, sino nuestras cavilaciones, es decir, nuestra mente no observada. Si no tomamos distancia de ella, terminamos reducidos a lo que pensamos: acabamos identificados con nuestros pensamientos y ya no vivimos, sino que somos vividos por ellos. Somos lo que pensamos.

          La práctica meditativa nos va haciendo diestros en aquietar la mente. Y ahí se abre camino el Silencio, el Presente, la Paz…, todos ellos nombres del Dios inefable. Quizás por eso siempre se ha dicho que la paz es señal de la Presencia de Dios. Y que Dios siempre trae paz. Si algo agobia, angustia, culpabiliza, atemoriza… eso no es de Dios.

          Y Dios es Paz porque su mirada es siempre bondadosa, porque es Amor. Acabamos de pasar la Navidad y tenemos reciente el canto que acompañaba al nacimiento de Jesús: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres amados por Él”.

          Precisamente en estos días recibí, de un amigo, un comentario sobre esas palabras, cuyo autor desconozco, pero del que recojo lo siguiente.

          En la traducción castellana, uno no sabe bien qué significa: si la paz llega únicamente a los que Dios ama (pudiendo haber otros no amados). Pero en latín todavía sonaba peor. Ahí se decía: “Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis”. Parecía que la paz era únicamente deseada a aquéllos que tuvieran “buena voluntad”, es decir, a quienes de la “merecieran”. Y es que esto del mérito a los humanos nos encanta; lo hemos mamado y nos cuesta aceptar que todo sea gratuito. (Tanto es sí que, en alguna versión e incluso en algún villancico, aquella frase se llegó a decir de este modo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los que aman al Señor” !!!).    

         Pero la realidad es que la paz es para todos y es gratuita. El texto griego original usa un término precioso: eudokía. Y puede traducirse por “parecer bien”, “caer en gracia”. Con lo cual, lo que el canto dice es que Dios nos desea la paz porque “le caemos bien”, se “complace” en nosotros, nos mira con gusto.

          “Cuida la paz y corre tras ella”, canta el salmo. Pero el cuidado de la paz no es algo voluntarista. La paz es regalo y es el fruto de una armonía interior, la armonía de quien vive una relación sana consigo mismo, con los otros, con y en el Misterio que Es.     

         Gratitud, Alegría, Paz: regalos que demandan nuestro cuidado y que humanizarán nuestro mundo.

 

 

Guadalaviar, 1 enero 2008