LA PARADOJA DE LA VERDAD

Fiesta de la Trinidad 

16 junio 2019

Jn 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará”.

 LA PARADOJA DE LA VERDAD

        El autor del evangelio pone en boca de Jesús la promesa del Espíritu, a quien nombra como Espíritu de la verdad”, que habrá de conducir a los discípulos hasta la “verdad plena”.

     Habitualmente confundimos la verdad con las creencias, sean estas del tipo que sean. Y, en nuestra ignorancia, no es raro que nos sorprendamos diciendo: “Esta es la verdad” o “Yo tengo razón”. Olvidamos que la verdad no puede ser atrapada por la mente, no puede ser pensada ni puede ser pronunciada. Todo lo pensado y hablado –todo lo que puede salir de nuestra boca– son solo construcciones mentales.

          La Verdad desnuda y relativiza las creencias. Y no está más cerca de la Verdad quien más creencias tiene, sino quien más la encarna porque lo es –y la vive en forma de Unidad, de Amor…–. La Verdad no se puede pensar; solo se puede ser; y cuando se es, se conoce. Lo que ocurre es que, como ha escrito Javier Melloni, “todas las religiones corren el riesgo de creer que, en lugar de pertenecer a la Verdad, la Verdad les pertenece”.

         La verdad no puede ser pensada; puede ser vivida. Como dijera Jesús, somos la verdad. Porque la verdad es una con realidad. De ahí que no lleguemos a ella por medio de un conocimiento mental –por reflexión–, sino gracias al conocimiento por identidad: conocemos la verdad porque –y cuando– la somos. Imposible de ser pensada, solo puede ser “sida” y vivida.

         Ese es el motivo por el que la verdad nunca fanatiza, no es proselitista, no sostiene nuestra necesidad de tener razón… La verdad, más bien, nos desnuda y nos silencia y, de ese modo, nos transforma en –siempre la paradoja– aquello que somos.

         Tiene razón el cristiano ortodoxo Paul Evdokimov, cuando presenta al verdadero teólogo como aquel que solo habla de aquello que sabe; por eso mismo, es también alguien que “no especula sino que se transforma”. Donde no hay transformación, no hay verdad: puede haber mucha erudición, muchas creencias, muchos conceptos, mucha información…, pero nada de eso es la Verdad.

           La Verdad nos lleva a reconocer la paradoja que aparece expresada cuando unimos las palabras de Sócrates y las de Jesús: “Solo sé que no sé nada” y “Yo soy la verdad”.

        Cuando reconozco y comprendo que nuestra identidad no es el yo o personaje, sino el Fondo de lo que es, experimento que soy uno con la Verdad. Y en ese mismo instante caigo en la cuenta de que mi mente, en realidad, no sabe nada.

           Es decir, la paradoja se resuelve en cuanto caemos en la cuenta de que, en contra de lo que parece a primera vista, el sujeto de aquellas dos frases no es el mismo. El “yo” que no sabe nada es el yo-mental (el yo separado que la mente piensa que somos); por el contrario, quien afirma ser la Verdad es el “Yo” único que se experimenta como “Yo Soy” –sin añadidos– y que constituye nuestra identidad profunda.

¿Vivo, en la práctica, de manera consciente, esa paradoja?