TEMAS   ACTUALES  

APORTACIONES   PARA   EL  DIÁLOGO

 

LA RELIGIÓN EN LA ENCRUCIJADA

DEL MUNDO MODERNO Y POSTMODERNO

A propósito de “Espiritualidad integral

 

La magnitud del cambio cultural que estamos viviendo afecta a la religión de tal manera que la coloca en una encrucijada –cruce decisivo que es necesario resolver para acertar en el camino- profundamente novedosa. ¿Qué es lo característico de esta situación? Querría responder a esta cuestión de un modo sintético e incluso esquemático, de la mano del último libro, recientemente publicado, de Ken Wilber1].

 

-         Represión de los propios impulsos espirituales, y rechazo de todo lo que se presente como espiritual, a lo que se considera como una estupidez irracional: la ciencia declara la guerra a la religión. De hecho, los intelectuales de vanguardia de la Modernidad empezaron a rechazar la religión y la espiritualidad de su conciencia.

-         Fijación a un determinado nivel, que se defiende feroz y obsesivamente de todos los ataques: la religión mítica declara la guerra abierta a la ciencia (y al mundo liberal en general).

Ambas reacciones lograron, paradójicamente, el mismo objetivo: una razón mutilada de la línea espiritual.

 

-         Identificación. Proveniente de una tradición marcadamente religiosa, la gran mayoría de los creyentes se hallan identificados con lo que han sido las formas tradicionales de expresar la fe. Pero esta postura no resulta fácil de mantener, porque el “desajuste” va en aumento. Por ello, suele dar paso a una de las siguientes.

-         Atrincheramiento. Con el fin de salvar sus planteamientos religiosos –la forma mítica en la que se había expresado-, confundiendo la espiritualidad y la religión con el nivel mítico de la misma, se identifica con ese nivel, hasta atrincherarse en él, viendo la modernidad como amenaza. Como es obvio, esta actitud se halla mucho más próxima a cualquier fanatismo, por autodefensa: porque cree que la modernidad le está impidiendo existir.

-         Solución de compromiso. Por un lado, quiere ser fiel a la forma recibida, pero, por otro, no puede dejar de lado el estadio racional en que se encuentra. La única salida es llegar a una solución de compromiso, que resultará precaria e inestable, aparte de incómoda, ya que no es fácil evitar una fractura en la propia persona entre lo que es su nivel cultural y su nivel religioso.

-         Búsqueda creativa. Es la actitud que se toma más en serio la doble fidelidad, de un modo que resulte coherente y unificador. Por ello, es capaz de distinguir “forma” de “contenido”. Por ello también, es la única que trasciende y supera todo dualismo. Y la que abre a la esperanza.

 

Si lo que ocurrió con la Modernidad fue que todo lo espiritual fue reprimido, la salida pasa por la desrepresión. La Modernidad lo reprimió porque el nivel mítico de Dios era terrible y el daño provocado por la Iglesia en nombre de ese Dios, espantoso; la Ilustración lo rechazó. “Recordad las crueldades”, era el lema de Voltaire. El error grave de la Modernidad –como ha quedado dicho- consistió en que identificó todo lo religioso con aquella divinidad mítica institucionalizada en la Iglesia medieval. Ello condujo a una descalificación de lo espiritual y, consiguientemente, a un tremendo empobrecimiento de lo humano.

Por su parte, cierta postmodernidad –no toda ella: se puede ser postmoderno y no relativista- agudizó el error, al quedar atrapada en un relativismo vulgar, vacío, autocontradictorio y moralmente pernicioso.  Pues bien, sólo podremos salir de ese error –y del empobrecimiento resultante- reconociendo lo espiritual como línea siempre presente, en todos los estadios del desarrollo, que puede alcanzar diferentes niveles, y por lo mismo, diferentes formas de expresión y vivencia.   

