Semana 25 de marzo: TODOS SOMOS GABRIEL… Y ANA JULIA

TODOS SOMOS GABRIEL, TODOS SOMOS PATRICIA Y…, LO SIENTO, TODOS SOMOS ANA JULIA

Dora Gil. 

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Lo queramos o no, cualquier manifestación humana está incluida en nosotros. La vida es inclusiva. No hay nada separado ahí fuera sobre lo que proyectar nuestra oscuridad o nuestra virtud.

Tanto la inocencia que representa el niño Gabriel, la desgarradora violencia que se expresa a través de Ana Julia, como la heroica benevolencia que muestra Patricia, forman parte de nuestra psique como posibilidades del campo infinito que es la vida. Aquellas que nutrimos se manifiestan, simplemente.

Atacar un aspecto oscuro de la vida proyectándolo en alguien es un gesto de violencia solapada que nos sirve para no reconocer las sombras que percibimos en nuestra interioridad. Son estas, precisamente, las que al no ser aceptadas ni comprendidas, sino rechazadas, dan lugar a actos vandálicos que condenamos y que siempre protagonizan “otros”, quedando nosotros libres de pecado y prestos a lanzar la siguiente piedra.

Nos es muy fácil identificarnos con Patricia y convertirnos en “fans” de ella, claro. Su actitud la deseamos para nosotros y preferimos que su amor y su entereza nos definan. Al mismo tiempo, proyectamos sobre Ana Julia (como sobre tantos otros) todas las sombras no reconocidas de nuestra inconsciencia.

Todos somos Gabriel, sí, inocencia pura. Pero también somos todos los niños del mundo que cada día mueren en campos de refugiados o bajo las bombas asesinas que lanzan otras «Ana Julias» disfrazadas. Pero no se les dedica ni un solo telediario. Y todos ellos, todas ellas, tienen mucho que mostrarnos de nosotros mismos.

¿Por qué toma tanto relieve un hecho aislado? Para mí, esa atención desmedida expresa una utilidad velada: el acontecimiento nos ofrece el modo perfecto de proyectar en personajes muy concretos nuestro incomprendido mundo interior, usando una situación tan lamentable para posicionarnos una vez más como “buenos” condenando eso que llamamos “mal” sin asumirlo dentro  y mucho menos fuera de nosotros.

Espero que no se me malentienda, pues no estoy justificando nada ni pretendiendo que un acto así sea pasado por alto. Tampoco defiendo ni ataco la labor de la justicia bajo la forma que toma actualmente. La respeto. No me estoy enfocando en algo que no me compete ni sabría cómo manejar. No es mi ámbito.

Simplemente, expreso la posibilidad de otra perspectiva, de otra mirada más profunda sobre lo que va sucediendo.

El enemigo no está ahí. Ana Julia representa, para mí, el conjunto de todas las emociones sombrías que no comprendemos y rechazamos, sometiéndolas a presión y proyectándolas fuera. Ella las muestra en la violencia de su acción. Los que nos ensañamos contra ella, mostramos esas emociones (de forma más controlada) en nuestra condena dirigida y enfocada en ese ser humano con nombre y apellido.

Nuestro mundo interno, no comprendido ni iluminado por la consciencia, nos lleva a actuar a veces de formas dramáticas y tan dolorosas que merecen una pausa de reflexión, en vez de seguir transitando los senderos de la rabia y la condena ciega que nos dejan siempre en el mismo sitio.

Me duelen estas cosas como a cualquier ser humano. Pero me duele la totalidad, no solo Gabriel, no solo Patricia, sino también Ana Julia: en mi humanidad se albergan los tres.

Prefiero, ya que sucede, usar esta situación como un espejo en el que mirarme. Prefiero descubrir en mí todos los reflejos de esos personajes y unirlos en el abrazo de la consciencia que no juzga ni condena, sino que incluye y aprende. El dolor que siento me invita a mirar más profundo y aprovechar la lección que la vida constantemente nos está brindando. Y esta no va, con seguridad, por el camino de la separación y la condena. Ese ya lo hemos explorado bastante y el mundo sigue igual.

¿Existe otra forma de ver esto más inclusiva, más comprometida, más amplia? Para mí sí. Es la mirada de la vida. Toda una invitación a salir de los estrechos límites de nuestra mente pequeña y explorar nuevos horizontes.

Yo la acepto, pues me abre por dentro y me recuerda mi grandeza, que es la nuestra, una consciencia plena que todo lo asume y abraza.