Semana 21 de febrero: SALIR DEL SUEÑO

Mirar hacia dentro

La mente, uno de los logros más exquisitos de la evolución, ha hecho posible la autoconsciencia y nos ha procurado un impresionante desarrollo científico y técnico. Sin embargo, se ha mostrado incapaz de liberarnos del sufrimiento. Algo falla…

 

Lo que falla no es otra cosa que la absolutización de lo que es solo una herramienta, un órgano de conocimiento, en definitiva y por más valioso que sea, un “objeto” dentro de lo que somos.

 

Al absolutizarla, confundimos nuestra identidad con una “idea” de la misma y nos reducimos a un concepto (el “yo”), a partir del supuesto incuestionado de que somos lo que nuestra mente nos dice.

 

Este es el sueño de la inconsciencia, de la confusión y del sufrimiento. Pero quien sueña toma su sueño como real; únicamente cuando despierta, se percata de la naturaleza onírica del mismo.

 

Para favorecer el despertar, quizás haya que empezar por una primera constatación: mente no es sinónimo de consciencia; mente es algo que tenemos; consciencia es lo que somos.

 

Las tradiciones de sabiduría o espirituales han definido precisamente el “despertar” como la capacidad de separar la consciencia de los pensamientos. Todos los contenidos mentales son objetos dentro de la consciencia que somos. Y la ley puede formularse de este modo: tú no eres nada de lo que puedas observar, sino Eso que observa. O de otro modo: no eres el “yo” que puedes pensar, sino el “Testigo” que lo percibe. Y de una manera más concreta: no eres tus pensamientos, recuerdos, proyectos, sensaciones, sentimientos,  emociones…, sino la Consciencia en la que todo eso aparece y desaparece, como las olas nacen y mueren dentro del océano.

 

A partir de esa experiencia, venimos a descubrir que el ego no era sino un error de percepción; solo existe cuando pienso en él, y solo sufro cuando me reduzco a él. Nos hallamos en una especie de sueño, creyendo ser lo que no somos, y olvidados de quienes realmente somos. Mientras dure esa alienación, nos sentiremos divididos, extraños a nosotros mismos. Y nuestras relaciones no serán otra cosa que luchas de egos, más o menos crispados.

 

Cuando, tras el silencio de la mente, despertamos, todo queda modificado.