Ello requiere también, por parte de los creyentes, una lectura desapasionada de su propio mensaje, desde la nueva apertura que ofrece el desarrollo cultural. En suma, un ejercicio humilde de lucidez. Cada vez resulta más evidente para muchos creyentes que la solución para nuestra situación actual no puede ser un mero retorno al tradicionalismo.

 

Según el esquema de Wilber, dentro de las diferentes líneas de que consta lo que es el desarrollo humano –línea cognitiva, estética, moral, interpersonal, afectiva…- la espiritual es la línea que responde a la pregunta: “¿Cuál es la preocupación última?”. Lo que la espiritualidad busca es precisamente la respuesta a ese interrogante. A lo largo de los siglos, ha ido dando diferentes respuestas, de acuerdo con los diversos niveles de desarrollo que el ser humano iba atravesando. Al dejar de reprimirla, somos capaces de abrirnos a una de las líneas básicas que nos constituyen. Y podremos dialogar y buscar entre todos respuestas que vayan siendo cada vez más coherentes. Conscientes de que, en esa búsqueda, también el agnosticismo y el ateísmo se consideran respuestas válidas. De lo único que se trata es de no ahogar la pregunta.

El hecho de que la espiritualidad sea respuesta a la citada pregunta no significa, en absoluto, que se reduzca a algo teórico. Según escribe D. Evans, en una de las mejores definiciones que se han dado de ella, “la espiritualidad consiste principalmente en un proceso transformador básico en el que descubrimos y nos desprendemos de nuestro narcisismo para entregarnos al Misterio a partir del cual todo se está manifestando constantemente… [Toda transformación espiritual auténtica] implica despojarse del narcisismo, del egocentrismo, del estar aislado en uno mismo, del interés por uno mismo, etc.[2].

 

Son varios los estadios –arcaico, mágico, mítico, racional y transpersonal- que ha recorrido la conciencia en su proceso evolutivo. Lo que ocurre en esa evolución es que se modifica nuestra percepción de la realidad. Y, por lo que se refiere a la religión, esto tiene consecuencias decisivas. Por una parte, cuando se estanca en el nivel mágico-mítico, en los que hizo su aparición histórica, se bloquea el desarrollo espiritual, y la religión etnocéntrica entra en conflicto con la racionalidad mundicéntrica. Por otra, cuando es la modernidad la que confunde –y reduce- la espiritualidad al nivel mítico de la misma, la reprime. Así, en ambos casos, se ha terminado identificando espiritualidad y mito, con el consiguiente empobrecimiento de la dimensión mas profunda de la realidad. La recuperación limpia de esa dimensión es una de los mayores retos que tenemos por delante. Y en ello se juega el futuro de la humanidad y del planeta.

  

Característico de los estadios mágico y mítico era concebir a Dios como un ser separado, en el exterior, habitando su cielo. Para nuestra concepción del mundo, sin embargo, aquella imaginería es inconcebible. No hay tal “ser separado” de la realidad –no puede haber una realidad última infinita separada-, sino el Dinamismo que hace ser y en todo se manifiesta[3]. Y se percibe cuando estamos situados en el espacio o nivel adecuado, adoptando los medios adecuados. Quien se halle instalado en el nivel moderno-pragmático-cientificista, es probable que únicamente vea el mundo chato; quien esté en el nivel mágico-animístico, creerá ver a Santa Claus; quien acceda al nivel transmental, podrá ver a Dios en todo. 

Y aquí se hace necesario plantear otra cuestión: ¿Dónde suponemos que está Dios y donde pensamos que no está ni puede estar? ¿No nos jugarán aquí una mala pasada nuestros propios prejuicios? ¿Por qué tendemos a creer que las cosas hermosas o placenteras no son espirituales?

