En-Ti

 

 

          El creyente se debate entre la intensidad del Anhelo y la pobreza de la palabra a la hora de expresarlo. Entre el atisbo de Lo que es, pleno y gozoso, y la “distancia” inevitable de la mente. Con todas las limitaciones de nuestra mente y de nuestro lenguaje, la búsqueda no cesa. De pronto, se nos regala…, se hace presente el sobrecogimiento, pero nos faltan palabras. Y, sin embargo, no podemos dejar de balbucearlo. ¿Cómo nombrarte?

 

 

Te llamo “Tú”,

aunque eres más Yo que yo mismo.

Estoy en Ti,

pero cuando estoy en Ti, ya no soy yo.

Porque mientras soy yo

no puedo estar en Ti.

 

Mi yo te busca con pasión,

porque necesita un Tú que lo complete;

porque, en su conocimiento tan limitado,

busca a tientas la Verdad que se le escapa;

porque, aun en la oscuridad de su estado,

intuye la Luz que se le niega.

 

Y está bien:

así te busca como Tú, como Verdad y como Luz.

Pero queda insatisfecho

porque, en su agudeza,

se pregunta si no estará proyectando;

y porque, en su separación,

ve la Unidad imposible.

 

Lo que no imagina, pequeño yo,

es que él mismo no es sino una construcción mental,

una “forma” de ver, de conocer, de relacionarse.

Y en cuanto forma relacional -relativa-

tiene necesidad de relación,

necesidad de un Tú, necesidad de Ti,

el Sin-Forma, el Más-allá de toda forma,

lo I-limitado y Absoluto,

que todo lo llenas y en todo te manifiestas;

la Fuente original y el Movimiento de la vida.

 

Y ha sido esa necesidad, esa intuición,

la que ha llevado a mi pequeño yo

a buscarte desde siempre,

sin cejar en el empeño;

a hablarte desde la alabanza y la gratitud,

desde la necesidad y el sufrimiento.

Ha sido mi pequeño yo el que,

a partir de su lectura del mensaje de Jesús,

te ha llamado Padre

y te ha vivido como Amigo,

“Dios, Amigo de la Vida”.

Y no andaba desencaminado,

pequeño yo, buscador infatigable:

el Fondo de la Vida es Amistad

porque es Comunión y Unidad.

 

Pero algo ocurrió un día:

el pequeño yo descubrió su desnudez;

lo que él había considerado como su identidad

no era sino una “forma” de verse;

el “yo” tomado como realidad consistente

mostró su inconsistencia.

 

Tal descubrimiento supuso una sacudida,

un maremoto que amenazaba

todas las certezas anteriores.

Y algo de eso ocurrió,

porque hizo inevitable una re-lectura

de todo lo previamente “adquirido”.

Sin embargo, con la nueva experiencia,

nada valioso se perdió.

Muy al contrario,

se abría camino, ¡ahora sí!,

la Unidad que es.

Y, en el mismo proceso,

el pequeño yo era “negado”,

creando un espacio inédito de libertad,

de amplitud y comunión.

Se me había dado descubrir algo elemental,

que ya dijo el mismo Jesús:

la negación del pequeño yo

-“negarse a sí mismo”-

es condición ineludible para abrirse a la verdadera identidad,

la Verdad no-dual,

la Identidad que es comunión.

 

Es verdad que el pequeño yo

sigue añorando sus antiguas formas,

incluida su forma de orar:

necesita de la relación,

necesita dirigirse a Ti como su Tú,
y llamarte “Padre” y “Amigo”,

y eso le hace bien.

Pero, poco a poco,

está aprendiendo a hacerlo sin apego,

como el que sabe que se trata únicamente

de una forma transitoria,

como quien vive en un nivel de conciencia diferente.

 

Más allá de la palabra,

más allá de la imagen,

más allá del concepto,

más allá de la mente…,

¿cómo llamarte?,

¿cómo nombrarte?,

¿cómo agradecerte?,

¿cómo alabarte?,

¿cómo amarte?...

 

Me quedo en-Ti

en el Silencio,

en la Atención,

en el Presente.

En Ti,

que eres más Yo que yo mismo.

Me quedo en Ti,

porque ya no hay un “yo” enfrente,

porque no soy “yo”.

 

En el momento en que abandono los conceptos,

se me abren los ojos:

“Tú” y “yo” somos, en realidad, no-dos.

Por eso, no eres un “Tú” para “mí”.

Sencillamente, ES.

Todo es

lo Informe en la forma,

lo Absoluto en lo relativo,

lo Infinito en lo finito,

Unidad…,

Amor,

DIOS.

 

 

 

(Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino, Desclée de Brouwer, Bilbao 2007, pp. 56-60)