Semana 2 de abril: MEDICINA ALTERNATIVA: ¿FRAUDE O SABIDURÍA? (I)

De manera recurrente, el diario El País trae algún artículo –no siempre firmado por el mismo periodista- en el que arremete sin contemplaciones y sin ningún tipo de matización, contra lo que, genéricamente, denomina “medicina alternativa” o, de modo aún más simple, “terapias pseudocientíficas”.

         El más reciente –publicado el día 15 de marzo de 2017- no es un artículo de opinión, pero refleja la que parece ser la línea habitual del periódico. Con el título “Críticas por un programa de promoción de pseudociencias en la radio pública”, alude a una protesta formal del partido político Ciudadanos, “por el estreno de un espacio en Radio 5 para la naturopatía, el reiki o la homeopatía”.

         De nada sirve que, desde el propio programa –En cuerpo y alma, estrenado por RNE el pasado 1 de febrero-, se explique que “el cuerpo y el alma necesitan atención y se le puede dar de diversas formas. Yoga, naturopatía, shiatsu, reiki, meditación, quiromasaje, homeopatía, reflexología, pensamiento positivo… Complementos de la ciencia más actual y tradicional con todos sus avances que no pueden ser ignorados, pero que se pueden complementar”. De nada sirve la explicación. A renglón seguido, el periodista escribe que se trata de un programa “para la difusión de pseudociencias, tratamientos y terapias que no tienen aval científico para mejorar la salud de las personas”.

         La recurrencia con la que en el citado diario se aborda toda esta cuestión referente a la llamada “medicina alternativa”, suscita en mí tres reacciones: valoración del espíritu crítico, pesar ante la ignorancia y sospecha de intereses ocultos.

         En primer lugar, me parece irrenunciable la razón crítica frente a todo tipo de ofertas que, en cualquier campo, nos quieran vender. Somos bien conscientes, tanto de la credulidad de la gente, como de la “habilidad” de charlatanes para garantizar el “éxito” de productos engañosos o, cuando menos, inútiles, que se han puesto de moda en un momento determinado. La actitud crítica ofrece un mínimo de distancia lúcida, que hace posible un discernimiento adecuado. La clave está justamente en el discernimiento lúcido, no en el rechazo por sistema de todo lo nuevo. No es lo mismo que, desde la TV pública, una periodista de moda recomiende las ventajas del consumo de limones para curar el cáncer que, desde el rigor que aportan los más recientes descubrimientos científicos, se planteen posibilidades hasta ahora inéditas, que chocan incluso por el paradigma “oficialmente” reconocido. Y no parece intelectualmente riguroso rechazar algo por la sencilla razón de que no responde a los estándares oficialmente aceptados.

    Cuando, por ese motivo, se rechazan apriorísticamente planteamientos novedosos o terapias alternativas, siento –y este es la segunda reacción- pesar por lo que percibo como cerrazón obstinada, por más que se presente apoyada por la ciencia…, sin caer en la cuenta de que esa “ciencia” a la que aluden ha quedado –o está quedando- obsoleta.

 Porque, ¿desde dónde se dice que algo no es “científico”? Indudablemente, desde un determinado paradigma científico, pero nunca desde la ciencia en sí misma. La ciencia clásica descartaba, como absurdos, los nuevos descubrimientos que iban surgiendo desde el campo de la mecánica cuántica. El propio genio de Einstein fue esclavo de su identificación con un paradigma determinado cuando, en la polémica con Niels Bohr, llegó a afirmar que “Dios no juega a los dados” (en un intento de sostener el determinismo de la física clásica frente al principio de indeterminación o de incertidumbre), o incluso a abominar de “la espeluznante acción a distancia” (frente a la teoría de la no-localidad cuántica). El desarrollo de la ciencia acabaría dando la razón al danés y mostrando, de paso, que Einstein, queriendo ser fiel a la ciencia, lo que hacía en realidad era cerrarse a la misma. De una manera similar, ¿quién nos asegura que mucho de lo que actualmente es descartado como “pseudocientífico” no será reconocido en un futuro no lejano como científicamente probado?