Semana 29 de julio: UN CAMBIO DE PARADIGMA

¿CRISIS DE VALORES O CRISIS DEL MODELO DUAL?
OTRO MODO DE VER, PARA VIVIR DE OTRO MODO

II. Un cambio de paradigma

          Una crisis de tal envergadura no es casual. Indica, más bien, que se están conmoviendo los propios cimientos sobre los que nos creíamos asentados. Por tanto, no servirá de mucho responder a los síntomas recurriendo a parches puntuales o con efectos cosméticos. Será necesario replantearnos de dónde venimos, y dónde se hallan otros cimientos más sólidos sobre los que edificar nuestra vida y nuestro proyecto colectivo.

          En una primera aproximación, resulta claro que nos hallamos ante un cambio de paradigma. Un paradigma es toda una constelación de ideas, creencias, valores, costumbres, comportamientos…, que constituyen un marco a través del cual vemos la realidad. La modificación del marco produce inevitablemente una sensación de desconcierto e inseguridad: caemos en la cuenta de que nada parece ser lo que era. Ha bastado que se moviera el marco, para que nuestra percepción se viera alterada, y lo que creíamos sólido se descubriera sumamente frágil y precario.

          Hace más de cinco siglos, se había empezado a vivir un cambio de paradigma en el paso de la premodernidad a la modernidad: el mito y la heteronomía se vieron sustituidas por la prevalencia de la racionalidad y la autonomía, que situaron al “yo” en el centro y en la cúspide de la escena humana.

          Aquel paso supuso un enorme salto hacia adelante, gracias al desarrollo de la razón crítica −piénsese en los llamados “maestros de la sospecha” y en la emancipación de los diferentes ámbitos del saber con respecto a la tutela de la Iglesia− y al reconocimiento del valor de la individualidad.

         Sin embargo, la historia posterior −particularmente en el siglo XX− habría de mostrar los límites de ambos valores: su absolutización los había convertido en mitos intocables, pero había puesto de manifiesto sus carencias. La absolutización de la razón desembocó en un reduccionismo ignorante y empobrecedor de lo humano; la absolutización del yo nos clausuró en la jaula de la confusión, haciéndonos tomar por nuestra identidad lo que solo era un objeto dentro de ella.

          Esto es lo que se está haciendo evidente en el paso del paradigma de la modernidad al de la postmodernidad, en el que, superados aquellos mitos, se empieza a hacer patente una doble constatación: por un lado, el reconocimiento de la unidad de todo –la misma física cuántica sabe que todo lo real constituye una gran red inextricablemente interrelacionada− y, por otro, la percepción de que el yo −como subrayan incluso los experimentos rigurosos llevados a cabo en el campo de las neurociencias− es una mera ficción mental.

          Resulta curioso que ambas afirmaciones pertenezcan a la más genuina sabiduría de las diferentes tradiciones espirituales. Lo cual nos hace ver que la auténtica sabiduría −la que trasciende la razón− es atemporal. Pero vayamos más despacio.

          La envergadura de la crisis se explica, pues, porque nos hallamos en medio de un cambio de paradigma, que modifica nuestra visión de la realidad, por cuanto nos abre a una percepción diferente de aquella a la que estábamos acostumbrados. ¿Cómo no habría de darse una crisis de valores?

          Dentro de ese mismo cambio de paradigma habría que señalar, además, otros factores colaterales: el paso de una sociedad estática a una sociedad de innovación constante; de una cultura agraria a otra postindustrial avanzada; de una predominancia de lo colectivo a una exaltación de lo individual; de la seguridad puesta en normas fijas y aceptadas, basadas en el principio de autoridad, a la anomia generalizada, por la que cada cual debe darse a sí mismo sus propias “normas” y modos de vivir…