Permítanme citar, aunque no sea de modo literal, un texto de Wilber especialmente inspirado y hermoso: Dios es imposible de negar, como tampoco se puede negar la conciencia de esta página, sabiendo que el Espíritu y la conciencia de esta página no son dos: la omnipresente conciencia Divina plenamente iluminada no es difícil de alcanzar, sino imposible de evitar, como han sabido todos los místicos. ¿Por qué lo buscaba aquí o allí, cuando Dios es El Que Busca?... ¿Por qué se empeña en que Dios muestre su Rostro, cuando el Rostro de Dios es su Rostro original, el Testigo, ahora mismo, tal cual es?... ¿Acaso debe hacer algún esfuerzo para ser consciente del momento presente? ¿Dónde pretendía ver a Dios, cuando Dios es el Vidente omnipresente? ¿Cuánto conocimiento pensaba embutir en su cabeza para llegar a conocer a Dios, cuando Dios es el Conocedor omnipresente? Sienta al Lector de estas líneas, experimente la simple sensación de Ser. Atrévase a dar el último paso que conduce desde el yo hasta el Yo. Renunciando a buscar, encontró a Dios. Cuando abandone toda búsqueda y descanse en el Buscador, dejará de necesitar mapas; se habrá acabado el juego del escondite al reconocer, finalmente que Usted era Ello[4].

Y, como hemos dicho en su momento, esto no significa negar la posibilidad relacional con Dios –Wilber habla de “la segunda persona del Espíritu”-. El Misterio que es/somos -que, en último término, constituye nuestra más profunda identidad- puede ser nombrado como “Tú”. De una forma no mítica, pero absolutamente legítima, mi pequeño yo se rinde, adora y ama al Misterio, lo nombra como “Tú” y, gracias a ello, va liberándose también del narcisismo de todo ego que, aun en la meditación, puede alimentarse y crecer.

 

Del mismo modo que existe un dios mágico, un dios mítico, un dios racional…, así también el cristiano, dependiendo del nivel en que se encuentre, percibirá y leerá a Cristo en clave mágica, o mítica, o racional, o pluralista… o mística-integral. Aferrarse a una compresión mítica significa quedarse estancados en un nivel cultural definitivamente superado, a la vez que privar a la humanidad de la riqueza del mensaje de Cristo, por seguir presentándolo en una forma inasumible desde nuestra actual concepción del mundo.

 

Comparto la apreciación de Wilber de que la religión es la única institución que puede ayudar a sus seguidores a avanzar desde la versión prerracional, mítico-pertenencia, etnocéntrica y absolutista hasta la versión racional-perspectivista, mundicéntrica y postconvencional.

Desde el Dios arcaico hasta el Dios mágico, el Dios mítico, el Dios racional, el Dios pluralista, el Dios integral y otros Dioses todavía más elevados, “la religión no es más que la institucionalización de la espiritualidad comunicando su buena nueva a la próxima generación[5]. Pero de su apertura depende que pueda seguir ofreciendo ese impagable servicio o, por el contrario, quede arrinconada, por, negándose a crecer, haberse estancado en un nivel ya superado del desarrollo de la conciencia.


 

[1] K. WILBER, Espiritualidad integral. El nuevo papel de la religión en el mundo actual, Kairós, Barcelona 2007. Junto a esta obra, quiero hacer referencia a la de J.N. FERRER, Espiritualidad creativa. Una visión participativa de lo transpersonal, Kairós, Barcelona 2003. Se trata de una muy valiosa revisión crítica de la teoría transpersonal, con claras consecuencias para una renovada comprensión, formulación y vivencia de la espiritualidad. De un modo explícito, afronta “los dos retos más importantes a los que se enfrentan hoy los buscadores espirituales: el peligro del narcisismo espiritual y el fracaso de integrar las experiencias espirituales en la vida cotidiana”: p. 45.

[2] Cit. en J.N. FERRER, op.cit., p. 66.

[3] Es un gusto recomendar el librito de W. JÄGER, La vida no termina nunca. Sobre la irrupción en el Ahora, Desclée de Brouwer, Bilbao 2007.

[4] K: WILBER, Espiritualidad integral…, pp. 350-352.

[5] Íbid., p. 353.