Semana 21 de mayo: EGO Y COMPROMISO (y V)

EL EGO SE APROPIA TAMBIÉN DEL COMPROMISO (y V)

Estado mental y estado de presencia

        De la apropiación no saldremos a través de la reflexión ni del voluntarismo, sino gracias a la comprensión. 

    Desde nuestra perspectiva, la consciencia evoluciona. En ese sentido, hablamos de estados y estadios o niveles, así como de “transformación” o “expansión” de la consciencia. Pero eso es así únicamente desde nuestra perspectiva. En realidad, la consciencia no evoluciona –es lo único permanente y estable frente al cambio e impermanencia de todas las formas-; lo que cambia es la percepción que nuestra mente tiene de la misma, por lo que hablamos de una consciencia arcaica, mágica, mítica, racional o transpersonal.

         En la actualidad, la gran mayoría de los humanos nos hallamos identificados en la “consciencia racional”, que da lugar a lo que habitualmente designamos como “estado mental” (o egoico), y que se caracteriza por la predominancia o protagonismo de la mente y su correlato: el yo individual.

         Para quien se encuentra en ese “estado mental”, la realidad no podrá ser sino como su mente la percibe. En ese estado, se cree que lo real coincide exactamente con la percepción que la mente tiene de las cosas, del mismo modo que, para quien duerme, la realidad es el contenido de sus sueños. No cabe discutir: cada perspectiva ofrece una “verdad” adecuada al estado en que nos encontramos. Eso también está bien, porque forma parte del juego de la manifestación en el que se despliega la consciencia.

         Nuestra percepción empieza a cambiar –y nosotros, a interrogarnos- en el momento mismo en que se produce cualquier inicio –por pequeño que sea- de “despertar”. Al salir del sueño nocturno percibimos la irrealidad de lo que, hace solo un instante, nos parecía la verdad absoluta. Y al observar la mente percibimos que lo que ella nos muestra es solo lo que ella misma construye: tampoco aquí vemos la realidad, sino una interpretación –construcción- condicionada por la estrecha perspectiva mental.

         Una de las características básicas de la mente es la separatividad. Ello explica que, en el estado mental, todo se vea separado de todo: la naturaleza, los animales, los otros, Dios… Todo se percibe separado y, en cierto modo, girando en torno al propio “yo” que, desde ese estado, se considera como nuestra identidad. Esa característica –unida a otra no menos significativa, como es la creencia en un yo hacedor– marca también el modo como entiende y vive el llamado “compromiso” desde el «estado mental»: la acción de un “yo” a favor de otro “yo” separado.

         Sin embargo, cuando empezamos a “salir” de ese estado –de manera similar a lo que sucede cuando abandonamos el sueño-, empezamos a comprender que las cosas no son como parecían. No hay ninguna separación ni existe tampoco ningún “yo” –este era solo un pensamiento, una “identidad” mental, si queremos llamarlo así-; somos, por tanto, uno con todo lo que es, porque nuestra verdadera identidad no es ningún objeto separado, sino la consciencia que sostiene y constituye a todos ellos –nuestros cuerpo, mente y psiquismo incluidos-.

   ¿Qué es, visto desde aquí, lo que llamamos “compromiso”? Si no existe ningún hacedor individual, ¿quién se compromete? La respuesta –aunque chirríe a la mente de quien se encuentra en el estado mental- es simple: nadie se compromete, todo fluye y todo será como tiene que ser: el que se compromete lo seguirá haciendo…, pero no hay “nadie” que lo haga.

       Tal planteamiento resulta absurdo cuando se escucha desde el estado mental. Porque desde la mente se percibe como un relato fantasioso y porque niega el protagonismo del ego. Es comprensible que se disparen todos los mecanismos de defensa, que no buscan otra cosa que proteger la coherencia mental y la sensación de identidad egoica.

       Entre tales mecanismos, hay uno que destaca porque se dirige explícitamente a nuestro sentimiento humanitario: ¿cómo no promover que tenemos que ayudar a quien pasa necesidad? Sin embargo, no es difícil advertir que ese planteamiento es característico del estado mental, que da por supuesto todo lo señalado anteriormente. En cualquier caso, no se cuestiona la ayuda, sino la creencia subyacente de que existe un “yo” protagonista de la misma.

        En tanto perdure esa creencia –que, desde la mente, es básica-, habrá apropiación por parte del (supuesto) “yo comprometido”, con todas las consecuencias que conlleva. Solo cuando se comprende que no existe ningún “yo”, la apropiación cesa. Todo se seguirá haciendo igual dado que la creencia de que lo hacía un “yo” era solo un espejismo. Todo se hará de la misma manera, pero nadie se lo apropiará. Y “nadie” proclamará que es “mejor” una cosa u otra. Todo está bien; o con más precisión, todo, sencillamente, es.

     Al final, parece claro que todo pasa por la comprensión –que emerge cuando, al acallar la mente, accedemos al “estado de presencia”-. Por lo cual, volviendo al lenguaje que habla de la “evolución de la consciencia”, solo la comprensión de quienes somos –no el yo separado que nuestra mente crea, sino la consciencia una que todo lo constituye- acabará con nuestros enfrentamientos inútiles y nuestra moral relativista –aquella que separa lo “bueno” de lo “malo” a partir de etiquetas mentales-, permitiendo que la Vida sea y se exprese. Dejaremos que la Vida haga todo lo que tiene que hacer a través de nosotros, pero desde la certeza de que no existe ningún yo separado, sino que somos la misma Vida que en todo se expresa. Llegados a ese punto podremos decir, con el Tao te King, que “nadie hace nada, pero nada se queda sin hacer”.